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¿Sustituirá China a Rusia en Asia Central?

Fuentes: Asialyst

La geografía lo explica todo: para China, mantener lazos amistosos con el vecindario centroasiático es esencial, en particular para preservar la estabilidad y promover el desarrollo económico de la provincia de Sinkiang.

Asia Central se ve demasiado a menudo relegada a su naturaleza postsoviética. Sin embargo, limitar esta región a una supuesta sumisión al Kremlin es un error: así nos lo recordó una vez más la cumbre de China-Asia Central organizada por Xi Jinping en Xi’an los días 18 y 19 de mayo. Los países centroasiáticos son independientes y no se limitan a sus relaciones con Moscú.

Después de unos tres años sin visitar el extranjero debido a la pandemia, los dos primeros desplazamientos del presidente Xi Jinping fuera de su país lo han llevado a Asia Central: primero a Kazajistán y después a Uzbekistán (con motivo de una reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS) en septiembre de 2022. Recordemos que fue también en Kazajistan, el 7 de septiembre de 2013, donde el presidente chino anunció su proyecto de Nuevas Rutas de la Seda.

La geografía lo explica todo: para China, mantener lazos amistosos con el vecindario centroasiático es esencial, en particular para preservar la estabilidad y promover el desarrollo económico de la provincia de Sinkiang. No es extraño, por tanto, que las relaciones de China con estos países hayan ido reforzándose desde el final de la guerra fría hasta la citada cumbre de los días 18 y 19 de mayo pasados. Tuvo lugar en Xi’an, la antigua capital de la dinastía Tang (618-907) que históricamente fue el punto de partida en territorio chino de la Ruta de la Seda. Este símbolo de lazos muy antiguos y de una prosperidad común la puso de relieve el propio presidente chino. Con una promesa: el desarrollo futuro será a imagen y semejanza de los logros del pasado… en una época en que la influencia del Imperio del Centro parecía no tener parangón. Esto no ha pasado inadvertido para el Kremlin, ni los y las especialistas en Asia Central. ¿Marca la cumbre de Xi’an el fin de la influencia rusa en la región?

Se confirma el rápido ascenso de China en Asia Central

Veamos primero los resultados de esta cumbre. Y veámoslos en detalle: chinos y centroasiáticos firmaron 54 importantes acuerdos multilaterales y 9 documentos que refuerzan su cooperación; también crearon 19 mecanismos y plataformas regionales, a petición expresa de China. A primera vista, este tsunami de documentos puede dar la impresión de que la retórica, más que la sustancia, dominó la reunión. Pero esa sería una visión simplista, incluso si es probable que la realidad del futuro sea más decepcionante en algunos aspectos de lo que la retórica de la cumbre podría sugerir.

Los mecanismos impulsados por China no son muy distintos de los de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Se trata de reuniones de coordinación entre distintos ministerios, así como entre partidos políticos y medios de comunicación chinos y centroasiáticos, con el objetivo de apoyar las decisiones tomadas por los jefes de Estado y difundir las ideas expuestas en las reuniones oficiales para fomentar una mayor cooperación. Se supone que la regularidad de este tipo de reuniones garantiza un mayor entendimiento bilateral. En el pasado, dentro de la OCS, esto ha contribuido a calmar las relaciones entre China y Rusia, o entre Uzbekistán y Kazajistán.

Mientras la OCS se amplía, a riesgo de perder su capacidad unificadora, la cumbre China-Asia Central ha dado lugar a una organización más pequeña, quizá más capaz de fomentar un diálogo más profundo entre los distintos países. Además, cada dos años se celebrará una reunión periódica de jefes de Estado chinos y centroasiáticos. Kazajistán acogerá la próxima cumbre en 2025. También se creará una secretaría permanente para contribuir a la coordinación general. Lo que nació en Xi’an es, por tanto, una organización estructurada como un mini-OCS, que permitirá a Pekín y a los países de Asia Central reunirse regularmente y debatir asuntos de interés común… al margen de Rusia.

Más concretamente, el presidente chino anunció que su país aportaría una ayuda financiera de 26.000 millones de yuanes, es decir, 3.450 millones de euros, para contribuir al desarrollo de la región. Y aunque no se dieron detalles, sabemos desde el final de la cumbre que China también se comprometió a reforzar las capacidades de seguritarias de los países de Asia Central. En particular, cabe esperar que se retome la formación conjunta de las fuerzas policiales chinas y centroasiáticas, interrumpida por la pandemia. La voluntad de reforzar las capacidades locales para mantener cierta estabilidad podría centrarse, en particular, en Tayikistán, único país que tiene frontera con China y Afganistán.

Además, en uno de sus discursos, el presidente chino afirmó que “deben respetarse la soberanía, la seguridad, la independencia y la integridad territorial de los países de Asia Central”. China se está posicionando como garante de la seguridad y la estabilidad de la región… incluso, en teoría, frente al peligro de una Rusia revisionista, hoy en Ucrania, y quizás mañana en Kazajistán. Pero también frente al nuevo régimen de Afganistán y las potencias occidentales consideradas responsables de las pasadas revoluciones de colores. Aunque algunos en Occidente considerarán el discurso chino más bien convencional, su compromiso no es desdeñable a los ojos de los regímenes centroasiáticos, que ven su situación internacional especialmente difícil.

La cumbre también destacó la importancia de las infraestructuras de transporte, en la lógica de las Nuevas Rutas de la Seda. Con un objetivo muy claro: puesto que el Corredor Norte de estas Rutas, que pasaba por Mongolia y Rusia, ha quedado eliminado de facto con la guerra ruso-ucraniana, resulta necesario desarrollar el transporte ferroviario y por carretera entre Asia Central y Europa sin transitar por Rusia. Esto ha hecho que proyectos como el ferrocarril China-Kirguistán-Uzbekistán resulten más atractivos. Ya en la cumbre de Samarcanda de septiembre de 2022 se firmó un acuerdo de cooperación entre chinos, kirguisos y uzbekos para sacar adelante este proyecto. La cumbre China-Asia Central no hizo sino confirmar esta tendencia.

La cumbre de Xi’an también reiteró la importancia de la energía en las relaciones chino-centroasiáticas, pidiendo que se acelere la construcción de la Línea D a fin de desarrollar la red de gasoductos que suministran gas centroasiático al territorio chino. No es ninguna sorpresa: el interés chino por este proyecto, estancado desde hace una década, es muy evidente desde hace varios meses. Ya en enero, en una declaración conjunta, chinos y turcomanos pidieron que se acelerara la construcción del gasoducto. Y la misma semana de la cumbre de Xi’an, la Corporación Nacional de Petróleo de China (CNPC) realizaba un estudio de viabilidad para conectar esta Línea D, en la frontera entre Xinjiang y Kirguistán, con la ciudad de Wuqia, al noroeste de Kashgar.

Es la prueba de un avance concreto en este asunto, que da crédito a la afirmación de que la Línea D podría estar operativa ya en 2028. Se adelantaría así al segundo gasoducto desde Siberia, que en el mejor de los casos podría estar operativo a principios de la década de 2030. Este renovado interés por la Línea D, a pesar de las numerosas dificultades del proyecto, se debe a que ahora es posible presionar tanto a Turkmenistán como a Rusia para obtener los mejores precios, aprovechando la competencia entre ambos países. Tanto menos podrán los turcomanos poner palos en las ruedas de este proyecto en la medida en que ya antes de la cumbre se planteó el paso del gas ruso por Kazajistán para alimentar el mercado chino.

Claro que detrás de la cuestión económica hay también una lógica geopolítica. En este juego de gasoductos, Pekín se convierte en el centro de todos los codiciosos intereses económicos de los países de la región. Además, China evita depender demasiado de las empresas occidentales que le suministran gas natural licuado. Y refuerza su influencia a largo plazo, tanto en Moscú como en las principales capitales centroasiáticas. Esta explicación geopolítica ayuda a comprender mejor el deseo chino de apostar por este proyecto en Asia Central, a pesar de la escasa fiabilidad de las exportaciones de gas centroasiáticas. En enero y noviembre de 2022, Uzbekistán suspendió las exportaciones de gas, la primera vez a causa de los disturbios en Kazajistán, la segunda porque la demanda interna era demasiado alta. Y en enero de este año, Turkmenistán suspendió sus propias exportaciones por limitaciones climáticas. Aunque la cuestión energética es importante en sí misma, el compromiso de China en este ámbito, renovado en Xi’an, es ante todo una forma de asegurar su influencia en Asia Central y Rusia.

¿Sale perdiendo Moscú o resulta beneficiada por las implicación de Pekín?

¿Significa esto que el Kremlin ha perdido toda influencia en Asia Central? Esa es la sensación que uno tiene cuando lee una serie de análisis: como el interés por China está creciendo, el interés por Rusia está destinado a evaporarse.

No cabe duda de que la guerra en Ucrania ha tenido un impacto negativo en la influencia rusa en Asia Central. La idea de defender el mundo ruso, incluida la posibilidad de anexionarse territorios en los que supuestamente corren peligro los rusoparlantes, solo puede ser problemática para un país como Kazajistán, en particular. Además, la prioridad concedida a Ucrania ha distraído a Rusia de sus otros centros de interés, incluida Asia Central; y sus dificultades militares en suelo ucraniano pueden poner en entredicho su capacidad o incluso su voluntad de ser una fuerza que garantice el statu quo de seguridad en Asia Central. Desde hace varios años, Rusia ha tenido que aceptar una división del liderazgo en Asia Central, con el poder económico incuestionablemente en manos de China. Hoy, la división del trabajo entre el sheriff y el banquero puede cuestionarse, al menos por el momento. Y esto preocupa claramente a algunos analistas rusos.

Pero sería un error confundir la retórica neoimperialista de los políticos, funcionarios y periodistas rusos, preocupados por el rápido ascenso de China o que incluso expresan cierta chinofobia, con la realidad de la situación de Rusia en Asia Central. En muchos sentidos, la política china en Asia Central beneficia al Kremlin. Sin la posibilidad de recurrir a la gran potencia asiática, los países de Asia Central podrían estar aún más tentados de volverse hacia Occidente. Con Pekín, han encontrado un actor externo que quiere garantizar sus intereses nacionales tradicionales ‒integridad territorial, desarrollo económico‒, pero que mantiene una relación amistosa con Moscú a pesar de la guerra de Ucrania.

Además, las grandes líneas de la política exterior china en la región no interfieren fundamentalmente con los intereses rusos. De hecho, el temor a las revoluciones de colores, el deseo de mantener cierta estabilidad en el vecindario centroasiático, combatir el peligro de los yihadistas procedentes de Afganistán y este país para que no se convierta en un problema para los vecinos centroasiáticos, entre otras cosas, son puntos de convergencia entre Moscú y Pekín.

La presencia militar china en Tayikistán puede preocupar sin duda a algunos militares rusos, mientras que Moscú ha afirmado que es el garante de la seguridad de la frontera afgano-tayika. Pero en realidad, aunque Pekín se muestre más activo en el frente de la seguridad, no hace más que seguir una política similar a la de Rusia, sin poder o querer sustituirla. A fin de cuentas, una China que confirma su implicación económica y de seguridad en la cumbre de Xi’an sigue siendo aceptable para los intereses nacionales rusos tal y como los define hoy el Kremlin.

Tanto es así que, a ojos de los analistas rusos, esta cumbre se considera la primera piedra de la institucionalización de las relaciones entre el C5 (los cinco países de Asia Central) y los dos Grandes, China y Rusia. O la estructuración de una OCS a varias velocidades, que permita una mayor integración de los países que estuvieron en el centro de la organización de Shanghái en sus inicios. En cualquier caso, el objetivo sería salir del punto muerto en el que se encuentra actualmente la organización. La reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la OCS celebrada en Goa el pasado mes de mayo puso de manifiesto que, en muchos aspectos, el espíritu de Shanghái estaba siendo socavado por la integración de dos enemigos acérrimos, India y Pakistán. La Cumbre de Xi’an podría ser un remedio a la pérdida de impulso de una organización que ha sido útil tanto a Rusia como a China.

Por último, no olvidemos que la creciente importancia del comercio chino-centroasiático en realidad ayuda directamente a Rusia. Para comprobarlo, basta con comparar las cifras comerciales proporcionadas por las aduanas chinas y centroasiáticas. Según las primeras, el comercio entre China y Asia Central se duplicó en 2022, alcanzando los 70.200 millones de dólares. Pero las cifras proporcionadas por los países de Asia Central no superan los 38.350 millones de dólares. Se trata sin duda de una buena evolución, si tenemos en cuenta la suma mucho más modesta (0,46 mil millones de dólares) que representaba el comercio bilateral en 1992, cuando Pekín estableció relaciones diplomáticas con los cinco Estados de la región.

Pero la diferencia sigue siendo significativa. Y puede explicarse de forma muy sencilla: China registra todo el tránsito como una operación de importación-exportación, lo que no ocurre en el lado centroasiático. En consecuencia, un gran número de productos importados de China se reexportan a Rusia. Según el Banco Asiático de Desarrollo, no menos del 70 % de las recientes exportaciones de Kirguistán a Rusia son, de hecho, reexportaciones desde China. En 2022, las exportaciones kirguisas a China aumentaron un asombroso 143 %. Las exportaciones kazajas también aumentaron, más modestamente, un 2 % en el mismo periodo.

Estas exportaciones son principalmente componentes electrónicos, ordenadores, teléfonos inteligentes, automóviles y piezas de repuesto. Y es posible que este sistema sea aún más importante: con los países de Asia Central miembros de la Unión Económica Euroasiática, el comercio se realiza en rublos y es más difícil de rastrear. Con este sistema, la explosión del comercio bilateral se debe sobre todo a un fuerte aumento de las importaciones centroasiáticas, que solo puede explicarse por estas reexportaciones, muy útiles para Rusia. El desarrollo de las relaciones chino-centroasiáticas contribuye así, al igual que Armenia o Irán, a contrarrestar las políticas restrictivas de Occidente en respuesta a la guerra de Ucrania.

Por qué la cumbre de Xi’an no inquieta realmente a Moscú

Básicamente, el Kremlin no parece estar preocupado por la última cumbre China-Asia Central, a pesar de la retórica de unos pocos nostálgicos de una era imperialista pasada, que resuena en los medios de comunicación rusos, pero también dentro de ciertos ministerios. El 17 de mayo, la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Maria Sajarova, señaló que “ni los países occidentales ni nadie más podrá o querrá compensar el coste de restringir los lazos” con Rusia. Por supuesto, aquí nadie más se refiere a China. Hay que recordar que la importancia de las relaciones entre Rusia y Asia Central es tal que el coste de una ruptura con Moscú, por temor a sanciones occidentales, por ejemplo, sería difícil de aceptar para cualquiera de los cinco países de la región.

Esta es una realidad que se comprende bien en Asia Central: aunque Rusia parece debilitada, dar la impresión de oponerse a ella demasiado frontalmente sigue siendo muy arriesgado. Sobre todo, la última reunión del G7 apuntó a Rusia tanto como a China. En Pekín, esto ha alimentado la preocupación de que Occidente pueda reproducir una crisis ucraniana en Asia-Pacífico. De hecho, tanto para la potencia rusa como para la china, la prioridad actual no es quién dominará más Asia Central en el futuro. Lo preocupante es más bien la actitud de Occidente, que presenta a estos dos países como adversarios y que, en última instancia, preserva y refuerza la pareja chino-rusa.

La visita a Pekín, el 24 de mayo, del primer ministro ruso, Mijaíl Mishustin, es un claro ejemplo de ello. Cabe señalar que este viaje tuvo lugar después del G7 y de la cumbre China-Asia Central. Fue la visita más importante de un alto cargo ruso desde el inicio de la guerra en Ucrania. El primer ministro estuvo acompañado, entre otros, por el viceprimer ministro Alexander Novak, encargado de las cuestiones energéticas, de vital importancia en la relación bilateral. Según este funcionario, los suministros energéticos rusos a China deberían aumentar un 40 % de aquí a 2023. El año pasado, China ya se había convertido en el mayor consumidor mundial de petróleo ruso. Dadas estas realidades geopolíticas y económicas, la creciente influencia de Pekín en Asia Central tiene una importancia secundaria para Moscú.

Sobre todo porque los rusos saben que aún disponen de activos en Asia Central frente a las limitadas capacidades de China en ciertas áreas. Esto fue especialmente evidente durante la crisis política de Kazajstán en enero de 2022. Durante esta crisis, y su resolución, China se mantuvo en general al margen. Es cierto que la población amotinada no puso en peligro sus principales proyectos económicos. Y tampoco esgrimió alguna postura chinófoba en sus reivindicaciones. Aunque Pekín expresó su preocupación ante los disturbios, lo hizo de forma relativamente limitada.

Se trata, por supuesto, de la lógica de la no injerencia en los asuntos internos de otros países, que respeta la soberanía de sus interlocutores, y que no puede sino complacer tanto a Asia Central como a Moscú. Pero esta discreción también se debió al hecho de que a China le pilló por sorpresa: la diplomacia china aún no ha desarrollado un conocimiento profundo de la política interior de los distintos países centroasiáticos. En los últimos años, parece haberse preocupado sobre todo por la influencia estadounidense y turca en la región, y de la capacidad de presión local de las ONG occidentales. La reducción al mínimo de la interacción del personal de la embajada durante la pandemia redujo aún más las oportunidades de comprender mejor la política nacional kazaja.

En comparación, los rusos tienen un conocimiento mucho más profundo de la evolución interna de Asia Central. Es más, fue su intervención directa, a través de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la que ayudó a calmar la situación sobre el terreno y a resolver la cuestión política, reforzando al presidente Kassym-Jomart Tokayev. Esto se consiguió con relativa facilidad, con una presencia temporal de tan solo 2.030 soldados.

A pesar de sus dificultades en Ucrania, es indudable que los rusos siguen teniendo la capacidad de comprender mejor, y por tanto de influir, en el funcionamiento interno de los países de Asia Central de una forma que sigue siendo imposible para sus socios chinos. Por consiguiente, estos últimos seguirán viendo al Kremlin como un socio importante en la región, incluso para proteger sus intereses económicos.

Tanto más cuanto que China tiene que ser cada vez más prudente ante la chinofobia de una parte de la población local. Solo en Kazajistán hubo al menos 156 manifestaciones contra la influencia china entre 2018 y 2023. Y en ocasiones, estas expresiones de rechazo se han tornado violentas. En agosto de 2019, por ejemplo, 500 aldeanos de Kirguistán atacaron una mina gestionada por una empresa china, hiriendo a una veintena de trabajadores chinos. Ante esta realidad, dejar que Moscú tenga la última palabra en cuestiones de seguridad, incluida la necesidad de intervenir directamente, sigue siendo una postura lógica para Pekín. Por tanto, Rusia no tiene nada que temer de la cumbre de Xi’an: incluso en Pekín es bien conocida la utilidad de la influencia rusa en la región, incluida la defensa de los intereses comunes.

En el futuro, Rusia bien podría perder Asia Central. Pero eso se debería principalmente a las consecuencias de la guerra en Ucrania (sobre todo si acaba en derrota para Moscú), pero también a una política neoimperialista en defensa del mundo ruso, que no es nada tranquilizadora, sobre todo para el vecino Kazajistán. Por no hablar de los abusos contra los emigrantes centroasiáticos en la propia Rusia, especialmente frecuentes al comienzo de la pandemia. Pero esto no está directamente relacionado con el creciente poder de China en la región. Al contrario, el buen entendimiento chino-ruso salvaguarda en muchos aspectos los intereses rusos en la región.

Varios comentaristas, tanto rusos como occidentales, siguen cometiendo el mismo error: el de considerar Asia Central solo como un territorio postsoviético, inevitablemente el coto o patio trasero de su antiguo colonizador. Los países de Asia Central son independientes y ya no se definen únicamente por su pasado soviético. Los vínculos forjados con Rusia se mantendrán, al menos durante un tiempo, aunque de forma desigual en la región. Pero en el futuro, la influencia de China crecerá sin duda. Esto no significa, sin embargo, que los Estados centroasiáticos vayan a pasar de brazos de un Gran Hermano a los de otro. Sin duda, la región dejará de ser coto privado de una sola potencia. En muchos aspectos, la situación óptima para el futuro de la influencia rusa en Asia Central reside en la cooperación con China, que respetaría sin ambigüedades la independencia y la integridad territorial de los países centroasiáticos.

Didier Chaudet es un consultor independiente, especializado en cuestiones geopolíticas y de seguridad en Asia del suroeste (Irán, Pakistán, Afganistán) y Asia Central

Fuente: Asialyst

Traducción: viento sur