El mundo debe hacer lo que sea necesario para obtener un alto el fuego en Ucrania y hacer que se mantenga.
Los defensores de Ucrania están resistiendo la agresión rusa con valentía, avergonzando al resto del mundo y al Consejo de Seguridad de la ONU por su incapacidad para protegerlos. Es una señal alentadora que los rusos y los ucranianos estén manteniendo conversaciones en Bielorrusia que pueden conducir a un alto el fuego. Hay que hacer todo lo posible para poner fin a esta guerra antes de que la maquinaria bélica rusa mate a otros miles de defensores y civiles ucranianos y obligue a huir a cientos de miles más.
Pero hay una realidad más insidiosa bajo la superficie de este clásico juego sobre la moralidad, y es el papel de Estados Unidos y la OTAN en la preparación del escenario para esta crisis. El presidente Biden ha calificado la invasión rusa de “no provocada”, pero eso está muy lejos de la realidad. En los cuatro días previos a la invasión, los observadores del alto el fuego de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) documentaron un peligroso aumento de las violaciones del alto el fuego en el este de Ucrania, con 5.667 violaciones y 4.093 explosiones.
La mayoría de ellos se produjeron dentro de las fronteras de facto de las Repúblicas Populares de Donetsk (RPD) y Lugansk (RPL), lo que coincide con los disparos de las fuerzas gubernamentales ucranianas. Con cerca de 700 observadores del alto el fuego de la OSCE sobre el terreno, no es creíble que se trate de incidentes de “falsa bandera” organizados por las fuerzas separatistas, como afirman los funcionarios estadounidenses y británicos.
Tanto si los disparos de proyectiles son una escalada más en la larga guerra civil como si son las primeras salvas de una nueva ofensiva gubernamental, se trata sin duda de una provocación. Pero la invasión rusa ha superado con creces cualquier acción proporcionada para defender a la RPD y la RPL de esos ataques, lo que la convierte en desproporcionada e ilegal.
Sin embargo, en un contexto más amplio, Ucrania se ha convertido en una víctima involuntaria y en un elemento colateral del resurgir de la Guerra Fría de Estados Unidos contra Rusia y China, en la que Estados Unidos ha rodeado a ambos países con fuerzas militares y armas ofensivas, se ha retirado de toda una serie de tratados de control de armas y se ha negado a negociar resoluciones a los problemas racionales de seguridad planteados por Rusia.
En diciembre de 2021, tras una cumbre entre los presidentes Biden y Putin, Rusia presentó un proyecto de propuesta para un nuevo tratado de seguridad mutua entre Rusia y la OTAN, con nueve artículos que debían negociarse.
Representaban una base razonable para un intercambio serio. El más pertinente para la crisis de Ucrania era simplemente acordar que la OTAN no aceptaría a Ucrania como nuevo miembro, lo que en cualquier caso no está sobre la mesa en un futuro previsible. Pero el gobierno de Biden desechó toda la propuesta de Rusia por considerarla inviable, ni siquiera una base para las negociaciones.
¿Por qué la negociación de un tratado de seguridad mutua era tan inaceptable que Biden estaba dispuesto a arriesgar miles de vidas ucranianas, aunque ni una sola estadounidense, en lugar de intentar encontrar un terreno común? ¿Qué dice eso sobre el valor relativo que Biden y sus colegas dan a las vidas estadounidenses frente a las ucranianas? ¿Y cuál es esa extraña posición que ocupa Estados Unidos en el mundo actual que permite a un presidente estadounidense arriesgar tantas vidas ucranianas sin pedir a los estadounidenses que compartan su dolor y sacrificio?
La ruptura de las relaciones de Estados Unidos con Rusia y el fracaso de la inflexible brinkmanship [política al borde del abismo] de Biden precipitaron esta guerra y, sin embargo, la política de Biden “externaliza” todo el dolor y el sufrimiento para que los estadounidenses puedan, como dijo una vez otro presidente en tiempos de guerra, “dedicarse a sus asuntos” y seguir comprando. Los aliados europeos de Estados Unidos, que ahora tienen que albergar a cientos de miles de refugiados y se enfrentan a una espiral de precios de la energía, deberían ser cautelosos a la hora de alinearse tras este tipo de “liderazgo” antes de que ellos también acaben en primera línea.
Al final de la Guerra Fría, el Pacto de Varsovia, homólogo de la OTAN en Europa del Este, se disolvió, y la OTAN debería haberlo hecho también, ya que había logrado el propósito para el que fue construida. En cambio, la OTAN ha seguido viviendo como una alianza militar peligrosa y fuera de control, dedicada principalmente a ampliar su esfera de operaciones y a justificar su propia existencia.
Se ha expandido de 16 países en 1991 a un total de 30 países en la actualidad, incorporando la mayor parte de Europa del Este, al mismo tiempo que ha cometido agresiones, bombardeos de civiles y otros crímenes de guerra. En 1999, la OTAN lanzó una guerra ilegal para separar militarmente un Kosovo independiente de los restos de Yugoslavia.
Los ataques aéreos de la OTAN durante la guerra de Kosovo mataron a cientos de civiles, y su principal aliado en la guerra, el presidente de Kosovo Hashim Thaci, está siendo juzgado en La Haya por los espantosos crímenes de guerra que cometió al amparo de los bombardeos de la OTAN, incluidos los asesinatos a sangre fría de cientos de prisioneros para vender sus órganos en el mercado internacional de trasplantes. Lejos del Atlántico Norte, la OTAN se unió a Estados Unidos en su guerra de 20 años en Afganistán, y luego atacó y destruyó Libia en 2011, dejando tras de sí un Estado fallido, una crisis de refugiados continua y la violencia y el caos en toda la región.
En 1991, como parte del acuerdo soviético para aceptar la reunificación de Alemania Oriental y Occidental, los líderes occidentales aseguraron a sus homólogos soviéticos que no ampliarían la OTAN más cerca de Rusia que la frontera de una Alemania unida. El secretario de Estado estadounidense James Baker prometió que la OTAN no avanzaría “ni un centímetro” más allá de la frontera alemana. Las promesas incumplidas de Occidente están a la vista de todos en 30 documentos desclasificados publicados en el sitio web del Archivo de Seguridad Nacional.
Después de expandirse por Europa del Este y de librar guerras en Afganistán y Libia, la OTAN, como era de esperar, ha cerrado el círculo para volver a considerar a Rusia como su principal enemigo. Las armas nucleares de Estados Unidos están ahora situadas en cinco países de la OTAN en Europa: Alemania, Italia, Holanda, Bélgica y Turquía, mientras que Francia y el Reino Unido ya tienen sus propios arsenales nucleares.
Los sistemas de “defensa antimisiles” de Estados Unidos, que podrían convertirse en disparos de misiles nucleares ofensivos, están situados en Polonia y Rumanía, incluso en una base en Polonia a sólo 160 kilómetros de la frontera rusa.
Otra petición rusa en su propuesta de diciembre era que Estados Unidos simplemente se reincorporara al Tratado INF (Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio) de 1988, según el cual ambas partes acordaron no desplegar misiles nucleares de alcance corto o intermedio en Europa. Trump se retiró del tratado en 2019 por consejo de su asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, que también tiene colgadas de su cinturón de armas las cabelleras del Tratado ABM de 1972, el JCPOA de 2015 con Irán y el Marco Acordado de 1994 con Corea del Norte.
Nada de esto puede justificar la invasión rusa de Ucrania, pero el mundo debería tomar en serio a Rusia cuando dice que sus condiciones para terminar la guerra y volver a la diplomacia son la neutralidad ucraniana y el desarme. Aunque no se puede esperar que ningún país se desarme completamente en el mundo actual, armado hasta los dientes, la neutralidad podría ser una opción seria a largo plazo para Ucrania.
Hay muchos precedentes exitosos, como Suiza, Austria, Irlanda, Finlandia y Costa Rica. O tomemos el caso de Vietnam. Tiene una frontera común y graves disputas marítimas con China, pero Vietnam se ha resistido a los esfuerzos de Estados Unidos por enrolarlo en su Guerra Fría con China, y sigue comprometido con su política de los “cuatro noes” de siempre: ninguna alianza militar; ninguna afiliación con un país contra otro; ninguna base militar extranjera; y ninguna amenaza o uso de la fuerza.
El mundo debe hacer lo que sea necesario para obtener un alto el fuego en Ucrania y hacer que se mantenga. Tal vez el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, o un representante especial de la ONU podría actuar como mediador. Esto no será fácil: una de las lecciones aún no aprendidas de otras guerras es que es más fácil prevenir la guerra mediante una diplomacia seria y un compromiso genuino con la paz que poner fin a una guerra una vez que ha comenzado.
Cuando se produzca un alto el fuego, todas las partes deben estar preparadas para empezar de nuevo a negociar soluciones diplomáticas duraderas que permitan a toda la población de Donbás, Ucrania, Rusia, Estados Unidos y otros miembros de la OTAN vivir en paz. La seguridad no es un juego de suma cero, y ningún país o grupo de países puede lograr una seguridad duradera socavando la seguridad de otros.
Estados Unidos y Rusia también deben asumir de una vez la responsabilidad que conlleva el almacenamiento de más del 90% de las armas nucleares del mundo, y acordar un plan para empezar a desmantelarlas, en cumplimiento del Tratado de No Proliferación (TNP) y del nuevo Tratado de la ONU sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN).
Por último, mientras los estadounidenses condenan la agresión de Rusia, sería el epítome de la hipocresía olvidar o ignorar las numerosas guerras recientes en las que Estados Unidos y sus aliados han sido los agresores: en Kosovo, Afganistán, Iraq, Haití, Somalia, Palestina, Pakistán, Libia, Siria y Yemen. Esperamos sinceramente que Rusia ponga fin a su invasión ilegal y brutal de Ucrania mucho antes de que cometa una fracción de la matanza y destrucción masiva que Estados Unidos y sus aliados han cometido en nuestras guerras ilegales.
Medea Benjamin es cofundadora de Global Exchange y Codepink: Mujeres por la Paz.
Nicolas J. S. Davies es autor de Blood On Our Hands: the American Invasion and Destruction of Iraq.
Artículo original: How the US Started a New Cold War with Russia and Left Ukraine to Fight It publicado por Common Dreams con licencia creative commons, traducido y publicado en castellano por El Salto.