La elección del cardenal Joseph Ratzinger a la jefatura del Estado Vaticano señala una importante decisión del cuerpo colegiado que dirige el catolicismo que influirá en el destino mundial de los primeros lustros del siglo XXI. La gran pregunta que todos se hacen tiende a dilucidar cuál será el rumbo futuro del poderoso movimiento religioso. […]
La elección del cardenal Joseph Ratzinger a la jefatura del Estado Vaticano señala una importante decisión del cuerpo colegiado que dirige el catolicismo que influirá en el destino mundial de los primeros lustros del siglo XXI. La gran pregunta que todos se hacen tiende a dilucidar cuál será el rumbo futuro del poderoso movimiento religioso.
Las primeras interpretaciones son simplistas. Que Ratzinger haya sido miembro de la Juventud Hitleriana no significa que vaya a aplicar la teoría nazi fascista en su conducción de la Iglesia. En Alemania, en la década del treinta el acatamiento a Hitler, la devoción nacionalista y fanática por aquél líder, eran casi unánimes. Después, muchos han rectificado, han madurado, comprendieron su error. No es decisivo, igualmente, que haya combatido sirviendo en una batería antiaérea. Tampoco es procedente comparar la actual Congregación de la Doctrina de la Fe, que dirigió Ratzinger en los últimos veinticinco años, con su antecedente: la Inquisición medieval que quemó, torturó y reprimió en nombre de la Fe.
Más orientadora, me parece, es la homilía que pronunció en la misa celebrada poco antes de su elección. Ratzinger advirtió en ella contra cualquier desviación que incurra en lo que llamó el «relativismo», o sea la negación de lo definitivo y la afirmación del ego como juez supremo. El relativismo implica que otros credos son igualmente válidos junto al catolicismo. El cristianismo, afirmó el entonces Cardenal, se ve zarandeado por el marxismo, el liberalismo, el radicalismo, el ateísmo y el individualismo. Condenó las sectas, apelativo para las religiones protestantes en el Vaticano. Tener una Fe clara es calificado ahora de fundamentalismo, pero el relativismo implica dejarse llevar por cualquier viento doctrinario, sin firmeza, añadió.
Para muchos cardenales esa homilía significó que Ratzinger disponía de una clara visión, de una estrategia cristalina y lúcida para desarrollar el legado de Juan Pablo II, que debe mantenerse a toca costa, según interpretaron muchos. Otros, entre ellos su biógrafo John Allen, estiman que los años bajo el nazismo enseñaron a Ratzinger que el mejor antídoto contra el totalitarismo político es el totalitarismo teológico. Piensa que el Catolicismo sirve mejor a la libertad humana restringiendo la libertad espiritual, es decir, con una absoluta ortodoxia sobre lo que se predica y se practica. Ratzinger ha penado y reprendido a muchos teólogos por apartarse de esas sencillas máximas.
Desde su cargo dirigente en la Congregación de la Fe ha denunciado la Teología de la Liberación, el homosexualismo, el feminismo, el transexualismo, el aborto, el divorcio, el sacerdocio femenino, el matrimonio de los eclesiásticos, el control de la natalidad y el condón. Estima que el único fin del intercambio sexual es la reproducción humana. Ha acusado al Concilio Vaticano II, que acometió una modernización a fondo de la Iglesia, como causante de «excesos corrosivos». Su política favorece la purificación de la doctrina, aún a costa de la pérdida de prosélitos. Mejores, aunque seamos menos, es su divisa.
Estos antecedentes han causado que la imagen con la cual Ratzinger ha llegado al Papado, sumamente negativa, se haya expresado en innumerables editoriales, artículos de análisis y caricaturas en todo el mundo. Es, probablemente, el Papa que peor estado de opinión ha creado con su elección. «Enemigo de la modernidad, intransigente, del nazismo al Vaticano», son algunos titulares con que lo ha acogido la prensa liberal europea.
Quienes le conocen lo califican de un hombre reservado, propenso al intimismo, algo tímido, incluso. También se le ve como un teólogo brillante, espiritual, de un altísimo coeficiente de inteligencia y un claro expositor de sus conceptos. No será un Papa viajero como Wojtyla sino un pastor, más dedicado a los asuntos de orden interno, más propenso a la reflexión y la ideología que a la comunicación masiva, como fue el Papa polaco. Cree Ratzinger que el gran combate del mundo ocurre dentro de las mentes de los seres humanos: nuestra era será de una batalla de ideas. Hay quienes estiman que Ratzinger no es un hombre dado al diálogo mientras que otros creen que sabe escuchar y trata siempre de comprender las razones de su interlocutor. Es sumamente analítico y especulativo. Otros lo califican de tradicionalista, moralista, doctrinario. Se le ve como un hombre de temperamento frío, nada efusivo ni espectacular como fue Wojtyla. Todos estiman que es sumamente ordenado y metódico en su actividad eclesiástica. Sabe animar una lealtad ciega en sus colaboradores.
Por su avanzada edad, setenta y ocho años, se le ve como un Papa de transición, dado que su reinado será corto. Tras cumplir su sexagésimo aniversario sufrió una ligera hemorragia cerebral, según su biógrafo John Allen. También se ha dicho que es un cardiópata que ha sufrido un infarto leve y puede morir repentinamente en caso de repetirse.
Ese es el nuevo dirigente que orientará muchas maniobras geopolíticas y la vida ética y espiritual de mil cien millones de seres humanos.