Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
«No lo olviden, la Al Qaida que estaba presente en muy pocos países -y, más específicamente, en Afganistán, allá por 2001- es ahora la Al Qaida que cuenta con presencia en unos 58, 59 Estados, ¿quién puede saberlo con precisión? No obstante, podemos decir que están en unos 60 países. Ahora es una red global y antes no lo era». John F. Kerry, 7 de octubre de 2009.
A juzgar por experiencias recientes, la mera mención de cualquier «amenaza de Al Qaida» es suficiente para propiciar un rápido abandono del pensamiento racional y/o pasar a prestar atención a la definición de Washington. El equipo militar supremo de la historia, ese a cuyo poderío total nadie podría aspirar siquiera «a igualar y mucho menos a superar», se ha puesto enloquecido del susto -como se nos ha llevado lógicamente a inferir- ante una banda de antiguos habitantes de las cavernas, una chusma barbuda transformada ahora en «red global».
El escenario de los medios de comunicación está alborotado y, una vez más, como maestros de la manipulación que son, no paran de pulsar teclas a destajo para dirigir la atención del mundo a la frontera más reciente de la supuesta Guerra Global contra el Terrorismo: Yemen.
Podría decirse que tras el atentado fallido del cómicamente denominado «terrorista de la ropa interior» y con su destino sellado el Día de Navidad, el Estado menos desarrollado del Golfo reúne todas las papeletas necesarias para que una nación se beneficie de una injerencia estadounidense aún mayor: pobreza galopante, fractura interna, importancia vital geopolítica y, fatalmente, es una nación a la que se puede asociar con una amenaza terrorista global. Al parecer, tan sólo unas semanas antes, en las investigaciones llevadas a cabo con motivo del tiroteo de Fort Hood, se sacaron a la luz determinadas conexiones con el Yemen.
Entre los dos incidentes, el ejército de EEUU llevó a cabo una serie de letales ataques aéreos que habían recibido luz verde de Obama, el ganador del Nobel de la Paz. El objetivo de los ataques (al igual que en el caso de los mortíferos ataques con aviones teledirigidos en el noroeste de Pakistán) fue un alto y etéreo dirigente de Al Qaida, quien, como era de esperar, ha escapado ileso [1].
Tras meses de conversaciones políticas internas, personalidades de alto nivel de la administración estadounidense han añadido sus voces a todo ese batiburrillo al subrayar la necesidad de enfrentar en la convulsionada nación la amenaza planteada por Al Qaida. Con el escenario aparentemente encajado y una implicación mucho mayor por parte de EEUU en los oleoductos, se hizo necesario sondear, en la situación actual, algún territorio inexplorado e intentar integrarlo en la región como un todo.
Midiendo el pretexto de Al Qaida
La estrategia de Obama en AfPak saca a la superficie la delicada cuestión de definir términos anteriormente asumidos como evidentes, como son los de «Al Qaida» y «talibán». A pesar de la valoración de esos términos durante la era Bush como una especie de arquetipos platónicos inamovibles, observadores y analistas plantearon siempre problemas de definición citando el abuso del pretexto de Al Qaida para justificar la expansión del proyecto imperial, así como para reforzar la autoridad y seguridad de los instrumentos de Estado en una serie de países. A este respecto, el vínculo ficticio que unía Iraq con Al Qaida en el preludio de la guerra contra Iraq representa uno de los ejemplos más obvios. Pero hay otros casos en los que de forma falsa se ha empleado el mismo pretexto para que sirviera de señal de ¡bienvenida! de la implicación directa de EEUU.
En su libro «The Dark Sahara: America’s War on Terror in Africa», el profesor Jeremy Keenan desvelaba cómo el gobierno argelino puso teatralmente en marcha una serie de operaciones que empezaron en 2003 (de las que se culpó a Al Qaida), para asegurarse el apoyo militar estadounidense. El hombre que puso en marcha el «show terrorista», cuyo grupo finalmente se renombró a sí mismo como «Al Qaida en el Magreb Islámico» (AQIM, por sus siglas en inglés) era en realidad un agente del servicio de la inteligencia militar secreta argelina (DRS); un hombre que actuaba con el seudónimo de El Para. Como era de esperar, la administración Bush se obligó a entrar en un matrimonio de conveniencia con el gobierno argelino; una relación en la que ambas partes, en palabras del profesor Keenan, «estaban empeñadas en que en esa zona hubiera terrorismo» [2].
La región del Sahel, tan rica en recursos, se convirtió consiguientemente en una «ciénaga terrorista» y El Para, aunque era aún un agente de la DRS, se convirtió en «la mano derecha de Bin Laden en el Sahel». Programas similares tuvieron su réplica en los cercanos Niger y Mali, dentro del contexto de un proyecto de militarización más amplio en África [3]. Inventaron amenazas de una Al Qaida supuestamente activa en la «ciénaga terrorista», lo que funcionó de forma conveniente para sembrar «las primeras semillas» del AFRICOM.
Yemen, directamente bajo el ámbito del AFRICOM, parece ser el siguiente país en la fila; silenciosamente inquebrantable para no perder una oportunidad histórica de apuntalar su fortaleza y silenciar todo disentimiento interno lanzando sencillamente la carta de Al Qaida.
Ampliando definiciones
En una entrevista realizada en la BBC en árabe, los comentarios del Jefe del Estado Mayor yemení en las Fuerzas Centrales de Seguridad, el brigadier Yehia Mohammed Abdallah Saleh, revelaban, en la medida de lo posible, la forma que eligió para definir la naturaleza de la amenaza: «El problema que Yemen enfrenta tiene más que ver con los simpatizantes de Al Qaida que con la misma Al Qaida». Siguió diciendo: «Al Qaida está intentando debilitar el Yemen pensando que, si coopera con los houthis y socava el país, podrá actuar de forma incontrolable» [4].
La importancia de los comentarios del brigadier resulta instructiva; además de ser extremadamente vaga, esa historia de enfrentarse a los «simpatizantes» requiere inherentemente alguna forma de compromiso ampliado. Sin embargo, como el brigadier no duda en insistir, esto no debería ser causa de complacencia a corto plazo, por lo que inmediatamente procede a santificar la guerra en curso contra los houthis zaydíes asociándoles falsamente con la más amplia guerra contra el terror, una táctica que está en proceso de reciclado continuo para poder adecuarla a nuevos objetivos por todo el mundo.
Como era de prever, una breve ojeada a los hechos nos ofrece un cuadro totalmente diferente. Con el paso del tiempo, el gobierno en Yemen ha intentado jugar ambas vías con Al Qaida. Al adoptar una estrategia de acuerdo, el gobierno yemení solicitó el apoyo de Al Qaida en su lucha contra los houthis, como confirmó el experto en contraterrorismo Michael Scheuer.
En un reciente artículo aparecido en la BBC en árabe, un oficial houthi, hablando con el corresponsal Bob Trevelyan, declaró que la estrategia del gobierno de combatir a Al Qaida estaba destinada al fracaso porque era responsable de haber «patrocinado ese movimiento en el pasado» [5]. No es sorprendente que esas historias o incluso los matices implícitos en las mismas se pierdan por lo general en la cobertura que del Yemen hace la BBC en inglés; en cambio, los análisis rebosan de una palabrería que establece una relación simbiótica entre los «rebeldes» houthi y Al Qaida.
Para un gobierno que no siente escrúpulos ante la maquiavélica realpolitik ni ante el más rotundo de los engaños, uno puede seguramente asumir que el ensordecedor resurgimiento secesionista del sur será asimismo combatido en nombre del contraterrorismo. Cuanto más implicadas estén en el sur personalidades como Tariq al-Fadhli -antiguo miembro del alto consejo del presidente yemení que también combatió contra los soviéticos en Afganistán- [6], el criterio de los «simpatizantes de Al Qaida» volverá a convertirse en una muy útil herramienta para justificar más políticas de puño de hierro hacia la región.
A otro nivel, el tratamiento tentativo del gobierno de la amenaza de Al Qaida es indicativo tanto de la compleja dinámica social en el país, como de la incapacidad del gobierno centrar de ejercer de forma eficaz un control estatal. Aunque una cifra considerable de yemeníes se adscriben a la versión wahabí-salafista del Islam, no abogan ciertamente por la visión militarista que es sintomática de Al Qaida.
Sin embargo, al aumentar la implicación estadounidense o la percepción del Yemen con un status de clientelismo respecto a EEUU (como el que disfruta Arabia Saudí, el vecino de la puerta de al lado), servirá realmente para intensificar la naturaleza de la amenaza del país. Muy consciente de esta dimensión, el ministro de asuntos exteriores, Abu Bakr Al-Qirbi, hizo hincapié en que cualquier confrontación directa con Al Qaida dentro del Yemen sería estrictamente un asunto yemení, añadiendo que ni «a EEUU ni a los países occidentales les interesa enviar fuerzas de seguridad al Yemen».
La conexión saudí
Es imposible hablar de una amenaza de Al Qaida en el Yemen sin explicar el papel jugado por el Reino de Arabia Saudí a la hora de engendrar tal amenaza, así como determinar cómo se ve, a su vez, afectado por ella. En un testimonio del pasado mes de julio ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU, el Brigadier General James Smith -actual embajador de EEUU en Arabia Saudí-, subrayó la necesidad de «reforzar la capacidad de Yemen para derrotar al extremismo violento»; de forma elocuente, mencionó al Yemen antes de referirse de alguna forma a Iraq o Siria [7].
Durante las décadas de los ochenta y los noventa, Arabia Saudí se embarcó en un proyecto para propagar una fuerte corriente wahabí para poder establecerse como poder supremo en los mundos árabe y musulmán. A tal tarea se dedicaron miles y miles de millones de petrodólares, y en el curso de la misma, Yemen, una nación unida al reino saudí «a través de lazos históricos, étnicos y tribales», no fue desde luego ignorada. En Yemen, el reino creó «una fuerte corriente wahabí que era política e ideológicamente leal a las clases dirigentes saudíes», como señaló el Dr. Mai Yamani, un experto en Arabia Saudí. Anteriormente, en mayo del pasado año, el Dr. Yamani resumió el actual dilema en la siguiente valoración:
«Los dos países más grandes de la península Arábiga, Arabia Saudí, el mayor en términos de masa terrestre y riquezas petrolíferas, y el Yemen, en términos de población, están ahora enzarzados en luchas de a vida o muerte con enemigos internos. La paradoja es que, aunque la amenaza es la misma en ambos países, cada uno está empeorando las perspectivas del otro por las políticas que está siguiendo» [8].
Como el control del Presidente Ali Abdallah Saleh sobre el Yemen se tambalea al ir ganando terreno los movimientos populares en el norte y en el sur, la realeza de los al-Saud es muy consciente de que será la primera en sentir los efectos posteriores de su contraproducente política, a la vez que se incrementa cada vez más la amenaza que llega desde los mismos cuarteles que una vez financió y utilizó para apuntalar su posición global. EEUU es asimismo muy consciente de esta amenaza y sabe que cualquier desestabilización del reino disminuiría de inmediato el alcance regional del imperio.
En conclusión, el reciente enfoque en el Yemen está fundamentalmente motivado por imperativos geoestratégicos que tratan de preservar una configuración del Oriente Medio favorable a EEUU. El despliegue a bombo y platillo en los medios y los análisis sensacionalistas tapan las dinámicas subyacentes que, de hecho implican y apuntan de forma notable hacia el más estrecho cliente regional de EEUU, el reino de Arabia Saudí, en la gestación de la amenaza de Al Qaida.
Además, no hay duda de lo que está en juego para el gobierno de Ali Abdallah Saleh: la mera supervivencia al viejo estilo. Con una distinguida trayectoria en su vocación, EEUU está así siguiendo la tradición al reforzar un régimen opresor e impopular en el Yemen. En efecto, Sanaa estará esperando mayor ayuda y más amplio compromiso por parte de EEUU (bajo la cobertura de la comunidad internacional), para salir victorioso de la conferencia de Londres convocada por el Primer Ministro británico Gordon Brown.
Mientras los funcionarios del gobierno yemení cantan el «dadnos más ayuda, y nos ocuparemos de sintonizar la melodía de Al Qaida», el mensaje es claro: fortalecer discretamente nuestra capacidad contraterrorista armada. No resulta en absoluto sorprendente que el Comandante de las Operaciones Especiales -la organización que es responsable del contraterrorismo-, Ahmed Ali Abdallah Saleh, sea el hijo del presidente yemení. En relación con esto, cualquier reconocimiento internacional de una amenaza vagamente definida de Al Qaida en Yemen proporcionará gran parte de la munición que el gobierno yemení necesita para silenciar a sus enemigos internos.
Para EEUU, el objetivo supremo es asegurar las barriadas de los alrededores de su cliente más importante del Golfo y construir de forma gradual una presencia más fuerte en el Yemen. Los premios geopolíticos en oferta son importantes: además de ser vecinos de Arabia Saudí, el Yemen es el único país por el que el petróleo puede potencialmente llegar a mares abiertos sin pasar por el Estrecho de Ormuz ni por el Canal de Suez. Si el Yemen cayera dentro de la órbita de la influencia directa de EEUU, el factor anterior reduciría inquietantemente la importancia geoestratégica del Estrecho de Ormuz a la hora de formular cálculos sobre cualquier ataque tipo «terror y pavor» contra Irán. Además, EEUU, con una mayor presencia en el Yemen, se habrá casi asegurado el paso de Bab el-Mandeb, ya que Djibouti alberga una base de AFRICOM que cuenta con dos mil efectivos. El único dilema que le queda a EEUU en la guerra de acceso al centro neurálgico de los suministros energéticos globales será dejar el Estrecho de Ormuz e Irán.
Sin embargo, a corto plazo, dependerá mucho de cómo EEUU actúe en respuesta a la «amenaza de Al Qaida» en el Yemen. En efecto, podría decirse que el destino de Ali Abdallah Saled está firmemente encadenado a las decisiones de Washington en los meses venideros. Quizá eso sea en sí mismo revelador del actual status de las ecuaciones regionales y de cómo pueden acabar resultando a su vez.
Para los individuos y los grupos preocupados por las cuestiones relativas a los derechos humanos, la tarea más inmediata es presionar con firmeza para que en la próxima conferencia de Londres se defina de forma clara, rígida y medible lo que es «Al Qaida» y los términos relacionados como «terrorismo» -especialmente importantes en el escenario yemení-, además de un claro llamamiento a un alto el fuego vinculante en la actual guerra contra los houthis yemeníes. Además, cualquier compromiso de ayuda al Yemen (cualquiera que sea la naturaleza de la misma) debe respetar niveles rigurosos de transparencia, incluyendo, a ese respecto, la capacidad para examinar estrechamente cómo esa ayuda es (o será) utilizada por el gobierno yemení.
Notas:
1. Awlaki: «I’m Alive«, ABC News, 31 diciembre 2009: http://abcnews.go.com/Blotter/
2. Jeremy Keenan, antropólogo británico, en «The Dark Sahara: America’s War on Terror in Africa», Democracy Now, 6 agosto 2009: http://www.democracynow.org/
3. «AFRICOM and America’s Global Military Agenda: Taking The Helm Of The Entire World», Global Research, 22 octubre 2009: http://www.globalresearch.ca/
4. «Yemen faces Al-Qaeda sympathizers not the group itself», Global Arab Network, 21 diciembre 2009: http://www.english.
5. «Houthis: Strategy to fight Al Qaeda in Yemen will fail», BBC Arabic, 6 enero 2009: http://www.bbc.co.uk/arabic/
6. «The Yemen Hidden Agenda: Behind the Al-Qaeda Scenarios, A Strategic Oil Transit Chokepoint», Global Research, 5 enero 2010: http://www.globalresearch.ca/
7. Véase declaración de James B. Smith, Embajador ante el Reino de Arabia Saudí en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU el 22 de Julio de 2009: http://foreign.senate.gov/
8. «Yemen, haven for Jihadis, Guardian Online», 25 mayo 2009: http://www.guardian.co.uk/
9. Entrevista: Abu Bakr Al-Qirbi, Financial Times, 6 enero 2010 http://www.ft.com/cms/s/0/
Ali Jawad es un activista político y miembro de AhlulBayt Islamic Mission (AIM).
Fuente: http://www.globalresearch.ca/