Nota de edición: Ya se sabe que el premio Nobel de la Paz acostumbra a ser otorgado a políticos con una agenda favorable a Occidente, más que a activistas independientes por la paz. El premio de este año a Abiy Ahmed puede pertenecer al primer grupo. * En octubre al menos setenta personas fueron asesinadas […]
Nota de edición: Ya se sabe que el premio Nobel de la Paz acostumbra a ser otorgado a políticos con una agenda favorable a Occidente, más que a activistas independientes por la paz. El premio de este año a Abiy Ahmed puede pertenecer al primer grupo.
*
En octubre al menos setenta personas fueron asesinadas en Etiopía en actos de violencia étnica sin que la policía actuara para impedirlo. No era la primera vez que ocurría desde que Abiy Ahmed fuese nombrado primer ministro hace dos años.
Salam es una joven de Rapsu, una comunidad de campesinos pobres -producen qat, café y machila- cercana a la ciudad de Harar, al este de Etiopía. Cuando la entrevisté acababa de asistir al funeral de dos parientes asesinados durante la violencia de esos días.
«Eran dos hermanos, entraron en su casa, los mataron a golpes con varas y piedras, quienes lo hicieron eran jóvenes de la zona, uno de los hermanos logró salir corriendo pero lo persiguieron, intentó refugiarse en la comisaría de policía, pero los policías nada hicieron para salvarlo», dice.
La familia de Salam es nefteña, como se conocen a los cristianos ortodoxos llegados desde Amahra cuando el emperador Menelik II conquistó Harar a finales del siglo XIX. Los nefteña, a pesar de ser cristianos ortodoxos, hablan oromo -Salam misma se considera oroma- pero la mayoría en la zona son musulmanes y ven a los nefteños como enemigos.
Los actos de violencia -Harar no fue la única zona que conoció la violencia étnica durante esos días de octubre- se desataron cuando el gobierno mandó retirar a la policía que daba seguridad a Jawar Mohammed, un oromo radical nacionalista y líder de los jóvenes oromos, conocidos como qeerroos. Jawar estaba asustado. Desde que Abiy era primer ministro había habido varios crímenes políticos y llamó a sus seguidores para que le protegieran.
En junio de este año Ambachew Mekonnen, un militar nacionalista radical amhara -sus retratos están todavía desplegados como un héroe en Gojjam-, fue asesinado en un incidente etiquetado como golpe de estado fallido en el que también murió asesinado el jefe del Estado mayor de las Fuerzas Armadas Seare Mekonnen, un general tigriño. En julio del año pasado Semegnew Bekele, el ingeniero jefe de la Gran Presa Renacimiento en el Nilo, murió de un disparo en la nuca en su coche en el centro de Addis Abeba. Abiy había generado una polémica sobre el futuro de la presa. Etiopía está enfrentada por ella con Egipto. La policía lo etiquetó como suicidio pero prohibió a la familia hacer declaraciones.
La violencia étnica que agita el país no es la primera desde que Abiy gobierna. En el sur y oeste de Etiopía el año pasado cientos de miles de personas tuvieron que huir de sus casas y refugiarse en campos de desplazados huyendo de la violencia étnica. Se cometieron verdaderas atrocidades, cientos fueron asesinados y muchas mujeres violadas. Etiopía se convirtió en el país del mundo con el mayor número de desplazados.
La violencia desatada en octubre fue una sacudida a la imagen y prestigio de Aby Ahmed, quien en su primer año de gobierno -llegó al poder en la primavera de 2018- había sido visto como un profeta, aclamado, la gente lo veía como el mejor político de Etiopía en 50 años, y pensaban que el país había encontrado a alguien que podía sacarlos del atolladero en que se encontraba Etiopía. Pero la percepción está cambiando deprisa dos años después. En octubre multitudes furiosas en Addis Abeba y otras ciudades quemaron públicamente su libro recién publicado Medemer (Caminando juntos), donde presenta su filosofía política de «unidad en la diversidad», mientras gritaban «abajo abajo con Abiy Ahmed». Los jóvenes oromos estaban indignados porque Jawar Mohammed había ayudado a Abiy Ahmed a ser primer ministro movilizando a los qeerroos y ahora le quitaba la protección. Abiy Ahmed y Jawar Mohammed, por razones no claras, estaban distanciándose oscureciendo el futuro político de Etiopía.
Abiy fue criticado en esos días de violencia porque no movilizó a las fuerzas de seguridad federales para proteger a las víctimas de los qeerroo, muchas veces coaligados con la policía oroma, y guardó durante esos días silencio en vez de condenar la violencia y llamar a los jóvenes oromos a regresar a sus casas.
Salam decía que «Etiopía se está convirtiendo en un país muy violento. Tengo miedo de lo que pueda ocurrir».Abiy Ahmed, 43 años, es un militar y político de dentro del régimen. Es miembro desde su adolescencia de la Organización Democrática de los Pueblos Oromos (ODPO), un partido que estaba dentro del ERPDF (siglas en ingles), el partido organizado federalmente que ha gobernado Etiopía desde 1991. Aby quiere ahora convertir al ERPDF en un partido unitario -hay elecciones previstas en mayo- pero está encontrando muchas dificultades. El líder del ODPO Lemma Megersa, hasta ahora ministro de defensa, acaba de romper con Aby, y el TPLF, el partido de Tigray se niega a disolverse.
En el ejército Abiy Ahmed trabajó en la inteligencia, la información y las comunicaciones. Estudió computación cuando todavía era militar. De hecho fue entrenado como espía en Pretoria (Sudáfrica), donde estudió un máster en criptografía. Tiene el grado de Coronel lugarteniente. En 2010 fue elegido parlamentario por el área de Jimma, en Oromia. Fue ministro de Ciencia y Tecnología durante un año (2015-2016) en el gobierno federal. Llegó al gobierno empujado por una rebelión de los jóvenes oromos que duraba ya tres años y amenazaba con desestabilizar el Cuerno de África.
En el gobierno Abiy liberó a los prisioneros, levantó el estado de emergencia, aflojó la censura, permitió el regreso de exiliados… medidas que hicieron subir su popularidad como la espuma. Eliminó prácticas represivas que disidentes políticos dicen que están de regreso dos años después.
El acuerdo con Eritrea reconociendo los acuerdos de paz existentes es la razón de que le hayan dado el premio Nobel, pero llama la atención que la contraparte eritrea, el Presidente Isaías Afwerki, haya sido ignorado. Eritreos protestaron en Oslo el premio dado a Abiy porque las fronteras siguen cerradas entre los dos países, la línea fronteriza sigue sin ser demarcada y las detenciones arbitrarias y el servicio militar obligatorio hasta los 40 años siguen vigentes en Eritrea. El premio es visto más cómo un apoyo a la legitimidad de Abiy que a la paz alcanzada entre los dos países. Etiopía y Eritrea seguían técnicamente en guerra, pero hacía ya muchos años que no había habido incidentes.
Ya se sabe que el premio Nobel de la Paz acostumbra a ser otorgado a políticos con una agenda favorable a Occidente más que a activistas independientes por la paz. El premio a Abiy Ahmed puede pertenecer al primer grupo. Abiy ha mostrado no tener claridad, no es obvio que tenga un plan para Etiopia que no sea otro que la estabilidad y aplicar un programa neoliberal de privatizaciones. Ha guardado silencio cuando los episodios de violencia étnica han desengañado a muchos que le apoyaban al principio. Bruselas y Washington lo ven como una garantía a la estabilidad y una manera de garantizar sus intereses económicos en el gran juego que está teniendo lugar en el Cuerno de África, donde europeos, árabes, turcos y chinos se disputan el agua, los recursos y los mercados. Etiopía, con 105 millones, es el segundo país más poblado de África y es el centro de la región. Bruselas ve con pánico que Etiopía se desestabilice y llene de emigrantes sin papeles las rutas a Europa.
En Oslo están premiando a un amigo de Occidente que puede dar estabilidad antes que a un activista comprometido. Abiy puede en el discurso hablar de paz, democracia y derechos humanos, pero tras dos años de gobierno hay dudas de que esos objetivos sean su mayor preocupación. En el mejor de los casos es visto por muchos etíopes como un premio prematuro. En el peor está el ejemplo de Aung San Suu Kyi en Myanmar, laureada premio Nobel de la Paz ahora testificando en la Corte Internacional de Justicia de La Haya acusada de dirigir un gobierno genocida contra la minoría musulmana rohingya