«La (imposible) ¿geometría? del Poder en México» del Sub Comandante Insurgente Marcos pone en el centro de las fuerzas clasistas y populares de nuestro país un debate fundamental en la ola de rebeldía al neoliberalismo que es contundente en América: frente al fracaso del neoliberalismo y la irrupción de potentes movimientos de masas, el sistema […]
«La (imposible) ¿geometría? del Poder en México» del Sub Comandante Insurgente Marcos pone en el centro de las fuerzas clasistas y populares de nuestro país un debate fundamental en la ola de rebeldía al neoliberalismo que es contundente en América: frente al fracaso del neoliberalismo y la irrupción de potentes movimientos de masas, el sistema imperialista apuesta por su recomposición con gobiernos que pueden tener un discurso de izquierda, un discurso social, mejor dicho asistencialista, pero no afectar ni intentar alterar los Programas de Ajuste Estructural, esto es privatizaciones, liquidación de los derechos sociales y laborales, disminución de los salarios y el «libre comercio».
Tiene razón Marcos al situar un contexto de guerra. Globalización y guerra van de la mano. Michel Chossudovsky expresa con precisión que «el ajuste estructural tiende a una forma de genocidio económico que se desarrolla mediante la conciente y deliberada manipulación de las fuerzas del mercado…que afecta de manera directa a la sobrevivencia de cuatro mil millones de personas». Hoy de manera permanente el sistema de dominación masacra a los pueblos con la pobreza y cuando es necesario pasa a una etapa abierta de guerra como en Irak. En México podemos sostener que hay una guerra contra el pueblo expresada en los 60 millones de mexicanos que viven debajo de la línea de pobreza y los 20 millones que han tenido que emigrar. Descontextualizar la «democracia» levantada por el neoliberalismo que es instrumentalizada por el IFE de esta política genocida no es más que contribuir a reforzar los aparatos de dominación. El Sistema electoral en México es una farsa, y pensar que es el único para luchar es un gran servicio a la continuidad del neoliberalismo. Más aún, confiar en que un proceso de ruptura habrá de realizarse en ese marco no podría catalogarse más que como ingenuidad.
Los comunistas de México estudiamos el proceso de luchas en el continente. Denominamos este proceso como un pase de la resistencia a la ofensiva. Y las lecciones que extraemos son muchas por la riqueza de cada experiencia. Las bases de la ruptura serán siempre la conjugación de la crisis total del sistema con la conciencia de las masas y la acción revolucionaria de las vanguardias políticas y sociales. Desde que en Chile y Argentina con los golpes militares se aplicaron las recetas de los «Chicago boys» y la posterior instrumentación del neoliberalismo en 150 países los procesos de resistencia no habían tenido capacidad masiva de respuesta. Es entre 1997-1999 que empieza a gestarse una articulación de movimientos sociales y fuerzas políticas capaces de confrontar exitosamente. Pero esta primera oleada ofensiva pone cuestiones centrales como un debate de urgente resolución: en primer lugar gobiernos electos con base en potentes movimientos antineoliberales y que lo que hacen es estabilizar la crisis, retrasando la salida radical, embelleciendo el neoliberalismo con su asistencialismo.
Definición exacta y cruda fue la del Primer Encuentro Internacional de Intelectuales En Defensa de la Humanidad reunido en la Ciudad de México en noviembre del 2003 que expreso «tenemos en nuestros países una supuesta izquierda que al llegar al gobierno repite los mismos preceptos y pone en práctica las mismas fórmulas neoliberales.» Es dramático el caso de Ecuador. Urge la autocrítica pública -como exigía Lenin- de los revolucionarios sobre ese proceso y eso nos incluye a nosotros. Lo innegable es que con cada fracaso se produce el retroceso subjetivo de las masas. No es mecánica la respuesta, no se trata solamente de las debilidades de quienes asumen la representación y la dirección o de la franca traición como el caso de Lucio Gutiérrez, pues tiene que ver con las formas de hacer política.
Es el pueblo trabajador quien de manera directa debe asumir su representación, sin mediaciones. Podemos adelantar que tendremos que empezar por reconocer que no será con las actuales instituciones del Estado, sino que habrán de surgir, no por iniciativa de iluminados, sino por la creatividad de las luchas nuevos órganos de poder más parecidos a la Comuna de Paris o a los Soviet que a la fracasada concepción de la democracia representativa. Este debate no puede postergarse. En México la clase obrera propuso a todo el pueblo en noviembre del 2003 la creación de los Comités de Defensa Proletaria y Popular concibiéndolos como órganos de base y de lucha. Resulta obvio que los movimientos también muestran los límites del espontaneismo y que se debe construir en éstos organización para que puedan cumplir cabalmente sus metas.
Marcos ubica precisamente este tema. López Obrador fue presentado como la alternativa al neoliberalismo. Desde su primer año de gobierno en el DF la conclusión es que su practica es neoliberal y de reforzamiento de alianzas con beneficiarios de las privatizaciones como Carlos Slim. Su famoso proyecto alternativo de nación es precisamente la recomposición del sistema, el reciclaje para cambiar todo para que nada cambie. Pero al mismo tiempo por el manejo mediático tiene un respaldo de masas antineoliberales. La izquierda revolucionaria se vio en una disyuntiva en el tema del desafuero. Sumarse a una lucha en la que finalmente con una reivindicación democrática lo que se terminaba haciendo era apoyar a un candidato presidencial neoliberal.
Pero la opinión de Marcos llega a tiempo. Desde el proceso de resistencias (contra la privatización de energéticos y de la UNAM) potenciado por las caravanas del 2003, la formación de la Promotora de Unidad Nacional Contra el Neoliberalismo, el Frente Sindical Campesino Indígena Social y Popular, la lucha en defensa del régimen de jubilaciones y pensiones de los trabajadores del IMSS, se ha avanzado en la unidad de las resistencias, que inclusive hemos materializado un Programa Mínimo No Negociable y realizado dos Diálogos Nacionales. Esto que es la mayor conquista del pueblo en estas décadas fue puesto en riesgo porque pudo terminar a la cola de un candidato que pareciendo de izquierda representa una opción del sistema. Por ello valoramos la «alerta roja» del EZLN como un momento político en que un sujeto social participa de esta convergencia de las resistencias. Esta unidad propuesta desde el Segundo Dialogo Nacional y la Declaración de Querétaro puede materializarse, superando el formato inicial para dar paso a una verdadera Convención de Fuerzas antineoliberales.
* Integrante de la Dirección Colectiva del Partido de los Comunistas