Traducido para Rebelión por S. Seguí
La ONU ha convocado una conferencia sobre la crisis económica mundial (1). En este sentido, es necesario precisar el tipo de postura a adoptar, toda vez que la crisis económica ha modificado los términos del debate ideológico y ha abierto, sin duda, un nuevo período.
Las posturas presentes
Si se deja de lado la franja de ideólogos ultraliberales que consideran que es el exceso de reglamentación lo que ha conducido a la crisis actual, dos posturas son hoy las que se debaten entre las clases dirigentes, las élites político-administrativas y los intelectuales que las siguen.
La primera postura considera la crisis como fruto de disfunciones momentáneas de los mercados debidas a excesos que es necesario corregir. El objetivo, en esta situación, consiste en intentar regular las imperfecciones producto del no cumplimiento de las normas de los mercados que reveló la crisis. Se cuestionan la falta de transparencia de algunos productos financieros demasiado complejos, el papel inadecuado de las agencias de notación, la codicia de algunos agentes financieros, etc. Se trata pues de adoptar hoy medidas urgentes, como los planes de reactivación, para limitar los daños y si es posible revertirlos, como la nacionalización de algunos bancos, y no plantear más que el mínimo de obstáculos a los mercados financieros. Básicamente la idea es volver a la situación previa e impedir que se reproduzca una nueva crisis. El lugar de la industria financiera, de las finanzas de mercado, ya no se pone obviamente en entredicho en absoluto. A efectos prácticos, llamaremos aquí esta postura neoliberal reformada.
Es en gran medida la dominante hoy entre las clases dirigentes, y la que inspira las posiciones del G20. El momento de pánico de mediados de septiembre de 2008 pasó ya, y los neoliberales reformados quieren creer que el hundimiento financiero se evitó definitivamente, y que la recesión, ciertamente grave, será de corta duración, a la vez que prevén la recuperación para 2010, o incluso a finales de 2009. La crisis no ha traído pues, -¿por ahora?- ningún cambio de paradigma entre las clases dirigentes. Ciertamente, hay divergencias entre ellas o entre algunas instituciones -por ejemplo la política de la Reserva Federal estadounidense (FED) no es la misma que la del Banco Central Europeo (BCE) y se debate sobre la amplitud de los planes de reactivación-, pero básicamente la perspectiva sigue siendo la misma. Se trata de restaurar el antiguo orden, intentando borrar las imperfecciones que pudieron conducir a la crisis actual.
Otra postura, que llamaremos para simplificar regulacionista considera en cambio que la crisis es muy profunda y que tiene su fuente en la misma dinámica de las finanzas de mercado. Para esta postura, la raíz de la crisis viene de la incapacidad de autocontrol de éste, ya que por naturaleza los mercados financieros tienden a la inestabilidad y su dinámica implica automáticamente la formación de burbujas que no pueden sino estallar. Los regulacionistas preconizan pues limitar el funcionamiento de los mercados financieros mediante normas estrictas y permanentes. Los más lúcidos conectan incluso la burbuja del crédito al estancamiento de los salarios, sin por ello extraer conclusiones prácticas. Los regulacionistas no ponen en entredicho la existencia de la industria financiera. Quieren limitar sus excesos, imponiéndole normas que puedan supuestamente impedir las crisis financieras.
Estas dos posiciones no son obviamente homogéneas y existe, en realidad, un continuo que permite pasar de una a la otra.
Una tercera postura, que llamaremos a falta de algo mejor la postura altermundialista, es la adoptada más o menos claramente por los movimientos sociales, las organizaciones sindicales, algunas asociaciones y algunos partidos políticos. Puede compartir con los regulacionistas el análisis de la dinámica de las finanzas de mercado, pero la conecta a las transformaciones que se produjeron en la esfera productiva con la instauración del capitalismo accionarial. Es la dinámica de la lógica accionarial la que, al aplicar una compresión salarial amplia, alimentó las finanzas de mercado. En este marco, creer que se puede limitar la actividad de la industria financiera sin afectar al capitalismo accionarial y sin poner en entredicho el reparto de la riqueza producida que éste impone, resulta bastante inútil. No se trata solamente de contener las finanzas de mercado, sino de partirle el espinazo e imponer un nuevo tipo de desarrollo dirigido a la satisfacción de las necesidades sociales, la reducción masiva de las desigualdades y la aplicación de los imperativos ecológicos.
El informe Stiglitz
En el marco de la preparación de la citada conferencia del presente mes, el presidente de la Asamblea General de la ONU ha creado una comisión encargada de presentar propuestas. Está presidida por Joseph Stiglitz que, aunque pertenece al establishment, no ha ahorrado estos últimos años sus críticas contra el capitalismo financiero. Además, la comisión integra en su seno a un militante altermundialista reconocido, François Houtart. El informe resultante de los trabajos de esta comisión es especialmente interesante por lo que revela el punto de equilibrio alcanzado.
El informe reconoce que la crisis no es solamente económica, sino global y que se trata, en particular, de una crisis social. Se admite la disparidad creciente de las rentas en la mayoría de los países. Se aborda la crítica de las políticas efectuadas por las instituciones internacionales y los bancos centrales. Aún cuando critica de paso los acuerdos comerciales actuales, el informe no pone sin embargo en entredicho el dogma del libre comercio generalizado, y pone en guardia contra el proteccionismo, sin plantear la cuestión de qué es lo que hay de proteger, quién puede hacerlo y de quién hay que protegerlo. Se sospecha de los planes de reactivación en el sentido de que pueden falsear las reglas económicas del juego.
Resulta por otra parte llamativa la extrema timidez de las propuestas. No solamente el informe se concentra únicamente en la esfera financiera, sino que incluso en este terreno las propuestas siguen siendo limitadas, tanto sobre los bancos, como sobre los productos derivados o la titulización. Da incluso su «apoyo a la innovación financiera destinada a mejorar atenuación de los riesgos (…) y a fomentar todo lo que pueda contribuir a que los mercados desempeñen mejor sus funciones.»
No se trata en absoluto de pensar ingenuamente que tal comisión habría podido adoptar posturas altermundialistas. Pero a partir de una crítica bastante lúcida del sistema actual, resulta incapaz de proponer un verdadero cambio de paradigma, incluso permaneciendo en el marco del capitalismo, como el fordismo pudo serlo en su tiempo.
Por lo que se refiere a la gobernanza del sistema, el informe propone dos innovaciones. La primera es crear en el marco de la ONU un grupo de expertos que aconseje a la Asamblea General, basado en el modelo del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC). Aunque el informe precisa que tal organismo debería incluir a representantes de los movimientos sociales internacionales, el planteamiento revela una cierta ingenuidad cientifista. Contrariamente a la evolución del clima, cuya medida remite a un planteamiento científico, aunque los apriorismos no deben nunca excluirse completamente, la economía no es una ciencia cuya suerte pueda regularse por expertos, sino que es resultado de opciones políticas y sociales, y, en consecuencia, de relaciones de fuerzas.
El informe propone también la instauración de un Consejo mundial de coordinación económica que se reúna a escala de Jefes de Estado o de Gobierno para definir las grandes orientaciones en los ámbitos económico, social y ecológico. El informe indica que debería garantizar una representación de todos los continentes y de todos los grandes países, teniendo a la vez una composición suficientemente limitada. Es difícil ver cuál pueda ser la diferencia concreta entre tal organismo y el actual G20 al que se supone que sustituiría.
¿Qué postura?
La apuesta de la postura neoliberal reformada es que la crisis no resurja ni empeore. Si tal es el caso, la esperanza es administrar relativamente tranquilamente las tensiones inherentes a la situación. Las tensiones sociales internas a cada país en primer lugar: hay que reconocer que, por el momento, éstas están bajo control. Aunque en algunos países hayan tenido lugar movilizaciones sociales muy importantes, no han conseguido pesar significativamente sobre las políticas públicas, y las explosiones de cólera han estado, por el momento, limitadas, (el caso de Grecia no invalida el diagnóstico global.)
A continuación, las tensiones geoestratégicas entre grandes países, de ahí la rápida instauración del G20. Si, desde nuestro punto de vista, se puede pensar que estas reuniones parieron un ratón, la parte fundamental para los gobiernos, más allá de la puesta en escena destinada a la opinión pública, era dotarse de un marco estable de tratamiento de conflictos, con el fin de evitar que la crisis pudiera llegar a confrontaciones incontroladas y a un repunte de los extremismos.
La crisis de los años treinta desembocó en un nuevo capitalismo y un compromiso social inédito. Si, en teoría, una evolución de este tipo no puede excluirse, no se dan por el momento las condiciones, lo que no quiere decir que no existirán nunca. En efecto, para que las clases dirigentes acepten un nuevo paradigma que ponga en entredicho sus privilegios, por poco que sea, sería necesario no sólo una agravación considerable de la crisis actual, sino también el hecho de que se sintieran amenazadas en su existencia. Sería necesario un movimiento de contestación del orden social existente de una amplitud mayor al de hoy.
Por último, es preciso señalar que después de Segunda Guerra Mundial se vio en numerosos países una renovación muy importante de las capas dirigentes político-administrativas, lo que favoreció considerablemente la instauración de este nuevo compromiso social. En cambio, por ejemplo, el gobierno Obama se puebla de individuos que participaron activamente, años atrás, en la desregulación financiera. Ciertamente, la gente puede cambiar y es aún demasiado pronto para hacer un balance del gobierno Obama. El mismo Roosevelt llevó a cabo una política contradictoria. Sin embargo, el plan de tratamiento de los activos tóxicos de los bancos, muy favorable al sector privado, y la negativa del gobierno Obama a poner límites a la remuneración de los banqueros son desde este punto de vista aspectos muy significativos. Incluso más allá de los Estados Unidos, la continuidad del personal política en los países dominantes dificulta pues aún la aparición de una alternativa al neoliberalismo reformado en el seno de las clases dirigentes actuales.
Esta situación explica en parte porqué los regulacionistas no tienen el viento en popa, al mismo tiempo que se podría creer que representan la solución racional para el capitalismo.
El movimiento altermundialista ha hecho de la denuncia del capitalismo financiero uno de sus leitmotives. Con todo, la crisis no lo reforzó, si bien el último Foro Social Mundial (FSM) tuvo un cierto éxito. Mientras que la denuncia de las fechorías del neoliberalismo era su marca de fábrica, hoy esta denuncia forma parte completamente del dominio público. Aunque que el movimiento altermundialista tenga un diferente análisis de la crisis y las propuestas que ponen en entredicho los fundamentos del capitalismo financiero, tiene dificultades para aparecer como portador de una alternativa global, y sobre todo de propuestas capaces de movilizar la sociedad. Sus posiciones aparecen como una variante más de una serie donde los puntos en común parecen más numerosos que las divergencias. En resumen, estamos en un momento concreto en el cual, incluso más allá de una serie de dificultades, es la independencia estratégica del movimiento lo que está en juego.
Sin embargo, nada indica a priori que la situación esté estabilizada, y la evolución pueden producirse rápida y precipitadamente. La crisis financiera puede rebrotar, la recesión puede instalarse con carácter permanente, las divisiones entre las grandes potencias acentuarse, pueden desarrollarse alternativas como en América Latina, y los movimientos sociales tomar una nueva amplitud. Tal situación implicaría una redistribución de las cartas, sin embargo no es hoy el caso. Es en el marco actual en el que hay que comprender la conferencia de la ONU sobre la crisis económica y financiera de junio de 2009, y la localización que debe tomarse con relación ella.
Hay tres posturas posibles. La primera consiste en decir que todo esto no tiene ninguna importancia, que la ONU está en cualquier caso bajo la égida de las grandes potencias y que el resultado final no podrá sino reflejar este estado de hecho. Esta postura tiene una ventaja evidente: es clara y se basa en realidades innegables. Tiene un inconveniente principal, nos impide formar alianzas a fin de aprovechar las contradicciones del campo contrario, y no nos permite ninguna victoria ni siquiera parcial. Se trata pues de una postura testimonial.
La segunda postura, que será la probablemente la de muchos movimientos ciudadanos, es prestar un apoyo más o menos crítico al proceso en curso que considera que la ONU, el G192, es a pesar de todo más democrática que el G20, y considerar que el informe Stiglitz, aunque imperfecto, es un punto de apoyo. Esta postura plantea dos problemas bastante entrelazados. El primero remite al marco de la ONU. Es ilusorio pensar que, por naturaleza, se trataría de un marco más democrático que el G20. Incluso más allá del hecho de que numerosos países representados sean dictaduras oligárquicas, y sin entrar en el debate sobre la naturaleza de las democracias representativas, la ONU será simplemente, como el G20, la escena donde se establecerá el punto de intersección de las fuerzas entre los intereses de las grandes potencias, y de las empresas a ellas vinculadas, si las relaciones de fuerzas creadas por los movimientos sociales y ciudadanos siguen siendo lo que son.
Este punto remite al segundo problema, la independencia estratégica del movimiento altermundialista. Apoyar de manera crítica el proceso en curso en la ONU no plantearía ningún problema si, por otra parte, el citado movimiento hubiera sido capaz de hacer claramente oír su voz y sus propuestas alternativas, siquiera sobre algunos temas clave, y en consecuencia de organizar movilizaciones ciudadanas significativas. Ahora bien esto dista mucho de ser el caso. Apoyar, incluso de manera crítica, el proceso en curso, equivale pues a abdicar, de hecho y al menos por un tiempo, toda veleidad de delimitación, y a transformarse en sustitutivo de combates de los que no controlaremos ni los contornos, ni los resultados.
Salir del dilema -simple testimonio o desaparición política- no será sencillo. Un tercer tipo de postura es sin embargo posible. Se puede descomponer en cuatro puntos:
1) Ni la ONU ni el G20, ni ningún organismo internacional es hoy legítimo: el G20 agrupa los países más ricos, la ONU no tiene un funcionamiento democrático ya que está dominada por las grandes potencias y, además, está formada por Estados mucho de los cuales son no democráticos;
2) Sea cual sea la instancia que se reúna, afirmamos una serie de exigencias fundamentales a escala económica, social y ecológica para transformar la situación. Sería preciso hacer una corta lista de comprensión inmediata y, en consecuencia, asumible por la opinión pública;
3) Estamos dispuestos a apoyar todo proceso que vaya en el sentido de la satisfacción de estas exigencias;
4) Por último, en las reuniones de estas instancias, tomamos todas las iniciativas posibles para hacernos oír, sensibilizar la opinión pública y mejorar nuestra relación de fuerzas.
Se trata pues de tener un hilo conductor que nos saque del simple testimonio y nos lleve a librar batallas políticas y campañas sobre temas concretos, sin por ello transformarnos en una fuerza supletoria de combates que no son los nuestros.
* * *
(1) «Las Naciones Unidas celebrarán una cumbre de líderes mundiales en su Sede durante tres días, del 24 al 26 de junio de 2009, para analizar la peor crisis económica que ha vivido el mundo desde la Gran Depresión. El objetivo es determinar respuestas de emergencia y de largo plazo para mitigar los efectos de la crisis, especialmente en las poblaciones vulnerables, e iniciar un necesario diálogo sobre la transformación de la arquitectura financiera internacional, teniendo en cuenta las necesidades y preocupaciones de todos los Estados Miembros.» http://www.un.org/es/ga/econcrisissummit/
Pierre Khalfa es miembro de la Mesa y del Consejo científico de Attac Francia. Sindicalista, responsable nacional de Union Syndicale, es uno de los autores de «Les retraites au péril du libéralisme» (Ed. Syllepse 2002), «Un social-libéralisme à la française» (La Découverte, 2001), y de artículos relacionados con el empleo, la mundialización y los servicios públicos.
S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.