En el período de mayor esplendor de la alianza entre Canberra y Washington en la presente centuria, después de la caída de las Torres Gemelas, el Gobierno conservador australiano encabezado por el primer ministro John Howard involucró a su país en las invasiones lideradas por Estados Unidos contra Afganistán e Irak y en la estrategia […]
En el período de mayor esplendor de la alianza entre Canberra y Washington en la presente centuria, después de la caída de las Torres Gemelas, el Gobierno conservador australiano encabezado por el primer ministro John Howard involucró a su país en las invasiones lideradas por Estados Unidos contra Afganistán e Irak y en la estrategia de la Administración Bush para la «contención» de China
Quien tenga alguna duda de la importancia que conserva para Australia en el siglo XXI su alianza con Estados Unidos, no tiene sino que reparar en cómo los sucesivos Gobiernos de ese país que han estado en el poder desde el comienzo de la presente centuria han respaldado la estrategia de dominación mundial de Washington y han apoyado sus principales campañas internacionales.
Sin lugar a dudas, la incondicionalidad australiana a Estados Unidos en esta etapa tuvo su período de mayor esplendor después del 11 de septiembre de 2001, cuando el Gobierno del entonces primer ministro John Howard (marzo de 1996-diciembre de 2007) asumió que esta era la garantía para la realización de sus principales propósitos regionales: consolidar su liderazgo en el Pacífico Sur y lograr un mayor protagonismo en Asia Pacífico, particularmente en el Sudeste Asiático.
Alentado por tal convicción, ajustó con esmero su estrategia antiterrorista a la de Estados Unidos, y puso especial empeño en interpretar con absoluta fidelidad el papel que le había reservado este a Australia en la remodelación del sistema de alianzas, como soporte del poder estadounidense en el Pacífico Sur, que debía actuar fundamentalmente en países de la región donde Washington creía innecesaria su presencia, como hizo al liderar las intervenciones militares en Islas Salomón (julio de 2003 y mayo de 2006), en la República Democrática de Timor Leste (mayo de 2006) y en el Tonga (finales de 2006).
En realidad ya Canberra venía desempeñando este papel. Recuérdese que comandó la intervención militar de la Fuerza Internacional para Timor Oriental, hoy República Democrática de Timor Leste, autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU el 15 de septiembre de 1999. Tal decisión siguió al estallido generalizado de violencia allí, provocado por las milicias proautonomía, armadas, entrenadas y apoyadas por elementos militares de Indonesia, tras el anuncio de que en la consulta popular realizada el 30 de agosto de 1999, los timorenses mayoritariamente rechazaron que el territorio siguiera formando parte de ese país con una autonomía especial y se pronunciaron por comenzar la transición hacia la independencia.
Pero en el nuevo contexto las demandas eran mayores: había que hacer valer el poder, demostrar que era indiscutible, en correspondencia con el proyecto de dominación de la Administración Bush, en el que por otra parte, ahora tenía una renovada importancia el Sudeste Asiático, y en consecuencia el papel de Australia como sostén de su poder también allí.
En la región en su sentido más amplio, pero particularmente en el Sudeste Asiático, el entonces Primer Ministro australiano pretendió aplicar un enfoque contraterrorista que, al decir de David Wright-Neville, catedrático del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Monash, Australia, fue poco más que un apéndice asiático-pacífico de la estrategia más amplia a nivel mundial del Gobierno de Bush.1
Howard llegó incluso a plantear que ordenaría una acción militar «preventiva» contra cualquier país del área, si recibía información de inteligencia de que en este se organizaban actividades contra sus intereses, sin preocuparle que su actitud, remedo de la del entonces Presidente estadounidense, crearía tensiones y pondría en peligro las relaciones con esos Estados.
La violenta reacción de los Gobiernos sudasiáticos, que consideraron estas afirmaciones como una intromisión en sus asuntos internos -entre ellos, los de Malasia, Tailandia, Filipinas e Indonesia les salieron al paso de inmediato-obligó a Howard a reconsiderar, en relación con estos, su estrategia para alcanzar un mayor protagonismo en el marco de la «guerra contra el terrorismo» impulsada por Washington.
Obviamente, este no era el caso de Timor Oriental o Islas Salomón, cuyos Gobiernos habían solicitado formalmente la intervención de una fuerza internacional con el fin de resolver una situación que escapaba a su control y para la que en realidad no disponían de capacidades militares que pudieran ni remotamente compararse con las australianas.
Por otra parte, la Administración Howard contribuyó sin reparos a los objetivos estratégicos de su principal aliado más allá de Asia-Pacífico, aun cuando ello significara en lo inmediato descuidar los propios, previendo que esa era una forma indirecta de garantizarlos.
La participación de Australia fue clave, por ejemplo, en la campaña para convencer a la opinión pública mundial de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak,2 que sirvió de pretexto para la invasión a ese Estado.
Canberra comprometió además en la agresión al país árabe, parte de sus medios de combate con sus correspondientes dotaciones: 14 cazas F/A-18 Hornet, tres aviones de transporte C-130 Hércules, dos aviones de patrulla marítima Orion AP-3C, tres fragatas, un equipo de artillería, y en total, cerca de dos mil efectivos, 500 de ellos miembros de sus fuerzas especiales.3 Y si bien tal aporte no fue comparable en magnitud con el de Estados Unidos y Gran Bretaña sí estuvo en correspondencia con sus capacidades reales.
Igualmente, Australia se incorporó el 23 de octubre de 2001 a la coalición occidental liderada por Estados Unidos que invadió Afganistán, con 1 550 soldados de sus fuerzas especiales y algunos de sus medios de combate: tres fragatas, dos aviones cisterna B-707, dos de reconocimiento Orion AP-3C y cuatro de combate F/A-18.4 En lo adelante, un número significativo de efectivos australianos se mantuvo formando parte de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad [Internacional Security Assistance Force (ISAF)], y al finalizar el mandato de Howard, cerca de mil estaban desplegados en el país centroasiático, fundamentalmente en la sureña provincia de Oruzgán.
La subordinación de los intereses de Canberra a los de Washington fue aun mayor a partir del segundo período de Gobierno de Bush, cuando este identificó a China como la potencia emergente con mayores posibilidades para competir militarmente con Estados Unidos y poner a punto tecnologías militares ofensivas que pudieran contrarrestar las tradicionales ventajas estadounidenses en ese terreno, en ausencia de acciones apropiadas para evitarlo,5 y se propuso crear un sistema de alianzas antichino con la participación de Australia, Japón y Corea del Sur, al que pudiera incorporar a otros países, especialmente a la India.6
Para respaldar este propósito, la Administración Howard profundizó sus relaciones de seguridad con este último Estado, participó con el mismo en ejercicios militares conjuntos y en un diálogo cuadrilateral sobre cuestiones de seguridad que incluía además a Washington y Tokio, pero no a Beijing.
En realidad, ese diálogo se limitó a un único encuentro entre funcionarios de estos países en ocasión de celebrarse una reunión del Foro Regional de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Association of Southeast Asian Nations Regional Forum), en 2007, cuando aún Howard estaba en el poder, presumiblemente sin una agenda formal, y según se reportó, el principal tópico discutido fue la ayuda en caso de desastres, pero muchos analistas y comentaristas consideraron que la participación de Australia en el mismo era un error diplomático y estratégico, y una innecesaria provocación a China.
Uno de los pasos más importantes en la conformación del sistema de alianzas antichino fue la firma, el 13 de marzo de 2007, de la Declaración conjunta sobre cooperación en seguridad Australia-Japón, mediante la cual por primera vez se reconocía públicamente la existencia de una colaboración en materia de seguridad de amplio alcance entre ambos Estados.
Según Richard Tanter, investigador principal asociado del Nautilus Institute for Security and Sustainability, al confirmar los intereses estratégicos comunes y los beneficios que encarnaban las alianzas de Canberra y Tokio con Estados Unidos, y comprometerse a fortalecer la cooperación trilateral, este acuerdo marcó un vuelco en la arquitectura de seguridad de la región de los últimos 50 años, ya que un sistema antisoviético de alianzas bilaterales, no coordinado, estaba siendo reemplazado por un naciente sistema multilateral de alianzas antichino, en ambos casos dirigido por Washington.7
En opinión del analista, la Declaración era una clara señal del intento de excluir o «contener» a China, pero según señaló, resultaba difícil precisar en qué grado, ya que era incuestionable la contradicción entre tal empeño y el interés de sacar provecho de las relaciones económicas con esta.
Para el Gobierno de Howard esta no era una decisión fácil. Es cierto que de esto dependía, en su percepción, la «salud» de la alianza con Estados Unidos y el apoyo de este al logro de sus propósitos regionales, y además, le preocupaba aún más que a los Gobiernos australianos anteriores el ascenso de China, pero el país tenía importantes intereses involucrados en las relaciones económicas con Beijing que tal decisión podría poner en riesgo.
Richard Tanter precisó que para la Administración Howard, el núcleo del problema de China era tener que elegir entre su socio comercial y su aliado militar, y el hecho de que decidiera por Estados Unidos, demostraba una profunda confusión política o su incapacidad para negarse a las demandas de su principal aliado, a pesar de las predecibles consecuencias negativas que esto tendría en relación con Beijing.8
En consideración del autor no existió tal confusión, sino una elección que expresaba la importancia para el Gobierno de Howard de sus relaciones con Washington, pero además, el grado de dependencia de su política exterior de la estadounidense. (Continuará)
* El presente trabajo integra una trilogía. La segunda y tercera partes abordan el respaldo de Australia a la estrategia de dominación mundial de EE.UU. durante el período de Gobierno laborista, desde diciembre de 2007 hasta hoy, incluyendo su participación en la actual escalada agresiva liderada por Estados Unidos contra Corea del Norte e Irán.
** El autor es Máster en Relaciones Políticas Internacionales y se desempeña actualmente como subdirector editorial del diario cubano Juventud Rebelde.
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