La gran paradoja es que la política de disuasión pretende evitar la guerra nuclear; sin embargo, esa estrategia puede requerir el uso de armas nucleares
En agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Desde entonces no se han vuelto a utilizar armas nucleares en un conflicto. Sin embargo, esto podría cambiar pronto ya que aumentan las probabilidades de que Ucrania se enfrente a un momento similar al de Hiroshima.
La situación en Ucrania ofrece a Rusia cada vez más motivos militares y geopolíticos para que utilice armas nucleares tácticas. A pesar de que será Rusia quien las emplee, Estados Unidos y la OTAN participan muy activamente en el proceso. Están atrapados en las garras de la locura neoconservadora que descarta con despreocupación las posibles consecuencias catastróficas y bloquea todas las salidas.
La situación en Ucrania ofrece a Rusia cada vez más motivos militares y geopolíticos para que utilice armas nucleares tácticas
Las lecciones de Hiroshima y Nagasaki
Una forma de entender el momento actual es a través de la historia de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Aquellos ataques también tuvieron motivaciones militares y geopolíticas. La primera es un hecho ampliamente reconocido: la segunda, no.
De acuerdo con la historia normalizada, en agosto de 1945, Japón estaba derrotado de facto y había manifestado su voluntad de rendirse “con condiciones”. Sin embargo, Estados Unidos quería una rendición “incondicional”. También calculó que la conquista de Japón podría suponer un millón de bajas estadounidenses. En consecuencia, optó por destruir Hiroshima y Nagasaki, con lo que logró su rendición incondicional sin dichas bajas.
La motivación geopolítica preocupaba a la Unión Soviética. Esta había declarado la guerra a Japón al día siguiente del ataque de Hiroshima, y Estados Unidos temía que conquistara el norte de Japón, poco defendido. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki lo impidieron al poner fin a la guerra de forma abrupta. También enviaron a la Unión Soviética un mensaje intimidatorio sobre el poder de Estados Unidos.
El paralelismo con Ucrania
La guerra de Ucrania ha generado una lógica que recuerda a la de 1945. El paralelismo militar es claro. Rusia quiere poner fin a la guerra de un modo aceptable. Incluso después de haber conquistado las provincias del Donbás, se enfrentará a continuos ataques con armamento de largo alcance proporcionado por Estados Unidos y sus socios menores de la OTAN. La consiguiente pérdida de vidas y daños rusos será inaceptable. Las armas nucleares tácticas pueden poner fin al conflicto de forma quirúrgica, y Ucrania se verá obligada a aceptar el resultado o enfrentarse a una mayor destrucción.
El paralelismo geopolítico también es claro. En 1945, Estados Unidos envió un mensaje a la Unión Soviética. En Ucrania, las armas nucleares tácticas enviarán a Estados Unidos el mensaje de que si continúa con su estrategia de escalada progresiva del conflicto se arriesga a provocar una guerra nuclear en toda regla.
La locura neoconservadora: la escalada progresiva y la gota que colma el vaso
El neoconservadurismo es una doctrina política que sostiene que nunca más existirá una potencia extranjera, como la antigua Unión Soviética, que pueda desafiar la supremacía estadounidense. La doctrina otorga a Estados Unidos el derecho a imponer su voluntad en cualquier parte del mundo, lo que explica la intervención estadounidense en Ucrania, mucho antes de la invasión rusa de 2022. Inicialmente, la doctrina se sembró entre los republicanos de línea dura, pero, desde entonces, ha sido adoptada por los demócratas, y ahora impera desde el punto de vista político.
Desde finales de la década de 1990, el proyecto neoconservador ha impulsado una guerra a cámara lenta contra Rusia
Desde finales de la década de 1990, el proyecto neoconservador ha impulsado una guerra a cámara lenta contra Rusia, basada en una estrategia de “escalada progresiva”. El primer paso fue la incorporación de los países centroeuropeos a la OTAN, a la que siguió la incorporación de las antiguas repúblicas soviéticas del Báltico. A partir de entonces, Estados Unidos empezó a fomentar el sentimiento antirruso en las antiguas repúblicas de Georgia y Ucrania. A largo plazo, pretende fomentar la desintegración de Rusia, tal y como defendió el asesor de Seguridad Nacional estadounidense Zbigniew Brzezinski en la década de 1990.
La implicación de Estados Unidos y la OTAN en Ucrania se ha caracterizado por una estrategia similar de escalada progresiva. En la década anterior a la guerra, Ucrania fue el mayor receptor de ayuda militar estadounidense de Europa y los miembros de la OTAN paralizaron el proceso de paz de Minsk. A partir de entonces, el compromiso se ha intensificado constantemente, convirtiendo la ayuda en una guerra de poder y, posteriormente, en un conflicto directo y tácito con Rusia. El calendario incluye sabotear las negociaciones de paz a principios de 2022; suministrar misiles antiaéreos Stinger, misiles antitanque Jaguar y munición de artillería; suministrar sistemas de defensa antiaérea con misiles Patriot; transferir reactores MIG-29 de antiguos países del Pacto de Varsovia; suministrar artillería de ultra largo alcance, carros de infantería avanzados y tanques; suministrar sistemas de cohetes HIMARS de largo alcance y misiles ATACMS y Storm Shadow de mayor alcance; y suministrar aviones F-16 modernizados.
Paralelamente, Estados Unidos ha proporcionado información por satélite, al tiempo que algunos asesores encubiertos han colaborado en ataques con misiles de largo alcance en el interior de Rusia, de los que cabe destacar los ataques al puente de Kerch, a buques de guerra rusos en el mar, a astilleros navales en Crimea y Novorossiysk, al sistema ruso de defensa AWACS de gran altitud y un ataque al sistema ruso de defensa contra misiles antibalísticos.
La estrategia de escalada progresiva tiene como objetivo tensar la cuerda, y se supone que se va tensando lo suficientemente poco como para negar a Rusia motivos para recurrir a la opción nuclear. Sin embargo, la estrategia corre el riesgo de no ser capaz de ver la gota que colme el vaso.
Poner fin a la guerra, poner fin a la escalada progresiva y restablecer la disuasión
Ponerse en el lugar del otro puede ser esclarecedor. Los objetivos de Rusia son tres. En primer lugar, quiere poner fin a la guerra en condiciones aceptables. En segundo lugar, quiere contrarrestar la estrategia estadounidense de escalada progresiva. En tercer lugar, quiere restablecer la credibilidad de su disuasión nuclear, que se ha visto comprometida por escaladas que han desdibujado líneas rojas que no deben cruzarse.
El uso de armas nucleares tácticas se ha vuelto cada vez más racional, ya que lograría los tres objetivos, razón por la cual la situación es grave. La gran paradoja es que la disuasión pretende evitar la guerra nuclear, sin embargo, el restablecimiento de la disuasión puede requerir el uso de armas nucleares, ya que demuestra la voluntad de hacerlo.
Muchos partidarios neoconservadores han hablado despreocupadamente del “farol nuclear de Putin”. La realidad es que la amenaza de represalias nucleares por parte de Estados Unidos es un farol. Ningún político o general estadounidense en su sano juicio se arriesgaría a una guerra termonuclear por el bien de Ucrania.
Un pronóstico desalentador
Todavía hay tiempo de detener la escena. El problema es que la paz ni siquiera se contempla. La viciada democracia de Ucrania está en suspenso, los extremistas de Azov tienen el control y cualquier ucraniano que se oponga a la guerra se enfrenta a penas de cárcel o algo peor.
En Estados Unidos, los neoconservadores están al mando y el público recibe continuamente una narrativa maniquea que pinta a Occidente como el bueno y a Rusia como el malo. Esa falsa narrativa se refuerza constantemente y dificulta el compromiso político y ético.
El pronóstico es desalentador. Irónicamente, lo que puede impedir un momento como el de Hiroshima es el éxito ruso en el campo de batalla.
Thomas Palley es doctor en Economía y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Yale. Fue economista jefe de la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad EEUU-China.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en thomaspalley.com.
Traducción de Paloma Farré.