En el año 2000, la segunda vuelta de las presidenciales ucranias otorgaron la victoria al actual jefe de Estado saliente Leonid Kuchma. El líder de la oposición, Simonenko, recibió una estimación algo superior al 38% de votos escrutados. Ningún medio se hizo eco del fantasma de fraude que pudo, como puede suceder ahora en 2004, […]
En el año 2000, la segunda vuelta de las presidenciales ucranias otorgaron la victoria al actual jefe de Estado saliente Leonid Kuchma. El líder de la oposición, Simonenko, recibió una estimación algo superior al 38% de votos escrutados. Ningún medio se hizo eco del fantasma de fraude que pudo, como puede suceder ahora en 2004, socavar el sistema democrático. Simonenko era el candidato oficial del Partido Comunista Ucranio; Kuchma, un caramelo para Occidente cuyo país, desde la desintegración de la URSS, miraba más hacia el corazón de Europa.
Los mineros de la cuenca del Donetsk, al sureste de Ucrania, han reclamado a Víctor Yanúkovich, el presidente electo acusado de transgredir las reglas democráticas, la secesión de la mitad este del país. Nuestros diarios han dado la voz de alarma, sabedores de que ni la UE ni EEUU aceptarán tal ofensa contra la integridad geopolítica de Ucrania. Checoslovaquia fue partida en dos. Yugoslavia en cinco, pero casi seguro serán siete las naciones que constituirán aquel mosaico poblado de eslavos donde la división se fraguó debido a la práctica de diferentes credos religiosos. La URSS posrevolucionaria acabó despedazada. Poca importancia dieron las informaciones a lo que iba sucediendo en Europa Oriental. Se trataba de acontecimientos «naturales», prevalecían los derechos a la autodeterminación en pueblos en los que la imposibilidad de convivencia entre miembros de una u otra etnia era de «carácter evidente». Apenas se habló del papel determinante que jugaron algunas potencias, como sin duda Alemania. En muchos casos, de hecho, las mentiras conjugadas no fueron a su tiempo reparadas. Se trataba de formular melodías que aportasen nuevos aires democráticos, lejos del autoritarismo socialista. Pero en la práctica, aquéllo no era si no una lucha capital por hacerse con las materias de Oriente, por debilitar a la nueva Rusia librepensadora.
El sureste ucranio, prorruso y proYanúkovich, difícilmente se separará. Allí yacen las cuencas ricas en minerales, allí fluyen los gasoductos y conductos petrolíferos. Si nos guiamos por la lógica, la autodeterminación de una gran zona rusa respecto a una aún más extensa zona ucrania no debería alarmar a nadie. A fin de cuentas, croatas, eslovenos o serbios, pequeñas naciones de difusa historia, derrotaron al yugo eslavo (yugo-eslavia: unión de eslavos). No hablemos ya de bosnios, musulmanes de origen serbio o croata: ¡ un país para los confesores de una sola religión! Puesto que Europa luchó por los derechos de checos y eslovacos ¿por qué no de rusos y ucranios? Porque los beneficios comerciales y económicos, en este último caso, corresponderían a la Rusia de Putin. Nada más sencillo.
Bases militares norteamericanas son implantadas en repúblicas ex-soviéticas de Asia Central. A cambio, ayuda militar y económica para las élites dirigentes de aquellos países, muchos de ellos provistos de importantes recursos naturales. En Georgia, hace un año, todos apreciamos en los informativos la bella Revolución de Terciopelo, protagonizada por el nuevo presidente Sakachvili. Éste, discípulo educado en EEUU, contó con el apoyo monetario y logístico de la CIA, la cual canaliza muchas de sus últimas operaciones a través de la NED (Fundación para la Democracia), procedente de Washington. El petróleo del Mar Caspio atraviesa Georgia…así como Chechenia, u otras repúblicas caucásicas que hoy lamentan conflictos armados.
La NED posibilitó la caída de Milosevic, prisionero en La Haya. Al parecer, de momento se ha tornado imposible el vincular al sátrapa serbio con crímenes contra la humanidad. La NED, presidida por el poeta y ex-presidente checo Vaclav Hável, actúa en estos momentos en Ucrania como agitadora de las capas sociales.
Por una vez, la dirección de la UE ha hablado con tanta claridad como Washington, escribe en un suplemento el norteamericano Garton Ash, progresista, el cual añade, Tenemos que mantener la posición inequívoca de que la desobediencia civil pacífica es una reacción legítima, incluso necesaria, al fraude electoral. ¿Por qué ese doble rasero, obviando que son muchos los países que sufren ese mal inclemente? ¿Por qué ese repentino fervor democrático? No niego la existencia de fraude, ni pienso hacerlo, aunque nuestros periódicos, emisoras y cadenas más influyentes han aportado de momento una visión muy nítida sobre las sospechas cosechadas hasta la fecha. Pero las sospechas que aquí resaltamos no han alterado en otras partes comicios acaecidos durante los últimos años en Túnez, en Argelia, en Marruecos, en Nicaragua, en El Salvador, en Rusia. Y cómo no, en los Estados Unidos, año 2000, elección de Bush hijo. ¿ Acaso no hubiese resultado aquí la desobediencia civil?
Desde que Kuchma accedió al poder en 1995, Ucrania cayó en declive. La renta per cápita de cada uno de sus 48 millones de habitantes se agravó en un 42%. El «saneamiento» de su economía, dictado por el FMI, tuvo consecuencias dramáticas. La flexibilización laboral derivó en un desmantelamiento de los servicios sociales, la educación disminuyó, la seguridad social dejó de abarcar a toda la población. La miseria, el hambre, el paro, las enfermedades, pretextos que dio el Primer Mundo para enterrar definitivamente la férrea planificación comunista, se dispararon. El libre mercado ha resultado ser una pesadilla para Ucrania y para toda Europa del Este.
La UE, sumamente agresiva, concede créditos a este país; por su parte, Rusia, juega la baza del petróleo. EEUU, claramente, se alinea con los primeros. No en vano, la rusóloga Condoleeza Rice se ha visto promovida a Secretaria de Estado (Ministra de Exteriores). En este marco imperial rivalizan ambos bloques. ¿Les suena de algo esta confrontación a 15 años de la caída del muro?
Otro Víktor, esta vez Yúshenko, encabeza la oposición. Poco más del 3% de votos emitidos lo separan de la victoria electoral. Pero las multitudinarias protestas no se hicieron esperar por parte de uno y otro bando. Cientos de miles de personas, amparadas por los partidos que cobijan a ambos líderes, acudían al centro de Kiev, la capital, para defender a sus representantes. Estos actos se sucedieron aun sin darse a conocer los resultados finales. Como caídos del cielo.
El líder del cambio, rezaba otro titular referente a Yúshenko en el diario El País. Afirmación poco creíble si tenemos en cuenta que el candidato opositor a presidente fue primer ministro nada menos que desde 1991 a 2001, es decir, durante la década que siguió a la proclamación de independencia de Ucrania. ¿Qué nueva Revolución de Terciopelo podría emprender un adinerado político, cómplice en el debilitamiento del sistema universal y monetario de su patria? ¿Qué cambio llevaría a cabo este liberal con renombradas derrotas económicas y sociales a sus espaldas? Para enfatizar el asunto, los candidatos reciben financiación de ciertos oligarcas ligados a distintas multinacionales que sin trabas se implantan por todo el país. Y cuentan los dos con con programas políticos sorprendentemente similares.
La Pax Americana se ha interpuesto en Ucrania. Enfrente, los petrorrublos moscovitas. La desaparición del bloque soviético prometía prosperidad, pero lo único que prosperó, cinco años después, fue el surgimiento de 75 millones de pobres distribuidos por todo el Este. En mi opinión, el capitalismo aprisionó más a los ciudadanos de allí con falsas premisas de libertad, de democracia. Mientras tanto, los ciudadanos de aquí fueron sedados por unos medios que pretendían vender una moto disimulada con mucha pintura y poco carburante. Asistimos impávidos al entierro del socialismo.
Yo confieso que no me lo creo -decía Galeano acerca del cortejo fúnebre que portaba el féretro del marxismo-leninismo; y poco después se reafirmaba- Estos funerales se han equivocado de muerto.