Es mi intención exponer lo más clara, breve y sencillamente posible algunos de los porqués de la crisis sistémica y del cambio de fase histórica que atravesamos en el modo de producción capitalista, de cara a una posible etapa post-neoliberal de acumulación militarizada, con todas las terribles consecuencias sociales que ello entraña.
Me es de especial interés mostrar cómo este desarrollo bélico está protagonizado, como resulta lógico con la Historia, la Política, la Economía y Ecología, por la potencia en decadencia y, en general por el Occidente Colectivo, que resulta cada vez más subordinado a aquélla y relegado por ella, pero que ha configurado y comandado un Sistema Mundial capitalista hasta hoy. En ese objetivo es imprescindible señalar también el momento de enorme peligro de guerra nuclear que atraviesa el mundo. Así mismo, destacar el fin de la mayor parte del entramado institucional, de gestión política, regulación social y de formas convivenciales que conocíamos hasta ahora.
Lo intentaré mostrar a lo largo de 4 entregas, de dos apartados cada una, excepto la última, según el índice que se adjunta a continuación:
1ª entrega
1. Un capitalismo en la UCI
2. Acumulación bélica de capital
2ª entrega
3. Algunos entresijos de la Guerra Total o Guerra sin fin
4. El asedio a Rusia dentro de la Guerra Total: ciertos pasos decisivos
3ª entrega
5. Por qué estas batallas de la Guerra Total no son una lucha entre imperios
6. El fin del orden mundial del siglo XX
4ª entrega
7. El Gran Reinicio y las luchas de clase horizontales intercapitalistas y entre élites
1. Un capitalismo en la UCI
Las condiciones de degeneración del modo de producción capitalista se agudizan. El menguante desarrollo de las fuerzas productivas va dando paso a cada vez más fuerzas destructivas, con el consiguiente declive del conjunto de la civilización a que dio paso. Ello radica en toda una cadena de razones, como la dilución del valor y mengua del plusvalor, la galopante reversión del capital a su forma simple de dinero, un endeudamiento público y privado insostenible, una economía crecientemente ficticia, un acuciante estrés climático, el manifiesto agotamiento de materiales y energía fósil, así como la imparable expansión de un “valor negativo”: plagas, epidemias, deterioro de recursos, saturación de sumideros, contaminación generalizada, pérdida de fertilidad, salinización, estrés climático, desaparición de nitratos y de fósforo, sobreexplotación, sobreempobrecimiento y extenuación de las poblaciones…).
Todo ello da como resultado lo que algunos autores han señalado como una “tormenta perfecta”, pues la hipotética solución a uno de esos factores significaría el agravamiento inmediato de otros. La destrucción social y ambiental, el desmoronamiento de las sociedades, así nos lo testimonia.[1]
La gran paradoja de un capitalismo extenuado es que es la exacerbación financiera la que le está insuflando vida artificial mediante la desmaterialización del dinero (que ha quedado desligado de cualquier anclaje material, como el oro) y la ingente creación de capital ficticio.[2] Desmaterialización que, en el colmo de la irrealidad, fue seguida del dinero mágico o inventado (que ha recibido el elegante nombre de “flexibilización cuantitativa”, y que entraña la máxima expresión de la desmaterialización del dinero, porque le desliga del valor producido) por no menos de 20 billones de dólares entre los Bancos centrales de las principales economías. Pues sólo convirtiendo el dinero en pura ficción, sin ninguna vinculación con el capital productivo, puede seguir aparentándose un satisfactorio funcionamiento económico de este Sistema.
La flexibilización cuantitativa (QE) y el ajuste cuantitativo (QT) han permitido hasta muy recientemente la emisión de enormes cantidades de dinero sin respaldo (a intereses nulos o incluso negativos) y sin afectar a la inflación, en contra de lo estipulado en cualquier manual de economía.
“Sólo era necesario que los Bancos Centrales manejaran las palancas de política monetaria de los tipos de interés”, la QE y el QT “de forma adecuada para mantener la magia de los déficits interminables, financiados a través de la impresión de dinero (avalada por la Teoría Monetaria Moderna), que alimentaba el gasto” [Alastair Crooke, La desesperación imperial: Insistir en la dominación mientras se irradia debilidad | Diario Octubre (diario-octubre.com)]
Pero ese misterio puede entenderse si tenemos en cuenta la parálisis productiva y la creciente escasez de demanda solvente, por un lado, más la inundación de mercancías baratas del Oriente Global y especialmente de China, así como la afluencia de la también barata energía rusa para el caso de Europa, o la del Golfo Arábigo para EE.UU. y el Occidente Colectivo en general.[3] Sin embargo, en estos momentos EE.UU. ha decidido cortar ambos suministros, imponiendo aranceles a las exportaciones chinas y boicoteando la energía rusa, con especial daño para Europa, como veremos en los apartados siguientes, mientras que se complica también para sí mismo la baratura de la energía petrolífera más superficial y fácil de obtener del planeta, la de la península arábiga, en razón de la desconfianza que inspiran los repetidos bloqueos y sanciones que administra por doquier y de los intentos de imponer precios máximos a la principal fuente de riqueza de los productores energéticos.[4]
Con todo ello ahora sí la inflación comienza a hincharse como un gran monstruo, y las políticas de los centros de mando del capital priorizan el ataque a ese ogro (que deshilacha las acreencias y pone en jaque a un sistema cada vez más basado en deudas), a costa de la población trabajadora, de los medianos y pequeños capitales y de la sociedad toda. De hecho, el mortífero «juego global» al que está apostando la Reserva Federal de EE.UU., y que es seguido por los Bancos Centrales del Occidente Colectivo, es a subir las tasas de interés para, entre otras razones, proteger el «privilegio del dólar» de poder intercambiar el dinero que imprime de la nada por mano de obra, riqueza social, energía y materias primas bien reales en todo el mundo (algo que también hacen las otras monedas centrales pero sin la repercusión hegemónica que mantiene el dólar y que las termina perjudicando frente a él), con un ingente trasvase de riqueza de la población trabajadora hacia los detentadores del capital.
En términos generales podemos decir que la clase capitalista transnacional ha utilizado diversos mecanismos que se intensifican desde 2008 para intentar sostener el crecimiento, aun a costa a menudo de la acumulación global. Entre los más destacados:
a. El pillaje y saqueo de las finanzas públicas: se da una transferencia de riqueza sin precedentes del ámbito público a las arcas del capital transnacional. Se socializan las pérdidas en un momento en que las grandes empresas transnacionales registran niveles récord de ganancias. Los Estados extraen también cada vez más excedente de las sociedades para entregárselo a las finanzas globales, mientras se mercantiliza el conjunto de actividades de la vida social y natural. Todo vinculado también a una montaña de deuda que ya supera el 365% del PIB mundial.
b. La especulación financiera (ya en 2008 los mercados de derivados alcanzaron un valor de 2.3 billones de dólares al día) y la masiva emisión de dinero sin valor, primero a tasas de interés cero o incluso negativas y después alzadas bruscamente en el camino de arruinar a buena parte de los actores económicos (incluida la mayor parte de la población) y quedarse aún más deprisa con sus activos, propiedades y patrimonio.
c. Frente a la crisis de sobreacumulación[5], la economía de guerra se vuelve también eje central de crecimiento en la economía global, lo que se conoce como acumulación militarizada o exacerbación bélica de la Desposesión, con la consiguiente reordenación de todo el entramado sistémico del capitalismo, que da pie, entre otras muchas consecuencias, a que vaya calando estructuralmente de nuevo una cultura fascista.
Esto es lo que intento explicar a continuación.
2. Acumulación bélica de capital
EE.UU. como hegemón mundial ha venido encargándose desde el fin de la 2ª Gran Guerra de crear o recrear, organizar y dirigir el conjunto de instituciones mundiales necesarias para la gestión y regulación global del Sistema Mundial capitalista. Esa formación social imperial, como veladora última del funcionamiento del capitalismo global, ha asumido también la función de establecer el entramado jurídico-institucional valedor de su acumulación de capital a escala planetaria (ONU, FMI, BM, OMC, cumbres o entidades de coordinación con el resto de las principales potencias subordinadas, tribunales de arbitraje internacional, etc.). Su ambicioso proyecto de construcción del capitalismo global a imagen propia no hacía sino trasladar la jurisprudencia USA al resto del planeta, y con ella después su conjunto de dispositivos y medidas tendentes a garantizar la reproducción ampliada del capital a escala propia pero también global. La Cooperación y el Desarrollo servirían, en cuanto que paradigmas mundiales, como tejedores de un entramado global de intervenciones e injerencias (por lo general forzadamente) consentidas.
Esos dispositivos y medidas irían mayoritariamente destinados más tarde, ante la creciente obstrucción de la acumulación capitalista, a la procura de crecimiento por Desposesión, la cual pasaría a blindarse, especialmente tras la caída de la URSS, mediante toda clase de Acuerdos y Tratados de comercio e inversiones (llamados “libres”). “Tratados de Libre Comercio e Inversiones” (TLC) que se potenciarían como una de las vías privilegiadas de “cosechar” dinero, y que han venido creando una especie de “derecho internacional” informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EEUU (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EEUU, ni EE.UU. acepta ninguna decisión de organismo multinacional que le contravenga). Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de iure la aplicación extraterritorial de las leyes de EEUU (al igual que ocurre con las disposiciones internacionales y las “sanciones” contra países que decide la potencia hegemónica). De hecho, los países signatarios de acuerdos de liberalización comercial ceden su soberanía nacional y popular, y dejan indefensas a sus sociedades frente al multiplicado poderío de los mercados reguladores (que no regulados). A este festín se sumarían en una u otra medida el resto de potencias capitalistas.
En conjunto, y una vez eliminado el enemigo sistémico soviético, en los años 90 del pasado siglo se terminaría de crear un entramado legal supranacional que consagraba un creciente peso o dominio del capital globalizado sobre las dinámicas de territorialidad política de los Estados (exceptuando al propio hegemón, claro). De hecho, quedaría abolido de facto el sistema internacional basado en el principio de soberanía de los “Estados nacionales” heredado de Westfalia, que se sacrificaba al objetivo de proteger todas las formas de acaparamiento y propiedad del gran capital, especialmente las rentistas[6] (obviamente, cualquier atisbo de “soberanía popular” resultaba asimismo desterrado). Muy especialmente, ese proceso se cebó con el Sur y el Oriente Globales, desbaratando el impulso unitario y las posibilidades de su erección en un sujeto colectivo internacional asociado a los esfuerzos históricos de la Internacional Comunista, de la Conferencia de Bandung y de la Tricontinental, entre otros.
Con ello se produjo el espejismo de la ahistoricidad del Sistema: el capitalismo pasaba a contemplarse como imperecedero; de lo que se trataría en adelante, en el mejor de los casos, era de regular en algo su funcionamiento o de pasar lo más desapercibido posible bajo su manto.
Sin embargo, como sabemos, se trata en el fondo de un Sistema gangrenado al que le falta con creciente angustia “la sangre” del valor-plusvalor.
Para ubicarnos estratégicamente en un mundo acelerado, con patente inclinación hacia el caos, es preciso tener claro que estamos más allá de un capitalismo estancado, pues es nítidamente degenerativo, en el cual no se vislumbran sendas estables de incremento de la tasa media de ganancia, de la productividad, de la formación de capital ni del empleo. A ello se añade la particular decadencia de su potencia hegemónica, directora del funcionamiento sistémico capitalista.
La acumulación militarizada busca paliar ese estancamiento en EE.UU. (y en una medida más cuestionable y en todo caso subordinada, en el resto de los centros del Sistema Mundial u Occidente Colectivo) a través de, entre otros mecanismos, la acentuación del expolio de recursos del Sur y el Oriente Globales, la destrucción masiva de medios de producción y de capital fijado al territorio (infraestructuras), así como la exacerbación de la explotación de las poblaciones, la extracción de un tributo económico a través de una deuda dolarizada (que se paga imponiendo depresión y austeridad en cada país) y el reciclaje de dólares del resto del planeta a través de mecanismos bancario-financieros y monetarios posibles por la condición de moneda internacional que ostenta el dólar y su dominio sobre el sistema internacional de compensación de pagos (SWIFT). Tal proceso está vinculado también al propio “reseteo” del capitalismo para desatar formas despóticas de ingeniería social.
Contra esa degenerativa economía-mundo que construyó el Occidente Colectivo, e intentando escapar de ella, ha ido perfilándose un mundo emergente, que para algunos autores, siguiendo más o menos la formulación teórica de Mészáros[7], podría ser también una última salida del capital a través de su compenetración con el Estado (en forma de “capitalismo de Estado” plenamente desarrollado, con una cada vez mayor centralización del capital), la cual da como resultado hoy en China una economía crecientemente planificada y unos recursos clave y servicios básicos (entre los que se cuenta el dinero y el crédito) bajo control estatal y en favor del conjunto de la población. En tal camino, China se debate entre esa “última salida capitalista” y el emprendimiento decidido de una transición socialista. Esta formación socio-estatal traza la única contra-dinámica con posibilidades de universalidad altersistémica en la recuperación de una territorialidad político-estatal soberana frente al desenvolvimiento mundial del capital degenerativo[8]. Así, China está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de la actual globalización del capital, por lo que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la rapiña de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, la corrupción como vía privilegiada de beneficios, “paraísos fiscales” y capital ficticio, busca proporcionar un entramado energético-productivo y comercial sustentado en diferentes polos de autodesarrollo (lo cual no quiere decir que algunos de aquellos rasgos no estén presentes también en su expansión económica, lo que pasa es que no alcanzan ni de lejos el papel preponderante que tienen en el capitalismo degenerativo actual). Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante la que se ha designado como nueva “Ruta de la Seda”. En ella se intenta incluir a la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia, pero también América del Sur, Sudáfrica y la Unión Africana. Una red con moneda internacional centrada en el yuan, que pretende complementarse con una canasta de monedas (de los llamados BRICS, que ven cómo poco a poco pero sin parar se suman las solicitudes para ampliar su membrecía), y que cuenta con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, una Bolsa Internacional de Energía, un plan de infraestructura y desarrollo que enlaza continentes, además del RCEP o mayor tratado comercial de la historia.
La Ruta de la Seda o “Un Cinturón una Ruta” en la terminología china, cubriría, de completarse, al 65% de la población mundial, mediante conexiones con más de un centenar de países de los cinco continentes. Involucraría un tercio del PIB global. Movilizaría una cuarta parte de los bienes planetarios, suponiendo algo así como un tipo de “New Deal” a escala global capaz de insuflar algo más de vida al capital productivo, pero también de constituirse en una de las últimas posibilidades de hacer una “reconversión suave” del capitalismo a otro modo de producción.
En todo ese proceso ha surgido una Rusia re-soberanizada, que está poniendo su poderío diplomático-militar al servicio de tal proyecto, al que parece comenzar a entender como su vía de futuro, con el fin de crear una Zona de Estabilidad fuera del caos del capital degenerativo y de los coletazos destructivos de la territorialidad política imperial estadounidense en decadencia. Hay que tener en cuenta que esa alianza entra dentro de la estrategia de Moscú para adherir económicamente Europa y Asia en el súper-continente que realmente es: Eurasia. Proyecto que por fin le permite a Rusia desconectar de su larga historia de intentos de insertarse de forma periférica en Europa, para pasar a ser el fulcro euroasiático.
No solamente esto debilita aún más la globalización neoliberal, sino que fortalece las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que la comunión de ambas formaciones sociales (Chinusia)[9] haya ido creando semejante Zona de Estabilidad y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, fortaleciendo la opción de un sistema multipolar basado, hoy por hoy, en el respeto y beneficio mutuo entre Estados. Ese proyecto en curso contrasta vivamente con la imprevisibilidad y arbitrariedad de las decisiones político-estratégicas estadounidenses y los terribles abusos de su unipolaridad.
Tal proyecto no es sino parte de históricas luchas, de un proceso de descolonización y soberanía de ya larga data, recuperando el espíritu de la Conferencia de Bandung para “desengancharse” del Occidente Colectivo o potencias centrales confeccionadoras del Sistema Mundial capitalista, con sus imposiciones colonizadoras, su división internacional del trabajo, su deterioro de las relaciones de intercambio, su succión del trabajo y de los recursos ajenos. Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Irán, Zimbabue, Corea, Rusia, China, Vietnam, son ejemplos de realidades enormemente diferentes, mas con un denominador común: la persecución de soberanía frente al orden neocolonial occidental, frente a su imperialismo inveterado.
Pero ante la mera posibilidad de un nuevo entramado mundial productivo-energético, que paradójicamente, como se ha dicho, podría prolongar la propia vida del capital, la territorialidad política del hegemón en declive opone una tenaz resistencia.
EE.UU. no va a dejarse relevar sin destruir. Sin guerra.
Su peligrosidad es mayor si tenemos en cuenta que su zona de seguridad y reserva energética está precisamente en Asia Occidental, el nudo gordiano entre sus intereses y los del “cinturón” de conexión mundial chino. En el conjunto de Asia (y en lo que desde los centros de poder de Washington se diseñó como Medio Oriente Ampliado, desde el Magreb hasta Paquistán, pasando por el Cuerno de África), la “geo-ecología” o pugna por la energía, recursos, materias primas y “tierras raras” de minerales estratégicos (fundamentalmente localizados en el corazón asiático y especialmente en Siberia –y también en China-), se erige en motivo primordial de la geo-estrategia global.
EE.UU. ha decido por tanto emprender una suerte de golpe de Estado mundial contra el posible mundo pluriversal, multipolar. Y lo ha hecho ya, antes de que tal posibilidad pueda terminar de consolidarse y antes de que su propia decadencia le impida enfrentarla más adelante. Es una jugada a todo o nada, en la que arrastra a sus subordinados europeos, a todo el Occidente Colectivo, pero también en sus consecuencias al conjunto de la humanidad, dado que Estados Unidos y su brazo armado global, la OTAN, están metiendo al mundo entero en una Guerra Total, definitiva, sin fin. Una guerra que como tal entraña un espectro completo (que el término “híbrido” apenas alcanza a definir): es militar (aunque no necesariamente convencional), paramilitar, terrorista (con interposición de yihadistas, mercenarios, ejércitos privados y bandas criminales de distinto pelaje), biológica y bacteriológica; es económico-financiera y judicial, pero también mediática, cognitiva, ideológica e incluso cibernética y librada igualmente en la estratosfera.
La desmenuzamos brevemente en la próxima entrega.
Notas:
[1] No puedo desarrollar aquí, ni es el lugar, estos puntos, por lo que tengo que remitir para su desarrollo, así como en general para lo expresado en estas entregas, a mis trabajos y conferencias al respecto, destacando aquí dos de mis últimos textos: a) La tragedia de nuestro tiempo. La destrucción de la sociedad y la naturaleza por el capital. Análisis de la fase actual del capitalismo.Anthropos. Barcelona, 2017. b) De la decadencia de la política en el capitalismo terminal. El Viejo Topo. Barcelona, 2022.
[2] El capital a interés deviene ficticio cuando el derecho a la remuneración o rendimiento del interés o deuda contraída viene representado por un título comercializable, con posibilidad de ser vendido a terceros (y esta es sólo una de las maneras de que el capital se haga “ficticio”). Es decir, cuando comienza a comercializarse un capital que es deuda y que en realidad no existe (esta es la base de su ficción, que después las finanzas complejizarán sobremanera). Esa venta y su posterior reventa, genera todo el ciclo de ficción del capital a interés. Una deuda puede ser así revendida muchas veces. Con ello se realiza en apariencia el máximo sueño (“ilusorio”) de la clase capitalista: que el capital se auto-reproduzca más allá del trabajo humano, más allá de la riqueza material y más allá de las bases naturales-energéticas que posibilitan esta última.
[3] El Eje Anglosajón impuso y ha venido sosteniendo a las oligarquías feudales del Golfo, donde la subida al poder y alianza político-militar con la estirpe de los Saud en Arabia Saudita, a cambio de suministro energético barato garantizado y apoyo al islamismo yihadista contra el panarabismo nacionalista y marxista, ha sido una de las más destacadas. La simbiosis con el engendro artificial de Qatar, “creado” por Gran Bretaña, también está entre las que merecen ser resaltadas, especialmente en estos momentos en los que el país arábigo lleva a cabo un descomunal intento de lavado de imagen a través de una gran transfusión de fondos al ya de por sí corrupto mundo del fútbol, y en donde al menos 6.500 trabajadores han fallecido en la construcción de las instalaciones propias del mundial futbolístico, según cifras admitidas, tras trabajar en condiciones aberrantes, como lo hace la mayor parte de la inmigración en los reinos medievales del Golfo.
[4] Tener la moneda de reserva mundial le supone a EE.UU. un enorme beneficio y es uno de los puntales de su hegemonía mundial, para lo que precisa que “el mayor número posible de Estados esté en el «canal del dólar» y comercie en dólares. Y que coloquen sus ahorros en bonos del Tesoro estadounidense. La Reserva Federal está haciendo todo lo posible para derrumbar la cuota de mercado del euro y así trasladar los euros y eurodólares al sindicato del dólar. Estados Unidos amenazará a Arabia Saudí, a los Estados del Golfo y a Turquía para evitar que salgan del canal. Se trata de la «guerra» contra Rusia y China, que está sacando a una gran parte del mundo del sindicato del dólar y llevándola a una esfera no dolarizada. El incumplimiento de la pertenencia al sindicato del dólar se responde con diversas herramientas, desde sanciones, congelación de activos y aranceles, hasta el cambio de régimen” [Alastair Crooke. https://observatoriodetrabajadores.wordpress.com/2022/10/28/las-numerosas-guerras-entrelazadas-una-guia-aproximada-a-traves-de-la-niebla-alastair-crooke/]. A algo de ello atenderemos en el apartado 3 y también en el último.
[5] Muy brevemente, la sobreacumulación deviene del aumento del peso relativo del capital fijo (maquinaria) sobre el variable (seres humanos) en la composición orgánica del capital. Además, al reducirse relativamente la fuerza de trabajo en un determinado proceso productivo, se reduce también la masa de valor representada por ella (que a la postre se traduce en plusvalor, y que sólo se extrae de los seres humanos), con lo que cada vez queda menos margen para que los aumentos de la productividad repercutan en la elevación de la tasa de plusvalía, y ésta en beneficio.
[6] La propia Unión Europea se concibe como una vía para puentear los parlamentos y las instituciones estatales, sustrayendo las decisiones e intereses del Gran Capital a las luchas de clase a escala estatal que forjaron las distintas expresiones nacionales de la correlación de fuerzas entre el Capital y el Trabajo. Se trata de una construcción supraestatal destinada a mantener relaciones de desequilibrio entre sus partes, un sistema deficitario-superavitario diseñado para trasvasar riqueza colectiva de unos Estados (la mayoría) a unos pocos (sobre todo Alemania y su “hinterland” centroeuropeo), especialmente mediante el mecanismo de la moneda única. Constituye el mayor ejemplo mundial de institucionalización del neoliberalismo a escala de un continente entero. Una institucionalidad concebida y conformada para ser irreformable (pues requiere de unanimidades casi imposibles para que no sea así). Si la “Europa socialdemócrata” fue la mayor manifestación del reformismo capitalista cuando éste todavía impulsaba con vigor el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy la Unión Europea es el primer experimento de ingeniería social a escala regional o supraestatal en favor de la institucionalidad de las estructuras financieras de dominación. Supone en sí un cuidadoso plan de desregulación social de los mercados de trabajo (lo que significa la paulatina destrucción de los derechos y conquistas laborales) y de las condiciones de ciudadanía. Es, por supuesto, mucho más un “mercado” que una entidad social aglutinadora de pueblos, como lo demuestra la falta de sentimiento identitario colectivo, la carencia de sistemas públicos y servicios propiamente “europeos”, y ni siquiera partidos ni instituciones de soberanía popular dignos de tal nombre. Desafortunadamente, las izquierdas integradas en toda Europa no ponen en cuestión esta estructura política del Gran Capital, mirando como mucho de mejorar o paliar algunas de sus disposiciones más duras.
[7] Ver especialmente Mészáros, István. Beyond Capital. Toward a Theory of Transition. Monthly Review Press. New York, 2010.
[8] China es la única formación estatal que ha reunido las condiciones para romper su periferización, precisamente por seguir un modelo propio de desarrollo con características socialistas. “China, que había ocupado durante siglos o milenios una posición destacada en el desarrollo de la civilización humana, todavía en 1820 tenía un PIB que constituía el 32,4% del producto interior bruto mundial; en 1949, en el momento de su fundación, la República popular china es el país más pobre, o uno de los más pobres del mundo” (Losurdo, Domenico. Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra. El Viejo Topo. Barcelona, 2011, pg. 328). Entre esos dos momentos históricos tenemos las guerras imperialistas contra China, conocidas como “guerras del opio” (1839-1842 y 1856-1860, como consecuencia de que China se negara a dejar circular “libremente” el opio por su país, siendo esta una de las principales mercancías del primer narco-imperio mundial: Inglaterra). En ellas todas las potencias militares del momento sumaron parcialmente sus fuerzas para reducir al milenario gigante asiático. Después, la revuelta de los Taiping (1851-1864) contra el comercio del opio, se convierte en la guerra civil más sangrienta de la historia mundial, con veinte a treinta millones de muertos (Losurdo, Domenico. Contrahistoria del liberalismo. El Viejo Topo. Barcelona, 2005). Las potencias “occidentales”, más la Rusia zarista y Japón, se repartirían el control de un territorio indefenso y maniatado. La gran hambruna de China del norte (1877-1878) mata a más de 9 millones de personas. Esas hambrunas, como las de India y tantos otros países, fueron la consecuencia directa de la colonización europea, especialmente la británica (aquí es imprescindible leer a Davis, Mike. Los holocaustos de la era victoriana tardía. Universitat de València. València, 2006). El siglo XX despierta con el “levantamiento de los bóxer” (1899-1901) contra el control extranjero de la economía china. Su represión deja al país sumido en la impotencia. A principios del siglo XX el Estado está prácticamente destruido. Entre 1911 y 1928 se desarrollan 130 conflictos entre unos 1.300 señores de la guerra; el bandidaje se extiende por todo el país y la disolución de los vínculos sociales se hace galopante. Las potencias tenían planeado repartirse el control del territorio en pequeños y manejables pedazos. Al llegar el año 1949 probablemente sólo Bangladesh era más pobre que China. Tras la revolución socialista, el país es asediado y bloqueado: alimentos, medicamentos, recambios de la maquinaria agrícola, etc., son impedidos. El Gran Salto adelante es un intento desesperado y bastante catastrófico de afrontar el embargo; embargo del que se jactarían miembros de la administración Kennedy, como Walt Rostow, diciendo que había retrasado el desarrollo de China en decenas de años. Con la obligada apertura al capitalismo que tuvo que realizar en los años 70, a China no le quedó más remedio que emplearse a fondo para lograr salir de la destrucción económica que heredaba, en un proceso de muy duras condiciones laborales y de deterioro ambiental. Sin embargo, la singularidad de tener un Estado volcado en la soberanía nacional, en el que el interés privado no logra ponerse por encima del colectivo, conseguiría finalmente hacer remontar todos los indicadores económicos y sociales de China, cuyo único parangón se encuentra en las proezas realizadas por la Unión Soviética (y luego, en otra escala, por Cuba o Vietnam). Hoy, de la mano de una economía planificada, y a pesar de haberse visto forzado a dar participación al capital extranjero, el Partido Comunista ha logrado conservar el poder de decisión final en cada renglón de la economía, con el objetivo de asegurar un mínimo de equilibrio social, pilar fundamental de la revolución, para enfrentar el enorme desafío de elevar los niveles de vida de más de 1.400 millones de personas. En la actualidad ha logrado erradicar la pobreza extrema y ha sacado de la pobreza en la última década a unos 800 millones de seres humanos (justo cuando en el resto del mundo aquélla aumenta a pasos agigantados), mientras que el nivel de vida del medio rural casi se ha duplicado en los últimos diez años, proeza combinada con decididas políticas de recuperación ambiental y de transición a energías limpias a medio plazo. A contracorriente también de lo que sucede en casi todo el resto del mundo, las condiciones salariales y laborales mejoran permanentemente (los salarios reales, de hecho, se han disparado). Demás está decir que estos procesos y políticas reflejan culturas, experiencias políticas y maneras de ser y de organizarse muy antiguas, y a pesar de todas sus deformaciones, problemas y peligros, China vuelve a ser (partiendo de la caída a la nada) la principal potencia económica mundial en términos de paridad de poder adquisitivo (sus importaciones energéticas, las mayores del mundo, atestiguan también esa primacía). Sin embargo, lo que no ha cambiado es que hoy EE.UU. siga con las mismas pretensiones de empobrecer a China y hacerla la guerra económica, violando cualquier principio elemental de eso que tanto predican como “libre mercado” [Restricciones tecnológicas de EE.UU. contra China ¿A quién pueden perjudicar más a largo plazo? – RT (actualidad-rt.com)]
[9] Esta alianza parece hoy a prueba de cualquier intento de desestabilización occidental. En los 38 encuentros que han mantenido Putin y Jinping, las declaraciones que han emitido no pueden ser más significativas. Así, por ejemplo, una del líder chino: “China y Rusia constituyen un pilar fiable para unir al mundo a la hora de superar la crisis y defender la igualdad, haciendo realidad conjuntamente el auténtico multilateralismo, con un espíritu democrático”. En su encuentro del 7 de febrero de 2022, ambos mandatarios declararon que la de Rusia y China es “una amistad sin límites ni áreas prohibidas de cooperación”, y se reconocen como “grandes potencias para liderar un mundo cambiante hacia una trayectoria de desarrollo estable y positivo”.
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