Durante la semana pasada, una conferencia de las Naciones Unidas a la cual asisten 180 países signatarios empezó a examinar el Tratado de No Proliferación Nuclear, considerado como la base de cualquier esperanza seria de evitar la catástrofe que está virtualmente garantizada por la lógica de las armas nucleares. «El tratado nunca ha parecido más […]
Durante la semana pasada, una conferencia de las Naciones Unidas a la cual asisten 180 países signatarios empezó a examinar el Tratado de No Proliferación Nuclear, considerado como la base de cualquier esperanza seria de evitar la catástrofe que está virtualmente garantizada por la lógica de las armas nucleares.
«El tratado nunca ha parecido más débil, o el futuro menos seguro», ha señalado Thomas Graham, exrepresentante especial de Estados Unidos en las negociaciones sobre control de armas y autor del libro Sentido común en materia de armas de destrucción masiva (2004). Graham ha advertido de que si el tratado fracasa en las próximas semanas, se hará realidad «un mundo de pesadilla nuclear». Como otros analistas, Graham admite que la principal amenaza al tratado es la política del Gobierno de EEUU, aun cuando otros estados que poseen armas atómicas también tienen responsabilidad. En el tratado, las potencias nucleares prometieron realizar esfuerzos «de buena fe» para eliminar las armas nucleares, el crucial artículo 6. Sin embargo, ningún país lo ha hecho aún, y el Gobierno de Bush ha ido más allá, al declarar que ha dejado de aceptar la estipulación principal del tratado, e intenta ahora desarrollar nuevas armas atómicas.
El Tratado de No Proliferación se basa en el compromiso con otros convenios internacionales: el Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares, rechazado por el Senado republicano en 1999; el Tratado de Misiles Antibalísticos, que Bush rescindió, y, probablemente aún más importante, el Tratado para la Reducción de Materiales de Fisión que, según escribe Graham, permitiría bloquear la amenaza de añadir «más material de fabricación de bombas nucleares a la vasta cantidad ya existente». En noviembre pasado, el Comité de Desarme de la ONU votó a favor del tratado por 147 a 1. El voto unilateral en contra, de EEUU, es, en efecto, un veto. En este caso, un regalo que fue sin duda alguna bien recibido por Osama bin Laden.
Previamente, la Administración de Bush envió a su hombre de confianza, John Bolton, para informar a Europa de que se habían acabado las prolongadas negociaciones destinadas a hacer cumplir la prohibición de usar armas biológicas, pues no satisfacían «los intereses de EEUU», aumentando de esa manera la amenaza del bioterrorismo. Eso es coherente con las declaraciones de Bolton: «Cuando EEUU marca el rumbo, la ONU debe seguirlo. Cuando sea adecuado a nuestros intereses hacer algo, lo haremos. Cuando no sea adecuado a nuestros intereses, no lo haremos». Resulta natural que sea designado embajador de EEUU ante la ONU, en un insulto calculado a Europa y al mundo.
CON LA POLÍTICAactual, «un enfrentamiento nuclear es en última instancia inevitable», advierte Michael McGwire, explanificador de la OTAN. «En comparación con el calentamiento global, el costo de eliminar las armas nucleares sería pequeño», ha señalado McGwire. «Pero los resultados catastróficos de una guerra nuclear global excederían en gran medida aquellos de un progresivo cambio climático, pues el efecto sería instantáneo y no podría ser mitigado. La ironía de esta situación es que estamos en condiciones de eliminar la amenaza de una guerra nuclear global, mientras que el cambio de clima no puede ser eludido», añade.
Las advertencias de McGwire se reflejan de este lado del Atlántico en Sam Nunn, exsenador demócrata y uno de los principales líderes políticos en materia de control de armas y en los esfuerzos para reducir la amenaza de una guerra nuclear. «Las posibilidades de un ataque nuclear accidental, erróneo, o no autorizado, pueden estar aumentando», escribió Nunn en diciembre en el Financial Times.
Nunn aludía a una fuerte expansión de los programas militares de EEUU, que alteran el equilibrio estratégico de una manera que hace a Rusia «más propensa a lanzar un ataque ante una amenaza sin esperar a ver si ésta es cierta». La amenaza está agravada, añade, por el hecho de que «el sistema de alerta de Rusia está en malas condiciones y es muy posible que ofrezca avisos falsos sobre la llegada de misiles».
Una preocupación adicional es que las armas nucleares pueden caer, tarde o temprano, en manos de grupos terroristas. Y esa posibilidad es más plausible por el hecho de que, como disuasión contra las amenazas norteamericanas, Rusia se ve obligada a mantener su propio arsenal nuclear, diseminado por su vasto territorio, con materiales muchas veces en tránsito.
«ESTEmovimiento perpetuo crea una vulnerabilidad muy grave, pues el transporte es el talón de Aquiles en materia de seguridad de armas atómicas», señala Bruce Blair, presidente del Centro de Información de Defensa y quien fue previamente funcionario de lanzamiento de los misiles Minuteman. El riesgo se extiende más allá de Rusia, añade. «Los problemas de los sistemas de alerta y control que afectan a Pakistán, la India, y otros países nucleares son aún más graves. A medida que esos países avanzan hacia situaciones de confrontación, la amenaza terrorista hacia ellos se acrecentará», escribe Blair.
El terrorismo de Estado y otras amenazas del uso de la fuerza han llevado al mundo al borde de la aniquilación nuclear. La conferencia de la ONU haría bien en atender el llamamiento formulado por Bertrand Russell y Albert Einstein hace medio siglo: «He aquí, el problema que les presentamos, duro, temible, y del que es imposible escapar: ¿debemos poner fin a la raza humana o debe la humanidad renunciar a la guerra?».
©Noam Chomsky. Distributed by The New York Times Syndicate.
* Profesor de Lingüística del Instituto de Tecnología de Massachusetts y autor de Hegemonía o supervivencia