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2011, Un año entre mundos

Fuentes: OpenDemocracy

Una profusión de proyectos innovadores guiados por una ética de colaboración abriga la posibilidad de respuestas creativas a la crisis múltiple que hoy se vive

Ha sido un año extraño. Por un lado, el 2011 fue el año más sombrío de las últimas décadas. Estamos en medio de una crisis económica global sin final a la vista y la clase política parece tener pocas ideas sobre qué hacer al respecto. Además, un conflicto grave en Oriente Medio sigue siendo altamente probable y, por otro lado, parece imposible detener el catastrófico cambio climático.

Pero, al mismo tiempo, no recuerdo ningún año tan fascinante y creativo como el 2011. La Primavera Árabe, el movimiento Ocupar y una profusión de proyectos innovadores parecen indicar que estamos atravesando una época de una innovación excepcional. Hay una porción sustancial de la humanidad que no se queda de brazos cruzados ante la crisis.

¿Cómo debemos entender esta extraña dualidad de esperanza y desesperación? Se puede observar la situación con los anteojos del cinismo, el cual conduce a la conclusión de que la innovación social y la protesta poco pueden hacer para torcer el rumbo inevitable hacia el colapso económico y social. Las acciones de la policía contra el movimiento Ocupar, el avance de la extrema derecha en Europa y en Estados Unidos, y el fundamentalismo islámico en todo el mundo señalan que es probable un cambio hacia la opresión brutal.

Ese punto de vista pesimista no carece en absoluto de fundamentos pero, por otro lado, tampoco captura la naturaleza irónica de la situación actual ni las posibilidades inherentes a ella.

Pero considere lo siguiente: uno de los supuestos fundamentales de la derecha neoliberal es que el Estado se retire de la sociedad y que el espíritu empresarial se mueva con libertad en el mercado y en el sector voluntario. Ése es el principio detrás de la «gran sociedad», la idea (o al menos la consigna) sostenida por el primer ministro británico, David Cameron. Se podría argumentar que la proliferación de iniciativas independientes y de abajo arriba de los indignados reivindica el libremercado, ya que las personas de todo el mundo pierden la fe en la protección que el Estado pueda brindarles y llenan el vacío con nuevas formas de organizar la sociedad.

También piense en esto: en las últimas décadas, los apóstoles del libremercado en Occidente han instado a los individuos a adaptarse a la desregulada «economía del conocimiento», aceptando el cambio y la inseguridad creativa. Eso están haciendo ahora los que están a la vanguardia de la ola de innovación. No puedo imaginar a nadie mejor para trabajar en una corporación moderna que a un activista de Ocupar, puesto que esas personas son evidentemente expertas en colaboración, aprendizaje autodirigido y visión guiada por el cambio.

Ni los defensores del libremercado ni los insurgentes en su contra parecen reconocer esta irónica convergencia. Todos deben ser cuidadosos de lo que desean, o puede volverse realidad el capitalismo de libremercado, que efectivamente puede dar rienda suelta a la creatividad empresarial, pero una creatividad basada fundamentalmente en valores distintos. El activismo y los movimientos por el cambio pueden crear nuevas formas de ser, pero en el proceso es probable que surja una serie de habilidades y competencias que podrían ser absorbidas por el mercado.

PENDIENDO DE UN HILO

Esta situación puede parecer la revancha de la historia: una clásica contradicción marxista entre la base económica y la superestructura cultural-institucional. Pero es una contradicción cuyo rumbo todavía no podemos precisar. Es posible que el capitalismo neoliberal colapse bajo el peso del empresariado activista que él mismo produjo, y que, en definitiva, resulte ser el nacimiento genuino de un nuevo tipo de sociedad. Es probable que el empresariado activista se vigorice con el tiempo y renueve el sistema capitalista, y posiblemente lo que ahora vemos no sean más que los dolores de parto de una generación adaptándose a una nueva y áspera forma de capitalismo.

De cualquier manera, es vital que entremos a 2012 con los ojos bien abiertos. En los extraños días de 2011 era frecuente no saber si estar increíblemente atemorizados o si ser abiertamente optimistas. 2012 puede ser el año en el que, finalmente, descubramos qué emoción es la más adecuada.

Todavía queda todo por jugarse. Tal vez eso es lo más extraño de 2011: el sentimiento de que el futuro pende definitivamente de un hilo. No estamos acostumbrados a este tipo de escenarios. La Guerra Fría congeló el mundo en un conflicto binario, y el capitalismo global triunfante que le siguió fue predicado petulantemente como algo inevitable. La última vez en la cual el futuro del mundo parecía tan difícil de predecir fue durante las décadas de 1930 y 1940.

Puede no ser un precedente alentador, pero debemos considerar qué estrategias nos pueden ayudar a sobrevivir a la agitación venidera. La mejor lección que nos presentan los años 30 y 40 es que, incluso en medio del conflicto, podemos mantener un ojo puesto en el futuro (piense en el Estado de Bienestar planeado por William Beveridge al mismo tiempo que estallaba la guerra). Pero la peor enseñanza es que el conflicto ideológico sólo pueda resolverse mediante la aniquilación de un lado o del otro.

Justamente, en esta última cuestión, el movimiento Ocupar y fenómenos similares tienen mucho para ofrecernos, en el sentido de que hasta ahora han evitado la cerrazón ideológica y las luchas internas. Si este movimiento difuso puede mantener su apertura y flexibilidad, y al mismo tiempo continúa inserto en la vida social y política, habrá más razones para desear -en lugar de temer- la llegada de 2012.

Fuente: http://www.opendemocracy.net/keith-kahn-harris/2011-year-between-worlds

Traducción: Ignacio Mackinze