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¿Reforma o contrarreforma?

Fuentes: El Mundo

El dilema de estos días es si los cardenales elegirán un Papa que retome el Concilio Vaticano II o uno que prolongue la Contrarreforma Católica. ¿Quién predominará, Juan XXIII o Juan Pablo II? Pese a que aspira a ser la respuesta de muchos de los problemas del mundo, la Iglesia católica no deja de ser […]

El dilema de estos días es si los cardenales elegirán un Papa que retome el Concilio Vaticano II o uno que prolongue la Contrarreforma Católica. ¿Quién predominará, Juan XXIII o Juan Pablo II?

Pese a que aspira a ser la respuesta de muchos de los problemas del mundo, la Iglesia católica no deja de ser un problema sin resolver.

En el siglo XVI, con la reforma protestante, el cuerpo de la cristiandad se desgarró y se planteó una disyuntiva: ¿entre tantas iglesias, cuál es la verdadera? Para reafirmar que era la única Iglesia de Cristo, el catolicismo declaró la Contrarreforma.

A partir del siglo XVII, con el auge de la razón crítica y de la secularización se agravó el problema de la Iglesia: ¿tienen aún sentido la religión, la revelación y la Iglesia? Nuevamente, para defenderse y reafirmarse como portadora de la verdad revelada, la Iglesia católica se colocó a la defensiva contra el mundo moderno y la crítica iluminista.

Los dos procesos ocasionaron una excesiva concentración de la Iglesia sobre sí misma, mientras la marginaban del curso de la Historia.

El papa Juan XXIII, que tenía un enorme buen sentido, captó el error de esta estrategia defensiva. Fue, además, lo suficientemente humilde como para advertir que con una actitud solitaria no podía llevar a cabo una reforma que contara con la aceptación de la amplia mayoría necesaria para impedir la división del catolicismo.Convocó en Roma a todos los obispos del mundo en el marco del Concilio Vaticano II (1962-1965) a fin de encontrar una respuesta adecuada y positiva junto con él.

Surgió así el nuevo rostro de la Iglesia moderna. Y se emprendió la Reforma Católica, que tanta esperanza y vida nueva infundió en el mundo. Por esa vía la Iglesia se definió a sí misma como Pueblo de Dios. Reconoció la necesidad del diálogo ecuménico con las demás iglesias y religiones en vez del anatema, y comprendió la urgencia de entablar simultáneamente un diálogo con el mundo moderno, valorizando sus principales conquistas.

Como todos los procesos de cambios, también éste suscitó muchas resistencias y oposiciones, que predominaron en las iglesias que sufrían persecuciones -como la Iglesia polaca- y en sectores importantes de la Curia vaticana, notoriamente conservadora.

De este área de resistencia provenía Juan Pablo II, que comienza la contrarreforma de la reforma católica. En este plano Juan Pablo II se presenta como un anti Juan XXIII. Retoma el concepto de una Iglesia fundamentalmente jerárquica. Reafirma que las otras iglesias no son propiamente tales, sólo tienen elementos eclesiales. Sostiene que el catolicismo es la única religión verdadera y que los que profesan otros credos arriesgan gravemente su salvación. Tal es el contenido esencial del documento Dominus Jesus del año 2000, publicado por el cardenal Joseph Ratzinger y aprobado por el Papa.

El corazón ecuménico continuó organizando encuentros cordiales con las demás iglesias y líderes religiosos, pero de la cabeza fundamentalista emanaba un sentimiento avasallador: la Iglesia católica no cambia, mantiene toda su arrogancia.

Este enclaustramiento se manifestó en casi todos los ámbitos: en la administración de la Iglesia, en la doctrina, en la moral, especialmente en relación a la sexualidad y la mujer.

No obstante su orientación conservadora, el Papado de Juan Pablo II tuvo un significado innegable. Su relevancia no reside en la avalancha de documentos -más de 100.000 páginas- que dejó.Su gran mensaje es su figura. Lo que permanecerá en la historia es su imagen carismática, profundamente religiosa y al mismo tiempo vigorosa y tierna. ¿Cuál es entonces su legado? El mismo.¿Y cuál es el contenido de ese legado? La religión.

La figura de Juan Pablo II llenó un vacío sentido en el mundo entero, donde se sufre la orfandad de líderes carismáticos. Los que existen, o son belicosos, o son burócratas del poder. No tenemos hoy un Gandhi, un Luther King, un Che Guevara o una Madre Teresa. Las masas sienten la ausencia de un Edipo benevolente, de un padre con características de madre, capaz de inspirar y de orientar hacia el futuro.

Juan Pablo II señalaba un camino cuyo contenido es el rescate de la religión como fuerza que galvaniza a las masas y que, como poder político, fue decisivo en el derrumbe del régimen soviético.Contra la tendencia secularizante de la modernidad que hace casi invisible a la religión, este Papa mostró que ella es parte esencial de la realidad y que puede producir la paz o la guerra.

Se puede discutir la orientación que le dio a la religión con su línea conservadora, doctrinariamente inmovilista y moralmente rígida. Pero no podemos negar la relevancia del elemento religioso y místico en la configuración de la nueva Humanidad.

Por eso afirmo que el desafío actual es si los cardenales escogerán un Papa que retome la reforma católica del Concilio Vaticano II con los aportes de las iglesias del Tercer Mundo que le otorgaron centralidad al problema de los pobres y a la Justicia, o designarán un Papa que prolongue la contrarreforma mediante el empleo de la dramatización mediática, el afianzamiento de la figura del Papa y de la Curia y un discurso meramente moralizador sobre los pobres y la Justicia.

Poco importa el nombre del próximo Papa, lo que importa es que tenga el buen sentido y la habilidad de un Juan XXIII y convoque un concilio de todas las iglesias para que, juntas, contribuyan a enfrentar, sin arrogancia y con humilidad, las graves cuestiones de la Humanidad. Sin un concilio, difícilmente un Papa solitario conseguirá articular un proyecto, sea conservador o renovador.Que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales.

Leonardo Boff es teólogo y escritor brasileño.