Autores de diferentes signo coinciden en afirmar que el mundo no será el mismo a partir de la guerra en curso entre Ucrania y Rusia.
Quienes enfocan su análisis de esta manera, colocan cabeza abajo el fenómeno examinado: se ha desatado esta guerra porque desde hace al menos una década el mundo es cualitativamente diferente del anterior.
No es un retruécano. Esta guerra ocurre a causa del desarreglo provocado por el fin de Estados Unidos como mayor e inapelable potencia mundial, combinado con el colapso económico detonado en 2008 y hasta la fecha no resuelto. En Ucrania el mundo asiste a un combate por los mercados a escala planetaria.
China es el poder mundial que relega a Washington y hace actual la pesadilla imperial de quedar en un segundo lugar en la economía global. La suma de China y Rusia le hace perder a la Casa Blanca la superioridad militar. Rusia y China, pese a las diferencias que los separan, sumadas su proyección mercantil y su potencia bélica, acabaron ya con aquello que colocaba a Estados Unidos a la cabeza del mundo.
Estos cambios hacen al mundo actual radicalmente diferente del anterior y son la causa del conflicto bélico que hoy se desenvuelve en Ucrania, pero amenaza extenderse no sólo hacia el occidente europeo, sino también al extremo oriente, con los escarceos de guerra que Estados Unidos ensaya en torno a Taiwán.
La decadencia imperial está tras el accionar de Washington por acosar a Rusia desde los países limítrofes con el anillo atómico de la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte). En esto nada tiene que ver la voluntad del presidente Joseph Biden. Es la lógica capitalista la que impone su dinámica.
Esa fuerza empujó a Rusia a la guerra. Le será muy onerosa, pero en términos de supervivencia nacional resultaba inevitable. De hecho lo es desde que la Otan se instaló en Polonia. Ya a fines del siglo XX, desde las páginas de la revista Crítica esta columna afirmó que ese paso significaba casus belli para Moscú. Lo sorprendente es que el Kremlin haya soportado tanto tiempo desde que en 1999 no sólo Varsovia, sino también la República Checa, Hungría, los tres países bálticos, más Bulgaria, Eslovaquia, Rumania y Eslovenia, se sumaron al dispositivo de guerra comandado por Estados Unidos. No es preciso repetir el número y los nombres de esos países para comprender su significado geopolítico y la intención estratégica de Estados Unidos.
En el plan de sobrevivir como gran hegemón, Washington pretende desmembrar Rusia, reducirla a su mínima expresión y someterla mediante un collar de ahorque atómico. De este modo neutralizaría al potencial aliado decisivo de China, antes de emprender contra ésta la batalla en gestación ahora mismo. Según ese plan, la disputa por los mercados podría darse en un escenario nuevamente favorable para el imperio dominante desde fines del siglo XIX. Una utopía. Propia de estrategas ganados por la irracionalidad del sistema capitalista.
Primera conclusión entonces: la disputa por los mercados y el espacio vital (una vez más el lebensraum) empuja al mundo hacia la guerra. El punto de partida, como queda dicho, es el intento estadounidense de rodear para posteriormente someter a Rusia. La demora de 15 años hasta que el Kremlin decidió usar la fuerza para recuperar su control sobre Crimea, y otros 7 años hasta ponerle freno a Estados Unidos en Ucrania, se explica por dos razones principales: necesidad de completar –mediante una abrupta transición capitalista- la recuperación del control interno en la Federación Rusa tras el derrumbe del Estado soviético; y la reticencia a pagar el inmenso costo de una guerra abierta con Estados Unidos antes de que éste estuviera lo suficientemente debilitado. No improvisan las autoridades rusas. Enseguida se volverá sobre este punto.
Falso pacifismo
Exasperan quienes desgarran sus vestiduras en hipócrita rechazo a esta guerra, al margen de las causas que la provocan. No hicieron lo mismo frente a las invasiones desatadas por Washington en los últimos veinte años, o a la masacre permanente de Israel contra Palestina. No se trata sólo de periodistas adocenados, incapaces de ensayar un pensamiento propio, alimentados por gacetillas y comunicaciones privadas de las embajadas de Estados Unidos e Israel. De esa fauna preponderante en la prensa comercial argentina no se puede esperar otra cosa. Pero el coro de fariseos con rango y función de intelectuales y cabezas políticas del poder, aunados para explicar la guerra por la supuesta locura de Vladimir Putin o su empeño en reconstruir el imperio zarista, indica que la degradación no sólo aqueja al Departamento de Estado. Arrasa también con escribas y hablistas reducidos al penoso papel de propagadores de la mentira y la ignorancia. En lugar de llevar claridad y conciencia a la sociedad, son vehículos de la irracionalidad y la confusión.
Un reconocido columnista estadounidense cifra esperanzas en el papel de Tik Tok contra el Kremlin. Es comprensible la apelación a este recurso después de haber visto y escuchado el discurso de Biden ya con la guerra iniciada en Ucrania. Pero es improbable que gente con formación y experiencia confíen en derrocar a Putin con Tik Tok (por caso, alguna luminaria argentina creyó que con este recurso el peronismo podría ganar las elecciones de medio término en noviembre último. Todavía no han recuperado el aliento). Por detrás de esa boutade está la creencia -ahora infundada- en la omnipotencia estadounidense. Y la inmensa irresponsabilidad de promover una confrontación entre Estados Unidos y Europa contra Rusia.
La guerra, en cualquier circunstancia, es un retroceso para la civilización, fuente de incalculable dolor, flagelo del que la humanidad debería liberarse para siempre. La pregunta es cómo hacerlo. Con certeza no es tarea para encomendar a la Casa Blanca, aunque así lo pretendan, guiados por las mencionadas gacetillas, periodistas que han descubierto al unísono que la opción es “Churchill o Chamberlain”. Aluden a la actitud adoptada en el pasado frente a la amenaza nazi: confrontación militar o negociación. Ya la comparación de Putin con Hitler, promovida por militantes sionistas con espacio en los medios, es mera propaganda de guerra. Pero el llamado a la intransigencia en defensa del títere en Ucrania -un impresentable humorista ubicado en el palacio de Kiev por Washington y Tel Aviv- equivale a impulsar la transformación de la confrontación actual en guerra atómica.
La presión mediática contra la negativa de Biden y la UE a enviar tropas a Ucrania derivó en el despacho de misiles, drones y armas pesadas a milicias fascistas ucranianas. Están alimentando esperpentos sanguinarios que en no mucho tiempo presentarán su factura. Putin respondió con la advertencia de eventual utilización de armas atómicas y la prevención a Finlandia y Suecia para que se abstengan de intentar sumarse a la Otan. Los gimientes pacifistas que por estas horas llaman a aplastar a las fuerzas armadas rusas, no sólo desconocen la historia. Niegan lo que tienen ante los ojos y se suman a la creciente irracionalidad belicista en el escenario internacional.
Es más que obvio que la prolongada espera de Moscú para responder militarmente al acoso de Washington finca en los dos factores señalados, cuyo anverso es también evidente: la guerra intercapitalista ya desatada no amenaza la estabilidad de Putin. En cambio, la prolongación del accionar militar o su extensión hacia Europa occidental, pondría en riesgo el sostenimiento del reconstituido Estado de la Federación Rusa y dejaría planteada la reversión de la transición rusa al capitalismo. Esta posibilidad vale tanto más para la propia Ucrania y constituye una amenaza diferente para Occidente.
Si las sanciones a multimillonarios rusos y el bloqueo a la economía sobre la que se apoya Putin tuvieran éxito, como livianamente dan por sentado los comentaristas alineados con Washington ¿cuál sería el único camino para las autoridades rusas frente a la desestabilización social que esto implicaría? ¿Cuál sería el rumbo de las masas trabajadoras y las juventudes en Rusia? ¿Y en Ucrania y los restantes países hoy bajo la órbita de la Otan? ¿Hasta qué punto apostará la burguesía imperial a la acefalía y la parálisis del movimiento obrero mundial?
Por cierto que esa eventual interrupción de la transición al capitalismo no ocurriría para regresar a la caricatura de socialismo vivida en la ex Unión Soviética y restantes países del hoy inexistente Pacto de Varsovia. La encrucijada histórica sólo tiene salida mediante un post-capitalismo cuya forma y contenido lo determinarán las futuras generaciones. En esa gestación de futuro participarán explotados y oprimidos de los propios países de mayor desarrollo capitalista. Y tendrá como base la propiedad colectiva de los medios de producción y cambio, inseparable de la democracia para gestionarlos.
La respuesta a estas incógnitas son tanto más relevantes cuando se consideran los efectos que la guerra y las sanciones de Washington y Bruselas descargarán sobre la economía global. “Tenemos que asegurarnos de no imponer sanciones que nosotros mismos no podríamos soportar”, dijo desde Estados Unidos Robert Habeck, ministro de Economía de Alemania. Al parecer menos enajenada, la clase dominante europea comprende que los hombres de gris del Departamento de Estado y los estrategas del Pentágono han puesto en marcha un mecanismo extremadamente peligroso.
Superioridad en un terreno clave
Si todo es negativo para el balance imperial, hay un punto en el que pueden considerarse, hasta el momento, victoriosos: la batalla informativa en la guerra por la opinión de la sociedad mundial.
El eficiente, arrollador operativo militar ruso, es presentado como débil desempeño de un ejército conducido por un demente asesino. Palabras como “psicópata”, “criminal”, “dictador”, reemplazan el análisis del conflicto y ocultan lo obvio: Rusia avanza según un plan que incluye la necesidad estratégica de reducir al mínimo posible la confrontación violenta con la población ucraniana. En 24 hs las tropas rusas llegaron a Kiev. Estados Unidos demoró 40 días para llegar a Bagdad cuando invadió Irak. La detención en la periferia fue presentada como resultado de la capacidad militar y “el heroísmo del pueblo ucraniano”. Nada más falso, como se verá en pocos días. Pero el manejo de la mentira sistemática es un terreno en el que Washington y sus innumerables aliados en la prensa internacional son imbatibles. No hay, como contrapartida, un sistema de información veraz de alcance mundial y con capacidad para conquistar a la audiencia con análisis de calidad suficiente. A comienzos de la Primera Guerra mundial el partido socialista alemán tenía cinco mil diarios (de aparición cotidiana). Desde hace décadas no tiene ninguno. El abandono de la prensa propia por parte de los partidos de masas en todo el mundo y el posterior debilitamiento extremo o desaparición de aquellas organizaciones, deja al mundo sin medios capacitados para informar y educar a las mayorías con base en la verdad de los hechos y la interpretación científica de las causas que los provocan. Cientos de millones de personas en el mundo buscan respuesta. Intuyen derivaciones gravísimas para su propio futuro. Pero están a merced de un sistema mediático profundamente corrompido.
En consecuencia, si bien para los propagandistas del capital es hoy imposible repetir el esquema de un adalid democrático con sede en Washington frente la encarnación de la maldad y la destrucción dictatorial instalada en Moscú, es un hecho fácilmente constatable que, sumergido en la confusión, predomina un sentimiento de temor que busca refugio en la propaganda estadounidense.
A esto se suma la reversión en la dinámica de convergencia antisistema que se imponía en América Latina a comienzos del siglo XXI y estimulaba la recomposición de fuerzas anticapitalistas en todo el mundo. Quienes en buena medida fueron responsables de ese retroceso histórico, ahora no atinan sino a alinearse contra Washington, lo cual es condición necesaria pero no suficiente para ganar la batalla ideológico-informativa. Con los acontecimientos ya desatados, resultará difícil cambiar el esquema mediático –en realidad, la estrategia política- impuesto durante el retroceso con base en la endeblez conceptual, la ausencia de formación científica para la transformación social y la primacía del pragmatismo del real-politiker pequeño burgués.
La obligada política de frente único antimperialista es inocua –y a mediano plazo negativa- si no está apoyada en una base material, que en este caso sería la consolidación de una definida estrategia anticapitalista, proyectada en un bloque latinoamericano con ese programa.
Explicar la naturaleza de esta guerra, defender la verdad y organizar a las víctimas de la opresión y la mentira, es la única manera de defender la paz.
@BilbaoL
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