El Foro Social Mundial (FSM) está de aniversario. Desde su lanzamiento en el año 2000 se ha convertido en el referente internacional más importante para el grueso de las fuerzas críticas con la globalización neoliberal y ha permitido afirmar un espacio simbólico de oposición. Nacido bajo el impacto de las movilizaciones de Seattle, conectó con […]
El Foro Social Mundial (FSM) está de aniversario. Desde su lanzamiento en el año 2000 se ha convertido en el referente internacional más importante para el grueso de las fuerzas críticas con la globalización neoliberal y ha permitido afirmar un espacio simbólico de oposición.
Nacido bajo el impacto de las movilizaciones de Seattle, conectó con el espíritu del movimiento emergente, apareciendo como una referencia para buena parte de sus integrantes (aunque no para todos). El formato de la propuesta y su concepción de fondo eran funcionales a las necesidades del momento, al abrir un punto de encuentro amplio y flexible, adaptable a un movimiento cambiante, plural y en desarrollo. De ahí su éxito inicial imparable.
En su trayectoria, el FSM ha ido evolucionando en consonancia con la coyuntura política y la de la movilización internacional. Después de una primera etapa de ascenso, de aumento de su visibilidad y de creciente capacidad de atracción, pasado el efecto novedad, el Foro perdió notoriedad, y su impacto e influencia disminuyeron, aunque no su poder de convocatoria. En esta situación ambivalente ha llegado a su décimo aniversario.
En esta década, el movimiento antiglobalización y el Foro consiguieron colocar sus preocupaciones en la agenda pública y desgastar la legitimidad del neoliberalismo, cuya credibilidad se hundió definitivamente con el estallido de la crisis. Pero no obtuvo casi ninguna victoria, más allá del terreno simbólico, con la excepción parcial de algunos países de América Latina.
La combinación entre las dificultades para derribar el neoliberalismo y el impacto de la crisis empujan al aumento del debate estratégico y político en el seno del Foro. Así se ha constatado en los eventos realizados con ocasión del presente aniversario, sin un aparente resultado concluyente acerca de su rumbo futuro. El FSM se fundó sobre la base de un cierto optimismo antiglobalizador, una visión bastante simple del cambio social que escamoteaba los grandes debates estratégicos y, especialmente, sobre la idea de que el movimiento social se bastaba por sí solo para transformar a la sociedad. Diez años después se constatan los límites del discurso fundacional del Foro y del movimiento antiglobalización, y la necesidad de repensarlo para obtener un segundo aliento. El contexto apremia a una mayor clarificación estratégica, sin por ello romper la unidad y la amplitud del proceso. «Pienso que pasamos de la fase de los eslóganes simpáticos de los foros sociales. Si otro mundo es posible, llegó la hora de decir cuál», nos señalaba ya Daniel Bensaïd en vísperas de la edición de Belem en enero de 2009.
Los foros no son ninguna panacea o fórmula mágica para los movimientos sociales, pero sí experiencias que ayudan a sumar fuerzas. No han comportado de forma mecánica la creación de convergencias duraderas ni el desarrollo de luchas concretas, pero sí han tenido una influencia positiva genérica en esta dirección y han contribuido a crear un clima más propicio al trabajo en común en los lugares donde se han celebrado. Así lo hemos visto el pasado fin de semana en iniciativas como el Foro Social Catalán en Barcelona o el FSM en Madrid, que muestran cómo, en un periodo de dificultad para transformar el malestar social frente a la crisis en movilización colectiva, los foros ofrecen un espacio para encontrarse, verse y debatir.
El gran desafío que tenemos por delante es pasar de las convergencias y las solidaridades simbólicas a las tangibles y al refuerzo concreto de luchas específicas. Las formas que toman las luchas reales son imprevisibles y cambiantes y la articulación de las resistencias sociales no se realiza por decreto. Se trata de un proceso dinámico, con altibajos, que requiere voluntad de trabajo común y habilitar espacios de convergencia y solidaridad que permitan la discusión mutua, crear una cultura de trabajo compartida y aprender a ver los problemas particulares desde una óptica general.
En el debate actual sobre su futuro, marcado por las polémicas sobre si el Foro debe ser esencialmente un espacio de discusión o un instrumento orientado a la acción, conviene recordar que los foros sociales no son un fin en sí mismos, sino un instrumento al servicio de la discusión y la articulación de campañas y movilizaciones y tienen que ser vistos y concebidos como tales. Tienen sentido si ayudan a avanzar en esta dirección, si no pueden retraer energías de las luchas reales. Como señala Eric Toussaint, del Comité para la Abolición de la Deuda Externa del Tercer Mundo, «necesitamos un instrumento para determinar objetivos, un calendario común de acción, un elemento de estrategia común. Si el Foro no permite esto, tendremos que construir otro instrumento, sin eliminar el Foro». De ahí la importancia de las asambleas e iniciativas de coordinación internacional de los movimientos sociales que tienen lugar en el marco y el entorno del Foro.
La vitalidad y autoridad simbólica del Foro Social Mundial se han derivado del hecho de ser percibido como la mayor expresión de las luchas contra la globalización neoliberal. El día en que el Foro apareciera como un proyecto desvinculado de ellas, el proceso se deshincharía rápidamente o perdería su utilidad como instrumento para seguir avanzando en la lucha por este «otro mundo posible» del cual ha sido, con sus límites y contradicciones, un estandarte muy importante.
Josep Maria Antentas y Esther Vivas son autores de ‘Resistencias Globales. De Seattle a la crisis de Wall Street’
Fuente: http://blogs.publico.es/