Con frecuencia, problemas importantes no encuentran solución porque las partes en conflicto carecen de una metodología correcta. Toda negociación exige que haya correspondencia entre fines y medios. Si no, lo que resulta es un desorden discapacitante por completo. Lo primero es que las partes quieran llegar a un acuerdo. Si tienen objetivos distintos a los […]
Con frecuencia, problemas importantes no encuentran solución porque las partes en conflicto carecen de una metodología correcta. Toda negociación exige que haya correspondencia entre fines y medios. Si no, lo que resulta es un desorden discapacitante por completo.
Lo primero es que las partes quieran llegar a un acuerdo. Si tienen objetivos distintos a los declarados (es decir, si mienten) no habrá armonía, y todo lo que se haga estará encaminado a sabotear cualquier esfuerzo conciliador y a prolongar la problemática.
La buena fe es esencial en toda búsqueda de acuerdos, y por esa razón no debe haber cartas bajo la manga.
El solo hecho de iniciar negociaciones supone la imposibilidad de que una de las partes se imponga a la otra. Nixon jamás habría negociado la paz con Vietnam si estuviese convencido de ganar la guerra. Ho Chi Minh tuvo que firmar los acuerdos de paz en 1973, no porque no pudiese ganar la guerra (en efecto la ganó), sino porque quería evitar mayores matanzas.
Con el fin de forzar a Vietnam a aceptar sus condiciones de octubre de 1972, en sólo once días, Estados Unidos (EU) había lanzado más de cien mil bombas sobre Hanoi y Haiphong (el más devastador bombardeo de la historia) equivalentes a una capacidad destructiva cinco veces mayor que la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. Los vietnamitas no dieron su brazo a torcer, y los acuerdos de paz de 1973 fueron una victoria para Vietnam porque Kissinger se vio obligado a aceptar todos los puntos propuestos por Le Duc Tho con anterioridad a los bombardeos. ¡Pero cientos de miles de vietnamitas murieron innecesariamente! No siempre el uso de la fuerza o la violencia conducen a la victoria.
Le Duc Tho rechazó el Premio Nobel de la Paz en 1973, compartido con Henry Kissinger, porque Vietnam «no había alcanzado aún la paz».
Ni Vietnam ni EU nombraron a soldados como negociadores: Le Duc Tho, además de estratega militar, era consagrado negociador; Kissinger no era soldado sino hábil negociador. La paz es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de soldados.
¿Por qué fracasaron los primeros encuentros entre el Frente Nacional de Defensa del Seguro Social y el equipo de gobierno? Porque designaron a soldados y no a negociadores.
Alguien del equipo gubernamental acusó al Frente Nacional por la Defensa de la Seguridad Social (FRENADESSO) de abrigar intenciones desestabilizadoras o de insurrección nacional. Este señalamiento, aun suponiendo, sin conceder, que fuera cierto, no contribuía a crear el clima necesario para llegar a un acuerdo sino todo lo contrario.
Alguien, no recuerdo quién (del FRENADESSO) dio a entender que primero había que debatir sobre el modelo económico neoliberal pues éste constituía el marco de referencia para las reformas al Seguro Social. Casi nada escapa a las políticas neoliberales, pero la solución del Seguro Social no puede aguardar a que desaparezcan las instituciones financieras internacionales ni el capitalismo transnacional y opresor.
Es como si Le Duc Tho hubiese condicionado las negociaciones a que Estados Unidos pidiese perdón por el «Destino Manifiesto» y a que cancelara su hegemonismo de inmediato. O como si Kissinger hubiese exigido a Vietnam abandonar sus compromisos con la Unión Soviética o China como asunto preliminar. Si hubiesen actuado así, todavía estarían en guerra Vietnam y Estados Unidos. Pero ni lo uno ni lo otro, aunque fuesen parte de la realidad, eran relevantes a la necesidad de negociar el aquí y el ahora.
Al año siguiente, el 7 de febrero de 1974, el secretario de Estado Henry Kissinger, suscribió con el canciller de Panamá, licenciado Juan Antonio Tack, la Declaración Tack-Kissinger que contenía ocho puntos que servirían de fundamento a las negociaciones sobre el Canal. Como Asesor del canciller Tack involucrado en dicho documento, puedo decir que los Ocho Puntos contemplaban la totalidad de la problemática canalera y permitíeron canalizar las negociaciones luego de muchos años de discursos, conflictos, agresiones y matanzas.
Si el canciller Tack hubiese llenado a Kissinger con toda clase de acusaciones sobre las intervenciones, saqueos y vejámenes de EU a Panamá; o si Kissinger hubiese echado en cara a Tack los beneficios y bendiciones con que EU «ayudó» a Panamá, todavía estaríamos negociando (¡y quién sabe qué hubiera ocurrido!) y es posible que el Canal aún estuviese en manos de Estados Unidos.
Es necesario separar lo esencial de lo no esencial y buscar un acomodo en torno a los puntos específicos que separan a las partes porque hay temas accesorios que pueden obstaculizar un acuerdo. En nada contribuiría mencionar la corrupción gubernamental, la falta de transparencia o de credibilidad de los partidos, el referéndum sobre el Canal, la «agenda oculta» del FRENADESSO, las intenciones «subversivas» de algunos dirigentes o las políticas neoliberales. Todo eso puede ser cierto, pero resultan irrelevantes en un Diálogo para modificar una ley ya aprobada.
Un economista judío de nacionalidad alemana, el doctor Kurt Martin, profesor nuestro en La Haya y exdirector del Instituto de Estudios Sociales de Frankfurt, decía que los latinoamericanos no habíamos hecho la revolución porque nos gustaba echar largos discursos y que debíamos aprender de Lenin. Quienes son líderes populares deben aprender a resumir y proponer, así como a evitar toda retórica hueca, intranscendente y barata, todo lenguaje procaz, lleno de lugares comunes. ¡Ir al grano»!
Las reformas a la ley del Seguro Social fueron víctimas de una metodología equivocada, como lo reconoció el presidente Martín Torrijos. Conscientes de que dichas modificaciones implicarían sacrificios por parte de los más desfavorecidos y sectores medios de la sociedad, el gobierno pensó que la ley debía aprobarse apresuradamente luego de un debate limitado para escuchar propuestas de cambio. Se subestimaron las reacciones en contra, pero tampoco el FRENADESSO explicó su posición en la Asamblea Nacional cuando fue invitado porque «no habían condiciones» en vista de que se estaban produciendo actos violentos durante la marcha de protesta. Ello le restó credibilidad al movimiento, en opinión de muchos.
La protesta creció, pero el gobierno se mantuvo en sus trece. FRENADESSO llamó a una huelga, incorporando otras organizaciones. El gobierno sumó al Consejo Nacional de Trabajadores Organizados (CONATO) y otros sectores que apoyaron su actuación pero rechazaron el aumento en la edad de jubilación y en la densidad de las cuotas. Los dirigentes del CONATO fueron acusados de «traidores», y éstos replicaron que algunos del FRENADESSO intentaban derrocar al gobierno.
El presidente Torrijos manifestó que «el pueblo panameño» no deseaba violencia sino diálogo y tolerancia. Simultáneamente el FRENADESSO (acusado de violencia) afirmaba que el «pueblo panameño» estaba en contra de la ley. Por su parte, la Coordinadora de Oposición, integrada por partidos políticos tradicionales, también habla en nombre del «pueblo panameño». Así que, ¿quién representa al «pueblo panameño»? ¿Torrijos, quien recibió más del 40 por ciento de los votos en las elecciones? ¿El FRENADESSO, que aglutina a decenas de representaciones obreras, docentes, estudiantiles, sectores de Salud y otros? ¿La oposición oligárquica, carente de credibilidad y poder de convocatoria? Esta cuestión debe ser puesta a un lado en el marco del ansiado Diálogo.
La invitación abierta para participar en un Diálogo Nacional durante tres meses, hecha por Martín Torrijos, a fin de mejorar la Ley 17, mejoró la imagen del gobierno. El gobierno panameño invitó a dicho Diálogo a las organizaciones del FRENADESSO, y no al movimiento en sí, que ha exigido participar como un solo bloque. Este frente exige que el Diálogo sea precedido por una suspensión de la Ley 17 durante los tres meses que duren las conversaciones y que dicho frente sea reconocido como representante del «pueblo panameño». El gobierno sugirió la intervención de mediadores u observadores (el Consejo Ecuménico y el Consejo de Rectores de universidades públicas y privadas) pero el FRENADESSO los rechazó por provenir de una decisión «inconsulta». De modo que ambas partes, además de la Oposición, han puesto condiciones para el diálogo a pesar de que aspiran ir a un Diálogo «sin precondiciones de ninguna clase».
Torrijos ha dicho que el propósito del Diálogo es el de reglamentar la Ley, o mejorar, enriquecer, modificar, aspectos puntuales de la misma que no satisfagan a los participantes. Pero ello entraña dificultades de orden jurídico, porque no es posible modificar una ley que está en vigencia. Habrá que suspenderla. Por otro lado, será necesario reglamentar la cuestión de la representatividad.
Si las partes en el Diálogo saldrán a defender intereses gremiales, patronales, de grupo o de partido, y casi todos rehúsan aportar más dinero al Seguro Social, ¿de qué manera se salvará la Caja? ¿Quiénes tendrán el poder para recortar las modificaciones sugeridas – una vez «consensuadas» — a fin de ceñirlas al objetivo de que la Caja de Seguro Social reciba más, y no menos, ingresos? ¿Cómo se conciliarán intereses tan contrapuestos en el Diálogo?
No seamos tan exigentes y cedamos cada uno un poco. Como dijo Voltaire: «Lo mejor es enemigo de lo bueno».
Julio Yao es coordinador del Servicio Paz y Justicia en Panamá (Serpaj-Panamá).