China «está dispuesta con Rusia a apoyar resueltamente el sistema internacional centrado en las Naciones Unidas, a defender el orden mundial basado en el derecho internacional y las normas fundamentales de las relaciones internacionales basadas en los propósitos y principios de la Carta de la ONU, a apoyar el verdadero multilateralismo, a promover la multipolaridad en el mundo y democratizar las relaciones internacionales, y a promover el desarrollo de la gobernanza mundial en una dirección más justa y racional».
Con estas palabras comenzó el Presidente chino Xi Jimping su visita a Rusia. Una visita que reaviva la alianza militar y política entre ambos países y lanza una clara advertencia a la Casa Blanca empeñada en subir la temperatura del termómetro mundial. También ofrece su paraguas económico y comercial a Rusia, que, por su parte, nunca ha sentido el aislamiento occidental. Ya en 2022, el comercio entre China y Rusia aumentó un 34%, hasta alcanzar un valor de 190.000 millones de dólares, principalmente gracias al gas y al petróleo adquiridos por Pekín a un precio favorable.
Con la llegada de Xi, recién confirmado al timón del partido y del país, se refuerza la asociación «sin tapujos»: «Demostrará al mundo la solidez de los lazos ruso-chinos en cuestiones clave y se convertirá en el principal acontecimiento político del año en las relaciones bilaterales», dijo el propio Putin hace unas semanas. El Kremlin anunció la firma de «numerosos documentos bilaterales importantes y de valor estratégico», mientras que Pekín confirmó el papel mediador en el conflicto OTAN-Rusia a través de Ucrania y que «la propuesta de China se reduce a una frase: instar a la paz y promover las conversaciones».
En un artículo publicado en Rossiyskaya Gazeta, Xi escribe que «la resolución del conflicto en Ucrania será posible si las partes siguen las directrices del concepto de seguridad colectiva; la comunidad internacional ha comprendido que ninguna potencia mundial es superior a las demás». Por su parte, Putin, en un artículo publicado en el Diario del Pueblo, órgano del PCCh, afirma que «en relación con los acontecimientos que tienen lugar en Ucrania, para comprender su origen y sus verdaderas causas, acogemos con satisfacción la voluntad de China de desempeñar un papel constructivo en la resolución de la crisis».
Pekín y Moscú lanzan así un abierto desafío a la política exterior de Washington, incapaz de frenar su declive con instrumentos políticos y económicos y que ahora sólo recurre a políticas desestabilizadoras y amenazas militares en todos los rincones del planeta. De hecho, EEUU cree que su liderazgo se limita ahora a Occidente (y ni siquiera a todo él) y que las guerras, sin excluir los conflictos nucleares tácticos, son la única forma de restablecer el firme control estadounidense sobre el mundo. El reciente acuerdo militar con Australia y Gran Bretaña se inscribe en este marco.
Además del crecimiento de la influencia china en los mercados, el aumento del peso político preocupa en gran medida a la Casa Blanca, y uno de los terrenos más insidiosos es precisamente el de la guerra. La propuesta china de un «alto el fuego en Ucrania» fue rechazada por Estados Unidos antes incluso de ser formulada. Podría argumentarse que no está claro por qué motivos, dado que, formalmente, Ucrania no es un protectorado estadounidense, no es miembro de la OTAN ni siquiera de la UE, pero el compromiso estadounidense de impedir cualquier posible escalada armamentística ha sido constante, lo hayan intentado sus aliados Turquía, Israel o el Vaticano.
Al igual que ocurrió con el documento en el que Moscú proponía a principios de 2022 una negociación global de seguridad en Europa precisamente para evitar la guerra, la propuesta china de un «alto el fuego» es ignorada. El temor a ofrecer un papel internacional a China, y que ésta resulte estar trabajando por la paz mientras Washington lo hace por la guerra, es un grave riesgo político para la Casa Blanca. A una propuesta china Moscú podría acceder y esto propondría una suspensión de las operaciones militares que vería a Rusia establecida en la mayor parte del Donbass, pero un NO perjudicial den Kiev al alto el fuego haría que el rechazo ucraniano fuera difícil de sostener internacionalmente.
¿Un mundo diferente?
El profundo sentido de la alianza entre Moscú y Pekín se basa en la convicción común de que el proyecto estadounidense de detener la decadencia de Occidente prevé la disgregación de Rusia y China en realidades desintegradas y basadas en etnias. Un proyecto al que Washington ha impuesto una brusca aceleración en los últimos años intensificando el cerco militar en torno a las fronteras de China y Rusia.
La ampliación de la OTAN hacia el Este de Europa con la transformación de Ucrania en un puesto militar avanzado de EEUU, en sintonía ideológica con Polonia y los países bálticos, que comparten con Ucrania una identidad política neonazi común, y la construcción de 21 bases militares estadounidenses en el Mar de China, que apoyan las crecientes provocaciones sobre Taiwán, ofrecen un agudo espejo de la dirección tomada por EEUU en su perspectiva contra China. El hecho de que, en materia de filiaciones territoriales, EEUU apoye dos tesis completamente opuestas según el escenario, es hábilmente ocultado por los medios de comunicación internacionales, empeñados en sustituir la información por propaganda de guerra.
La búsqueda, a estas alturas ni siquiera velada, de todas las razones posibles para llegar a un enfrentamiento militar, tiene su origen en algunos think-tanks estadounidenses que creen, parafraseando a Tucídides, que Moscú y Pekín no son todavía lo suficientemente fuertes como para ganar a la OTAN y, en consecuencia, que la fase actual es aquella en la que todavía es posible proceder a un enfrentamiento global destinado al gran reseteo mundial que vea a Estados Unidos y Europa como los únicos gestores económicos, políticos y militares del planeta, con China y Rusia desarticuladas y carentes de un proyecto global.
Pekín y Moscú, no lo ven así y se preparan para el enfrentamiento con Estados Unidos y Europa, tanto en términos de alianzas militares como políticas, firmes en su sustancial puesta en común de un modelo multipolar de gobernanza planetaria a perseguir también mediante la participación en el nuevo orden mundial de todos aquellos países que por influencia política, amplitud territorial, capacidad económica y fuerza militar ejercen un papel de liderazgo en sus respectivas áreas. Para ello, ha habido dos ámbitos de actuación: uno es el que contempla el continuo crecimiento de las organizaciones regionales en la línea de la OCS en lo que se refiere al Este y de los BRICS en lo que se refiere a la globalidad. El otro es el de la reducción de los conflictos locales y la potenciación de los acuerdos comerciales en sustitución de los enfrentamientos políticos.
El primero también está marcado por los acuerdos de seguridad comunes y las asociaciones militares, lo que resta poder a las maniobras estadounidenses en la construcción de alianzas militares; la segunda, por las capacidades comerciales y las repercusiones relacionadas de las sanciones occidentales con tres cuartas partes de los países de la comunidad internacional. En resumen, Estados Unidos grita y amenaza, pero cada día que pasa es menos poderoso y menos influyente. Por primera vez en la historia está quedando claro para todos aquellos que no forman parte de la élite económica y política global que dirige Occidente, que las repetidas crisis económicas y financieras hacen del turbo-liberalismo una amenaza letal para toda la comunidad internacional y que la amenaza de la fuerza para imponer los intereses de EEUU en el mundo, sitúa a ellos y sus aliados como la razón y no como solución a las crisis planetarias.
El potencial político inherente a la alianza estratégica entre Moscú y Pekín es enorme. No se trata sólo de que dos gigantes reivindiquen un camino común para redefinir el orden planetario, sino también de un proceso en ciernes de acción compartida a escala diplomática para ir expulsando gradualmente la guerra de los sistemas para resolver disputas internacionales. «Ningún país de la escena global tiene derecho a tener la última palabra a la hora de determinar el orden mundial existente», declaró Xi Jinping en una entrevista a Rossiyskaya Gazeta, «la comunidad internacional ha reconocido que ningún país es superior a los demás, ningún modelo de gobierno es universal y ningún país debe dictar el orden internacional. El interés común de toda la humanidad es un mundo unido y pacífico, en lugar de uno dividido e inestable», concluyó el dirigente chino.
La primera muestra de esta nueva diplomacia, que busca la paz como motor de un nuevo desarrollo económico para todos, llegó con el acuerdo alcanzado recientemente entre Arabia Saudí e Irán, un acuerdo de trascendencia histórica y valor absoluto. Preparado por la diplomacia rusa e implementado por la china, es sin duda un enorme logro para los acuerdos geopolíticos e indica, también simbólicamente, el fin de una fase unipolar de dominación internacional al abrir, en fondo y forma, el camino a la gobernanza multipolar en una de las zonas de mayor importancia geoestratégica del planeta.
«El acuerdo Irán-Arabia Saudí pinta un nuevo Oriente Medio», escribía el Wall Street Journal, destacando el papel decisivo de la mediación china, mientras que para el New York Times «el acuerdo entre rivales regionales subraya la creciente importancia económica y política de China en Oriente Medio y el declive de la influencia estadounidense». Se trata de una victoria para la diplomacia del Kremlin y de XI que abre un nuevo capítulo en Oriente Medio y Asia Menor. En primer lugar, contribuye a poner fin al conflicto entre la patria suní (Arabia Saudí) y la patria chií (Irán), un aspecto extraordinariamente importante en el asunto político-militar de la zona, siempre hábil y cínicamente maniobrado por Israel y Estados Unidos. En segundo lugar, antepone los intereses de los países de la zona, productora de la mayor parte del petróleo y en alianza con Rusia, otro gran suministrador de hidrocarburos. Un bloque de países capaz de dirigir no sólo las políticas de la Opec, sino la inmensa mayoría de la cantidad de hidrocarburos que se mueven diariamente hacia los cuatro puntos cardinales del planeta. Luego, reduce la tensión de Moscú hacia el lado asiático de sus fronteras y por último, pero no menos importante, contiene las aspiraciones hegemónicas turcas y forma un marco de potencias regionales que están en el mismo lado de la mesa.
En este sentido, es una muy mala noticia para EEUU e Israel. Aunque no rompen con un aliado de hierro (Riad), ciertamente ven cómo Teherán sale definitivamente del rincón, con todo lo que ello significa económica y militarmente. Pero, sobre todo, en la política de las dos regiones, la influencia estadounidense se reduce drásticamente en la misma medida en que crece la rusa y la china.
Un mundo diferente, multipolar y con la paz como motor de desarrollo, empieza a tomar forma. Será bueno que los «demócratas» no se equivoquen de lentes si no quieren arriesgarse a no verlo venir.
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