Tras la celebración con éxito de las elecciones parlamentarias y de la primera vuelta de los comicios presidenciales, Sierra Leona aguarda una segunda ronda, que tendrá lugar mañana (8 de septiembre), y en la que será elegido el nuevo presidente del país. A diferencia de la primera fase del proceso electoral, caracterizada por la falta […]
Con este marco de fondo, la comunidad internacional (en la que también se incluyen organizaciones regionales como el ECOWAS o la Unión Africana) respiró tranquila al contemplar la normalidad con la que transcurrió la primera vuelta. Sierra Leona votó masivamente (se registró una participación del 75,8%) y lo hizo con un desbordante espíritu de ilusión y compromiso que refleja las ganas que la otrora conocida como «Atenas africana» tiene de abandonar su pasado y presente de miseria y desesperanza. Así las cosas, aparte de alguna aislada irregularidad, la organización y la gestión de todo el proceso se han caracterizado por una más que notable ejecución.
El papel de la National Electoral Commission (NEC), comandada por la ex religiosa Cristiana Thorpe (a la que algunos ven algún día como futura candidata a la presidencia), ha sido excepcional. La NEC ha sabido navegar con habilidad entre la presión de una comunidad internacional que observaba inquieta la implementación del proceso y la desconfianza de muchos sectores políticos y sociales que inicialmente la consideraban un apéndice del actual Ejecutivo. Thorpe, que ha contado con la complicidad y el decisivo apoyo de Naciones Unidas, ha sabido capear con destreza ambos problemas e incluso se ha ganado la confianza de la sociedad sierraleonesa. Este hecho ha sido fundamental para la credibilidad de los comicios.
Por todo ello, las elecciones del pasado 11 de agosto se ganaron el refrendo absoluto de la observación internacional y la etiqueta de «libres y transparentes». Sierra Leona superó con nota su primera prueba. No obstante, las elecciones presidenciales requerirán de una segunda vuelta. El ambiente de compromiso existente hasta ahora se ha evaporado y ha dado paso a un enfrentamiento abierto entre simpatizantes de los dos principales partidos que ya ha provocado alguna víctima mortal, así como la amenaza de declarar el estado de emergencia por parte del actual Presidente, Ahmed Tejan Kabbah.
¿Voto étnico-territorial o de clase?
El análisis de los resultados logrados el pasado 11 de agosto reflejan a la perfección las dinámicas políticas y sociales que subyacen en Sierra Leona. Vayamos por partes. En primer lugar, cabe preguntarse si el elevado índice de participación indica la consolidación de la democracia en el país y el compromiso social con las urnas o bien un mero uso pragmático de este instrumento por parte de la población. Teniendo en cuenta el enorme recelo que los sierraleoneses sienten hacia la democracia, la política y sus instituciones (véase informe de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación en Sierra Leona), lo más certero es pensar que los comicios han sido fundamentalmente un medio de protesta (en un clima de polarización y crispación social) o bien de defensa de los intereses comunitarios, según sea el caso.
Segundo, la lectura de los resultados no deja demasiado margen de duda. La primera vuelta ha supuesto el triunfo rotundo del opositor APC, el fracaso del SLPP, el sorprendente éxito del recién fundado PMDC (recordemos, escindido del SLPP y también de base étnica Mende) y la irrelevancia política de los otros cuatro partidos (CPP, NDA, PLP y UNPP). El histórico partido fundado por Siaka Stevens ha logrado la mayoría en el Parlamento (59 de los 112 asientos), mientras que su candidato, Ernest Bai Koroma, se ha quedado a poco más de diez puntos (44%) del 55% que exige la Constitución para alcanzar el sillón presidencial en la primera vuelta. Por el contrario, el SLPP ha perdido más de la mitad de su apoyo parlamentario, pasando de 87 a 43 escaños, y su líder, Solomon Berewa, apenas ha logrado un 38% de los sufragios, muy lejos del 70% que logró Kabbah en los pasados comicios. Esta debacle se explica por el contexto social de las elecciones de 2002, en las que el electorado priorizó por la estabilidad del país (y en ese momento suponía apostar por Kabbah), en detrimento de otros elementos de identificación. El PMDC, por su parte, ha conseguido entrar en el Parlamento con la nada desdeñable cifra de 10 escaños, mientras que el precursor y candidato del partido, Charles Margai, se ha hecho con el 14% del apoyo popular.
Un tercer aspecto tiene que ver con el análisis detallado del comportamiento electoral. La correlación étnico-territorial/partido político ha sido incontestable (recordemos, el APC tradicional representante del norte Temne y Limba y el SLPP del sur Mende). Así, el 75% de la población de los cinco distritos de la provincia norte ha votado al APC. En distritos como el de Bombali, del que es originario su candidato, Ernest Bai Koroma, dicho apoyo se ha elevado incluso hasta el 84%. Por otra parte, casi el 90% de los siete distritos de las regiones sur y este -de población Mende- han respaldado al SLPP y, en esta ocasión, también al PMDC, quien en algunas zonas ha fracturado en dos el voto del SLPP. Dos casos a destacar. En el distrito de Kailahun, donde en los años noventa se gestó el levantamiento contra el régimen del APC y se inició el conflicto armado, el SLPP ha mantenido casi el 80% de los sufragios, mientras que el único distrito en el que el PMDC ha ganado -obteniendo el 61% de los votos- ha sido el de Bonthe, al que pertenece Margai. Llama igualmente la atención la irrelevancia del APC en el sur o del SLPP y del PMDC en el norte. La mayoría de los votos que éstos han logrado en feudos adversos no tiene que ver con personas que han decidido no obedecer al voto étnico sino muchas veces se trata de miembros del mismo grupo étnico que han emigrado a esas zonas (Temnes que viven en el sur, por ejemplo). Por su parte, la población de la Península de Freetown, donde se concentra casi una cuarta parte del electorado, se ha inclinado ampliamente por el APC (65%), mientras que el SLPP ha logrado el 30% y el PMDC el 5% de los votos.
Así las cosas, la relación patrón-cliente característica de la política sierraleonesa, así como de otras tantas sociedades africanas, ha determinado buena parte de los resultados. Los presentes comicios han reforzado esta tendencia ante al temor de que se continúe «mendelizando» la política, en el caso de los votantes del APC, y ante el pánico a la pérdida de privilegios o un regreso al pasado, en el caso de los votantes del SLPP. Otros dos patrones de voto, sin embargo, han emergido durante estos comicios. Por un lado, el apoyo al PMDC, especialmente en el sur y el este, supone un «voto de castigo intra-Mende», como consecuencia del desplante que el Gobierno realizó a las milicias Kamajors (utilizadas por el SLPP durante la guerra y consideradas como héroes en esta región) o bien por el desencanto con el candidato Solomon Berewa. Por otro lado, una parte del voto en la Península ha tenido un cierto componente de «protesta» e incluso podría considerarse «un voto de clase». La legión de jóvenes desocupados, carentes de oportunidades y hastiados de su situación podrían haber votado al APC o al PMDC con independencia de su grupo étnico y con una clara voluntad de cambio. Este sector, que algunos académicos sierraleoneses ya catalogaron en su día de «lumpenprotelariado», se erige como una fuerza decisiva y un obligado objeto de estudio, a la vez que como una amenaza para el futuro del país.
Finalmente, a pesar de la irrelevancia de los resultados obtenidos por los otros cuatro partidos, los tres principales grupos no contaban con la aparición de una inesperada cuarta fuerza. El 7,3% de votos «nulos o invalidados» ha revelado el fracaso de la campaña de «educación del voto» realizada antes de los comicios y ha llevado a los dos contrincantes a intensificar su estrategia al respecto en la segunda vuelta. Si bien algunas voces han señalado que este aspecto es habitual en muchas sociedades de posguerra, no deja de ser un hecho que llame la atención.
Margai tiene la llave
El desarrollo de la segunda ronda está escenificando el «todo o nada» que unas elecciones significan en Sierra Leona. Este hecho parece lógico si se tiene en cuenta lo que ambos partidos se juegan. El SLPP podría perder el control del poder y el sistema de privilegios mantenido durante esta última década. Asimismo, muchos en el seno del SLPP temen que una victoria del APC suponga una ola de revanchismo que acabe con algunos ministros y responsables de gobierno ante los tribunales. En este sentido, algunos periódicos han empezado a hacer la lista de aquellos cargos «imputables» bien por asuntos de corrupción bien por su respaldo a fuerzas paramilitares durante la guerra. Por su parte, el APC es consciente de que la coyuntura para alcanzar el poder es inmejorable. Aunque ya ha logrado una inesperada mayoría en el Parlamento, la escasa influencia de este órgano les obliga a alcanzar la Presidencia para poder controlar las instituciones. Tras su pérdida de poder con el golpe de Estado de 1992 liderado por Valentine Strasser, el APC no quiere deambular otros cinco años por el desierto de la oposición y reabrir la crisis interna que en estos últimos meses ha logrado apaciguar ante el inicio de la contienda electoral.
Con este escenario de fondo, existe un hecho clave (e insólito por lo que representa) y es que Charles Margai y el PMDC (recordemos, de base Mende) han ofrecido públicamente su respaldo en la segunda vuelta al APC (de base Temne y Limba). El 14% obtenido por este partido en la primera vuelta será del todo determinante para la victoria de los dos finalistas. La incógnita es saber (y en un país como Sierra Leona donde no existen los sondeos electorales eso es imposible) cuál será el comportamiento del votante del PMDC y de etnia Mende. En este sentido, algunos consideran que la lógica étnica va a prevalecer por encima de la de partido y que buena parte de este sector acabará votando al SLPP («Come back to home», reza un cartel en referencia al votante PMDC). No obstante, otros consideran que el discurso de Margai, que supone la fractura del tradicional patrón étnico, obtendrá el suficiente respaldo como para inclinar la balanza a favor del APC. Sea como fuere, todo ello ha supuesto un enfrentamiento intra-étnico inédito y la posible (aunque por el momento improbable) reformulación de las líneas identitarias en el país.
Los dos partidos finalistas, especialmente el SLPP, han desplegado en esta segunda vuelta una estrategia política basada en la identidad étnica y en la manipulación de agravios pasados. Mientras que el SLPP advierte en el sur y en el este lo que podría suponer el advenimiento de un nuevo «régimen del norte», el APC de Koroma, acompañado en todo momento de Margai y el PMDC, rememoran el amplio currículum de corrupción y nepotismo de Berewa y los suyos o prometen la regeneración política del país. Toda esta situación ha degenerado en importantes enfrentamientos en algunas zonas del país y ha evocado el pasado más reciente de violencia. No obstante, el dato más alarmante tiene que ver con la movilización de milicias y ex combatientes que los diferentes partidos están haciendo en torno a sus filas con el objetivo de amedrentar a la población local. Ello ha desencadenado una rápida reacción regional e internacional ante el temor de que pueda echar a perderse el proceso de pacificación llevado a cabo estos años. Las visitas y los llamamientos públicos de altos representantes del ECOWAS, la Unión Africana o Naciones Unidas se han sucedido en los últimos días, certificando la preocupación con que la comunidad internacional observa la coyuntura sierraleonesa.
A pesar de ello, es muy probable que la población acuda nuevamente a votar en masa en esta segunda ronda. La trascendencia histórica y política del momento llevará presumiblemente a repetir el éxito de participación que se produjo en la primera vuelta, si bien es cierto, que con unas mayores dosis de tensión e incluso de violencia.
¿»Tanto monta, monta tanto»?
Sierra Leona iniciará una nueva etapa a partir del 8 de septiembre. El pacto social por la paz logrado tras el fin de la guerra se ha desvanecido y el país se ha vuelto a reconfigurar en líneas étnicas y de clase. En cierto modo, se ha perdido la oportunidad de priorizar en estos años por una estrategia de cohesión nacional que acabe con los históricos elementos de división. Así, Sierra Leona es hoy día un país más fracturado social y comunitariamente y menos optimista ante su futuro. El Gobierno entrante tiene por delante una tarea mucho más compleja y sensible que la de sus predecesores: acabar urgentemente con la miseria y la falta de oportunidades que afecta a la mayoría de la población, priorizar la restitución de las necesidades más básicas (educación, sanidad, electricidad e infraestructuras), poner fin a la dinámica de corrupción y nepotismo, apostar por la apremiante reconciliación nacional o repensar la relación de escandalosa e histórica dependencia que el país mantiene con la comunidad internacional, son algunos de los retos más significativos.
El nuevo Presidente, además, deberá enfrentar el inicial rechazo de una parte de la sociedad. La aceptación de los resultados en el horizonte inmediato se erige como algo crucial, por lo que toda sospecha o denuncia de fraude electoral abocará al país a un escenario de incertidumbre e inestabilidad. El lento recuento de los votos que la NEC hizo tras la primera ronda (hasta al cabo de dos semanas no fueron oficializados los resultados), desató inicialmente una ola de nerviosismo y desconfianza social hacia su trabajo. De ahí la importancia de que el proceso se perciba como estrictamente justo y transparente.
En cuanto al posible resultado en las urnas, lo que parece indiscutible es que será tan disputado como impredecible. El electorado del PMDC tiene la llave en un escenario donde tanto el SLPP como el APC pueden hacerse con la presidencia. A priori, éste último partido sólo está a un 6% de alcanzar la mayoría que exige la segunda vuelta, teniendo en cuenta el 44% logrado en la anterior ronda. De todos modos, un voto masivo del electorado Mende que votó al PMDC hacia el SLPP daría la victoria a éstos. Pero, ¿qué supondría el ascenso de uno u otro Gobierno?
La opción de un Gabinete SLPP liderado por Solomon Berewa presenta muchos más inconvenientes que ventajas. En términos de liderazgo, Berewa está llamado a continuar con la dinámica de corrupción y clientelismo que el SLPP ha consolidado en estos últimos años. Otros cinco años de «mendelización» de la política supondrían un alarmante varapalo para la reconciliación social y comunitaria que necesita el país. Es un hecho que las instituciones y los principales cargos de la administración están copados por personas originarias del sur y del este. Al mismo tiempo, la percepción de este problema se ha sobredimensionado entre la sociedad. El resto de grupos étnicos han desarrollado un sentimiento «anti-Mende» ante la convicción de que se está excluyendo deliberadamente al resto de comunidades del reparto del poder y los recursos. Si a este hecho sumamos que una victoria del SLPP acaba siendo aceptada por la comunidad internacional pero percibida como fraudulenta por parte de la sociedad, Sierra Leona se encontraría en uno de los peores escenarios posibles.
Un elemento sumamente interesante tiene que ver con las complicidades regionales con las que el SLPP cuenta. Los tres países más influyentes en la historia reciente de Sierra Leona (Guinea, Nigeria y Libia) han manifestado abiertamente su apoyo a Berewa, han reconocido su contribución financiera a su campaña e incluso han presionado a los cinco partidos que no disputarán la segunda ronda para que apoyen al SLPP. Algunos llamativos ejemplos. El Presidente guineano, Lansana Conté, ha tachado de traidor a Charles Margai (PMDC) por su sorprendente apoyo al APC. El caso de Guinea es especialmente interesante debido a que el apoyo responde a vínculos étnicos entre Conté y el todavía mandatario sierraleonés, Tejan Kabbah, lo que pone de relieve la importancia de las dinámicas regionales. Un segundo caso es el del ex mandatario nigeriano, Olesegun Obasanjo, cuyo apoyo a Kabbah fue decisivo durante la guerra, ha reconocido sin tapujos estar administrando fondos a la campaña de Berewa. Finalmente, el excéntrico líder libio y figura clave en la gestación del RUF y el inicio de la guerra en Sierra Leona, Muamar el Gadaffi, llenó el Estadio Nacional de Freetown en una reciente visita en la que compareció junto a los principales líderes del SLPP y reclamó «el voto musulmán» para dicho partido, cuando la convivencia religiosa supone uno de los aspectos de los que más orgullosa se debe sentir Sierra Leona.
Por lo que respecta a la comunidad internacional, detrás de la aparente (y obligada) imparcialidad, la mayoría de actores reconocen su aversión al SLPP, tras las difíciles relaciones mantenidas en estos últimos años. De manera infundada, el SLPP está utilizando como herramienta de campaña sus malas relaciones con Naciones Unidas y algún que otro organismo para sembrar dudas respecto a la transparencia del proceso. En las últimas semanas, varios periódicos pertenecientes a dicho partido han denunciado supuestas artimañas del actual Representante del Secretario General de la ONU en Sierra Leona, Víctor Angelo, a la vez que han puesto en entredicho el trabajo de Naciones Unidas en el país. Todo ello ha generado la airada reacción de algunas instituciones internacionales e incluso su amenaza de abandonar Sierra Leona.
La opción de un Gobierno APC, por su parte, mantiene una serie de incertidumbres y la segura persistencia de determinadas prácticas clientelistas y corruptas, pero en perspectiva, significaría «la victoria del menos malo». Asimismo, su presencia podría contribuir a una cierta regeneración política y supondría un importante punto de inflexión para la democracia del país en tanto que alternancia de gobierno. Esto se debe principalmente a las expectativas volcadas en su líder, Ernest Bai Koroma, y a la motivación existente en el seno del partido ante la posibilidad de gobernar de nuevo, después de sus veinte años de régimen autócrata. Los riesgos son obvios: una lógica opuesta a la del SLPP promocionando ahora a los grupos del norte, una campaña de revanchismo político que exacerbe el actual enfrentamiento político y social, viejos cuadros políticos retomando el timón del partido o un nuevo abandono de las necesidades más básicas de la mayoría de la población en favor del enriquecimiento del nuevo aparato político. De igual importancia es el papel que podría jugar el controvertido Charles Margai. Con la certidumbre de que su apoyo a Koroma no es gratuito, está por ver el rol que jugaría en un supuesto Ejecutivo (no es de extrañar que acabara quedándose la vicepresidencia) y si su partido es realmente capaz de ejercer una función de ‘checks and balances’ en el nuevo escenario. Socialmente, la victoria del APC no supondría una convulsión tan fuerte. El electorado del SLPP ya se ha hecho a la idea de que pueden perder la presidencia igual que han perdido el Parlamento (si bien piensan jugar todas sus cartas hasta el final), mientras que el del APC está del todo convencido de su victoria. Por otra parte, llama la atención la «amnesia o indulgencia social» hacia el pasado del APC. El régimen de partido único establecido por Siaka Stevens, que en su día fue despótico y contribuyó enormemente al deterioro del país, se ha convertido de repente en «el Gobierno del pueblo y de las históricas conquistas sociales».
Hacia un «Gobierno de Unidad Nacional»
Aunque ambas opciones no supondrán cambios significativos en el rumbo actual del país, sí existen diferencias sustanciales en un escenario liderado por uno u otro partido. No obstante, una de las claves para el futuro de Sierra Leona pasa por el establecimiento de un Gobierno de Unidad Nacional que aparque diferencias étnicas y rivalidades históricas y trabaje conjuntamente por la cohesión social del país y la consecución del bien común. Mientras la política siga siendo entendida como un modo de enriquecimiento y un juego de suma cero, Sierra Leona no logrará estabilidad y la erradicación de todos sus persistentes males. Si bien el APC de Koroma ha asegurado recientemente la posibilidad de esta iniciativa, cabe observar si forma parte de una estrategia electoral para rescatar algún voto del sur y del este, o bien si su futuro Gobierno está dispuesto a romper definitivamente con el patrón étnico que tanto ha determinado la política sierraleonesa hasta el momento.
Dicha fórmula, sin embargo, no es ninguna entelequia de última hora. Otros contextos como el de Sierra Leona, donde la colonización obligó a configurarse mediante fronteras artificiales y la creación de identidades étnico-políticas enfrentadas, ya han llevado a cabo este experimento. En el caso de Sierra Leona, y tras la experiencia de estas elecciones, el reparto ecuánime del poder y de los recursos se convierte en una prioridad de primer orden. La estabilidad, la reconciliación y la paz pasan pues por las elecciones, pero no cabe duda de que empiezan y acaban en la urgencia de que este país tome las riendas de su historia.
*Óscar Mateos, profesor del Departamento de Paz y Conflictos de la Universidad de Sierra Leona
Ver támbien: Sierra Leona: más allá de las elecciones(I) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=54870