Recomiendo:
0

Cronopiando

San Wotjila

Fuentes: Rebelión

Ojalá que nadie advierta en este artículo otro afán que no sea el de ayudar, el de contribuir con la mayor celeridad posible a la necesaria canonización de Juan Pablo II, San Wotjila. Para que sea el Santo Padre elevado a los altares, según he sabido, se precisa, amén de algunos requisitos técnicos fácilmente subsanables […]

Ojalá que nadie advierta en este artículo otro afán que no sea el de ayudar, el de contribuir con la mayor celeridad posible a la necesaria canonización de Juan Pablo II, San Wotjila.

Para que sea el Santo Padre elevado a los altares, según he sabido, se precisa, amén de algunos requisitos técnicos fácilmente subsanables por la curia romana, los testimonios de diez milagros obrados por San Wotjila durante su vida; diez hechos milagrosos de los cuales ya han aparecido nueve, alguno incluso referido por un cardenal que han narrado con todo lujo de detalles cómo estando afectado de una grave dolencia, acertó a poner San Wotjila su piadosa mano sobre su enferma frente y ya, al retirarla segundos más tarde, la enfermedad había sucumbido, siendo sanada su eminencia.

Falta, por consiguiente, que se le acredite un milagro más a San Wotjila para cumplir con su obligada cuota milagrera y no voy a ser yo quien demore, por discreción o timidez, momento tan excelso.

Así que, con el debido respeto y en aras sólo de la verdad, hago de público conocimiento el milagro obrado en mi persona cuando ya la muerte, empeñada en llevarse al pontífice a la vida eterna, rondaba a Su Santidad y este, únicamente por padecer unos días más tan gozoso tránsito, se empeñó en agotar todos los recursos humanos y profesionales de la medicina, sólo, repito, para seguir sufriendo el feliz calvario de la vida terrenal antes de encontrarse con Dios en el Paraíso.

En esos días en que se mostraba a través de las ventanas vaticanas, ya muy quebrantada su salud, hallábame yo en Santo Domingo, penando la soledad de una vida vegetativa a la que le faltaba el amor para ser digna de considerarse humana. Transformado desde muchos años antes en un vegetal, penaba mi repollero celibato, casi resignado a no volver a ver la luz del sol ni ser bendecido por la lluvia redentora, hasta que una tarde, desesperado, caí de hinojos en el baño, con todo y endocarpios y pericarpios, derribado por un fuerte dolor abdominal que hubiera achacado al maligno en sus perversos designios, de no haber sido porque era consciente de la gloriosa ingesta de txistorra y pimientos del Piquillo que había acometido una hora antes.

Entre dolorosos espasmos se confundían alma e intestinos cuando, en un postrero gesto de lucidez, me encomendé a San Wotjila para que obrase en mi tallo su milagro de amor y paz y devolviera a mis hojas su perdida y humana condición.

Y hé aquí que, de improviso, comenzaron a caérseme los pericarpios y endocarpios y demás vegetales atributos hasta ver florecer de nuevo mis dos brazos, mis dos piernas, incluso mi cabeza que ya no era el bulbo en que se convirtiera y, sobre todo, un pujante corazón humano que latía con inusitada fuerza y devoción. Otra vez era yo, de nuevo en el espejo reconocía mi rostro y feliz, ¡gloria a Dios! salí del baño celebrando mi suerte y agradeciendo a San Wotjila el milagro cuando, el tiembre de la puerta anticipó la llegada de una virgen de Azpeitia en cuyos ojos infinitos, azules como el cielo que me bendecía, terminó de operarse el milagro de mi conversión.

Y así fue que el repollo, que algunos dieran en llamar tayota no obstante su sabor a perejil, en que me había transformado, retomó su natural condición humana y, de la mano de la vasca aparición, me entregó de nuevo a la gloria del amor.

Todo lo cual refiero, para que sea considerado ese décimo milagro que haga posible, sin mayores dilaciones, la elevación a los altares de San Wotjila…a quien propongo como santo patrón de los tubérculos y de los repollos.

[email protected]