Cronopiando-Koldo Y se fueron las costas, las playas, las palmeras, el derecho de cualquiera a pasear sobre una arena, hoy cercada y ajena. Y se fueron los bosques y los ríos, y las minas cambiaron de patria y de dueño los recursos naturales. Mientras tanto, quienes todavía no han emigrado a la capital o penan […]
Y se fueron las costas, las playas, las palmeras, el derecho de cualquiera a pasear sobre una arena, hoy cercada y ajena.
Y se fueron los bosques y los ríos, y las minas cambiaron de patria y de dueño los recursos naturales.
Mientras tanto, quienes todavía no han emigrado a la capital o penan salarios miserables en zonas francas, sobreviven acarreando gente en el negocio del motoconcho o transportando turistas detrás de las ballenas.
Los demás son mensajeros, recepcionistas, limpiadoras, masajistas, camareros y limpiabotas del hotel que una vez fuera su pueblo.
¡A paso de vendedores!
Y se fueron las empresas del Estado, malbaratadas, dicen los vendedores, porque el mismo Estado incapaz de administrarlas bien, si es capaz de bien venderlas.
Y así crece el desempleo y se multiplica la miseria mientras el mar pasa a ser una obsesión y el naufragio una costumbre que inunda barrios y avenidas y centros comerciales y amenaza con ahogar a todos, a excepción de aquellos bendecidos por las tantas y jugosas comisiones que sigue deparando la venta nacional.
¡A paso de vendedores!
Y se fueron los aeropuertos y los puertos, con sus muelles y sus hangares. Y se fueron las casas coloniales, algunas vendidas, las más donadas. Se traspasaron también los monumentos, las carreteras, todo aquello a lo que se le pueda poner precio o intercambiar por una dádiva.
¡A paso de vendedores!
Y ya hay quienes maquinan, ni siquiera en el disimulo de la sombra, la cesión del Duarte dominicano.
Al pie del cadalso, otra moneda vela el entierro del peso criollo y aguarda con impaciencia su investidura. «Es la ley de los tiempos» reiteran los nuevos meritorios.
¡A paso de vendedores… sobrevienen las bancarrotas!
¿Lo sabrán ya?