En Letter from Iran, Belén Fernández nos recuerda que nosotros -gentes de todas partes- no somos meros numeritos de Washington sino seres humanos de carne y hueso que deben mantenerse desafiantes a fin de conservar esa condición. *** Siendo tres veces ganador del Premio Pulitzer, Thomas Friedman representa el cénit del establishment periodístico. Siendo el […]
En Letter from Iran, Belén Fernández nos recuerda que nosotros -gentes de todas partes- no somos meros numeritos de Washington sino seres humanos de carne y hueso que deben mantenerse desafiantes a fin de conservar esa condición.
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Siendo tres veces ganador del Premio Pulitzer, Thomas Friedman representa el cénit del establishment periodístico. Siendo el hombre que parió «la teoría de los arcos dorados de la prevención de conflictos», puede que se ajuste mejor a la caracterización que hizo W. B. Yeats, a saber: «No hay nada [en los periodistas] a parte de un vacío burlón y de risitas tontas». Aunque Friedman es en realidad mucho peor que un proveedor de hamburguesas ya que, como Belén Fernández mordazmente ha demostrado, él es El Mensajero Imperial(1), repleto de galones, guirnaldas y argucias. El Irán de Friedman está solo escasamente ridiculizado en la inteligente parodia que hace el «Generador de editoriales del The New York Times» (2), como un país en donde «cualquier mentalidad de paz y estabilidad parecerán foráneas y extrañas. (…) Si la corrupción es la barra de cortina de Irán, entonces la libertad es ciertamente su grifo». ¿Qué tienen que ver una barra de cortina y un grifo con Irán? El significado aquí queda sobrepasado por su función, algo de lo que Karl Kraus ya avisó. Un periodista al estilo Friedman «mata nuestra imaginación con su verdad, amenaza nuestra vida con sus mentiras». Una lee sus chorradas y un deseo de abofetearlo obnubila con rabia cualquier visión racional de lo que en realidad está diciendo. Pero el mensaje clamado a bombo y platillo es que Estados Unidos debe imponer su «mentalidad» en aquellos ajenos a ella, con armas nucleares si es necesario. Él literalmente amenaza la vida de todos.
Belén Fernández es otro tipo de periodista, más del tipo descrito por Marguerite Duras. «Cada periodista es un moralista (…), alguien que cada día mira a las cosas de cerca e informa de lo que ve». Esta periodista no va tras los premios del establishment sino que ofrece un regalo que lo único que pide a cambio es una respuesta en la misma moneda: que nos veamos a nosotros mismos y a los demás como miembros de la misma especie, con los mismos derechos, afectos, anhelos y sueños. Su punto de vista periodístico queda claro en su reciente reseña del libro de Suzy Hansen Notes on a Foreign Country: An American Abroad in a Post-American World (3) en la cual escribe que la autocrítica Hansen «hace un gran servicio al sector periodístico a través de su humildad, introspección y voluntad de desafiar la línea establecida». Más de lo mismo se podría decir de Fernández quien, predicando con el ejemplo, finaliza su reseña diciendo que el propósito es «volverse un poco más humanos».
Desafío significa jugársela renunciando a un hogar estable, así que en la primera parte de su diario de viaje escribe, «Habiendo huido de los EE.UU. en 2003 en búsqueda de tierras más hospitalarias que no me dieran constantes ataques de pánico, continué renunciando a una residencia fija a cambio de itinerancia» (y puede que el mejor tipo de escritor de viajes sea uno desarraigado). Se la juega cuando viaja a «lugares desde Honduras a Kazajistán» para descubrir cómo es la vida para las personas en zonas de riesgo. Es despreocupada pero no una irresponsable, confirmando una y otra vez que si el Pentágono no distingue entre terroristas y cabreros y por eso mata a 1.147 personas para cazar a los 41 hombres que eran sus objetivos (en territorio soberano de otro país), la gente normal desde el sur del Líbano hasta Colombia sí que puede distinguir entre el gobierno estadounidense y los ciudadanos estadounidenses. «La gente me abrió sus puertas a pesar de haber tenido familiares y propiedades arrasados por grupos militares respaldados por EE.UU. -en estos casos, los ejércitos israelí y colombiano».
Su tripartita Letter from Iran -«Hasta el Líbano y de vuelta», «Chiismo rojo en la Feria de Libros Clandestina» y «Bajo la sombra del Castillo de los Asesinos» (4)- es mucho más que buen periodismo. Es literatura en el sentido de mérito artístico duradero. Antes que impulsar cualquier línea de actuación política, está contando grandes y pequeños relatos a través de personas que encarnan la historia. Otorgando dignidad al periodismo, trae humanidad a la literatura de viajes. La gente tiende a viajar para contar una historia, frecuentemente acerca de «encontrarse» a sí mismos en tierras ajenas. Pero viajar también está relacionado con un impulso humano mucho más profundo que la contemplación de extraños o su uso como fondo en el espejo de una selfie, intentar identificar quiénes creemos ser (o quiénes no creemos ser), porque es la respuesta a la gran pregunta humana: ¿quiénes somos? Si tenemos la empatía de una Belén Fernández descubriremos que nuestra humanidad, nuestro objeto más preciado, puede ser encontrada a raudales en una conversación fortuita con un extraño.
Busca sobre Irán en Google News y encontrarás sanciones, buques de guerra iraníes dirigiéndose a México, la expansión del rango de misiles, prisioneros extranjeros… nada amigable. ¿Y cómo habla entonces Belén Fernández de sus experiencias en Esfahan? Para empezar, no finge ser una experta y es siempre respetuosa, dejando hablar a la gente del país y leyendo a sus escritores, entrelazando pasado y presente con el resultado de que su explicación no es solo anecdótica. Con sus dones para la observación, «se encuentra» cosas. En otras palabras, reconoce el valor de lo que ve, ya sea en la forma de persona o de objeto. Encuentra un «práctico volumen» titulado «Esfahan: A Tiny Earthly Paradise» de Mahmoud Reza Shayesteh, quien discute que una expedición a la «otra mitad del mundo» requiere de una «búsqueda de la segunda mitad de este mundo dentro de uno mismo, a través de una elevación espiritual… puede que permitiendo que uno abrace un mundo de perfección». Fernández ve la ciudad y su historia desde esta mirada de modo que, al tiempo que medio mundo sigue con lo de subyugar americanófobas tierras ricas en petróleo con misiles y «arcos dorados», ella entra en la otra mitad después de todos los escollos y tribulaciones (incluyendo un «corto ataque de nervios» en la embajada iraní de Beirut) para adquirir un visado, y «[Todo] lo que recibí del funcionario de inmigración fue un ‘bienvenida’. Recibí otro cuando mi anciano taxista telefoneó a su hija para traducir el afecto al inglés».
Partiendo hacia la Plaza Naghsh-e Jahan, orgullo del periodo Safavid (del año 1501 al 1722), comienza a rellenar su crónica con breves apariciones de los habitantes de Esfahan. Su nacionalidad es un buen tema de discusión. Al saber que le estaba hablando a una estadounidense, un vendedor de pañuelos «estalló en una risa histérica y necesitó varios minutos para recomponerse, después de lo cual me preguntó cuánto cuestan mis zapatillas Asics en los Estados Unidos y dijo que él, por una pequeña parte del coste, podría producir unas idénticas». En la catedral de Vank en Nueva Julfa, el barrio armenio de Esfahan, un hombre se niega a creer que ella es estadounidense, pero después encuentra una explicación satisfactoria: «Tú debes ser de una de las Islas Ultramarinas Menores o así». En una heladería pide té y no hay, pero el dependiente se disculpa y vuelve más tarde con té en un vaso de papel. Ni hablar de dejarla pagar. En el bazar enfrente de la mezquita Imam en la Plaza Naghsh-e Jahan, adquiere «un puñado de cúrcuma y un rímel» y, reflexionando acerca del imperecedero «vínculo vital entre la mezquita y el bazar», comenta sucintamente, «Como era de esperarse, la guerra efectiva del Sha contra estas dos instituciones durante los años setenta hizo poco por asegurar su cargo».
En la segunda parte de su diario de viaje, Fernández acude a comprarse un velo y conoce al amigo del vendedor, Hadi, dueño de una librería, gracias al cual descubre un mercado de libros de segunda mano dentro de un aparcamiento subterráneo en la Avenida Talenghani. Se llama así por el Ayatollah Mahmoud Talenghani, seguidor de Mohammed Mosaddeq, el cual fue derrocado en el golpe de 1953 llevado a cabo por los estadounidenses («Operación Ajax»), por los británicos («Operación Boot») y por la Anglo-Iranian Oil (hoy parte de BP), porque el petróleo nacionalizado en Irán no formaba parte del plan imperial. La respuesta de entonces es hoy bien conocida: un bloqueo, la interrupción de las exportaciones de productos básicos a Irán, la congelación de cuentas de moneda fuerte y el cabildeo en Naciones Unidas para conseguir resoluciones contra Irán. La historia tiene la mala costumbre de repetirse en aquellos lugares en los que hay recursos valiosos de por medio.
Todavía sin guía, Fernández presenta, en la tercera parte de su crónica de viaje, a un hombre llamado Hussein y a sus amigos. Todos ellos están metidos en el negocio ilegal conocido como «couchsurfing«, esto es, «ellos y sus sofás o habitaciones de sobra han hospedado a extranjeros que visitan el país». Uno de los amigos de Hussein, Hamid, ha abandonado su carrera como jugador de voleibol por culpa de las sanciones, que han recortado gravemente la financiación de los equipos deportivos y, peor todavía, han causado que el porcentaje de familias viviendo en la pobreza aumente del 22% a más del 40%, disparado los precios de la comida y creado una gran escasez de medicinas y suministros sanitarios. Hamid tiene numerosos improperios dirigidos contra los gobiernos estadounidense, ruso y australiano («el último en dar cuenta de la reciente auto-inmolación de un refugiado iraní en Nauru, la isla-prisión favorita de Australia»), y también para los iranófobos occidentales quienes, dice Hamid, estarían mucho más seguros en Irán que en cualquiera de sus propios países (excepto al cruzar la carretera).
En el museo de los mártires de Esfahan, Fernández es recibida con regalos -una caja de caramelos, un cuaderno que presenta tropas marchando por la arena bajo un cielo estrellado, un pequeño libro de encuadernación dorada con el logotipo del museo y una «galleta bañada en chocolate» de importación- por un curador cantarín que le deja deambular a su antojo. El museo ofrece destacables traducciones en inglés de los pies de foto. Uno de ellos, referido a un hombre tendido en un charco de sangre, le lleva rápido a preguntarse «si no ha habido algunos actos deliberados de sabotaje durante el proceso de traducción» ya que pone «Sangrientamente postrado: Visitar a aquel ‘Único amigo’ es mucho más placentero en esta posición». Hadi, el vendedor de libros, no es ningún entusiasta de las exhibiciones de martirio ya que las ve como un recordatorio obligatorio de la guerra cuando la vida debería ser vivida sin la presencia constante de la muerte. Aún así, concede que no es solo cosa de la propaganda del gobierno porque la muerte tiene una «centralidad relativa» en el paisaje iraní.
Hadi, generoso, le regala libros y la lleva al Monte Soffeh, en el pasado el lugar del Castillo de los Asesinos, asesinos miembros de la secta nizarí chií-ismaelita del siglo XI. De camino, aprende algo que la mayoría de occidentales nunca tendrían la oportunidad de descubrir en Irán. Es sobre Irak. «(…) Hadi recibió un mensaje de texto de un amigo que en esos momentos estaba peregrinando a pie hacia la ciudad iraquí de Karbala (…) [quien] informaba de que los iraquíes con los que se había encontrado habían sido de lo más hospitalario, ofreciendo alojamiento gratuito, comida y en algunos casos hasta masajes para los viajantes».
Al final de su estancia en Esfahan, Fernández honra su promesa al agente de viajes que renunció a la regla del debes-tener-un-guía si ella aceptaba contratar a uno por un solo día. Entonces viaja al pueblo zoroastrista Abyaneh, famoso por su arquitectura de barro rojo y sus peculiares lengua y vestimenta. Es en la región de Natanz, la cual «ocupa un lugar especial en el repertorio del sionismo de derechas, habiendo sido eficazmente perfilada como sinónimo del inminente Armagedón nuclear (…) en un intento de añadir la República Islámica a la creciente lista de objetivos militares regionales de Washington». Masoud, el guía, comenta que Donald Trump es un «loulou«, un hombre del saco invocado para intimidar a los niños hacia la obediencia. Algunos políticos quieren que todos nosotros seamos los niños, aunque la obediencia al actual Presidente de los Estados Unidos tampoco traería paz y tranquilidad. Como escribe el novelista y periodista iraní Amir Ahmadi Arian, citando a Ta-Nehisi Coates, Trump está empeñado en aniquilar el legado de tratos con Irán dejado por Barack Obama, y está ayudado e inducido por Nikki Haley, su embajador anti-iraní en Naciones Unidas. Presentan a los iraníes como tramposos traicioneros, un estereotipo con hondas raíces que se remonta a las caricaturas coloniales racistas. Arian sugiere que una explicación para las actuales representaciones maniqueas es el mito de la raza «aria». Y Trump es el guerrero ario definitivo que podría dirigir al mundo a la guerra basándose en cuentos coloniales.
Fernández termina su crónica del viaje con las siguientes palabras, «Mientras EE.UU. se esfuerza por perfeccionar su distanciamiento de la realidad humana, al menos todavía tenemos a la otra mitad del mundo». Cualquiera que la lea podría añadir: mientras la prensa promociona tópicos que justifican la guerra sobre los desviados iraníes, al menos todavía tenemos a Belén Fernández, quien se toma la molestia de entrar en la otra mitad del mundo y nos recuerda que nosotros -gentes de todas partes- no somos meros numeritos de Washington sino seres humanos de carne y hueso que deben mantenerse desafiantes a fin de conservar esa condición.
Notas:
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Se refiere al título del libro de Belén Fernández The Imperial Messenger. Thomas Friedman at Work, Verso, 2011.
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«Thomas Friedman Op-ed generator», disponible en: http://thomasfriedmanopedgenerator.com/Iran%2527s%2BMoment%2Bc8ab36#
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«Struggle Session» en Jacobin, disponible en: https://www.jacobinmag.com/2017/09/us-imperialism-new-york-times-journalism-turkey
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Las tres partes publicadas en The Region, disponibles en: http://theregion.org/author/belen-fernandez
Julie Wark es autora del Manifiesto de derechos humanos (Barataria, 2011) y miembro del Consejo Editorial de SinPermiso. Su nuevo libro, Against Charity (CounterPunch), co-escrito con Daniel Raventós, saldrá en enero de 2018 (http://www.amazon.com/Against-Charity-Counterpunch-Julie-Wark/dp/1849353042).
Traducción: David Guerrero