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Rusia-China y EEUU: postales de un nuevo mundo convulsionado

Fuentes: Rebelión

Las últimas semanas fueron particularmente convulsionadas en el ámbito de las relaciones internacionales: al recrudecimiento de los conflictos en el este de Ucrania, tras la injerencia norteamericana en la región y la decisión rusa de involucrarse en el desarrollo de los acontecimientos, se sumó el viaje de Barack Obama a Filipinas, con la intención de […]

Las últimas semanas fueron particularmente convulsionadas en el ámbito de las relaciones internacionales: al recrudecimiento de los conflictos en el este de Ucrania, tras la injerencia norteamericana en la región y la decisión rusa de involucrarse en el desarrollo de los acontecimientos, se sumó el viaje de Barack Obama a Filipinas, con la intención de «poner un freno» a China en el propio territorio de Asia. ¿Qué relación hay entre estos hechos? ¿Estamos ante el inicio de una escalada de violencia que podría llegar a desembocar en una guerra regular, tal como afirman algunos analistas?

Al momento de escribir estas líneas, la diplomacia norteamericana atiende varios focos de conflicto simultáneos: Ucrania-Rusia; Filipinas-China; y por supuesto su otrora «patio trasero», América Latina, siempre entre sus objetivos geopolíticos. Decíamos, hace poco tiempo atrás, que el progresivo declive de EE.UU. en su papel de «hegemón» mundial había permitido el desarrollo de nuevas potencias, entre las cuales, por peso demográfico, económico, político y social, China y Rusia tenían un papel preponderante -sin denostar, claro, el papel de Brasil en particular, y de América Latina en general, en el concierto mundial-.

Ahora bien: los acontecimientos se han precipitado en Ucrania. Tras el ´autoproclamamiento´ de nuevas autoridades en Kiev -con abierta injerencia de Washington-, regiones del sureste ucraniano se han levantado contra estos hechos, autoproclamándose también como «Repúblicas Populares». La respuesta de las Fuerzas Armadas de Kiev ha sido la militarización de esta región, a fin de evitar la extensión de políticas de resistencia a las autoridades centrales y como intento de «recuperar el control» sobre la zona.

A su vez, días atrás manifestantes favorables a Kiev produjeron un incendio en un sindicato de la ciudad portuaria de Odesa, con el lamentable saldo de 46 muertos y alrededor de 200 heridos, todos ellos prorrusos. Esta verdadera cacería, producto del accionar criminal de activistas ultranacionalistas, tuvo una cobertura «ascéptica» de parte de grandes medios privados europeos, como por ejemplo ABC o El País de España, quienes prefirieron omitir en sus titulares los responsables y las víctimas de semejantes hechos, en una deliberada operación de «construcción» de realidad.

Washington no sólo ha fogoneado el inicio de estos acontecimientos, con su injerencia sobre la política interna de Kiev, sino que ahora además ha adoptado nuevas sanciones contra Moscú, medidas que han afectado a siete personalidades y 17 empresas rusas. La respuesta «geopolítica» del Kremlin fue inmediata: el canciller Lavrov realizó esta semana una gira por América Latina, mostrando la vocación de ampliar la cooperación económica y política con la región, que ha mostrado en la última década una creciente autonomía de Washington a partir de la emergencia de diversos gobiernos de índole posneoliberal. El primer lugar donde aterrizó Lavrov fue La Habana, desde donde condenó enérgicamente el bloqueo norteamericano sobre la isla.

Llegados a este punto, el lector se preguntará ¿y cuál es el papel de China en este contexto de convulsión? Simple: su papel de segunda economía a escala mundial, su crecimiento sostenido, con tasas de un 10% anual desde hace años, y su liquidez financiera ha hecho que diversos países de América Latina, por ejemplo, busquen la cooperación del «gigante asiático». A esto se le suma, además, la visión pragmática de la diplomacia de Beijing, quien a diferencia de Washington no ha buscado el involucramiento en la política interna de los países de la región. La construcción del Canal de Nicaragua, por ejemplo, producto de un acuerdo de inversión de fondos chinos en la región para pararse como una alternativa el Canal de Panamá -construido por EE.UU. a inicios del Siglo XX- es una muestra del «desembarco chino» en América Latina.

El crecimiento general de China, incluso en el ámbito militar, sumado a esta apertura de nuevos mercados, ha preocupado a Washington, quien lo visualiza como un competidor de primer orden en el nuevo escenario global. La reciente visita de Obama a Filipinas, país contra el cual China tiene disputas territoriales pendientes por la soberanía de varios islotes en el Mar de China Meridional -donde se presume la existencia de reservas de gas y petróleo-, ha sido sin dudas un intento de desafío a Beijing. La «cooperación» militar de EE.UU. en territorio filipino será por diez años, e incluirá no sólo la llegada de miles de soldados norteamericanos: también está prevista la construcción de unas cinco bases militares, de acuerdo a lo informado días atrás por el Vicesecretario de Defensa filipino, Pío Batino.

Como se ve, el convulsionado escenario de las últimas semanas obedece principalmente a un factor: el progresivo declive de Washington en su papel hegemónico en el concierto de las naciones y la aparición de un nuevo mundo multicéntrico y pluripolar, con expresiones como China y Rusia ampliando su poderío económico, político y militar. Por el momento la escalada de violencia y amenazas diplomáticas no da paso a una guerra regular, aunque a futuro ello no podría descartarse de plano, tal como advierten algunos analistas internacionales. Como sea, vivimos nuevos tiempos, alejados del «Consenso de Washington» que se desató a escala mundial como subproducto de la caída del Muro de Berlín. Será un desafío para Moscú y Beijing, en este marco, el poder avanzar en políticas de cooperación mutua que permitan no sólo el crecimiento de ambas naciones, sino además el fortalecimiento de la pluripolaridad en el nuevo escenario geopolítico mundial.

Juan Manuel Karg. Licenciado en Ciencia Política UBA. Periodista e investigador del Centro Cultural de la Cooperación – Buenos Aires.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.