La reconstrucción después de los tsunamis que flagelaron las áreas costeras del sur y el sureste de Asia el 26 de diciembre pasado y mataron a decenas de miles de personas será una empresa enorme y costosa, una pesada carga para los recursos de emergencia de los gobiernos de la región. Si bien es probable […]
La reconstrucción después de los tsunamis que flagelaron las áreas costeras del sur y el sureste de Asia el 26 de diciembre pasado y mataron a decenas de miles de personas será una empresa enorme y costosa, una pesada carga para los recursos de emergencia de los gobiernos de la región. Si bien es probable que el daño macroeconómico a largo plazo sea más limitado -sobre todo porque los principales centros urbanos, financieros e industriales resultaron indemnes en gran medida-, a corto plazo ocurrirán significativas perturbaciones. Organizar la ayuda representará también una prueba política para algunos gobiernos asiáticos.
Cuantificar el impacto económico y financiero de un desastre natural tan grande es difícil, y más porque por un tiempo no se conocerá la extensión total del daño. Las olas creadas por el maremoto submarino -el más grande en 40 años en el planeta- causaron daño extenso en regiones costeras subdesarrolladas, como la provincia de Aceh, en la punta norte de la isla indonesia de Sumatra, y en las islas Andamán y Nicobar del océano Indico, que pertenecen a India. Las comunicaciones en esas áreas se han interrumpido, por lo cual es probable que las estimaciones de víctimas y daño infraestructural continúen variando -y elevándose- por un tiempo.
El costo humano, sin duda, será severo. Es probable que se rebasen los cálculos actuales de muertes en todas las naciones afectadas, los cuales ascienden a 165 mil.
En cuanto al costo financiero, apenas comienzan a divulgarse estimaciones. El presidente de Sri Lanka, Chandrika Kumaratunga, ha dicho que reconstruir la infraestructura del país costará alrededor de mil mdd. En Tailandia los cálculos de pérdidas en ingresos turísticos fluctúan entre 800 mil y 2 mil mdd, y eso que esa nación fue mucho menos golpeada que Sri Lanka, Indonesia o India.
Por lo regular los desastres naturales no tienen consecuencias severas a largo plazo en términos macroeconómicos. De hecho, los esfuerzos de reconstrucción a menudo equilibran la reducción en otras actividades económicas, como la venta al menudeo y el consumo, y las pérdidas surgen de la destrucción de negocios y propiedades. Si bien la escala del desastre reciente implica que las economías locales requerirán más tiempo para repuntar -sobre todo en zonas aisladas-, el impacto en el crecimiento de los PIB nacionales probablemente sea limitado en la mayoría de los casos, sobre todo en países grandes como India e Indonesia. Las actividades industriales y financieras continuarán con normalidad; por ejemplo, aun cuando la catástrofe afectó la línea costera en los alrededores de la ciudad portuaria de Chennai, en el sureste de India, los informes disponibles a la fecha sugieren que el daño a la infraestructura industrial y portuaria ha sido limitado. Asimismo se informa que el puerto de Colombo, en Sri Lanka, ha reanudado operaciones.
Es probable que el apoyo de emergencia y la reconstrucción incrementen la carga fiscal de los presupuestos locales y nacionales de los países en cuestión, si bien aún es incierto en qué medida esto representará un costo inmanejable. El hecho de que, según se cree, aseguradoras internacionales hayan protegido relativamente pocos activos en las zonas afectadas debe amenguar cualquier impacto en los mercados financieros globales. Esto, sin embargo, incrementará los costos de reconstrucción que tendrán que afrontar directamente empresas y gobiernos en los países afectados. Los flujos de ayuda contrarrestarán esos costos hasta cierto grado -se han comprometido hasta ahora unos 560 mdd-, pero es probable que la amplia distribución geográfica de la devastación restrinja el socorro a las zonas que más lo necesitan, con el resultado de que otras regiones tendrán que sufragar los costos por sí mismas.
Uno de los principales factores de mitigación de un desastre natural de esta magnitud es la probabilidad de que sea visto como un evento singular, algo que ocurre una sola vez y no es probable que se repita en el futuro cercano. En este sentido, no es de esperarse que el desastre -si bien mucho más devastador en términos de daño inmediato que cualquier ataque terrorista- tenga un impacto prolongado en los sentimientos como el que tuvieron los ataques con bomba perpetrados en Bali en octubre de 2002 o el brote de neumonía atípica (SARS, por sus siglas en inglés) a mediados de 2003. Los ataques en Bali incrementaron los temores sobre la seguridad en el resto de Indonesia, en tanto el SARS perturbó los viajes y la actividad económica en toda Asia por el miedo de que se extendiera la enfermedad respiratoria. En contraste, el daño de los tsunamis, aunque extenso, permanecerá »contenido», es decir, limitado a las zonas inmediatamente afectadas, con poca o ninguna oportunidad de repetirse en otras.
En consecuencia, el ritmo de la recuperación en el turismo y otras actividades estará determinado sobre todo por la rapidez con que se efectúe la reconstrucción. La principal advertencia aquí será la amenaza de una enfermedad derivada de las extensas inundaciones y de la alta cantidad de muertos en las zonas afectadas. Una vez que esta amenaza retroceda, rápidamente debe ocurrir lo mismo con los factores que inhiben los viajes y la reanudación de la actividad económica. En países cuyos destinos de playa han resultado afectados -las zonas alrededor de Pukhet y el sureste de Tailandia son los ejemplos más prominentes, junto con partes del sur de Sri Lanka-, es probable que el turismo se recupere con razonable rapidez una vez que se reparen los hoteles y se reconstruyan los muchos restaurantes que fueron arrastrados por las olas. Los tsunamis golpearon a Tailandia en plena temporada turística; una prueba clave será cuánto de la reconstrucción se habrá completado para el próximo periodo vacacional -el año lunar chino-, que ocurrirá de principios a mediados de febrero. Dicho esto, es probable que 2005 sea un año difícil para el turismo en el sureste de Asia, que apenas se está recuperando del SARS.
En lo político, hacer frente al desastre será una prueba de particular importancia para los gobiernos de Tailandia e Indonesia. El primer ministro tailandés, Thaksin Shinawatra, enfrenta una elección general en febrero de 2005. Si bien se prevé que su partido tendrá una cómoda victoria, su gobierno ha estado bajo presión por el manejo que ha hecho de otros problemas del país, como la influenza aviar y la violencia sectaria en las provincias del sur. Esta presión podría incrementarse si no se observa una atención gubernamental competente a la emergencia reciente. En Indonesia, uno de los países más afectados, el desastre ofrece la primera verdadera prueba de liderazgo para el recién electo presidente Susilo Bambag Yudhoyono. El apoyo popular es importante para que pueda llevar adelante su programa, por lo cual necesitará atender bien la emergencia, sobre todo porque involucra la provincia de Aceh, políticamente sensible, que ha estado sometida a una rebelión separatista. Sin embargo, si Yudhoyono actúa con rapidez y acude en auxilio de esa región, puede con ello reducir el resentimiento que la población de ésta abriga hacia las autoridades centrales de Yakarta, y proporcionar así un catalizador para la reanudación de las pláticas de paz.