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América Central: La recolonización del istmo

Fuentes: Tercer Mundo Económico (Uruguay) y Boletín EstaSemana (Cuba)

El Tratado de Libre Comercio de América Central (TLCAC o CAFTA, por su sigla en inglés) ya es muy conocido en América Central, y muy temido. Para muchos equivaldrá a la miseria de los pequeños agricultores de la región. «Los precios son tan bajos que tenemos que cultivar cada vez más para obtener los ingresos […]

El Tratado de Libre Comercio de América Central (TLCAC o CAFTA, por su sigla en inglés) ya es muy conocido en América Central, y muy temido. Para muchos equivaldrá a la miseria de los pequeños agricultores de la región.

«Los precios son tan bajos que tenemos que cultivar cada vez más para obtener los ingresos mínimos para sobrevivir». Así es como describe la situación de los pequeños agricultores de aquí un dirigente de la nueva organización campesina nicaragüense Fedicamp.

Los pequeños agricultores ya tenían que luchar por competir con importaciones subsidiadas de Estados Unidos. Ahora, si se aplica el Tratado de Libre Comercio de América Central (TLCAC) se enfrentan a la lúgubre perspectiva de que los inunden con maíz y arroz importados, vendidos a precios por debajo de los costos de producción. El TLCAC ya es muy conocido en América Central, y muy temido. Las calles de Managua están cubiertas de leyendas que denuncian el tratado. El favorito es: «TLCAC = miseria».

Los gobiernos de América Central, sin embargo, celebran el TLCAC. Los ministros dicen que los ayudará a consolidar la democracia en la región y a abrir un nuevo camino de desarrollo. «Esta es la consolidación de un proceso muy difícil, muy grave, que para algunos de nuestros vecinos comenzó con la guerra civil. Ha sido necesario tener coraje y visión para llegar a este punto», declaró el ministro de Comercio de Costa Rica, Alberto Trejos.

El futuro de Fedicamp y otras organizaciones de pequeños agricultores -la mayoría de la población rural de América Central- depende de cuál evaluación del TLCAC resulta correcta: miseria u oportunidad.

«Negociando» el TLCAC

«Cuando no hay equilibrio de poderes, la negociación es imposición», manifiesta Carlos Pacheco, del Centro de Estudios Internacionales de Managua. Sería difícil encontrar otro proceso de negociación multilateral con menos «equilibrio de poderes».

La economía estadounidense llegó a los 11 billones de dólares en 2003 y representa casi el 70 por ciento del producto interno bruto (PIB) del hemisferio occidental. Por otro lado, el PIB de todos los países de América Central juntos fue de 58.000 millones de dólares en 2000, menos que el ingreso total de tan solo dos compañías agrícolas con sede en Estados Unidos que se beneficiarán del acuerdo: Cargill y Archer Daniels Midlands. La economía más pequeña, Nicaragua, produce sólo 3.000 millones de dólares al año en bienes y servicios.

Políticamente, la elite de América Central también ha dependido históricamente de Estados Unidos, si bien Costa Rica ha sido en cierta forma una excepción. La desigualdad y la dependencia incidieron más claramente en las negociaciones del TLCAC sobre agricultura, donde América Central tenía más cosas en juego.

Durante las conversaciones informales que precedieron al inicio de las negociaciones oficiales, la Federación de Productores Agrícolas de América Central trató de incidir para que se creara una mesa de negociación aparte para la agricultura. El Representante Comercial de Estados Unidos se negó, y exigió que la agricultura estuviera junto con otros temas controvertidos, como textiles, en una sola negociación sobre cuestiones arancelarias.

Los negociadores de América Central intentaron entonces crear una lista de productos agrícolas que esperaban excluir del acuerdo hasta que Estados Unidos iniciara discusiones sobre los subsidios agrícolas internos. Por ejemplo, grupos como la Federación Cooperativa Agrícola Nicaragüense presionaron para la exclusión del maíz blanco, los frijoles rojo y negro, el arroz y los productos lácteos. Pero el Representante Comercial de Estados Unidos se negó, aceptando finalmente una eliminación gradual -y no inmediata- de los aranceles en ciertos productos críticos, ampliando los plazos de 15 a 20 años en algunos casos. Sin embargo, incluso esa «concesión» no es segura. El capítulo 19 del tratado otorga a la Comisión de Libre Comercio, que administrará el TLCAC, el poder de acelerar la supresión de aranceles.

Así, desde el inicio, las negociaciones estuvieron destinadas a excluir las demandas agrícolas más fundamentales de América Central. Lo que les quedaba a sus negociadores era negociar en bloque para fortalecer sus posiciones en los detalles restantes. Esto también fracasó ya que el Representante Comercial de Estados Unidos inició conversaciones bilaterales sobre el acceso al mercado con grupos de países en forma individual logrando enfrentar a los países. El resultado es una colcha de normas de acceso al mercado con concesiones mínimas del lado de Estados Unidos.

Otro resultado de esta estrategia de divide y vencerás fue la de revertir seriamente el proceso de integración económica regional de América Central, tornando prácticamente imposible la creación de una estructura arancelaria unificada, en que los países eliminen los aranceles entre sí y mantengan una única estructura arancelaria para las importaciones de fuera de la región. Lo irónico es que el gobierno de George W. Bush adujo que uno de los objetivos de las conversaciones era lograr una mayor integración regional.

Desigualdad total, competencia desleal

Un folleto de educación popular sobre el TLCAC y la agricultura, publicado en Nicaragua, pregunta: » ¿El TLCAC es competencia o masacre?», comparando los sectores agrícolas de Nicaragua y Estados Unidos. El grado de desigualdad entre ambos países, y entre Estados Unidos y el resto de América Central, es total.

«El TLCAC obligará a los agricultores de la región a competir, no contra los agricultores de Estados Unidos sino contra los contribuyentes de Estados Unidos y el Departamento del Tesoro más poderoso del mundo», declaró en enero Stephanie Weinberg, de Oxfam America, a funcionarios del Congreso. Mientras que el agricultor promedio de Nicaragua debe luchar por obtener un ingreso anual de 400 dólares, los fondos que el gobierno estadounidense entrega a sus productores promediaron los 20.000 dólares por establecimiento agropecuario entre 1999 y 2001, según el informe anual de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el club de los países ricos. No obstante, la cifra promedio oscurece una desigualdad extrema: la gran mayoría de los agricultores estadounidenses recibe menos de mil dólares al año.

La desigualdad entre los sectores agrícolas de Estados Unidos y América Central va más allá del tema de los subsidios. Medido como factor de productividad del trabajo (valor de producción por trabajador), el producto agrícola de Nicaragua representa 2,76 por ciento del de Estados Unidos. Esta diferencia enorme es el resultado del uso mucho mayor de fertilizantes y la mecanización de la agricultura en Estados Unidos. La diferencia en la investigación en mejoramiento y biotecnología también afecta esos números en formas que pueden tener consecuencias profundas si el TLCAC entra en vigor.

La historia del frijol «rojo chiquito» ilustra lo que está en juego. Investigadores de la Universidad de Washington desarrollaron el rojo chiquito en el marco de un programa de investigación financiado por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos. El rojo chiquito es el primer frijol rojo que se plantará en Estados Unidos y que tiene las mismas cualidades que los frijoles rojos de América Central. Los Servicios de Investigación Agrícola del Departamento de Agricultura de Estados Unidos dijeron en el comunicado de prensa emitido acerca del descubrimiento de esta cepa en abril de 2002 que «el rojo chiquito es un frijol seco comestible que los agricultores estadounidenses pueden cultivar para exportar a mercados de Honduras, Nicaragua, El Salvador y otros países de América Central».

Si bien no es una noticia importante en Estados Unidos, un artículo de tapa en El Nuevo Diario de Nicaragua describió al rojo chiquito como potencialmente más devastador que el Huracán Mitch. Muchos agricultores temen que las importaciones procedentes de Estados Unidos dejen a los agricultores locales en la ruina y los expulsen de su tierra. Alvaro Fonseca, de la nicaragüense Fundación para el Desarrollo Socioeconómico Rural, aduce que peligra el sustento de 200.000 agricultores.

Frente a todo esto, aún los que apoyan el TLCAC en América Central están nerviosos. «El grado de asimetría es obvio», dice Oscar Alemán, un especialista en comercio exterior de Nicaragua, y una de las voces a favor del TLCAC. «Estados Unidos tiene que empezar desde la realidad, aún por su propio bien. A menos que elabore un plan de cooperación económica que nivele nuestras desigualdades mediante la inversión y la transferencia tecnológica, la pérdida de puestos de trabajo y el aumento de la depresión que tendrá lugar en América Central no hará más que aumentar la presión migratoria sobre sus fronteras».

Pérdida de puestos trabajos en el campo

En toda la región, la supresión de aranceles, aún graduales en algunos productos, finalmente implicará que la gente de las zonas rurales pierda su tierra y sus trabajos.

Tomemos como ejemplo el impacto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en México. La caída de los precios del maíz que siguieron al ingreso del maíz estadounidense costó 1,7 millones de puestos de trabajo en el sector agrícola, y la pérdida de ingresos importantes para casi 15 millones de pequeños agricultores.

«Si el TLCAC entrara en vigor hoy, 420.000 puestos de trabajo del sector agrícola nicaragüense -incluidos los de los propios productores- podrían desaparecer, aumentando la migración a las ciudades, Costa Rica y Estados Unidos», dice Alvaro Fiallos, presidente de la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG).

Los investigadores de Oxfam estiman la pérdida inmediata de 22.000 puestos de trabajo y unos 80.000 en cinco años. Esto se agregaría a la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo en la producción nacional. Esa pérdida de puestos de trabajo aumentará la situación desesperada de la región, que en los últimos años, como consecuencia de la caída de los precios internacionales del café, tuvo una pérdida de 600.000 puestos de trabajo.

Mientras tanto, la elite de América Central no muestra gran preocupación. El gobierno de Costa Rica, por ejemplo, se ha negado a proteger a los productores de maíz durante años, alineándose con los ganaderos que exigen poder comprar raciones más baratas. Los agricultores de Costa Rica temen que el TLCAC los entierre económicamente aún más.

Soberanía alimentaria

El Programa Mundial de Alimentación estima que una de cada cuatro personas en América Central -8,6 millones- sufre de hambre, y en su mayoría viven en zonas rurales. Algunos proponentes del TLCAC dicen que los precios más bajos que habrá como consecuencia del tratado, los beneficiarán. Pero lo habitual es que la caída de los precios de los productos básicos no se traduce en precios más bajos de los alimentos en el mercado.

En México, cuando por el TLCAN bajó el precio interno del maíz, el precio de los alimentos a base de maíz -en especial la típica tortilla mexicana- no bajó. En realidad, aumentó 279 por ciento. Las razones del aumento de precios fueron la rebaja de los subsidios del gobierno a los productores de tortilla y la elevada concentración del mercado: dos compañías controlan el 97 por ciento del comercio. Aún sin el TLCAC, las transnacionales están tomando el control del mercado nacional de alimentos en América Central. Cargill compró intereses en la empresa avícola de Nicaragua Tip Top y quiere comprar la gigante regional Pollo Campero, actualmente de capitales guatemaltecos. La industria láctea Parmalat controla la única procesadora de Nicaragua con capacidad para abastecer las necesidades de pasteurización para ingresar a los mercados estadounidenses, y es la principal proveedora de productos lácteos en el mercado nacional.

Los países de América Central están perdiendo la capacidad de abastecer de alimentos producidos localmente y a precios razonables. El TLCAC acelerará gravemente este proceso.

Hay pocas razones para dudar de que la aplicación del tratado provoque el desplazamiento generalizado en las zonas rurales de América Central. Los agricultores de Nicaragua y otros países de la región obviamente no están dispuestos a participar de ese experimento que los dejará sin tierras y, quizás, incluso sin alternativas de empleo.

* Tom Ricker es coordinador de políticas para Hyattsville, Centro Quixote con sede en Maryland. Este artículo fue publicado por primera vez en Multinational Monitor, abril de 2004.