Solamente quienes miran la política formateados por las lógicas occidentales y alimentados por las narrativas hegemónicas estarán esperando virajes y siendo expectantes respecto de la política iraní, de acuerdo a los resultados electorales recientes. La primer gran lección que nos ha ofrecido la Revolución Islámica y el pueblo iraní es que en la República Islámica […]
Solamente quienes miran la política formateados por las lógicas occidentales y alimentados por las narrativas hegemónicas estarán esperando virajes y siendo expectantes respecto de la política iraní, de acuerdo a los resultados electorales recientes.
La primer gran lección que nos ha ofrecido la Revolución Islámica y el pueblo iraní es que en la República Islámica de Irán es muy difícil intentar siquiera un montaje como los que ya intentaron algunos años atrás con muy malos resultados, en las elecciones presidenciales de 2009, desde donde se pretendía erosionar y cuestionar el sistema político persa.
La última elección que tuvo a Mahmud Ahmadineyad como triunfador fue la excusa con la que mercenarios históricos pretendieron subvertir los resultados, cuestionarlos e impulsar tempranamente una suerte de «rebelión» islámica que luego en clave árabe practicaron en el Magreb. Muy similar a la maniobra que hoy está ejecutando Capriles Radonski en Venezuela.
Estas elecciones que dieron por presidente a Hassan Rohani fueron no sólo muy masivas (con cerca del ochenta por ciento de los electores votando), sino que además ofrecieron un arco político absolutamente homogéneo en cuanto a las líneas largas de la política iraní.
La pregunta que atolondradamente se apresuran a responder las agencias internacionales con su típica liviandad y «orientalismo» (Said) es ¿qué vendrá con la llegada del bautizado «reformista» Rohani? Y la respuesta que aseveran es que «se vienen reformas».
Por eso es que vamos a insistir en cuanto a la homogeneidad respecto de las líneas largas estratégicas de la Revolución Islámica. Lo primero que debemos destacar es que el presidente electo no sólo es un clérigo sino que ha sido secretario personal del máximo Líder de la Revolución, seied Alí Jamenei. Eso que el presidente electo Rohani lleva en su cabeza es una amama (turbante), típico de un sheij shía -simplemente porque es un sheij shía. Es decir, no sólo se trata de un shía sino de un sheij, y de un colaborador del líder Jamenei. Y no corresponde que nadie abrigue esperanzas de que habrá una suerte de «reconciliación» con el enemigo letal de la revolución: los Estados Unidos.
Cualquier modificación en las relaciones internacionales se corresponderá con las relaciones de poder y la capacidad de maniobra de la Revolución Islámica. Si algo aprendieron los iraníes desde los años ochenta para aquí es que no puede confiarse ni un ápice en la seducción diplomática imperial y que los Estados Unidos no ahorran en sangre para sabotear la Revolución. El propio Jamenei tiene su cuerpo mutilado por esos atentados arteros de los primeros tiempos de la Revolución.
Las operaciones de construcción del Gran Medio Oriente (como definen Clinton, Kerry y el propio Obama a sus pretensiones para el Oriente fértil) encuentran en la República Islámica de Irán un obstáculo insalvable que a esta altura del desarrollo de las operaciones en el Magreb no pueden terminar de resolver según su antojo; sumado al empantanamiento y derrota de la operación de desestabilización en Siria, obligan a los norteamericanos a reconocer el despliegue de la potencia regional en que se ha convertido Irán, articulando un eje común con la Siria de Assad y la resistencia patriótica libanesa.
El acuerdo de cooperación energética del 2010 entre Irak, Irán y Siria para la construcción de un gasoducto (South Pars a Homms) que conectaría el Golfo Pérsico con el Mar Mediterráneo, alternativizan las vías energéticas turcas. Lo mismo con los recientes acuerdos concretados con Pakistán y Afganistán para la construcción de poliductos internacionales. Todo esto, posiciona a la República Islámica de Irán en una situación de fuerza que no puede ignorarse.
Desde los tiempos de la predicación de seied Rubollah Jomeini (fundador y líder de la Revolución Islámica), Irán tiene muy claros sus objetivos y quiénes son sus enemigos. No son los presidentes los que allí pueden definir las políticas de relaciones y qué tipo de relaciones mantener con otros estados y otras potencias. No conocer el sistema político iraní es lo que obtura la posibilidad de conocer los verdaderos núcleos de poder de la Revolución.
Quienes han definido como «reformista» al presidente electo no pueden ni deben abrigar de ninguna manera la idea de que se suspenderán las investigaciones científicas y tecnológicas, ni se suspenderá la política de desarrollo atómico, y mucho menos la reivindicación de la soberanía palestina y la caracterización de Israel como estado usurpador, terrorista y ocupante. Los derechos civiles que pregonan los medios occidentales como bandera del presidente electo no serán de libertad sexual respecto de homosexualismo, ni de promoción o legalización del aborto ni del consumo de alcohol o estupefacientes.
La política exterior de cooperación y promoción de núcleos de asociación militar y comercial alternativos a los hegemonizados por el imperialismo anglosajón, sea la Organización para la Cooperación de Shangai que tiene a Irán como miembro observador, o la propia alianza islámica que enhebra, incluso su creciente presencia fortaleciendo el eje Sur-Sur en Nuestra América, tampoco están en cuestión por la nueva administración electa.
La prensa internacional presenta los resultados de las elecciones persas como la victoria del único candidato «reformista» frente al resto «extremista». Eso, por un lado, es la pretensión de encorsetar y sobredeterminar los primeros pasos de la política exterior de Rohani. Pretensión ilusoria. Pero además desnuda la superficialidad de la lectura política que hacen de la buena salud de la Revolución, de sus fortalezas, de sus certezas y de su destino como punta de lanza antiimperialista.
No hay posibilidad de autonomizar la política exterior por fuera de la voluntad del pueblo islámico shía iraní expresada en las orientaciones del líder Jamenei. Ni posibilidades formales ni posibilidades reales. Si la posición de fuerza de Irán requiere de nuevas formas de relacionamiento que no renieguen de sus principios revolucionarios, pues estas nuevas formas llegarán no por concurso de uno u otro reformista sino por fuerza de la historia y el presente.
En conclusión, así como Barak Obama no redunda en una política distinta que la de Bush respecto de la depredación guerrerista por el mundo, lo mismo pasa en Irán respecto de su vocación antiimperialista.
Fernando Esteche es Licenciado en Comunicación Social y Profesor Titular de Relaciones Internacionales y Comunicación en la UNLP, Argentina.