Cuando salieron de los colegios electorales el 8 de noviembre de hace tres años, lo primero que hizo la mayoría de votantes de Myanmar fue levantar sus meñiques manchados de tinta hacia los profesionales gráficos reunidos fuera.
Se convirtió en un signo universal con el que la ciudadanía demostraba su compromiso, aventurándose a emitir su voto en las elecciones generales sin dejarse intimidar por la epidemia de COVID-19 que entonces asolaba el país.
Ese día, 27 millones de votantes, más del 70% del electorado con derecho a voto, acudieron a los colegios electorales de toda la nación. Desde personas ancianas hasta jóvenes que votaban por primera vez, todos depositaron su voto para elegir al gobierno que creían mejoraría sus vidas y su país, y que a la vez consolidaría la incipiente democracia de Myanmar.
La Liga Nacional para la Democracia (la NLD, por sus siglas en inglés) de Daw Aung San Suu Kyi obtuvo una victoria aplastante, imponiéndose a otros 86 partidos. El pueblo de Myanmar le encargó la misión de gobernar el país por segundo mandato consecutivo, ya que el partido obtuvo 920 (o el 82%) de los 1.117 escaños disponibles en el Parlamento.
El Partido Unión, Solidaridad y Desarrollo, apoderado por los militares, solo obtuvo 71 escaños, una amarga decepción tanto para el partido como para los militares, lo que los llevaría a afirmar que las elecciones fueron injustas y que deberían anularse. Sin embargo, observadores nacionales e internacionales afirmaron que los comicios habían sido libres y justos.
Tres meses después, en febrero de 2021, el ejército dio un golpe de estado, arrestando a los líderes electos del país, el Presidente U Win Myint y la Consejera de Estado Daw Aung San Suu Kyi, destrozando con ello las esperanzas de la población para un mejor futuro.
Sumida en la indignación, la ciudadanía birmana protestó contra la toma del poder y desafió a los militares a respetar sus votos, a lo que el régimen respondió con sangrientas medidas represivas. Los esfuerzos de la población por defenderse y contrarrestar los ataques del régimen se han convertido, casi tres años después del golpe, en una resistencia armada en todo el país contra la junta militar. Una resistencia que no muestra signos de ceder y que ha impedido que los militares sometan al país a su control total.
Fuente original en inglés: https://www.irrawaddy.com/photo-essay/three-years-on-looking-back-at-myanmars-stolen-election.html