Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid y ensayista, habla en esta entrevista sobre la actual situación de Rusia, su proyección geopolítica en el escenario internacional y los últimos acontecimientos protagonizados por este país en relación con la victoria de Hamás en las elecciones palestinas, entre otras cuestiones de la actualidad de la región
¿Cómo han repercutido los últimos quince años en la configuración de la sociedad y del Estado ruso?
Es bien sabido que en el terreno social el hundimiento del sistema soviético fue acompañado de una crisis muy aguda, a la cual no podemos atribuir en exclusiva ese hundimiento ya que en realidad venía de antes. Si se trata de resumir la situación en un solo dato diré que el porcentaje de población que vive por debajo del umbral de la pobreza acaso se sitúa en un 30-35% de los ciudadanos, algo que se convierte en un elemento fundamental de descrédito del sistema que ha cobrado cuerpo.
En el terreno político, en el mejor de los casos, Rusia es una democracia de muy baja intensidad, en la cual se respetan algunas reglas del juego en la medidad en que hay partidos, que hay medios de comunicación diferentes, pero creo que las pulsiones autoritarias son cada vez más poderosas, algo que se refleja, por ejemplo, de la mano de una situación muy delicada en materia de derechos humanos que tiene su concreción clara en ese escenario dramático que se llama Chechenia.
¿Cuál es la situación de los medios de comunicación rusos?
Putín ha procurado cancelar la independencia de aquellos medios de comunicación que simplemente emitían discursos disonantes con la política del Kremlin y tenían eco en la población, subrayo este matiz: si alguien se pregunta si en Rusia se puede publicar hoy un libro crítico de la figura del presidente, diré que sí. Lo que es muy difícil es que ese tipo de literatura, o ese tipo de prensa o de radio o de televisión alcance realmente a la población.
Putin ha actuado contra aquellos medios de ámbito estatal, que disfrutaban de crédito, que tenían su público, algo que a buen seguro se traducía a la postre en un criterio, en términos de opinión general, que no era muy proclive al Kremlin. En este caso se ha confirmado con absoluta crudeza algo que por ejemplo se ha plasmado, cuando ha habido elecciones, en un discurso monocorde a favor de Putin, o, en el caso de las elecciones generales, de los candidatos presentados por el Kremlin.
El panorama, por tanto, en términos de medios de comunicación, es muy delicado, pero vuelvo a subrayar, que esto se produce no tanto porque no se puedan emitir juicios críticos con las políticas oficiales sino que esos juicios sólo tienen canales muy marginales para expresarse. Alguien diría que la situación no es muy diferente entre nosotros, claro…
La Unión Soviética, como gigante económico y energético, mantiene una alianza con China que finalmente acaba en ruptura. Rusia, pasada la caída de la URSS, aunque con conflictos heredados de aquella época, podría estar encarando una nueva relación de cara a la configuración de un nuevo actor geoestratégico importante con la posible alianza de ambos países, lo cual podría complicar las aspiraciones norteamericanas. ¿Qué lectura nos podrías dar al respecto?
Yo soy bastante escéptico con respecto a las aproximaciones entre Rusia y China. Lo soy, en primer lugar por una razón: ninguna de las dos es una potencia tecnológica. Muchos de los pronósticos sugieren que los Estados Unidos sólo tienen que preocuparse cuando se verifiquen aproximaciones entre potencias de rango secundario, siempre y cuando alguna de ellas incorpore un desarrollo tecnológico notable, algo que sucede en el caso de Japón o de la Unión Europea, pero no en el caso de Rusia y de China.
Al margen de eso, la relación bilateral de estos dos países, siendo hoy bastante más cálida y plácida que en el pasado, sigue planteando problemas. Hay discrepancias con respecto a las fronteras, en Rusia hay un creciente recelo en lo que se refiere a una posible invasión demográfica pacífica china de una zona, Siberia, muy despoblada y que probablemente, con el paso del tiempo y determinado derrotero de los acontecimientos, podría traducirse en un cuestionamiento de la soberanía rusa sobre el territorio.
Las relaciones comerciales, con haber crecido bastante, siguen claramente marcadas por el protagonismo chino, con lo cual me imagino que Rusia también contempla con algún recelo determinados flujos que pudieran hacerse valer en este sentido.
Agrego, con todo, una observación. Si mi tesis general es que las condiciones objetivas no son muy propicias a una aproximación franca entre Rusia y China, es verdad que la prepotencia que impregna la política de los EEUU, podría generar un escenario adecuado para que esa aproximación se produjese, no tanto en virtud del designio o de las condiciones naturales de estos agentes, sino de resultas de la necesidad inexorable de dar réplica a la prepotencia y a la agresividad de los EEUU.
Parecería que la nueva etapa liderada por Putín se aproximase a la tradición de la ‘Rusia imperial’. ¿En qué medida piensas que esto refleja la realidad?
Creo que este es un designio que está claramente en los proyectos del Kremlin, pero la realidad apenas permite sacarlo adelante. No nos engañemos, Rusia sigue siendo una potencia internacional de segundo orden. Si no lo es de tercer orden es porque dispone de riquezas ingentes en términos de materias primas energéticas. Pero esto que digo creo que conviene afirmarlo en todos los órdenes de la vida rusa.
En las últimas semanas no me he cansado de repetir que nuestros medios de comunicación subrayan que Putin es un dirigente propenso a acciones autoritarias, pero dan por descontado que se está saliendo con la suya. Yo creo que conviene recelar de esta manera de ver las cosas. Putin no ha reenderezado un frágil Estado federal, tampoco ha conseguido que los rusos más pobres empiecen a contemplar con ojos más optimistas el futuro, no ha conseguido resolver de modo alguno, aunque tal vez no le interese, el conflicto de Chechenia, tampoco ha colocado a su país en un papel prominente en el escenario internacional. Todo esto me invita a pensar que, aunque esas pulsiones que invocas existen, las realidades materiales obligan a Rusia a ser mucho más prudente o a mostrarse contenida, acaso no siendo éste su proyecto, pero probablemente llevada de la condición objetiva de los hechos.
¿Tiene derecho Chechenia a ser un país independiente? ¿Debe esto reconocerse por fin para que de paso Rusia acabe con una presión destacable de su frontera Sur, o tiene tantos intereses demográficos o de minorías rusas en Chechenia Moscú, como para continuar con la política que ha manetnido hacia este lugar?
Yo defiendo el derecho de autodeterminación en todos los casos, y en un caso como el de Chechenia con aún más peso, cuando hay una gran potencia que ejerce una violencia inusitada. Lo que ocurre es que este no es el criterio mayoritario en el seno ni de la comunidad internacional ni de nuestras opiniones públicas. Creo que es llamativo que hoy no haya ningún Estado que reconozca una Chechenia independiente, con lo cual lo estamos diciendo todo. El criterio que cobra cuerpo entre nosotros aconseja mantener una relación fluida con Rusia, un país que sigue siendo importante, que es un abastecedor fundamental de materias primas y energéticas, y eso coloca a la causa de la independencia de Chechenia en un papel menor. Pero hay que poner el dedo en la llaga de tantas personas que se muestran solidarias con otras causas y prefieren olvidar en cambio la de Chechenia, como si éste fuera un pueblo apestado que no mereciese solidaridad. Nos encontramos, en cierto sentido ante las secuelas de esa categoría de los llamados conflictos olvidados que no son olvidados sólo por los medios de comunicación y la opinión pública, también por nuestra izquierda que demuestra una permanente atención ante lo que ocurre en Iraq y Palestina, y hace, por cierto, muy bien, pero prefiere olvidarse de otros conflictos en los cuales la presencia norteamericana no es tan evidente. Yo creo que tenemos que revisar mucho nuestras concepciones al respecto.
En las últimas semanas, Moscú ha mantenido un cierto acercamiento hacia los nuevos gobernantes palestinos, contradiciendo así de manera palmaria la posición de los EEUU y de Israel. ¿Cómo has visto estos acontecimientos?
Lo primero que debo decir es que el Oriente Próximo es una región muy sensible para todos, pero singularmente para Rusia porque al fin y al cabo es su patio trasero. En esa región, desde siempre, Rusia procura abrirse paso, ejercer influencia, o al menos aparentar que la ejerce. Cuando defiende posiciones más o menos independientes de las avaladas por las potencias occidentales en relación con Palestina, en relación con Irán, yo creo que el elemento motor fundamental es éste.
La cuestión de Hamás ha revelado como en Moscú han colocado en una situación difícil a las cancillerías occidentales que a buen seguro habían manejado el horizonte de abrir conversaciones con Hamás. El que más y el que menos sabe que no se puede situar en el mismo carro a Hamás y Al Qaeda. Hamás es un movimiento resistente en un país ocupado frente a las resoluciones de las Naciones Unidas y además ha ganado unas elecciones, lo cual, probablemente, obligaba a Moscú y obligará a las cancillerías occidentales a analizar los hechos en términos muy diferentes de aquellos que han cobrado cuerpo en las últimas semanas.
Esta es la lectura optimista. La pesimista subraya que aquello que se demanda de Hamás, refleja del lado, tanto de Moscú, como de las potencias occidentales, una dramática incomprensión sobre lo que ocurre en Palestina. Yo entiendo que se pida a Hamás que abandone la violencia, entiendo menos, porque no creo que sea un requisito fundamental, pero al fin y al cabo forma parte de las reglas del juego, que reconozca el Estado de Israel. Pero hay una tercera petición que se hace a Hamás que es realmente lamentable; se le está pidiendo a Hamás que acepte los planes de paz iniciados en el decenio de 1990. Muchos palestinos han votado a Hamás, ya no tanto para criticar la corrupción de la Autoridad Nacional Palestina, sino para rechazar agriamente unos acuerdos que en el mejor de los casos, y subrayo esta cláusula, apuntaban a la crecaión de un Estado palestino claramente supeditado a la lógica colonial del Estado de Israel. Si las potencias occidentales no toman nota de que hay que revisar drásticamente esa exigencia tanto más cuanto que el propio Estado de Israel ha dado por enterrados esos acuerdos de paz, me temo que a duras penas va a emerger nada diferente, sea de la mano de Moscú, sea de la mano de París o sea de la mano de Washington.