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Una visita a la Venezuela de Chávez y a la Bolivia de Evo

Fuentes: London Review of Books

En 1960 los rascacielos de Caracas parecían más feos que habitualmente. Ni el Hotel Gran Meliá no era muy atractivo. El techo kitsch en el vestíbulo gigante recordaba a la escuela de arquitectura de Dubai (¿por qué la riqueza petrolera parece tener como resultado tal mala arquitectura?) y deseé estar, como hacía habitualmente, en el […]

En 1960 los rascacielos de Caracas parecían más feos que habitualmente. Ni el Hotel Gran Meliá no era muy atractivo. El techo kitsch en el vestíbulo gigante recordaba a la escuela de arquitectura de Dubai (¿por qué la riqueza petrolera parece tener como resultado tal mala arquitectura?) y deseé estar, como hacía habitualmente, en el raído, destartalado, miserable pero aireado Hilton. Estaba en Caracas para hablar en una conferencia sobre las redes de los medios de comunicación mundiales y para asistir a una reunión del consejo consultivo del canal de noticias por cable hispano-portugués Telesur, erigido conjuntamente por Venezuela, Argentina, Uruguay, Bolivia, Cuba y ahora Ecuador. Con la intención de ser una alternativa a la cosmovisión de la CNN-BBC, el nuevo canal ha logrado un pequeño éxito, con unos telespectadores habituales que oscilan entre cinco y seis millones. Los canales de propiedad privada dedicaron horas de cobertura a los resultados del Congreso de los EEUU o a un asesinato en un campus del mismo país; Telesur anunció estos acontecimientos brevemente y dedicó el resto del informativo a dar cobertura sobre Nicaragua, donde había elecciones, o sobre Ecuador, donde un referéndum sobre el borrador de una nueva constitución había sido ganado por el nuevo gobierno.

Contemplé por primera vez la idea de crear una estación para contestar a la red del Consenso de Washington en un mitin en el 2003. Fue aprovechada rápidamente, pero el nombre que sugerí -al-Bolívar- fue firmemente rechazado. Era inapropiado, se me dijo, porque podría excluir al mayor estado continental que no tenía lazos con el Libertador. En el evento, Brasil se excluyó a si mismo. «¿Por qué no darás apoyo a Telesur?», Chávez preguntó a Lula. «No lo sé», replicó, abochornado. La razón era obvia: no quería incomodar a los medios de comunicación brasileños o molestar a Washington. Pero incluso así, Telesur está empezando a atraer telespectadores en su propio país.

El centro de la conferencia fue llenado por la intervención de Chávez. Cuando estábamos todos sentados, fue agasajado con todo tipo de cumplidos. «Debes estar feliz ahora que Blair se va», me dijo. Contesté que mi felicidad estaba un tanto restringida por la sucesión. «Viva la revolución», dijo practicando su inglés. Entonces nos sentamos para escuchar su discurso de tres horas, que fue transmitido en directo. En estas ocasiones desearía haber traído conmigo un picnic. El discurso fue muy típico. Algunos hechos (por ejemplo, que el incremento de las rentas del petróleo ha comportado unas regalías de unos pocos miles de millones de dólares); filosofía de andar por casa; autobiografía; un informe de su más reciente conversación con Castro, junto con un aproximado cálculo del tiempo empleado por ambos en sus conversaciones (por encima del centenar de horas); su orgullo de que el gobierno venezolano está financiando la película de Dani Glover sobre Toussaint L’Ouverture y la insurrección de esclavos en Haití; los horrores del Irak ocupado; un ácido ataque al Papa por haber sugerido en su reciente visita a Brasil que la población indígena no fue maltratada y que abrazó voluntariamente la fe cristiana.

La improvisada canción, que normalmente indica que la alocución está cerca del final, siguió a la denuncia del Papa, pero esta vez el discurso continuó. Fue un corto (30 minutos) rodeo histórico, buena parte de él sobre Bolívar y cómo fue traicionado por hombres a sueldo de la oligarquía/aristocracia local: «Los libros de historia nunca nos hablaron de estas traiciones.» Y entonces hubo una discusión sobre la supervivencia planetaria antes de que terminase el discurso con un eslogan prestado por Cuba para los malos tiempos: «Socialismo o muerte». Verdaderamente es un mensaje horroroso. Cuando señalé a un asesor de Chávez lo amenazador que sonaba, me explicó que el presidente lo había sacado de Rosa Luxemburgo. Que lo que quería realmente significar era «Socialismo o barbarie». No me convenció.

Chávez parecía estar ligeramente apagado y yo me preguntaba si la audiencia a la que se dirigía no era la tropa del ejército. Al siguiente día, el antiguo vicepresidente José Vicente Rangel nos dijo que habían descubierto un complot de Estados Unidos y Colombia para infiltrar paramilitares colombianos, incluidos francotiradores, en Venezuela. El propósito, nos dijo, era crear una emergencia nacional: miembros del gobierno y líderes de la oposición serían asesinados y cada parte echaría la culpa a la contraria. Un complot para asesinar a Chávez que implicaba a tres veteranos oficiales del ejército fue destapado por las mismas fechas. Dos de los aspirantes a asesinos están en prisión, el tercero se dice que huyó a Miami.

Los conocimientos militares de Chávez le enseñaron que el enemigo nunca debe ser reducido a la desesperación, puesto que esto solamente lo hace más fuerte. Su estrategia es ofrecer rutas de escape. Él y sus seguidores no son vengativos, y el retrato de los medios de comunicación occidentales a su régimen como autoritario está fuera de lugar. Estos medios estaban muy chillones cuando yo estaba en Caracas. La razón esta vez era la televisión de propiedad privada RCTV, que después de 20 años emitiendo el gobierno había rechazado renovar la licencia. RCTV, al igual que la mayor parte de los medios de comunicación de Venezuela, estaba implicada en el golpe de 2002 contra el gobierno de Chávez (democráticamente elegido). RCTV movilizó apoyos para el golpe, falsificó secuencias para sugerir que los seguidores de Chávez estaban asesinando a la gente, y cuando el golpe fracasó no mostró ninguna imagen del retorno triunfante de Chávez. Un año después realizó prolongados llamamientos a la ciudadanía para derrocar al gobierno durante la huelga del petróleo diseñada por la oposición. De nuevo, este medio no estuvo solo, pero sus llamamientos animaron activamente a la violencia.

Preguntado por un periodista del Guardian si yo apoyaba la decisión, dije que sí. Se estremeció: «Pero ahora la oposición estará sin su canal de televisión.» Pregunté si la oposición en Gran Bretaña o en alguna parte de Europa o América tenía «su televisión». ¿Algún gobierno occidental podría tolerarla? Thatcher rehusó renovar la franquicia de la televisión Thames, y solamente por haber mostrado un documental crítico. Blair sacó a Grez Dyke y capó a la BBC. Bush tiene el lujo de nuevos canales acríticos, y la televisión de la Fox como una red de propaganda.

Avisé contra una obsesión con el poder de los medios de comunicación en la conferencia. Después de todo, Chávez venció en seis elecciones a pesar de tener a casi todos los medios cercanos a la oposición. Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador también vencieron a pesar de la oposición sin tregua. Y esto no solamente es cierto para Sudamérica. Los franceses votaron contra la Constitución europea sin el apoyo de un simple periódico diario o canal de televisión.

Cochabamba

Cuatro días después, estaba ya en un congreso (esta vez «en defensa de la humanidad», cosa que hago a menudo) en Cochabamba, Bolivia. Estaba allá hace cuarenta años como parte de un equipo de cuatro miembros (los otros eran Perry Anderson, Robin Blackburn y Ralph Schoenman) enviados por Bertrand Russell para asistir al juicio de Régis Debray en Camiri, no lejos de donde un acorralado Che Guevara estaba luchando para escapar del ejército boliviano. Debray había sido capturado mientras intentaba dejar el campamento guerrillero y dirigirse a casa. Me habían pedido los cubanos que fotografiase a cada oficial del ejército boliviano en la región. Esto me comportó problemas algunas veces. En una ocasión un coronel, pistola en ristre, se me acercó y me pidió la película. Le di un rollo virgen. «Si me hace otra fotografía», me dijo, «le dispararé». No hice ninguna más. Estas fotografías y otras (incluida una de Robin Blackburn tomándose una ducha) fueron enviadas a La Habana, donde deben aún reposar en algún viejo archivo.

Cochabamba es la población en que el «Grupo de asesoramiento militar» de EEUU, supervisor de la operación de captura y asesinato de Guevara, estableció su cuartel general. Y a Cochabamba a donde escapé, procedente de Camiri, en 1967, después de una breve detención, acusado de ser un guerrillero cubano llamado Pombo, un guardaespaldas del Che y uno de los que escaparon del campamento y pudo regresar a Cuba a salvo. Me escondí aquí hasta que pude tomar un vuelo a La Paz y una conexión a Europa vía Brasil. Al escuchar los recuerdos de Richard Gott, que también defendía a la humanidad, y que había sido el corresponsal jefe de América Latina del Guardian en 1967, un joven periodista de Telesur procedente de Madrid dijo: «¡Dios mío! Es como escuchar a los veteranos de la Guerra civil española de regreso a España».

Bolivia tiene una gran población india: el 62 por ciento se describe como indígena; el 35 por ciento vive con menos de un dólar diario. Bolivia tiene una historia muy turbulenta: guerras, golpes, revoluciones, el raro foco (en castellano en el original, N.T.) guerrillero y numerosos levantamientos. Hubo 157 golpes entre 1825 y 1982, y 70 presidentes, la mitad de los cuales no se demoraron en el poder más de un año. El sueño neoliberal duró durante la década de los 90, antes de que las protestas antigubernamentales culminasen en las «guerras del agua». El gobierno vendió el agua en Cochabamba a Bechtel, que dijo a la población que era ilegal recoger agua de lluvia. Hubo enfrentamientos con el ejército, un joven manifestante fue asesinado y los manifestantes ganaron. La municipalidad recuperó el control del agua. Este descontento creó las bases para la victoria de Morales y del Movimiento por el Socialismo en las elecciones de 2005. Morales no solamente era un izquierdista; también era un indio aymara, y su victoria acabó con un siglo y medio de reinado criollo. Los ricos estaban furiosos. A los pocos meses, una campaña de desestabilización centrada en las fortalezas criollas de Santa Cruz había empezado. «Predijeron el caos económico», como nos cuenta Rafael Puente, un cura jesuita y antiguo ministro del gobierno. «Decían que Bolivia se convertiría en otra Zimbawe. Acusaron a Evo de empezar una guerra civil. Intercambiaron fotografías amañadas en sus teléfonos móviles representando a su presidente electo con una herida de bala en la cabeza con las palabras ‘Viva Santa Cruz’ pintadas encima de él con sangre.» El gobierno siguió adelante y llevó a cabo las elecciones prometidas, nacionalizó los recursos energéticos y tomó el control directo de las operaciones. El aumento de las rentas del estado se destinó a ayudar a las familias pobres para que llevasen sus niños a las escuelas. El gobierno quería reducir la pobreza un 10%, un objetivo harto modesto, pero los hombres de negocios de Santa Cruz gritaron: «¡Comunismo!» Cuando las condiciones económicas mejoraron, la oposición la emprendió con las relaciones entre Morales y Chávez. Los muros de Santa Cruz se cubrieron con pasquines en los que se podía leer: «Evo, chola de Chávez» («chola» es palabra usada para referirse a las «putas indias»). Cuando uno hojea aquí los periódicos, resulta difícil decidir a cuál de los dos hombres es más odiado.

Richard Gott y yo paseamos por Cochabamba. El Café París de la plaza 14 de Septiembre aún sigue allí, más ruinoso, empero. El cinema Roxy, en donde pude ver a Lee Marvin y a Jane Fonda en Cat Ballou, ha sobrevivido también, aunque ahora es una iglesia evangélica. Gott insistió en visitar La Cancha. Se trata de un mercado indígena situado frente a la vieja estación de tren que recuerda a un bazar árabe, con sus estrechas callejuelas y sus mercancías trajinadas en carretillas; entre otras cosas, puede ofrecer la más deslumbrante variedad de patatas multicolor del mundo. Ha cambiado poco desde 1967, si bien la calidad parece haber menguado un tanto. Compré dos baratijas, unos platitos pintados con flores, que resultaron fabricados en China.

De vuelta al hotel, fui emboscado por un periodista español de El Mundo: «Usted ha descrito Venezuela, Bolivia, Cuba y Ecuador como un eje de esperanza. ¿Cuál es, entonces, su eje del mal en este continente?» Le contesté que evitaba los términos bien y mal porque son conceptos religiosos, pero que mi eje de la desesperación consiste en Brasil, Chile y México. «¿Podría por favor añadir la República Dominicana?», pidió Scheherazade Vicioso, una poeta feminista. «Nosotras también somos ignoradas.» Lo hice. Entonces le pregunté el motivo de su nombre. Su padre, un compositor, adoraba Las mil y una noches. «Podía haber sido peor», añadió; «mi hermano se llama Rainer Maria Rilke».

Me fui en un vuelo de madrugada. Espalda gacha y un cepillo en cada mano, un indio estaba limpiando las calles. Mientras esperaba en Caracas otro avión, hojeé el libro de visitas en la sala VIP. Dos mensajes resumían las contradicciones. El primero era de Ahn Jung Gu, el presidente de Samsung en América del Sur: «Venezuela es uno de los mercados principales de Samsung. Continuaremos invirtiendo aquí y contribuiremos al desarrollo de este mercado.» Un poco más abajo: «Queridos presidente Chávez y Venezuela. Gracias por el amor y la hospitalidad de su pueblo. En amor y en paz. Cindy Sheehan, EEUU.»

Tariq Ali es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.

Traducción para www.sinpermiso.info: Daniel Raventós