La Revolución Cultural, contracción de Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976), fue uno de los episodios más oscuros de la China contemporánea. El estallido revolucionario desató el “caos bajo las estrellas”, dando la impresión de desarrollarse de forma anárquica y de superar por momentos a los propios promotores de la revolución.
Si bien es cierto que Mao Zedong consideraba que las masas populares estaban dotadas de un poder creador ilimitado, en los próximos párrafos observaremos cómo se esforzó por impulsar un caos controlado, actuando como cortafuegos en los momentos más delicados y permitiendo cierta libertad cuando consideraba que no existía un riesgo real.
Pese a sus numerosas intervenciones a lo largo de la década en la que se desarrolló la Revolución Cultural, existen tres que destacan sobre las demás por su importancia para la evolución del movimiento revolucionario de este periodo.
La Comuna Popular de Shanghái
El primer rubicón de Mao tuvo lugar a escasos cinco meses de la aprobación del documento de los dieciséis puntos (oficialmente Decisión del Comité Central del Partido Comunista de China sobe la Gran Revolución Cultural Proletaria, aprobada el 8 de agosto de 1966), considerado el punto de partida de la Revolución Cultural.
El fervor revolucionario se desató en mayo de 1966, evolucionando sin control aparente y haciendo saltar por los aires el statu quo al que había llegado la sociedad china una vez proclamada la República Popular en 1949. La autoridad del Partido quedó en entredicho al ser el propio Mao quien llamara a las masas a “bombardear los cuarteles generales”, en clara alusión a las altas esferas del partido.
En la ciudad de Shanghái la situación llegó al extremo al proclamarse en enero de 1967 la Comuna Popular de Shanghái. Para comprender cómo se llegó a ello es necesario remontarse al invierno de 1966, cuando comenzaron a formarse grupos rebeldes de obreros con el apoyo de Mao.
Ya durante la celebración de su septuagésimo tercer aniversario, el 26 de diciembre de 1966, Mao dejó claro a un grupo reducido de leales que la Revolución Cultural no iba a terminar con el caos provocado por los guardias rojos, sino que llegó a brindar “¡por el despliegue de la guerra civil generalizada por todo el país!”, algo que se materializaría desde el año que estaba a punto de comenzar, produciéndose numerosas tomas de poder en las que la estructura tradicional de poder del Partido iba a ser reemplazada, en principio, por grupos revolucionarios.
En Shanghái destacó que los grupos obreros tuvieron un mayor protagonismo que los guardias rojos durante la Revolución Cultural. El Cuartel General de los Obreros Rebeldes, cuyo líder era Wang Hongwen, se alzó como la única herramienta revolucionaria frente al Comité del Partido en Shanghái, quien, a pesar de todo, seguía teniendo capacidad de movilización y fue capaz de conseguir que una gran cantidad de ciudadanos asediaran las oficinas del Diario de la Liberación, que había sido tomado por guardias rojos contando con el apoyo y protección del Cuartel General de los Obreros Rebeldes. El 30 de diciembre la violencia estalló en Shanghái tras atacar el Cuartel General de los Obreros Rebeldes a los guardias escarlatas (grupo formado en defensa del Comité del Partido) a petición de Zhang Chunquiao, quien desde Beijing dio la orden de tomar el poder. Días después, el cuatro de enero, Zhang Chunqiao y Yao Wenyuan, miembros de la Banda de los Cuatro, volaron a Shanghái, donde darían el golpe de gracia. Zhang pidió una gran concentración popular contra el Comité del Partido en la ciudad, que consiguió hacer trizas dicho comité, logrando la purga de la gran mayoría del mismo, incluyendo al alcalde Cao Diqiu.
La toma del poder en Shanghái abrió el camino para los revolucionarios y fue pionera dentro de la Revolución Cultural sirviendo como ejemplo a seguir en el resto de China. La organización política resultante, después de una reunión entre distintas organizaciones, fue denominada Comuna Popular de Shanghái, tomando como modelo la Comuna de París de 1871. El abismo que se abría al aceptar dicha denominación no gustó en absoluto a Mao, que comenzó a retroceder temiendo por un brote de anarquía que podría contagiarse a otras provincias. De establecerse una comuna la autoridad del Partido desaparecería, perdiendo el control sobre el territorio, así como su influencia y control sobre la sociedad. De hecho la supervivencia misma de China como Estado unitario podría quedar en entredicho en caso de proclamarse más comunas. Las excusas que puso Mao a Zhang y Yao cuando se reunieron el doce de febrero del mismo año aludían a problemas con el nombre del país o complicaciones con el reconocimiento internacional en caso de modificaciones. El 23 de febrero, Zhang y Yao anunciaron que el órgano de poder supremo en Shanghái se denominaría Comité Revolucionario de Shanghái, poniendo punto y final al intento de crear una comuna.
El rol del EPL y el incidente de Wuhan
Otra de las líneas rojas que Mao no pudo (o no quiso) cruzar fue la participación e integración del Ejército Popular de Liberación (EPL) en la Revolución Cultural, pues en numerosas ocasiones vetó que en su seno se produjeran los desórdenes que fomentó a nivel nacional.
Desde un primer momento surgió el dilema de qué hacer con el EPL, si implicarlo en la Revolución Cultural como al resto de grupos civiles o si aislarlo de los movimientos que se estaban produciendo en el país por razones de seguridad nacional. Pese a que el Ejército intervino cuando fue necesario lo que sí que es cierto es que se trató de evitar que a nivel interno se vieran afectados por el caos, de ahí que, por ejemplo, cuando Bandera Roja, diario del PCCh, publicó un editorial en el que se afirmaba que se iba a producir la lucha contra los seguidores del Partido en el EPL, el propio Mao ordenó su retirada escribiendo junto al mismo “hierba venenosa”.
Podemos destacar un ejemplo concreto sobre la participación del EPL en la Revolución Cultural, conocido como el “incidente de Wuhan”. Probablemente fue el momento en el que China estuvo más cerca de la guerra civil.
Al ser habituales las divisiones faccionales en el seno de los guardias rojos y los obreros pronto surgió el problema para el EPL de a quién apoyar, qué facción apoyaba realmente la causa justa. En Wuhan, capital de la provincia de Hebei y cuna de la Revolución de 1911 en la que se puso fin a la última dinastía imperial, la Qing, después de varias divisiones y alianzas quedaron dos grandes organizaciones: por un lado el Millón de Héroes, compuesto por obreros y miembros del Partido leales al mismo (es decir, conservadores), y por otro el Cuartel General de los Trabajadores de Wuhan, revolucionarios y defensores a ultranza del Pensamiento Mao Zedong. La ciudad era, además, el cuartel general de la Región Militar de Wuhan, encabezada por el general de tres estrellas Chen Zaidao. Desde un principio el EPL apoyó a la facción conservadora, involucrándose activamente en la toma de emisoras de radio, bancos, graneros, etc., manteniendo así el control de los puntos clave de la ciudad. Chen se justificó aludiendo a la necesidad de apoyar a las masas revolucionarias de la izquierda, siendo el término izquierda tan relativo y abstracto que fue interpretado a conveniencia en las diferentes provincias chinas. A finales de junio la cifra de muertos ascendía, según el historiador Wang Nianyi, a 108, y el Millón de Héroes se encontraba en una posición de superioridad que preocupó al Grupo Central para la Revolución Cultural, que intervino pidiendo un cese de la violencia y reuniones con las partes involucradas.
En julio, Zhou Enlai se desplazó a Wuhan para tratar de resolver el conflicto, encontrándose allí con el ministro de Seguridad Pública Xie Fuzhi, nacido en la provincia de Hebei y con contactos entre los militares de la región, Wang Li, miembro del Grupo para la Revolución Cultural, y el propio Mao, que quiso visitar Wuhan en su ruta de inspección por el sur. Los mediadores llegados desde Beijing consiguieron nivelar la balanza en favor de los revolucionarios, pidiendo a Chen Zaidao, entre otros, que realizaran autocríticas.
La noche del 19 de julio, coincidiendo con una reunión de Xie y Wang con oficiales de la región, un grupo de soldados contrario al desenlace de los acontecimientos bloqueó la entrada principal del cuartel general, provocando la huída de Wang por otra puerta y siendo escoltado hasta el complejo de invitados del Lago Oriental. Horas después se le pidió que acudiera a hablar con los manifestantes pero se negó, subestimando su poder. Al día siguiente un grupo de miembros del Millón de Héroes se presentó en el complejo para invitados exigiendo a Chen Zaidao y Xie Fuzhi ver a Wang Li, quien había sido excesivamente crítico con su organización y los militares. Cuando Wang optó por salir al exterior, Chen fue golpeado, mientras que Wang fue secuestrado y trasladado al cuartel general.
Lo peligroso de la situación, en la que un grupo se había atrevido a secuestrar a un miembro del Grupo para la Revolución Cultural, sumado a que no se podía garantizar la seguridad de ningún representante político, provocó que Mao, que se encontraba en el mismo complejo en el que se había desarrollado los últimos acontecimientos (aunque su presencia no fue publicitada y sólo sabían de ella un reducido grupo de personas) se trasladara con urgencia en avión a Shanghái.
Zhou, que se había marchado a Beijing, tuvo que regresar para resolver la situación. El 26 de julio fueron sometidos a una sesión de crítica del Comité Permanente Chen Zaidao y otros oficiales de Wuhan, siendo destituidos al día siguiente. Se produjeron cambios en la estructura militar de Wuhan y el Millón de Héroes, sin apoyos, perdió cualquier oportunidad de supervivencia, quedando el control de la ciudad en manos de los rebeldes. El incidente de Wuhan fue el caso más claro de participación militar contra la Revolución Cultural.
El hecho de que el EPL pasase a formar parte de las alianzas “tres en una” a la hora de formar comités revolucionarios les hizo involucrarse activamente en la vida política del país, pasando a ser el más numeroso de los tres grupos (los otros dos eran los cuadros veteranos y los revolucionarios) y acumulando un poder superior al de sus compañeros de fórmula. Por tanto desde que comenzaron a establecerse los comités revolucionarios en 1967, el poder real fue quedando progresivamente en manos de los militares, puesto que el Partido se mostraba incapaz de reaccionar tras el caótico primer año de revolución. Ya en 1969 las autoridades hicieron uso de los conflictos fronterizos con la URSS para forzar la unidad nacional frente a un enemigo externo, lo que sirvió de coartada para poner fin a las luchas faccionales en provincias como Mongolia Interior o Guizhou, del mismo modo que justificaba la presencia de oficiales del EPL en los puestos políticos de mando.
La supervivencia Deng Xiaoping
El último de los motivos que evidencia la existencia de cierto control dentro del caos desatado fue la supervivencia de Deng Xiaoping y la protección que le brindó Mao frente al deseo del Grupo Central para la Revolución Cultural de proceder a su destitución y posterior expulsión del Partido.
Mao guardó la carta de Deng por si algo salía mal. Es decir, nunca apostó ciegamente por quienes seguían su pensamiento porque desconfiaba de las verdaderas intenciones de su defensa a ultranza, a pesar de que eran los únicos que protegerían su legado.
No deja de resultar revelador que durante la XII Sesión Plenaria del VIII Comité Central del Partido (octubre de 1968), la misma en la que Liu Shaoqi fue expulsado, Mao dijera lo siguiente sobre Deng:
“Todos vosotros queríais expulsar a Deng Xiaoping, pero tengo algunas reservas … No se va a rebelar. Lo que le caracteriza es que está demasiado alejado de las masas. Estas reflexiones mías quizá pueden ser algo conservadoras y no de vuestro agrado. […] los que tomaban las decisiones eran otros”.
Tras el fallecimiento de Lin Biao el 13 de septiembre de 1971 y el fracaso de Wang Hongwen como futuro sucesor al dejarse manipular por la Banda de los Cuatro, Mao pretendió que el país fuese dirigido mezclando a un práctico Deng Xiaoping y a un teórico de su agrado como Zhang Chunqiao. Así conseguiría que China fuera próspera y a la vez se mantuviera fiel a los ideales de la Revolución Cultural, que es lo que dejaría como legado.
Los historiadores, especialmente los occidentales, han tratado de atribuir a Zhou Enlai el regreso de Deng, así como su protección durante los años de aislamiento encerrado en su residencia de Zhongnanhai, primero, y en su nueva vivienda de la provincia de Jiangxi (donde trabajaría en un taller), coincidiendo con la dispersión del Comité Central y antiguos miembros relevantes al existir una amenaza de guerra con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a finales de 1969. Pero no fue así. Zhou nunca hubiese actuado actuado de espaldas a Mao en un tema tan delicado, pues ante todo su lealtad era inquebrantable. Fue Mao el que conservó a Deng en la retaguardia, sabiendo que algún día podría resultar útil al Partido. En palabras del historiador chino Gao Wenqian:
“Los historiadores han perpetuado la falsa idea de que Deng Xiaoping era algo así como el protegido de Zhou Enlai, pero Deng siempre fue un hombre de Mao. Mao había preparado a Deng y lo enrumbó en su carrera desde el principio. Esa es la razón por la cual durante la Revolución Cultural, mientras muchos veteranos fueron irremediablemente arruinados, Mao decidió que Deng permaneciera como miembro del Partido”.
Bibliografía
- SHORT, Philip. Mao. Barcelona: Crítica, 2011.
- MACFARQUHAR, Roderick y SCHOENHALS, Michael. La revolución cultural china. Barcelona: Crítica, 2009.
- DENG, Rong. Deng Xiaoping y la Revolución Cultural. Madrid: Editorial Popular, 2006.
Fernando Prieto es historiador especializado en Asia Oriental y máster en Economía y Negocios de China e India