Traducido por Caty R.
El tercer aniversario de la tragedia de Beslán debería ser una ocasión para honrar a las víctimas y aprender las lecciones de este dramático suceso. Sin embargo, Beslán ha sido olvidado por unos y convertido en un asunto propagandístico por otros.
La tragedia de Beslán en sí misma es tan compleja que algunas verdades parecen tener dificultad para imponerse. Si el asalto desordenado condujo a una masacre, olvidamos demasiado deprisa que dicha masacre ocurrió únicamente por la decisión de los combatientes independentistas chechenos, cuyo movimiento pertenece a una esfera de influencia religiosa fanática, de secuestrar a los niños, la mayoría de ellos muy pequeños. Los secuestradores no dudaron en privar a los niños de agua, lo que les habría conducido a una muerte segura si no hubiera ocurrido lo que ocurrió.
El asalto a la escuela provocó una masacre pero sin embargo permitió salvar a una buena parte de los niños secuestrados. Las condiciones del asalto y las pérdidas sufridas por las unidades antiterroristas no corroboran la teoría de los que afirman que la decisión se tomó en Moscú. En efecto, ¿podemos creer que si el gobierno ruso hubiera ordenado el asalto a las unidades antiterroristas se habrían encontrado a varios cientos de metros del lugar del ataque? ¿Podemos imaginar que si se hubiera planificado el asalto los hombres y oficiales de esas unidades habrían tenido que abrirse paso entre una muchedumbre armada sin haber tenido tiempo de ponerse chalecos antibalas y dotarse de los equipos reglamentarios?
La realidad de las condiciones del asalto desmiente las afirmaciones en cuanto a una decisión planificada cuya responsabilidad se querría atribuir al presidente ruso Vladimir Putin. El asalto se produjo sobre una base de decisiones locales, tomadas en condiciones caóticas y sin ninguna coordinación entre las distintas autoridades presentes.
Esa realidad también permite identificar claramente las responsabilidades relacionadas con la tragedia. Si la primera responsabilidad incumbe plena y totalmente a los que decidieron y perpetraron el secuestro, el caos que reinó localmente durante el suceso demuestra que las autoridades locales estaban irremediablemente sobrepasadas. Así, el recinto donde estaban los rehenes nunca se aisló ni se aseguró totalmente. Como se dijo, una parte de la población de Beslán acudió a la zona y centenares de hombres armados, la mayoría civiles, crearon una atmósfera de tensión y confusión extremas. Las diferentes fuerzas de seguridad, locales y federales, no fueron coordinadas de ninguna manera y faltó permanentemente la unidad de mando esencial en una situación tan complicada y en la que estaban en juego tantas vidas humanas.
Aunque hay que hacer críticas, éstas no conciernen directamente a Moscú, sino a las autoridades de Beslán y la república de Osetia. También se puede alegar que cuando resultó evidente que reinaba el caos en el lugar las autoridades federales deberían haber suspendido la acción de las autoridades locales y tomar el control. Pero esto es obviar demasiado rápido la complejidad legal e institucional del sistema federal ruso. Decir que hoy se puede asegurar lo que se tenía que haber hecho no significa que las autoridades federales tuvieran los medios legales para actuar como hubiera sido deseable.
Se puede, y se debe, criticar sin condescendencia la desorganización que reinó no sólo entre las fuerzas locales de seguridad, sino también entre éstas y las fuerzas federales. Hubo fallos en numerosos aspectos. Sin embargo, no hay que olvidar que la tragedia de Beslán no se desarrolló en un país estable y bien organizado, sino en Rusia, un país que fue devastado por una crisis económica y política de 1992 a 1998. Recordemos también que las autoridades estadounidenses, con infinitamente más medios materiales y fundadas en bases institucionales mucho más sólidas, se demostraron incapaces de hacer frente al huracán Katrina en 2005.
Osetia, lo olvidamos demasiado a menudo fuera de Rusia, es una de las regiones más pobres de la Federación. Asombrarse por la falta de medios aquí no tiene mucho sentido o significa que se incluye a propósito como prueba en un proceso político. Osetia es además una región de equilibrios sociales y políticos delicados. La puesta en marcha de privatizaciones entre 1992 y 1996 ocasionó tensiones entre diferentes comunidades. Esas tensiones tomaron un cariz cada vez más duro a medida que la región se empobrecía al faltarle las subvenciones que le proporcionaba el antiguo sistema soviético.
Esto nos devuelve a uno de los fenómenos que marcó la tragedia de Beslán, la presencia de cientos de civiles armados en la zona o los alrededores de la escuela donde se perpetró el secuestro. La acción del comando checheno no contemplaba la liberación de los rehenes, el secuestro era un pretexto. Los que decidieron esa acción querían provocar una guerra civil interétnica en la región que esperaban se convirtiera en un incendio que abrasara todo el Cáucaso del Norte. Con el ataque a una escuela frecuentada principalmente por una población culturalmente cristiana, el comando jugaba deliberadamente la baza del enfrentamiento étnico religioso.
Por otra parte, estuvieron a punto de tener éxito. De hecho la tragedia de Beslán tiende a esconder lo que habría podido ser una tragedia mucho mayor en el ámbito de Osetia e incluso del Cáucaso del Norte. Las autoridades locales, efectivamente, reaccionaron a partir de consideraciones étnicas y religiosas; toleraron, e incluso suscitaron, la aparición de grupos armados que comenzaron a ejercer presiones brutales e injustificables sobre la minoría Ingush de la población de Beslán, acusada de complicidad en ese crimen atroz que era el secuestro de cientos de niños. Es a los miembros de esos grupos a quienes se ve claramente en las imágenes y las fotografías alrededor de la escuela. La muchedumbre armada, espoleada permanentemente por múltiples oradores, fue la que aumentó la confusión e impidió una gestión técnicamente controlada de la crisis.
La llegada de Vladimir Putin al lugar de los hechos demostró que las autoridades federales rusas comprendían la magnitud del peligro que amenazaba. La declaración de Putin indicando que las autoridades no tolerarían nada que pudiera fomentar las tensiones interétnicas y las sanciones aplicadas a los responsables locales, demuestran que entonces se había comprendido el objetivo real de los secuestradores.
El gobierno federal, por otra parte, en las semanas que siguieron a la tragedia, debía crear una comisión encargada especialmente del desarrollo económico y social del Cáucaso del Norte y multiplicar las medidas destinadas al desarrollo de la región. Aquí también debemos señalar que hubiese sido mejor no esperar a esta tragedia para actuar. Las señales precursoras estaban claras desde 2001/2002. También podemos considerar que la comisión presidencial, dirigida por Dmitry Kozak, concede demasiada importancia a los aspectos legales e institucionales en detrimento de un verdadero programa de desarrollo económico regional. Podemos pensar que habría sido posible actuar antes y más eficazmente. Desde hace varios años defiendo la idea de que Rusia debería emprender una auténtica política de ordenación del territorio y una acción firme contra las asimetrías de desarrollo, especialmente en el sur del país. Pero estas críticas son de otra naturaleza que las acusaciones sin fundamento que pretenden hacer a las autoridades federales rusas, y a Vladimir Putin en particular, responsables de la tragedia. La verdad es que las autoridades rusas reaccionaron adecuadamente, cualesquiera que sean las críticas que se puedan formular en cuanto a cómo se llevó a cabo esta política o a su intensidad.
El intento de tomar el control de la ciudad de Naltchik, un año después de la tragedia de Beslán, ilustra por otra parte los cambios sobrevenidos como consecuencia de esta última. Los diferentes comandos fueron interceptados rápidamente por las fuerzas federales de seguridad y sufrieron pérdidas importantes. Nalchik significó el principio del fin para Bassaev, que fue eliminado unos meses después.
Sin embargo, aunque el éxito de Nalchik demuestra que se aprendieron las lecciones de Beslán, no hay que olvidarlo. La estabilización del Cáucaso del Norte no puede ser el producto de hechos militares. Esa estabilización pasa por el desarrollo económico y social del conjunto de la región, una lucha constante contra las discriminaciones étnicas y una práctica de la acción política local que rechace los clientelismos comunitaristas y que implique una reforma profunda de las autoridades locales.
No olvidar a los niños de Beslán significa no olvidar que hay que invertir en el Cáucaso del Norte. Invertir en el sentido material del término, especialmente con fondos públicos, para renovar y desarrollar las infraestructuras que condicionan la vida diaria de las poblaciones. Invertir en el desarrollo económico creando las condiciones para el despliegue de actividades económicas equilibradas y diversificadas. Invertir también en el sentido moral y humano a través de la educación y la formación permanente. Invertir, finalmente, en la reforma política para limitar la arbitrariedad de las autoridades locales, fuente permanente de los repliegues comunitaristas, y para permitir que todos los actores locales tengan las mismas posibilidades de incidir sobre la política local.
Esta acción, que nadie debe dudar de lo complejo y delicado que es ponerla en marcha y que suscitará mucha oposición porque ataca a las costumbres y las rentas de situación, es el precio para que el espectro de la violencia pueda acabar desapareciendo. No aflojando el esfuerzo en estos dominios es como las autoridades federales rusas pueden demostrar mejor que no han olvidado esas vidas trágicamente segadas en la escuela de Beslán. Y asociándonos a esa política es como mejor demostraremos nuestra solidaridad.
Este artículo ha sido censurado por la prensa dominante.
Original en francés: http://www.oulala.net/Portail/article.php3?id_article=3090
Jacques Sapir nació en 1959 en Puteaux-París, Francia. Es economista, escritor, articulista y jefe de estudios de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales (EHESS) de París.
Defiende una práctica económica al alcance de la ciudadanía democrática. Afirma que las políticas económicas han sido secuestradas por determinadas bandas de tecnócratas que se escudan en supuestas leyes «inmutables». Dichas bandas, situadas políticamente en la extrema derecha del neoliberalismo, estarían ligadas entre sí por los intereses más espurios y en la firme creencia de que el fin justifica los medios.
Ha recibido el premio Castex al mejor libro de estudios estratégicos, en 1989, por Le Système militaire soviétique, La Découverte, 1998 y el premio Turgot del libro de economía financiera, en 2001, por Les Trous noirs de la sciencie économique, Albin Michel, 2000.
Otras obras que destacan especialmente en su producción son: Krach Russe, La Découverte, 1998; Les Économistes contre la démocratie, Albin Michel, 2002; Quelle économie pour le XXIème siécle?, Odile Jacob, 2005 y La Fin de l’eurolibéralisme, Le Seuil, 2006.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.