Hace un año y medio, Johnson, un joven veinteañero oriundo de las plantaciones de té de Sri Lanka, recibió un pedido poco común. La persona que lo llamaba, alguien que apenas conocía, le hizo una oferta por uno de sus riñones. «Fue por medio millón de rupias (3.500 dólares)», indicó. Johnson lo pensó y finalmente […]
Hace un año y medio, Johnson, un joven veinteañero oriundo de las plantaciones de té de Sri Lanka, recibió un pedido poco común. La persona que lo llamaba, alguien que apenas conocía, le hizo una oferta por uno de sus riñones.
«Fue por medio millón de rupias (3.500 dólares)», indicó.
Johnson lo pensó y finalmente accedió. Sumido en la pobreza y sin un trabajo fijo, la suma de dinero ofrecida era un sueño hecho realidad para él. Poco después se internó en un hospital privado de Colombo, a unos 170 kilómetros de su Talawakele natal en el centro-sur de este país insular de Asia. El joven no conocía a nadie en la capital ni estaba familiarizado con la gran urbe.
Después de varios exámenes, el riñón fue considerado compatible con un paciente de 41 años del norte de Sri Lanka, el único dato que Johnson conoce del hombre que ahora tiene su órgano.
Desde el momento en que Johnson se internó fue bien atendido por la persona que lo había llamado por primera vez, un intermediario. Se le aconsejó que le respondiera a los curiosos que él era un familiar del paciente renal. Pero tampoco nadie le preguntó al respecto, comentó Johnson posteriormente.
Johnson se quedó en el hospital durante varios días después de la operación. Para la vuelta a su casa se le proporcionó un vehículo. Pero allí acabó la benevolencia. Durante varios días el donante fue al banco a verificar su cuenta. Ningún dinero le había sido acreditado. Nervioso, llamó al intermediario pero un mensaje grabado le informó que ese número había sido desconectado.
Cuando visitó la vivienda del hombre se le informó que se había mudado al extranjero. «No he recibido un centavo por el riñón», aseguró Johnson a IPS, con desesperación. Sospecha que el intermediario recibió el efectivo, pero se fugó con él.
El relato de Johnson puede ser poco habitual en otros sectores más pudientes y más experimentados de la sociedad de Sri Lanka. Pero en las comunidades de las plantaciones a lo largo de las montañas centrales la venta de un riñón se ha convertido en una historia frecuente de dolor.
Mahendran, de 53 años y padre de cuatro hijos, también fue víctima de la misma estafa. Recibió el pedido por su riñón mientras trabajaba como ayudante en la casa de una familia rica, con el mismo método. Un intermediario, apenas conocido por él, se le acercó con una oferta por el órgano y obtuvo su consentimiento.
Luego ambos viajaron a Colombo, donde Mahendran, al igual que Johnson, se sentía como un pez fuera del agua. En el hospital se le pidió que pretendiera ser un familiar del paciente destinatario del riñón. Y Mahendran también fue estafado una vez que se separó del riñón. «Me prometieron 150.000 rupias (1.050 dólares) y pagaron 10.000 (70 dólares)», contó.
Mahendran dijo a IPS que en un principio se mostró reacio a vender el riñón, pero finalmente cedió debido a su pobreza extrema. «Tengo cuatro hijos que cuidar, por eso lo hice», explicó.
Ahora, con un solo riñón, no puede trabajar y ganar tanto como antes. Dos de sus hijos mayores tuvieron que abandonar sus estudios para compensar.
Ambos hombres coincidieron en que la pobreza fue el principal motivo de su decisión. Las plantaciones de Sri Lanka, donde se cultiva el conocido té de la isla, están sumidas en la pobreza.
Según el Departamento de Censos y Estadísticas de Sri Lanka, más de 15 por ciento de los 22 millones de habitantes de este país del golfo de Bengala viven por debajo del umbral de la pobreza, y en algunas zonas la proporción sube a 30 por ciento.
Sin embargo, no existen estadísticas sobre el tráfico de órganos. Los agentes en la estación de policía de Talawakele aseguran que oyeron hablar de la venta de riñones, pero no recibieron denuncias oficiales.
Varios serían los motivos por esa falta de denuncias. Una es la vergüenza, ya que Mahendran y Johnson reconocieron a IPS que la estafa los ha convertido en el hazmerreír de sus aldeas. Otra es que, según el Código Penal, toda persona que venda un órgano enfrenta una pena de siete años de cárcel.
Es evidente que el problema merece una investigación más profunda. Prabash Karunanayake, un médico del hospital Lindula de Talawakele, amonesta periódicamente a los aldeanos que le piden asesoramiento para vender un riñón. «En los últimos días tuve que advertirles a tres personas al menos sobre los peligros que implica», sostuvo.
Otro que recibió este tipo de propuestas es Rajendaran, un mendigo de 24 años que vive y trabaja en la estación de tren de Talawakele. Varias personas le hicieron ofertas por su riñón, asegura. «Las rechacé a todas, por ahora. No quiero denunciarlos porque se trata de gente peligrosa», afirmó.
Kanapathi Kanagaraja, integrante del Consejo Provincial Central, la administración local, considera que antes que la venta de riñones adquiera proporciones mayores el gobierno debe tomar medidas decisivas para impedirlo. «Vamos a tomar esto en el ámbito provincial, pero requiere atención a nivel nacional», declaró.
Prathiba Mahanama, la otrora directora de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, dijo que hasta que no se pongan en marcha programas nacionales la forma más eficaz de disuasión será la sensibilización de la población.
Karunanayake, el médico, concuerda con esa opinión. «En este momento, como la gente no conoce el riesgo sanitario, la venta de riñones es puramente una transacción financiera. Hay personas sin escrúpulos que hacen este tipo de ofertas porque saben que, por el precio justo, pueden comprar un riñón», concluyó.
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2016/02/traficantes-de-rinones-estafan-a-los-mas-pobres-en-sri-lanka/
Traducido por Álvaro Queiruga