No parece avizorarse una pronta salida a la guerra que se libra entre Ucrania (Occidente) y Rusia, cuyo trasfondo repugnamos desde el inicio, y que ahora al cumplirse un año de acciones bélicas está más que claro.
El conflicto que más sacude al mundo, por la implicación que tienen las potencias globales, ha reforzado la tesis de Lenin, quien advirtiera que la era del imperialismo es la última que vivirá el capitalismo como sistema hegemónico en el mundo.
Los bloques conformados por los Estados Unidos y el resto de Occidente (mismo que Roberto Fernández Retamar equipara con el capitalismo) frente a Rusia, acompañada, de forma más velada, por naciones como China, abrieron el 24 de febrero de 2022, un nuevo capítulo de la disputa entre monopolios por el control de los mercados y por el establecimiento de zonas de injerencia política, como puede observarse en América Latina y en los territorios que ocupan las naciones que conforman la OTAN.
El avance de la guerra fue demostrando que ni Rusia buscaba únicamente detener la injerencia de la OTAN ni Ucrania (acá debe leerse Estados Unidos) tenía la pretensión de evitar un conflicto armado, en realidad, la actitud neofascista del Gobierno ucraniano sirvió de señuelo perfecto para despertar el aventurismo de Putin, mismo que tiene a estas naciones hundidas en una guerra que el Gobierno ruso creyó sería rápida y benéfica para la anexión de zonas estratégicas. Pero la realidad es que mientras pasan los días y aumentan las repercusiones económicas globales por el conflicto, van surgiendo nuevos polos de tensión que aumentan el riesgo de que en lugar de que se vaya diluyendo el belicismo, éste se incremente, algo que vimos con las absurdas acusaciones de los Estados Unidos sobre China por supuesto espionaje a través de unos simples globos, información que el mismo Joe Biden tuvo que descartar.
Justamente en días pasados dos visitas volvieron a demostrar el fin real de esta guerra, pues por un lado, Biden visitó Ucrania y anunció el incremento del apoyo económico y de armamento bélico para el país invadido, y por el otro lado, representantes de los gobiernos ruso y chino salieron a anunciar una mayor cooperación comercial, pero ninguno de estos gobernantes, de cualquiera de los dos bloques, ha dicho una sola palabra sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora de sus países ni sobre la inversión económica para paliar la pobreza extrema que se ha redimensionado con este nuevo ciclo de crisis sistémica que vive el capitalismo global.
La guerra ya ha dejado secuelas, las muertes y la destrucción son las más importantes, además de las afectaciones a la economía global, cuyo impacto recae sobre la condición de vida de las y los trabajadores directamente, pero, además, las secuelas pueden ser vistas en el uso mediático de la información que desde antes de estallar las acciones bélicas ya manipulaba a la opinión pública tildando a Rusia como la parte “mala” y a Occidente como la “buena”, cuando en nuestra opinión -y sin obviar la campaña de agresión de la OTAN y el imperialismo sobre el territorio ruso-, ninguno de los bloques en disputa busca algo más que sus intereses, es decir, lo más ajeno en este conflicto es el bienestar de millones de proletarios que se ven inmersos y afectados en la desesperada guerra por la hegemonía global de las potencias capitalistas.
¡ALTO A LA GUERRA!
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