Las apuestas sobre quién será el primero en renunciar o en ser despedido -el procurador general o el presidente del Banco Mundial- es el juego favorito ahora en Washington, y cada día se pone más interesante. Hoy renunció uno de los dos más cercanos colaboradores de Paul Wolfowitz. La huida de Kevin Kellems, íntimo de […]
Las apuestas sobre quién será el primero en renunciar o en ser despedido -el procurador general o el presidente del Banco Mundial- es el juego favorito ahora en Washington, y cada día se pone más interesante.
Hoy renunció uno de los dos más cercanos colaboradores de Paul Wolfowitz. La huida de Kevin Kellems, íntimo de Wolfowitz durante años, se anuncia en una semana en la que el futuro de su jefe como presidente del Banco Mundial podría decidirse. La junta directiva de la institución tiene programada una reunión en estos días para determinar si Wolfowitz debe ser despedido o se le ofrece una oportunidad para negociar su eventual renuncia como resultado de su manejo indebido de una promoción e incremento de salario de su novia Shaha Riza.
Wolfowitz, ex subsecretario de Defensa y uno de los arquitectos de la guerra contra Irak, ha enfrentado críticas desde que asumió el cargo, hace dos años, por el equipo de trabajo que llevó al Banco Mundial, incluido Kellems con quien trabajó en el Pentágono. Los dos asesores, según varias quejas del personal del banco, han impuesto una serie de decisiones y medidas sin consultar a los funcionarios indicados ni respetar las normas institucionales del banco. La renuncia de Kellems podría ser un último intento para rescatar a Wolfowitz al demostrar su disposición a escuchar críticas y deshacerse de sus amigos por el bien de la institución.
Sin embargo, cada vez hay más indicios de que el daño a la credibilidad y función del banco por este escándalo hace casi imposible que Wolfowitz logre cumplir su periodo como presidente. Varias fuentes del banco han indicado que la discusión sobre su futuro ya está limitada a buscar una salida decorosa al asunto.
El encubrimiento
Mientras, a unas cuadras del Banco Mundial, otro integrante del círculo íntimo de Bush, el procurador general Alberto Gonzales, continúa bajo sitio a pesar de que cada día se revela más evidencia de que subordinó al Departamento de Justicia a los intereses políticos y electorales de la Casa Blanca. Sus subordinados más cercanos han renunciado en las últimas semanas, incluida su asesora Monica Goodling, quien ha invocado su derecho constitucional a no autoincriminarse (o sea, el derecho de no declarar) en el asunto.
Como muchos de los escándalos en Washington, el encubrimiento del delito o mal manejo original tiene peores consecuencias que la violación misma, y ahora el enfoque es sobre si se realizó un esfuerzo para encubrir el despido de los fiscales por motivos políticos y la mano de la Casa Blanca en el asunto.
Gonzales no ayudó en su propia defensa cuando se presentó ante el Senado para ser interrogado sobre el asunto. Al contestar las preguntas de los senadores de ambos partidos, declaró en más de 70 ocasiones que no se acordaba de momentos claves en la toma de decisiones sobre los fiscales. Pero el colmo fue que a pesar de no recordar lo que sucedió, estaba seguro de que no se cometió ninguna violación o acto inapropiado en el asunto.
Al ofrecer versiones diferentes de lo ocurrido, varios legisladores, demócratas y republicanos, han indicado que es casi imposible no sospechar que hubo un esfuerzo por encubrir lo ocurrido, y ahora algunos de ellos desean investigar la mano del asesor y estratega político del presidente Bush, Karl Rove, y la ex abogada de la Casa Blanca, Harriet Miers, en todo esto
El New York Times opinó en su editorial este domingo que «en el mejor de los casos, el despido de ocho fiscales de Estados Unidos, la mayoría de ellos muy respetados, es un ejemplo de una incompetencia tan profunda que debería de costarle el empleo al señor Gonzales. En el peor (de los casos), fue una purga política seguida de un encubrimiento. En cualquiera de los casos, el escándalo sólo se está haciendo más grande y mas preocupante».
La coreografía en estos casos casi siempre es la misma cuando estalla un escándalo. Las víctimas denuncian que no es lo que parece (pero contratan a abogados y expertos en relaciones públicas), intentan ofrecer algún tipo de disculpa «por errores» que han cometido, a veces intentan tomar la ofensiva y denunciar que son víctimas de un complot político en su contra, y si eso no funciona, buscan cambiar el canal y distraer la atención con otras cosas (guerras, amenazas, trabajo muy importante en nombre del país). Finalmente, y dependiendo qué tan cercanos son al presidente o jefe político, se exhiben señas de una erosión de apoyo o ciertas frases que indican que están por perder el respaldo oficial. De pronto se anuncia la renuncia con la justificación de que desean evitar ser «distracciones» al trabajo tan importante de sus jefes o instituciones, o por alguna razón misteriosa se dan cuenta de que necesitan dedicarle más tiempo a sus familias.
Los expertos en el manejo de estos asuntos subrayan que lo más importante para un jefe es saber cuándo es hora de desaparecer del escenario. Muchos legisladores republicanos, por ejemplo, están muy molestos con Bush por despedir a su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, hasta después de las elecciones nacionales, ya que están convencidos de que si lo hubiera hecho antes, hoy aún tendrían el control del Senado, y no los demócratas.
Pero los egos, la arrogancia y hasta recientemente una sensación de impunidad, a veces son más influyentes que los cálculos políticos racionales en estas situaciones, y para muchos esto explica la sorprendente noticia de que Wolfowitz y Gonzales siguen en sus puestos. Otros lo explican como resultado de que ambos son figuras íntimas del circuito interior del presidente, en particular Gonzales, quien ha sido abogado y socio de Bush desde sus tiempos como político en Texas.
Por lo pronto, aún se aceptan apuestas en el casino de Washington.