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Un paso al frente

¿Un papa que abandona? (II/II)

Fuentes: Rebelión

Quizá en la renuncia papal (casi) nada es lo que parece… Tal vez solo sea el primer movimiento visible de una estrategia más compleja hacia el Gobierno Mundial de la Era Neorreligiosa… Acaso Joseph Ratzinger, aunque deje de ser papa, no se vaya del todo realmente… Sugeríamos hace escasos días que el abandono papal ya […]

Quizá en la renuncia papal (casi) nada es lo que parece… Tal vez solo sea el primer movimiento visible de una estrategia más compleja hacia el Gobierno Mundial de la Era Neorreligiosa… Acaso Joseph Ratzinger, aunque deje de ser papa, no se vaya del todo realmente…

Sugeríamos hace escasos días que el abandono papal ya estaba preparado. El mediático acontecimiento, aunque no necesariamente su protagonista, había sido previsto (legislado) treinta años atrás. El propio Benito 16 había expresado esa posibilidad en 2010. Añadíamos que la renuncia llegó seguida de «análisis» periodísticos sobre la supuesta debilidad política del papa, pero sin la menor prueba solvente de esta. Tampoco faltaron, ni faltarán, los panegíricos por su afán «limpiador» y regenerador de la Iglesia Católica Romana (véase este del creyente «crítico», pero majete, José Manuel Vidal, que en su emotiva despedida a B16 llega a extremos como el de llamar a B16 «un Papa crucificado» que «acepta con gallardía la cruz del chivo expiatorio de la pederastia clerical sobre sus hombros ancianos»). Aunque en algún medio a Ratzinger se le quiera enfrentar, «por el control del dinero», con su secretario de Estado, Tarcisio Bertone, resulta que otro texto del mismo diario reconoce y documenta cómo el propio papa mantuvo a su número dos a toda costa.

Insistimos, pues, en que no existe evidencia alguna de que el viejo Panzerkardinal haya perdido jamás el control del aparato. Sus dotes como teólogo, su tan traída y llevada timidez, en absoluto están reñidas -lleva décadas demostrándolo- con su habilidad para guiar férreamente la nave administrativa vaticana en aspectos esenciales. Ni, por supuesto, con su capacidad de cálculo.

Joseph Ratzinger es un tipo muy listo. Como buen papa y buen curial de toda la vida. Nada más conocerse públicamente su renuncia a la «Santa» Silla, disciplinados obispos y religiosos de todas partes corrieron a saludar su «valiente» decisión. Así la calificó el obispo de Bilbao. Y el arzobispo de Tlalnepantla (México). Y el obispo de Talca (Chile). Y el arzobispo de Sevilla. Y los obispos de Míchigan. Y el boliviano de Oruro. Y el cardenal, también mexicano, Norberto Rivera. Y el ex portavoz vaticano Joaquín Navarro-Valls. Y el obispo de Orlando (Florida). Y al menos varios de Texas. Y los costarricenses. Y el cardenal Cañizares. Y… Y… Y… En muchos de esos casos, hablando también de la «humildad» y la «falta de egoísmo» implicadas en tal decisión.

De haber habido una consigna, quizá la coincidencia no habría sido mayor… Pero, ¿por qué «valiente»? Cuando hace falta valor es porque se enfrenta un peligro o una amenaza u oposición serias. Ya hemos visto que no existen elementos de juicio para pensar así respecto al entorno del papa. ¿Se subraya solo la valentía de haber renunciado a un puesto tan destacado y habitualmente vitalicio? Tal referencia implica dejar mal a los papas anteriores, en particular a Wojtyla (que, mucho peor de salud, resistió dramáticamente hasta el final). Incluso quizá al propio Ratzinger, pues podría entenderse que tuvo que luchar contra su propio afán de poder y de perpetuarse…

Tanta afirmación de «valentía» y virtudes morales, suscrita también por muchos cronistas y comentaristas (católicos o no), y avalada por «críticos» como Estulin y Frattini, tiene por efecto subliminal presentar a Ratzinger como una víctima de las intrigas de la Curia y de otros poderes relacionados con el Vaticano. ¿Se trata de un efecto buscado también por la supuesta víctima?

Él subrayó que se iba libremente, cumpliendo así el requisito canónico. Pero en una comparecencia posterior advirtió sobre la necesidad de que se abandone el «egoísmo» en la ICR. Los cronistas contaron que llamaba a la «renovación» y que volvía a «arremeter duramente contra el poder» (?), lo que sería una «clara referencia a las luchas de poder que se libran en la cúpula de la jerarquía católica». Desde luego, el complemento interpretativo de los grandes medios le viene de perlas al Vaticano.

Si nos atenemos a las propias palabras del papa -que es probable previesen de antemano dicha ayuda periodística-, la traducción que parece imponerse es: «Yo puedo hablar contra el egoísmo y el afán de poder porque con mi retirada estoy dando ejemplo.» Es decir, algo ideal para contribuir a represtigiar ante propios y extraños a una institución, y a un personaje (el propio B16), que arrastran tanto lastre (in)moral. Quizá en vista de ello resulte menos sorprendente encontrar, incluso en el campo alternativo, verdaderas apologías del papa, como esa de Rebelión titulada «Los teólogos no tienen vocación de poder».

Por si todo ello no bastara, la humildad papal quedó reforzada cuando poco después se supo, a través de su biógrafo, que Ratzinger ha declarado: «Ya no se puede esperar mucho más de mí. Soy un hombre anciano. Las fuerzas me abandonan. Creo que basta con lo que hice hasta ahora.» Parecen las palabras de alguien que anuncia, incluso pide, retirarse tranquilamente para, acaso, afrontar la muerte en breve plazo. Pero esa apariencia, en alguien tan calculador, quizá no debiera dejarnos satisfechos.

La importancia política de Joseph Ratzinger

Al observador atento debiera llamarle la atención un dato de estos días posteriores a la renuncia papal: las reacciones a la misma han ignorado la dimensión política del personaje (algo que le encantará a este). Se le ha reducido a poco más que un administrador de la Curia, y encima bastante malo (su presunto idealismo haría de él alguien poco «práctico»); o, en el mejor de los casos, a un impulsor de cambios dentro de la ICR (en línea neotridentina a la vez que hacia unas mayores cotas de moralidad y transparencia). En todo esto late una concepción errónea, fundada en una vasta ignorancia, acerca de la naturaleza de la propia Iglesia Romana. No se acaba de comprender que estamos ante una entidad de carácter religioso pero, sobre todo, político. Y que, por supuesto, políticos son sus dirigentes; con mayor razón, el supremo. Pero, además, los tentáculos mediáticos del Vaticano, que van mucho más allá de los medios más obviamente afines, consiguen que la atención se fije en el presente y se olvide el pasado, incluso el todavía muy reciente. O que el énfasis en el primero permita una reinterpretación del segundo (ejemplo de ello es el ya mencionado panegírico de Vidal).

La propia naturaleza de esa entidad abona la confusión (por no decir que esta es su esencia). Experta en mezclar sistemáticamente lo religioso y lo político, lo público y lo privado, lo «temporal» y lo «espiritual»…, lo más noble y lo más inmoral, la ICR suscita un grado de desconcierto seguramente sin parangón, máxime por ser tan longeva (pero en absoluto trasnochada). Camaleónica, sinuosa, subrepticia, adicta al principio de sí contradicción, ha hecho del disfraz su rasgo más característico junto con el sagrado fin al que sirve aquel: el de acaparar Poder. El Gran Tapado es el mejor disfrazado, el que mejor tapa su Poder. Así, hasta críticos sinceros llegan a creerle débil. En este modesto blog hemos aludido no pocas veces a él, destapándolo en mayor o menor medida. Y hemos anticipado (ver p. ej. 1 y 2) que en los tiempos actuales tiende él mismo a destaparse cada vez más. Conviene tener esto muy en cuenta cuando se analizan los presentes acontecimientos vaticanos. Aún más si aceptamos que nos hemos adentrado en la Era Neorreligiosa, para la cual la ICR se encuentra muy bien preparada.

El descuido de esa dimensión política es tanto más grave en países como el nuestro, que han padecido la reiterada intrusión de Benedicto y sus huestes en los últimos años (fieles a una ancestral tradición, por lo demás). Siempre, claro, con su estilo confuso y solapado para evitar desenmascararse. Ahí queda el recuerdo de las teleapariciones del papa en la Plaza de Colón, o de sus amables visitas a nuestro país (con auténticos hitos en la siembra de cizaña y en la exhibición de papolatría). Toda una presión de alto nivel sumada a la de sus representantes patrios. Dejando seriamente condicionada la política española y reforzados los privilegios de la ICR.

En la esfera internacional y global, aunque no tan viajero como su predecesor, el papel de B16 no ha sido menos relevante. Recordemos que este gran político fue aupado al frente del Vaticano, cuyos hilos él mismo ya movía, a los pocos días de la adoración tripresidencial que tributó el Imperio al cadáver de Wojtyla. «Ese gesto –advertíamos– no implicaba sólo gratitud hacia el papa muerto, sino también compromiso con su sucesor.» Aunque usando el cuentagotas, las intervenciones visibles del todavía papa actual supieron estar por su parte a la altura de ese compromiso: de ahí su nada pacífica conferencia en Ratisbona alimentando la islamofobia; sus oportunas declaraciones reflejando «preocupación» por la «amenaza nuclear» en momentos en que el Imperio la señalaba en relación con Irán; sus excelentes relaciones con egregios genocidas que parecen sentirse magnetizados por él; o, lo más relevante, su «patita» mostrada para invocar la necesidad de un gobierno mundial -no ajeno a la propia autoridad papal- con la excusa de la crisis económica (ver también 1).

Su identidad con el Occidente atlantista en las grandes líneas de la política internacional parece absoluta. De ahí su actitud habitualmente acrítica respecto a las guerras «humanitarias» y a la «crisis» económica programada por la Elite Global del Sistema-Imperio. Una complicidad y un silencio que naturalmente no son gratis. El papado está bien situado ante los retos globales que, caos mediante, él mismo viene contribuyendo a crear.

¿Qué cabe esperar a partir de ahora?

Todo está mucho más medido y calculado de lo que nos dan a entender. Es la manera de actuar de Ratzinger y tiene sobrada experiencia. Él mismo dirigió todo el proceso del cónclave que, tras la muerte de Juan Pablo II, le acabó eligiendo como papa. Tampoco tendría nada de raro que ya estuviera designado el sucesor.

Durante el reinado de B16 se ha asistido a todo un récord en la «creación» de cardenales (90 en menos de ocho años; proporcionalmente, quizá como ningún otro papa). De los 117 cardenales que elegirán al nuevo jefe supremo, 67 han sido nombrados por él (los 50 restantes, por su compañero Juan Pablo II).

Sobre estas bases, no parece descartable que la renuncia de Ratzinger solo sea parte de una jugada maestra de mayor alcance. Toda ella al servicio, no tanto suyo (aunque seguramente él disfrute jugándola), como de su querida ICR. En esa institución se subordina todo, empezando por las personas (jerarcas también), al sacrosanto afán de poder. Si es necesario, con sacrificio personal incluido. Esto llega en ella a un grado desconocido en cualquier otra entidad de poder. De ahí su éxito diferencial.

El pronto ex papa es un anciano achacoso, pero, si nos atenemos a los datos disponibles, no sufre problemas perentorios de salud. Se le ha visto bien en sus últimas apariciones públicas. Parece conservar en lo básico sus facultades mentales. Cuesta mucho creer que en el convento de monjas del Vaticano donde vivirá la última etapa de su vida, se vaya a limitar a rezar. El próximo papa no será un muñeco de Joseph Ratzinger mientras dure este, pero sus comienzos y estrategias seguramente vendrán marcados por su antecesor en el cargo. También su perfil, puede que hasta su nombre y apellidos.

En algún momento, quizá incluso antes de liderar la ICR, Ratzinger se dio cuenta de que él no sería un papa definitivo. La edad ya le desbordaba y carecía del carisma suficiente. No quiso, por supuesto, perderse la gloria de asumir el papado, pero tampoco renunció con ello a un legado de mayor enjundia todavía. Sería un papa de transición sí, pero no una transición cualquiera. ¿Por qué iba a limitarse a ser cerebro en dos reinados pudiendo serlo en tres? Máxime si el tercero se le aparecía con tantas expectativas…

Estas semanas, los medios nos venden una imagen mítica de un papa que renuncia tras llegar a sentirse asfixiado por un ambiente demasiado hostil (y/o demasiado procaz, según las variantes más sensacionalistas). El cuadro de un hombre de fuertes convicciones y humildad genuina que prefiere la paz de un convento de clausura a la atmósfera enrarecida de la Curia, las altas finanzas y la alta política. Para mayor aderezo de la novela heroico-victimista, nos hablan de intrigas, masones y puñaladas traperas contra el «revolucionario limpiador». Pero no dicen la verdad, pues, aparte de especular y exagerar sin apenas fundamento, omiten mencionar responsabilidades -incluso propias- que B16 nunca ha depurado.

¿Cómo será el nuevo papa? Habrá de estar adaptado a lo que Ratzinger llamó ya hace años la «era neopagana» (amor al dinero, placer, poder… pero también sed de Dios). Y, más específicamente, al momento actual de la historia que los Poderes Terrenales (con el propio papado, sobre todo entre bastidores) han venido modelando. Un momento caracterizado por el Caos creciente y programado. En el cual la neorreligiosidad será cada vez más determinante.

Lo de menos es que el nuevo líder sea italiano, negro o latinoamericano. Si se le prevé definitivo, habrá de ser alguien muy dinámico, incluso juvenil, que despierte ilusión en un mundo angustiado por la «crisis» y las guerras. Para lo cual convendrá que, además, irradie pureza -que no tenga la cara de malo de B16- después de tantos años salpicados por desórdenes financieros y escándalos de pederastia en el ámbito de la ICR; y fuera de este, por una confabulación para destruir la economía mundial a la par que en todas partes medran los corruptos y oportunistas.

Señaladamente, en España, laboratorio «privilegiado», país en vanguardia de lo que viene. Ahí tenemos a sus dos principales diarios, mano a mano, erosionando lo poco que queda de «Régimen»: hoy Bárcenas, mañana Urdangarín, pasado otra vez Bárcenas, al día siguiente Corinna… Se impone un reajuste de la realidad nacional de acuerdo con el Sistema-Imperio. El campo de pruebas español seguro que aporta datos interesantes para posteriores experiencias, cada vez más globales.

Conclusiones

La renuncia de B16 es síntoma de que hay serios «movimientos telúricos» por detrás del escenario. De que se avecinan horas decisivas y el Vaticano quiere estar en primera línea para afrontarlas (léase, subordinarlas a sus intereses). Ahora seguramente los acontecimientos se precipiten, y no solo porque pronto habrá un nuevo papa. Inevitablemente, parte de ellos se nos escapan. Llaman la atención las prisas del propio Benedicto por celebrar el cónclave, adelantándolo si es preciso. La excusa aducida, un tanto pobre, sería evitar las «quinielas» sobre los candidatos a sucederle.

Mientras, y pese a todo, llevamos un tiempo de calma chicha. La prima de riesgo, bastante templada. La guerra contra Siria, igual de sanguinaria pero metida en un impasse porque las potencias díscolas siguen sin ceder y el Imperio aguarda al momento más propicio para dar el zarpazo decisivo.

Por supuesto, los gerifaltes políticos todavía fingen (también habrá algunos sinceros) que desean superar la «crisis». Pero el plan de los de Arriba, cuyos mas visibles representantes son los del FMI, sigue siendo destrozarlo todo.

Es probable que Raztinger aún pueda contemplar todo esto, o buena parte de ello. Pero no lo es tanto que se limite a ser espectador. En el fondo, más que un paso atrás, con su renuncia estaría dando un paso al frente. Sea como fuere, su Vaticano ya está aggiornato otra vez para lo que se (nos) viene encima: el Nuevo Orden Mundial que será impuesto con la excusa del Caos que llevan tiempo sembrando.

Fuente original: http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2013/2/22/-un-papa-abandona-ii-ii-paso-al-frente