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Pakistán marcha del brazo de los saudíes

Fuentes: Asia Times Online

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Los vínculos entre Arabia Saudí y Pakistán son antiguos, pero en general no se han destacado en los turbulentos asuntos de la región. Sin embargo, las crecientes tensiones con Irán, la Primavera Árabe, y el creciente desencanto con EE.UU. hacen que la relación sea más amplia, más notoria, y más peligrosa.

Los saudíes apoyan a grupos militantes clientes del ejército paquistaní, contratan sus soldados, y tratan de beneficiarse del armamento nuclear del país. Esto provoca crecientes tensiones tanto con Irán como con EE.UU., lo que es mucho decir considerando sus posiciones adversas.

Madrazas y elites

Como es bien conocido, Arabia Saudí ha estado financiando escuelas religiosas (madrazas), en Pakistán por lo menos desde los años ochenta, cuando eran verdaderos campos militares que adoctrinaban a jóvenes para que tomaran las armas en la lucha contra los rusos en Afganistán. El apoyo continuó después de la partida de los rusos en 1989, y actualmente las madrazas son las únicas escuelas a disposición de la mayoría de los niños paquistaníes.

El financiamiento saudí tiene poca influencia en el contenido de la enseñanza. Ésta es conformada por el movimiento indígena Deobandi, que es comparable con el wahabismo de Arabia Saudí, especialmente en la austeridad, la militancia, el odio al chiismo y la hostilidad a Occidente. Los saudíes no tratan de ganar conversos; tratan de conseguir aliados -los generales y los fieles deobandis-.

Los generales paquistaníes consideran que los fieles son participantes más entusiastas en grupos militantes que los paquistaníes, menos devotos y cada vez más seculares. Los devotos son los que apoyan fervientemente la insurgencia en Cachemira administrada por India y los grupos por la supresión de chiíes y cristianos dentro del país. El celo suní, saben ambos países, puede canalizarse en direcciones convenientes.

La lucha con Irán

Las tensiones entre Arabia Saudí e Irán se contuvieron mientras el shah estaba en el poder, ya que ambos países figuraban en el programa de «dos pilares» de la seguridad en el Golfo de EE.UU. Ninguno de los dos era una potencia militar importante, pero ambos eran ambiciosos compradores de armas. Con el acceso al poder del Ayatolá Ruhollah Jomeini y sus llamados a la revolución islamista bajo los auspicios de Irán, los dos Estados se convirtieron en acérrimos rivales.

El temor saudí a Irán es una verdadera obsesión. Ve a Irán como una potencia ascendente determinada a dominar el área del Golfo y a establecer una «Media Luna Chií» que llegue hasta Siria y el Líbano. Los saudíes están determinados a impedirlo enfrentando a Irán cada vez que sea necesario, incluso en Afganistán donde Irán está vinculado a los pueblos no pastunes del norte.

Arabia Saudí y Pakistán colaboraron con EE.UU. en la lucha contra la invasión soviética de Afganistán (1979), pero sus intereses divergieron de los de EE.UU. después de la retirada soviética (1989). En la caótica secuela, Pakistán se volvió de modo más directo contra su enemigo indio, y Arabia Saudí contra su enemigo iraní. Ambos enemigos tenían considerable influencia en el gobierno de esos días en Kabul.

La inteligencia paquistaní (el Directorado de Inteligencia Inter-Servicios – ISI) y sus equivalentes saudíes apoyaron un golpe dirigido por Gulbuddin Hekmatyar, un implacable señor de la guerra pastún que combatió a sus rivales muyahidines tanto como a los rusos. El golpe fracasó, en parte debido a la oposición de EE.UU., pero Hekmatyar se mantuvo disponible para otras intrigas.

Arabia Saudí respalda en secreto a Pakistán en su apoyo clandestino a los insurgentes afganos, aunque ambos empeños se hacen cada vez más evidentes. Varios grupos insurgentes -los talibanes, Hizb-i-Islami (Hekmatyar), y los haqqanis- combaten a las fuerzas occidentales, pero reciben adiestramiento para continuar su servicio contra otros países, incluido Irán.

Pakistán no comparte la abierta hostilidad de Arabia Saudí contra Irán, pero su cooperación con Riad puede llevar a una creciente hostilidad de Irán. Sucederá especialmente si el ISI y sus contrapartes saudíes siguen respaldando a Jundullah, un grupo separatista baluchi responsable de ataques terroristas con bombas en el sudeste de Irán.

Creciente distancia de EE.UU.

Pakistán se irritó cuando EE.UU. abandonó Afganistán después de la partida de la Unión Soviética. Las sanciones impuestas por EE.UU. cuando Pakistán desarrolló armas nucleares se percibieron como una afrenta a quien fue su aliado desde los primeros días de la Guerra Fría. EE.UU., de forma intermitente, plantea la necesidad de implantar la democracia en el país y, para gran irritación de los generales paquistaníes, EE.UU. está ahora en uno de esos períodos intermitentes.

Las relaciones saudíes-estadounidenses llegan a su nivel más bajo. Riad se sintió muy desilusionada hace cuatro años cuando Washington evitó amenazas militares contra el programa nuclear de Irán y se negó a colaborar en los preparativos de Israel para un ataque preventivo. Arabia Saudí ve a Irán como un peligro inminente; A EE.UU. le desalienta la capacidad de Irán de tomar represalias en Iraq, Afganistán y el Golfo.

Los saudíes están muy alarmados por la Primavera Árabe e indignados porque EE.UU. presionó al presidente Hosni Mubarak de Egipto para que renunciara. Arabia Saudí se ha lanzado a un programa de apoyo a los regímenes autoritarios de Siria, Yemen, y sobre todo Bahréin, donde las tropas saudíes reprimieron brutalmente los llamados a la reforma.

Los saudíes consideran la autocracia como una forma de gobierno adecuada y aprobada por la religión, esencial para su seguridad. EE.UU. ha considerado esporádicamente que la autocracia es injusta, pero ahora la ve como una institución anacrónica y tambaleante condenada a caer en toda la región.

Los saudíes advirtieron a EE.UU. de que si derrocaba a Sadam llevaría al poder a una mayoría chií comprometida con Irán. El nuevo ejército de Iraq, liberado ahora de sus comandantes suníes, será predominantemente chií y aliado del Cuerpo de Guardias Revolucionarios Islámicos de Irán, una cooperación que data de la insurgencia contra EE.UU. e incluso de la guerra Irán-Iraq en los años ochenta.

Por cierto, los saudíes temen que Irán esté dirigiendo una resurgencia chií en toda la región y que pronto tendrá armas nucleares. Exasperada por EE.UU., Arabia Saudí está creando lazos con Estados y pueblos suníes -contratando cada vez más sus soldados-.

Cooperación en la seguridad entre Arabia Saudí y Pakistán

Pakistán, aunque mayoritariamente suní, tiene millones de chiíes. Pakistán no menciona un porcentaje preciso, pero los servicios de inteligencia occidentales calculan que hay un 20%, o sea unos 34 millones.

La falta de franqueza de Pakistán sobre su población chií denota la preocupación oficial de que los chiíes sean desleales y que confían en los ayatolás iraníes, una preocupación que después de la revolución iraní de 1979 llevó al ISI, junto con los deobandis, a organizar el grupo militante Sipah-i-Sahaba encargado de intimidar a los chiíes del país (y ocasionalmente también a los cristianos).

La vida para la mayoría de los saudíes varones representa mucho ocio y privilegios, resultado de la riqueza del petróleo que fluye por el reino. La prosperidad casi sin esfuerzo ha llevado a que los jóvenes saudíes tengan puntos de vista irreconciliables con la disciplina militar y que sean incompatibles con los extremos rigores que impone el combate prolongado.

No es por casualidad que los difíciles campos de Esparta y Prusia hayan producido poderosos ejércitos, que los soldados de las trabajosas tierras de Vietnam del Norte se hayan impuesto sobre los del más próspero Sur o que las tropas de combate de EE.UU. provengan en la actualidad en su mayor parte de la clase trabajadora que de la acomodada.

Los saudíes lo comprendieron y lo vivieron en su actuación menos que notable en la Primera Guerra del Golfo de 1991, y antes en su incapacidad de volver a tomar La Meca después del levantamiento de 1979. Hay preocupaciones de que el descontento tribal pueden propagarse a la guardia nacional, que incluye numerosas milicias tribales (como Ikhwan) que se alzaron contra Abdul Aziz -un evento distante pero con efectos duraderos-.

El servicio militar forma parte de las vidas de los jóvenes en el Punjab paquistaní por lo menos desde que la Compañía Británica del Este de India estableció fuerzas indígenas hace 200 años. Fueron los soldados punjabíes los que posteriormente se convirtieron en la espina dorsal del ejército imperial británico y sirvieron a Gran Bretaña en ambas guerras mundiales. Servir de soldados para potencias extranjeras, es por lo tanto, una tradición honorable.

Ya no se encuentran madrazas financiadas por los saudíes, sobre todo en las regiones pastunas del noroeste. Han proliferado en el Punjab en los últimos años y se están convirtiendo en campos militares que adoctrinan a jóvenes para que emprendan la lucha contra el chiismo y otros enemigos de la autocracia saudí.

Pakistán ya ha tenido durante decenios miles de soldados de infantería y mercenarios veteranos posicionados en Arabia Saudí, sirviendo tareas de seguridad internas y externas. Los gobernantes saudíes, como muchos autócratas antes que ellos, contratan tropas extranjeras para realizar la desagradable tarea de reprimir a su propio pueblo. Los borbones tenían a los suizos, los gobernantes chinos tenían a los mongoles, para encarar los desordenes internos. Se piensa que soldados paquistaníes han ayudado en las últimas semanas a aplastar manifestaciones chiíes en el cercano Bahréin y tal vez también las hayan reprimido en la Provincia Oriental de Arabia Saudí.

Los saudíes también han reclutado a veteranos del ejército desbandado de Sadam. Son suníes y desprecian a los chiíes – los que tomaron el poder en Iraq y a los que consideran aliados de «Persia». Es una visión resonante y útil para los saudíes. Reforzada por formaciones paquistaníes e iraquíes, Arabia Saudí resistirá al bloque chií.

La legión de extranjeros también ayudará a impedir o eliminar las numerosas escaramuzas fronterizas que ocurren en la Península Arábiga. Tal vez combatan un día contra los insurgentes Houthi en Yemen, de quienes se piensa, con poca evidencia, que colaboran con Irán. Dicen que los pilotos paquistaníes ya han atacado posiciones yemenitas en anteriores conflictos.

La Primavera Árabe es tan alarmante en Arabia Saudí como aplaudida en la mayor parte del mundo. Las recientes demandas de gobierno representativo a lo largo de su periferia plantean amenazas a su seguridad, como si los jóvenes árabes fueran jacobinos de nuestros días, ansiosos de difundir su credo revolucionario. Los saudíes solo apoyan el cambio en Libia porque Muamar Gadafi complotó para asesinar al monarca saudí en 2004.

Arabia Saudí tiene planes que incluyen las capacidades nucleares de Pakistán, las que probablemente ha financiado durante decenios, y Pakistán aumenta rápidamente su arsenal nuclear. Los saudíes buscan una fuerza de represalia confiable en caso de que Irán lance una abrumadora invasión terrestre, inicie una guerra con misiles contra ciudades e instalaciones petroleras o use algún día sus propias armas nucleares en la región.

Algunos informes afirman que Pakistán podría instalar armas nucleares en bases saudíes si no lo ha hecho todavía. Es poco probable en la actualidad, pero un país con grandes riquezas podría entrar algún día en una componenda semejante con una nación profundamente empobrecida, o tal vez organizar una compra directa.

Alternativamente, Arabia Saudí podría adquirir la experticia en física e ingeniería, que no posee actualmente y lanzar su propio programa nuclear -una empresa que nunca contaría con la ayuda de EE.UU-. Se podría imaginar un consorcio nuclear y convencional de Arabia Saudí, Pakistán y China, una nueva entente que se extendería desde el este de Asia hasta el Golfo Pérsico.

Problemas e inestabilidades

La expansión de las relaciones saudíes con Pakistán provocará reacciones concretas, posiblemente del modo más obvio, de EE.UU. El apoyo saudí a la militancia deobandi se conoce desde hace tiempo, pero su conexión con el apoyo paquistaní a los talibanes se hace cada vez más obvia y profundamente irritante.

Es posible que las esperanzas de un gobierno civil competente y respetable estén disminuyendo mientras el ejército y el Estado paquistaníes se alinean más estrechamente con Arabia Saudí -y también con China-. A estos socios emergentes no les interesa en absoluto la democracia y sobre todo buscan estabilidad. Las opiniones de Washington causan cada vez menos interés en Riad, Islamabad y en la capital militar de Pakistán, Rawalpindi.

Respecto a Afganistán, el aumento de la militancia deobandi/wahabí preocupa cada vez más a los pueblos no pastunes que han tenido que soportar la dura mano de la administración y la justicia talibanes, y se suma a los problemas de Washington en la estabilización del país.

Los tayikos, uzbecos, hazaras y otros están alarmados por la influencia paquistaní y saudí en los talibanes y por las negociaciones de paz influenciadas por ellos que podrían conducir a otra vuelta de guerra con los talibanes. Los no pastunes buscan apoyo diplomático, están mancomunando sus antiguas milicias y se preparan para lo peor. En las últimas semanas, importantes funcionarios no pastunes han sido asesinados, y en el norte se culpa al ISI.

Irán también critica los eventos en Afganistán. Irán apoya desde hace tiempo a los pueblos del norte contra los talibanes, que han matado a miles de hazaras chiíes. Irán respaldó a la Alianza del Norte mucho después de que EE.UU. dejara de hacerlo, ayudó a expulsar a los talibanes en 2001 y ahora no permitirá que vuelvan al poder, especialmente si sus vínculos con los saudíes se fortalecen.

Irán está cada vez más molesto por la presencia de tropas y mercenarios paquistaníes en Arabia Saudí y otros sitios del Golfo. Ex soldados paquistaníes ayudaron a las fuerzas de seguridad saudíes y bahreiníes a reprimir a los manifestantes chiíes en la Plaza de la Perla y recientemente Irán recriminó a un diplomático paquistaní al respecto.

El apoyo saudí-paquistaní a militantes baluchis dentro de Irán, como los de Jundullah, podría tener un efecto contraproducente. Los baluchis se extienden sobre la frontera iraní-paquistaní y los que residen en Pakistán occidental luchan por la independencia de Islamabad, posiblemente con ayuda de India. Es mucho más probable que tengan éxito que sus hermanos en Irán. Y por cierto, los Guardias Revolucionarios de Irán podrían contribuir a su causa.

Arabia Saudí se inmiscuirá aún más en la antigua rivalidad entre Pakistán e India y China estará firmemente de parte de Pakistán. Es casi seguro que los saudíes se mantendrán apartados de toda participación abierta en cualquier conflicto que pueda estallar, ya que tienen poco que ofrecer en lo militar.

Los saudíes y los chinos, sin embargo, se asociarán cada vez más con la red de grupos terroristas que el ISI ha fomentado hace tiempo. En su momento, sin embargo, puede que logren imponerse en el ISI para que rompa con esos grupos, un objetivo de la política de EE.UU. desde hace un decenio o más sin resultado alguno. Pero después de haber alimentado y entrenado a los numerosos grupos terroristas, podría ocurrir que, al romper con ellos, enfrente su furia coordinada y letal.

Pakistán piensa que puede jugar hábilmente con Irán y Arabia Saudí sin tener problemas con uno ni con otro, como lo hace con EE.UU. y China. Pero este último juego está fracasando y Pakistán podría ver que Irán se vuelve en su contra, tal vez mediante la amenaza al gasoducto que va a Pakistán. Lo último que quieren los generales paquistaníes es que se les opongan Irán en el oeste e India en el este, pero su manejo de la seguridad nacional ha sido marcado por el fracaso, la derrota, y la pérdida de territorio.

Arabia Saudí podría verse en la posición, junto a China, de estar apuntalando a un Estado fracasado, devastado por movimientos separatistas, la inestabilidad política, el creciente reconocimiento de que es un patrocinador del terrorismo y una inminente catástrofe demográfica con un 50% de su pueblo menor de 22 años. EE.UU. podría desear librarse de Pakistán como quien desea librarse de un colega disoluto, poco fiable y autodestructivo.

Los saudíes también podrían darse cuenta de que muchos autócratas que confiaron en los mercenarios para la seguridad interna y externa descubrieron que éstos actuaban por su propia cuenta y se embrollaban en intrigas políticas. Podrá ser tanto más preocupante ya que el país enfrenta un trascendental período de sucesión ya que que el número decreciente de hijos del rey fundador cede el paso a cientos de ambiciosos nietos.

Puede caber poca duda de que los soldados paquistaníes en la Península Arábiga mantienen contacto con el ISI. Tampoco cabe duda de que el ISI tiene gratas pero poco probables esperanzas de jugar un papel más importante en Arabia Saudí que el simple apoyo de unos pocos regimientos de cipayos.

Brian M Downing es analista político/militar y autor de The Military Revolution and Political Change y de The Paths of Glory: War and Social Change in America from the Great War to Vietnam. Contacto: [email protected].

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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MF03Ak02.html

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