El 10% más rico del planeta posee el 76% de la riqueza mundial.
La mitad más pobre dispone apenas del 2% del total de la riqueza.
Unos poquitos, siempre tienen más. La mayoría, cada vez cuenta con menos. Aunque no sea un fenómeno nuevo, la desigualdad global continúa acentuándose e invita al estallido social.
De los 7.8 billones de personas que habitan actualmente el planeta, son solo 9 los mega ricos que tienen una riqueza individual superior a los 100 mil millones de dólares, lo que representa, en conjunto, 1.320 mil millones. Otros 62 millones de individuos son los *millonarios*, es decir, cuentan con una fortuna mayor a 1 millón de dólares.
Cien investigadores del mundo entero, coordinados por cuatro “pesos pesados” del análisis macro –Lucas Chancel, Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucma–cruzaron datos, estadísticas y análisis para producir el Informe Sobre Desigualdad Mundial Global 2022, publicado el pasado martes 7 de diciembre (https://wir2022.wid.world/www-site/uploads/2021/12/Summary_WorldInequalityReport2022_Spanish.pdf).
Según dicho informe, las 52 personas más ricas del planeta han visto crecer el valor de su riqueza un 9,2% anual durante los últimos 25 años, en tanto que el club del 1% más rico –aquellos con más de 1,3 millones de dólares de riqueza– ha acaparado más de un tercio de toda la riqueza planetaria desde 1995.
La pandemia, por otra parte, ha jugado y continúa jugando como un disparador de las distancias sociales. Después de más de 18 meses de Covid-19, el mundo está más polarizado que antes en términos de desigualdad de riqueza, declaró Lucas Chancel, codirector del Laboratorio Mundial de la Desigualdad de la Escuela de Economía de París y coordinador del informe. Mientras que la riqueza de los multimillonarios ha aumentado más de 3,6 billones de euros, otros 100 millones de personas han pasado a engrosar las filas de la pobreza extrema a causa de la crisis sanitaria actual.
Información abierta: bien público mundial
Estos investigadores fundamentan la motivación de su trabajo en un nuevo paradigma interpretativo: la información sobre la desigualdad, abierta a la gente, transparente y confiable, constituye un bien público mundial.
Los promotores de esta investigación enfatizan una realidad incontrovertible: “vivimos en un mundo en el que abundan los datos y, sin embargo, carecemos de información básica sobre la desigualdad. Ejemplo de hecho es la paradoja de que, a pesar de que los gobiernos publican anualmente cifras sobre el crecimiento económico, por lo general sus informes no detallan cómo se distribuye ese crecimiento entre la población. En otras palabras: no explican quién gana y quién pierde en este partido. Y definen un concepto de referencia de su trabajo científico “el acceso a dichos datos es fundamental para promover la democracia”. Más allá de los ingresos y la riqueza, también es fundamental “mejorar nuestra capacidad colectiva para medir y monitorear otras dimensiones de las disparidades socioeconómicas, incluidas las temáticas ambientales y de género”, subrayan.
Un planeta cada vez más desigual
El 10% más rico de la población del planeta recibe actualmente el 52% del ingreso mundial, mientras que la mitad más pobre tan solo un 8,5%. En promedio, un individuo que forma parte de ese 10% privilegiado gana 87.200 euros (122.100 dólares) por año, en tanto que otro en la mitad más pobre sólo 2.800 euros (3.920 dólares).
Si las distancias en cuanto a ingresos producen escalofríos, las desigualdades mundiales a nivel de riqueza son, incluso, más pronunciadas. Por ejemplo: la mitad más pobre de la población mundial apenas posee el 2% del total de la riqueza. La otra cara de la misma moneda: el 10% más rico dispone del 76% de toda la riqueza. Lo que significa que la mitad más pobre de la población cuenta con un patrimonio promedio de 2.900 euros (4.100 dólares) por persona, en tanto el 10% más rico acapara, en términos promedio, una riqueza de 550.900 euros (771.300 dólares).
La desigualdad varía significativamente entre la región más igualitaria (Europa) y la más desigual (Medio Oriente y África del Norte). En Europa, el 10% más rico se queda con el 36% de los ingresos, mientras que en la región del Medio Oriente y África del Norte esta cifra alcanza el 58%. Entre estos dos niveles, se constata una diversidad de patrones. Por ejemplo, en el este de Asia, el 10% más rico se apropia del 43% del ingreso total, mientras que en América Latina el sector más rico se queda con el 55% de dicho ingreso.
Algo que también es evidente, según este informe, es que las desigualdades de ingresos y riqueza han ido en aumento en casi todas partes desde la década de 1980, tras una serie de programas de desregulación y liberalización – ajustes neoliberales — que diferentes países adoptaron con diversas modalidades.
Este aumento no ha sido uniforme: en algunos países (incluidos Estados Unidos, Rusia e India) la desigualdad ha experimentado incrementos espectaculares, mientras que en otros (en Europa y China) este aumento fue relativamente menor. Estas diferencias, según los autores del informe, confirman que la desigualdad no es un fatalismo inevitable, sino producto de “una elección política”, una consecuencia del modelo que se aplica.
Por
otra parte, y desde una perspectiva histórica, “las desigualdades
globales contemporáneas se acercan a los niveles de principios del
siglo XX, en la cúspide del imperialismo occidental”, sostiene el
estudio coordinado por el joven economista francés Lucas Chancel. De
hecho, la proporción de ingresos que capta actualmente la mitad más
pobre de la población mundial equivale aproximadamente a la mitad de
lo que captaba en 1820, antes de la gran divergencia entre los países
occidentales y sus colonias. En otras palabras, escriben los
investigadores, “aún queda un largo camino por recorrer para
deshacer las desigualdades económicas globales heredadas de la alta
desigualdad en la organización de la producción mundial entre
mediados del siglo XIX y mediados del XX”.
La
“privatización” acelerada de la riqueza
Otra conclusión contundente del Informe Sobre la Desigualdad Mundial Global 2022 es que durante los últimos 40 años las naciones se han vuelto más ricas, mientras que los gobiernos son cada vez más pobres. Para entender esta paradoja es esencial evaluar la brecha entre la riqueza neta de los gobiernos y la del sector privado.
La participación de la riqueza en manos de los actores públicos es cercana a cero o negativa en los países ricos, lo que significa que la totalidad de la riqueza está en manos privadas. Esta tendencia se ha visto magnificada por la crisis del Covid-19, durante la cual los gobiernos han tomado prestado, esencialmente del sector privado, el equivalente al 10-20% del Producto Interno Bruto.
La escasa riqueza actual de los gobiernos tiene importantes implicaciones para las capacidades estatales de abordar la desigualdad en el futuro. Y para hacer frente a los desafíos clave del siglo XXI como, por ejemplo, el cambio climático. Así lo afirma el centenar de economistas que participaron en esta investigación.
Desigualdad ecológica y de género
Las desigualdades mundiales de ingresos y riqueza están estrechamente relacionadas con desigualdades ecológicas y en las contribuciones al cambio climático, sostienen.
En promedio, los seres humanos emiten 6,6 toneladas de dióxido de carbono (CO2) per cápita por año. Sin embargo, el 10% más acaudalado de los emisores es responsable de cerca del 50% de todas las emisiones, mientras que el 50% de los emisores más pobres produce el 12% del total.
Pero no es solo un problema de países ricos contra países pobres, ya que hay altos emisores en países de ingresos bajos y medianos, y bajos emisores en países ricos. Así, por ejemplo, en Europa el 50% más pobre de la población emite alrededor de cinco toneladas al año por persona; en el este de Asia, el 50% equivalente emite alrededor de tres toneladas, y en América del Norte alrededor de 10 toneladas. Esto contrasta marcadamente con las emisiones del 10% más rico en estas regiones (29 toneladas en Europa, 39 en Asia Oriental y 73 en América del Norte).
El informe también revela que la mitad más pobre de la población en los países ricos ya ha alcanzado o está por alcanzar las metas climáticas para 2030 si se tiene en cuenta el criterio de cálculo per cápita. No es el caso de la mitad más pudiente. Las grandes desigualdades en lo que hace a emisiones sugieren que las políticas climáticas deberían apuntar más a los contaminadores ricos. Hasta ahora, las políticas climáticas, como los impuestos al carbono, a menudo han impactado de manera desproporcionada a los grupos de ingresos bajos y medianos, sin modificar los hábitos de consumo de los grupos más poderosos, enfatiza el informe.
A otro nivel, en un mundo que reconoce y afirma la igualdad de género, las mujeres deberían ganar el 50% de todos los ingresos laborales. Pero la realidad es otra: la participación de las mujeres en los ingresos laborales totales se acercó al 30% en 1990 y se sitúa en menos del 35% en la actualidad. Es decir, en 30 años, el progreso a nivel mundial ha sido muy lento.
Redistribuir la riqueza para invertir en el futuro
Chancel, Piketty, Saez, Zucman y el centenar de expertos que investigaron durante los últimos cuatro años no se autocensuran cuando llega el momento de sugerir algunas propuestas viables.
Por ejemplo, abogan por una tasa sobre el patrimonio de los multimillonarios globales. Según sus cálculos, un modesto impuesto progresivo sobre ese gran volumen de concentración de riqueza podría generar ingresos importantes para los gobiernos, lo que les facilitaría una inversión substancial y justa en educación, salud y protección climática.
En 2021, señalan, había en el mundo 62 millones con más de 1 millón de dólares, o su equivalente. Su riqueza promedio era de 2.8 millones de dólares, lo que representa un total de 174 billones. A la luz de estas cifras, un impuesto progresivo sobre semejante patrimonio global, como estos investigadores proponen, generaría un ingreso significativo para las arcas de los Estados con el consiguiente impacto en sus políticas sociales.
Abordar los desafíos del siglo XXI no es factible sin una redistribución de ingresos y riqueza de tal modo que las desigualdades actuales se reduzcan gradualmente. El surgimiento de los Estados modernos de bienestar en el siglo XX, asociado con un significativo progreso en los ámbitos de la salud, la educación y oportunidades para todos, estuvo vinculado con el aumento de tasas impositivas progresivas y pronunciadas. Según el informe, fue este progreso, precisamente, lo que contribuyó fundamentalmente a la aceptación definitiva de una política de expansión fiscal, así como de socialización de la riqueza.
El informe enfatiza que será necesaria una evolución similar para abordar los desafíos del siglo XXI. La evolución del siglo XX de la fiscalidad internacional muestra que, de hecho, es posible avanzar hacia políticas económicas más justas tanto a nivel mundial como nacional. La desigualdad es siempre una opción política, y aprender de las políticas implementadas en otros países o en otros momentos es fundamental para diseñar vías de desarrollo más justas.
En cuanto a la evasión fiscal, el informe aboga por la creación de un registro financiero internacional bajo la égida de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos o de la ONU, lo cual «le permitiría a las autoridades fiscales y reguladoras verificar si los contribuyentes declaran correctamente sus activos e ingresos de capital, independientemente de lo que las instituciones financieras offshore quieran revelar».
Al igual que en el caso de la crisis climática, también en el terreno de las desigualdades mundiales el diagnóstico es contundente. La enfermedad estructural está claramente identificada. Una parte de la sociedad civil internacional, como los autores del informe, optan por proponer soluciones viables. Las condiciones necesarias para una terapia efectiva están prácticamente a la mano. Falta solo voluntad política para revertir el mundo que no queremos.
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