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Cronopiando

Santo Domingo a oscuras

Fuentes: Rebelión

Santo Domingo es un sordo rumor insoportable, que nos levanta pero no nos despierta y nos acuesta pero no nos duerme, un oscuro zumbido persistente que se prende y apaga, un runrún estelar y monocorde que se va y que se viene, que nos coge y nos deja sudando maldiciones al borde del colapso, la […]

Santo Domingo es un sordo rumor insoportable, que nos levanta pero no nos despierta y nos acuesta pero no nos duerme, un oscuro zumbido persistente que se prende y apaga, un runrún estelar y monocorde que se va y que se viene, que nos coge y nos deja sudando maldiciones al borde del colapso, la asistida respiración de una ciudad insomne a la que primero le negaron el sueño y a la que ahora no la dejan dormir.

A un apagón sucede otro apagón mientras pasa la noche entre apagones a la espera de otro día sin luz.

Santo Domingo es una planta desalmada y ajena, el estruendo que siempre prevalece sobre cualquier otro ruido y que, al final de la jornada, terminará apagando las bocinas, los timbres, los ladridos, la radio, los canales, las voces que repiten las esquinas, el chinesco teatro de las velas prolongando las sombras en la calle.

Santo Domingo es un motor que pende sobre cuatro millones de carajos, de gritos, de blasfemias, de escatológicos y maternales ensalmos, de cojollos.

Santo Domingo es un país varado en el naufragio de un apagón eterno, de un maldito atropello que sólo será historia el día en que este pueblo, felizmente, se «jarte» de que lo tomen de relajo y por pendejo y ponga a cada quien en su lugar.

Y mientras tanto, que a nadie se le ocurra pretender una respuesta, que nadie vaya a preguntar hasta cuando, que nadie interpele al Congreso, que nadie cuestione al presidente, a cualquier presidente… para que no tengamos que asistir entonces al amargo y reiterado trance de escuchar un nuevo plazo, otra promesa más, una solución «definitiva», mientras pagamos, a cambio de apagones, la energía más cara del mundo.

Mejor pensemos que Edison no existió nunca, que el siglo pasado lo tenemos delante, que nuestros nuevos retos son nuestras viejas cuentas.

Hasta que podamos declarar, quién sabe cuando, el milagro de la luz y volvamos a fundar la República.

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