Con el triste recuerdo, aún presente, del aniversario del atentado del 17 de agosto de 2017 en Barcelona, no podemos hacer menos que reiterar nuestra indignación y nuestro absoluto rechazo contra cualquier forma de terrorismo, totalmente injustificable desde cualquier ideología, religión, moral o principios éticos. Lamentablemente, en Barcelona nos tocó muy de cerca, pero no […]
Con el triste recuerdo, aún presente, del aniversario del atentado del 17 de agosto de 2017 en Barcelona, no podemos hacer menos que reiterar nuestra indignación y nuestro absoluto rechazo contra cualquier forma de terrorismo, totalmente injustificable desde cualquier ideología, religión, moral o principios éticos. Lamentablemente, en Barcelona nos tocó muy de cerca, pero no dejó de ser, tristemente, un nuevo paso en la escalada terrorista contra «Occidente». Por eso aquí nos referiremos a los atentados yihadistas en los países occidentales y que, además, forman parte de la OTAN, es decir los más implicados en la llamada «guerra contra el terrorismo». Pero haremos referencia, también, a esta última guerra permanente, a veces no suficientemente conocida. No haremos mención, pues, a otras graves e injustificables atentados, muchos de ellos en los propios países árabes o islámicos, ni tampoco al grave ataque terrorista en Noruega de hace unos años, sin ninguna relación con el yihadismo.
La también llamada por los islamistas radicales, y en términos casi medievales, «guerra santa contra los infieles», ha tenido dos fases especialmente graves. La primera se inició con los atentados del 11 de Septiembre de 2001 en el World Trade Center de Nueva York y el Pentágono. Continuó con los ataques del 11 de marzo de 2004 contra varios trenes de cercanías en Madrid (193 víctimas mortales y 8 terroristas en los siguientes días), y en julio de 2005 en el metro y otros transportes públicos de Londres (56 personas muertas), estos dos consecuencia directa, según diversos analistas, de la «Alianza de las Azores» entre George Bush, Tony Blair y José María Aznar de marzo de 2003, que precedió a la invasión de Irak.
Una nueva fase terrorista se inició en enero de 2015, con el atentado en la redacción de la revista Charlie Hebdo en Paris (12 muertos y otros 8 relacionados en los siguientes días). Continuó en octubre del mismo año cerca de la estación central de Ankara (más de 100 víctimas mortales, recordemos aquí que Turquía también forma parte de la OTAN), y en noviembre en la sala Bataclan y otros puntos de París (137 víctimas mortales, incluidos los presuntos terroristas). Posteriormente, en marzo de 2016, en el aeropuerto y el metro de Bruselas (35 personas muertas, incluidos los supuestos autores). El mes de junio siguiente en el aeropuerto de Estambul (más de 40 víctimas mortales), pocos días después en una discoteca de Orlando, en el estado norteamericano de Florida (con 50 muertos), y un mes más tarde en el paseo Marítimo de Niza (87 víctimas mortales). En diciembre del mismo año en una discoteca de Estambul (más de 40 muertos) y, finalmente, en abril de 2017 en un concierto en Manchester (23 víctimas mortales), pocos meses antes de los ataques en Barcelona y Cambrils (donde murieron un total de 24 personas, incluyendo los presuntos autores y los demás miembros de la célula en la explosión de Alcanar). Varios ataques también graves, aunque afortunadamente con menos víctimas, han tenido lugar durante los últimos años en Copenhague, Berlín, Estocolmo o Marsella, así como en diferentes ciudades de Turquía.
Pero del mismo modo que lo hacemos con el yihadismo, debemos rechazar de forma muy contundente la supuesta «guerra contra el terrorismo» que es la que, en muy buena parte, de forma directa o indirecta, provoca la violenta reacción de algunos grupos islamistas extremadamente radicales contra los países y los ciudadanos occidentales. En el caso de Europa, la política de sumisión y vasallaje de buena parte de sus estados al imperialismo norteamericano se remonta al final de la segunda guerra mundial y a la creación de la OTAN en 1949, un acuerdo militar que en el caso de la España franquista se iniciaría a nivel bilateral con los «Pactos de Madrid» de 1953 con la entonces ya superpotencia norteamericana, y que se consolidaría con la entrada en la organización atlantista propiamente dicha en 1982. Esta sumisión supondría la implantación de grandes bases militares yanquis en la península y en todo el continente y, evidentemente, implicaba asumir mucho más riesgos por las acciones propias o de los otros aliados.
Repasemos, pues, la historia de los conflictos militares que pueden tener relación directa o indirecta con el crecimiento del terrorismo yihadista ya que, desde hace décadas, los Estados Unidos (EEUU) y muchos de sus aliados han intervenido en diferentes países árabes o islámicos, en algunos casos durante largos años. Así, ya en una época relativamente lejana como los años 1978 a 1992, dieron apoyo militar a los rebeldes muyahidines de Afganistán contra el gobierno pro-soviético del país, una guerra que provocó más de medio millón de muertes, aunque algunas estimaciones llegan a los dos millones, un conflicto armado que acabaría con la imposición por parte de los talibanes, unos años más tarde, de un régimen basado en la Sharia (1996). Más tarde, entre 1980 y 1988, EEUU, Francia y otros países occidentales, además de la Unión Soviética y diferentes países árabes, apoyaron al régimen de Sadam Husein en Irak, en su guerra contra Irán, entonces el principal enemigo de los norteamericanos en la zona. Se contabilizaron entre medio millón y un millón de muertes según diversas fuentes. Aprovechando el conflicto, Hussein bombardeó en numerosas ocasiones a la minoría kurda del norte de su propio país, con el silencio cómplice de la mayoría de gobiernos occidentales.
Posteriormente, entre 1990 y 1991, tras el intento de anexión de Kuwait por parte de Irak, tuvo lugar la primera «Guerra del Golfo», donde las tropas estadounidenses y de varios países de la alianza atlántica tendrían un papel muy destacado, un conflicto que terminó con la derrota iraquí, más de 35.000 víctimas mortales y el inicio de un largo embargo contra el régimen. Unos años más tarde, entre 2001 y 2014, se produjo la guerra de Afganistán, entonces contra el régimen talibán, que EEUU había ayudado indirectamente a instaurar con su obsesión anti-soviética, un conflicto iniciado por la supuesta implicación de aquel gobierno en los atentados de Nueva York, y que provocó entre 100.000 y 150.000 muertos, según diversos medios. También, entre 2003 y 2011, con la falsa excusa de la existencia de armas de destrucción masiva, los Estados Unidos, el Reino Unido y buena parte de los miembros de la OTAN, junto con otros aliados, volvieron a atacar e invadir lrak, en lo que sería la Segunda Guerra del Golfo. El resultado fue la destrucción de buena parte del país, la muerte de cientos de miles de personas y la ejecución de su líder, Sadam Husein (2006), hecho este último que multiplicó los odios y la violencia entre los mismos iraquíes y, especialmente, contra los invasores occidentales.
Nuevamente en el año 2011 los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y diferentes países de la OTAN intervinieron y bombardearon Libia, para apoyar a los grupos armados que se levantaron contra el régimen de Muamar el Gadafi. El conflicto terminó con la derrota y el asesinato de Gadafi, y también con la muerte de entre 10.000 y 25.000 personas, según las estimaciones oficiales. Pero también con la conversión de Libia en un estado fallido, sin un gobierno mínimamente estable que controle de manera efectiva la totalidad o casi totalidad del país, lo que ha multiplicado de manera dramática la crisis de los refugiados que llegan o intentan salir del país. También durante el mismo 2011 se inició la guerra de Siria, entre el régimen de Bashar al-Ásad y varios grupos armados, principalmente el llamado Ejército Libre Sirio, una vez más con la intervención de EEUU y varios países de la OTAN, mientras Rusia apoya a las tropas gubernamentales. El número de víctimas mortales se estima ya entre 300.000 y 500.000 según diversas fuentes. Todo ello sin olvidar el apoyo incondicional de EEUU al régimen nacional-sionista de Israel, que lleva décadas practicando un verdadero genocidio contra los palestinos, y que es una fuente inagotable de odio árabe o musulmán contra todos los países que apoyan al estado hebreo.
Otras intervenciones estadounidenses en países árabes, islámicos o con minorías musulmanas significativas, a menudo con la ayuda de varios aliados de la OTAN, han tenido lugar durante las últimas décadas en el Líbano, Somalia, Filipinas o Yemen. Es evidente que la guerra nunca puede ser la respuesta a los atentados terroristas, ni tampoco estos atentados deberían tener ningún tipo de justificación en las injustas guerras imperialistas en los países árabes o islámicos. Muy especialmente cuando, en una y otra parte, afectan a decenas, cientos o miles de víctimas inocentes. Por desgracia, seguramente deberán pasar muchos años hasta que se puedan superar los odios, los recelos y las desconfianzas actuales entre estos dos bloques que han substituido los de la guerra fría. En todo caso, el camino a seguir no puede ser otro que la cooperación, la solidaridad entre los y la lucha por la paz en todo el planeta.
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