El Presidente de Estados Unidos anunció la provisión de bombas racimo a Ucrania
En un editorial, The New York Times lamentó la provisión de bombas de racimo a Ucrania anunciada por el Presidente Joseph Biden. El diario está de acuerdo con asistir a Kiev, pero no con traspasar fronteras morales.
Cuando esas bombas estallan difunden cargas explosivas más pequeñas en una extensión de varios centenares de metros cuadrados. Algunas de esas cargas no detonan en el momento. Cuando acaba la guerra siguen activas en el lugar, como minas antipersonales, y producen muertes y mutilaciones entre la población civil; los niños suelen ser los más afectados.
El Presidente de Camboya le pidió a Biden que no facilite esos explosivos. A medio siglo del bombardeo sistemático que sufrió por parte de Estados Unidos con esas municiones (entre otras), la población camboyana todavía sigue padeciendo las consecuencias. Lo mismo sucede en Laos, Vietnam y otros países, inclusive en los de la antigua Yugoslavia. La ONU y diversos gobiernos, además de organizaciones civiles, elevaron el mismo reclamo.
En un acto de calculada humanidad, Biden estipuló que Ucrania no atacara con esas bombas territorio ruso. La restricción es curiosa, puesto que le está pidiendo a Ucrania que siembre de cargas peligrosas su propio territorio. Estados Unidos alega que Rusia ya las empleó en Ucrania. Rusia afirma que los ucranianos también las utilizaron contra ellos. El juego de reproches mutuos no alcanza a justificar nada. Kiev ya mató ucranianos con estos proyectiles y Rusia, por supuesto, hizo lo mismo, asegura Human Rights Watch.
Cuando Estados Unidos arrojó ese tipo de bombas durante su invasión a Irak la población civil fue menos afectada que sus propios soldados quienes tropezaban con fragmentos diseminados y aún capaces de explotar. Gran Bretaña lanzó ese tipo de proyectiles en la guerra de las Malvinas contra las posiciones argentinas, pero sólo produjo bajas civiles, según una publicación de la Convención sobre Municiones Racimo (A Guide to Cluster Munitions, p. 21). Es decir, dañó exclusivamente a aquellos en cuyo nombre decía pelear.
(Casi) todos contra las bombas racimo
Esa Convención reunió la firma de 123 países para prohibir las bombas de racimo; la cifra incluye a más de dos tercios de los socios de la OTAN. Otros 74 miembros de la ONU no adhirieron, entre ellos Rusia, Ucrania, China, Turquía, India, Irán, Israel y por supuesto Estados Unidos. (La lista completa aquí.) De manera inexplicable la Argentina no firmó, aunque sí lo hicieron las naciones limítrofes excepto Brasil. Otra paradoja es que Camboya y Vietnam tampoco su sumaron al acuerdo, pero sí el Reino Unido.
El convenio se firmó en Oslo a finales de 2008. El entonces primer ministro de Noruega es hoy el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, cuyo gobierno laborista se había comprometido en el repudio internacional a esos proyectiles. Dada la complicada situación en Ucrania, ningún líder europeo ambiciona suplantar a Stoltenberg, así que su mandato fue extendido por otro año. Los voceros de los distintos integrantes de la alianza que se unieron en 2008 al rechazo de esas bombas están haciendo contorsiones para justificar la medida de Washington. Stoltenberg no parece tener mayores inconvenientes.
El botón o el territorio
El motivo por el cual Estados Unidos recurre a parte de lo más siniestro de sus arsenales para abastecer a Ucrania fue reconocido abiertamente por Washington: no hay más municiones tradicionales disponibles. Ucrania agotó hace mucho sus depósitos, luego los europeos y finalmente los estadounidenses. Aquel país carece de la capacidad necesaria para producir municiones; la OTAN la tiene, pero no da abasto en la reposición y tampoco quiere entregar todas sus reservas.
Esa es una diferencia con Rusia, cuya enorme industria militar genera todo el tiempo nuevas provisiones para su ejército. La superioridad de la artillería rusa ha sido destacada por John Mearsheimer, profesor en la Universidad de Chicago y ex personal de la Fuerza Aérea. Este analista explicó que en una guerra de posiciones como la que actualmente se desarrolla, la artillería es el arma decisiva. Una investigación explora en detalle el tema de la escasez de proyectiles que padece Kiev. Fue producida por medios alternativos europeos, incluyendo uno ucraniano, y republicada en El Diario.ar. Allí se afirma, por ejemplo, que “en las batallas más cruentas, como la de Bajmut en mayo, el ejército ucraniano disparaba 800 proyectiles por cada 50.000 que lanzaba Moscú”.
Según Mearsheimer, las posiciones defensivas rusas sobre el terreno conquistado parecen inexpugnables para Ucrania. Pero ambos adversarios están igualmente motivados para la victoria, aclara, puesto que se juegan cuestiones existenciales. Precisamente eso vuelve imposible, al menos por el momento, una aproximación de las partes para buscar una salida pacífica. De modo que recién cuando uno de los bandos obtenga una ventaja estratégica decisiva sobre el otro se abriría la posibilidad de entablar conversaciones. Rusia, además, juega con una carta monstruosa: si se ve muy debilitada podría recurrir al botón nuclear.
A la vuelta de una visita a Kiev, el decidido atlantista y profesor británico especializado en Europa del Este, Timothy Garton Ash, expresó en The Guardian su decepción por las vacilaciones del Presidente Joe Biden. En una columna atestigua lo que otros analistas ya habían advertido: la creciente inclinación de Estados Unidos por transferir a Europa la mayor responsabilidad del apoyo principal a los ucranianos para concentrar esfuerzos en sus tensiones con China. La guerra no transcurre como se esperaba, insume recursos sin límite aparente y el año próximo Biden se juega la reelección. Su gestión en el plano militar ya fue demasiado afectada por la retirada de Kabul hace dos años.
Garton Ash concluye con una apelación a Biden para que vuelva a liderar la campaña bélica porque, como comenta en un pasaje, se detecta en los funcionarios de Washington “una posición demasiado frontal. La incorporación a la OTAN [de Ucrania] será implementada como un tributo al mejor acuerdo de paz que Ucrania pueda conseguir, probablemente aceptando alguna significativa pérdida de territorio”.
El último esfuerzo de Biden, según sostiene The New York Times en su mencionado editorial, consistió en transferir a Ucrania parte de un enorme stock de bombas racimo acumulado en sus arsenales durante más de veinte años. Tampoco tendrían mucho mercado disponible, puesto que con la Convención de 2008 perdió 123 clientes potenciales y algunos de los que se negaron a suscribirla ya las producen o no se las comprarían a Washington.
Concesiones
Tras más de 500 días de guerra, en Occidente se empieza a reconocer de manera abierta la falta de suministros en el frente, el creciente desinterés de Estados Unidos en un apoyo militar contundente y a contemplar futuras concesiones territoriales por parte de Ucrania. La muy anunciada contraofensiva de sus fuerzas no parece estar arrojando resultados. El tiempo parece correr a favor del invasor Putin quien, de acuerdo con algunos comentaristas militares, plantea una guerra larga. A eso se suma el desgaste de la población ucraniana sometida a infinitas penurias.
Garton Ash menciona en su nota una encuesta reciente según la cual “el 78 % de los ucranianos dijeron que parientes cercanos o amigos habían sido heridos o muertos desde la masiva invasión rusa del año pasado”. Eso sin contar los millones de personas que abandonaron el país y la fatal destrucción de infraestructuras y de ciudades enteras que hipotecará su futuro.
Desde luego, ese comentarista olvida aclarar que esta guerra jamás debió haberse producido y que el impresentable Boris Johnson, su entonces Primer Ministro, fue el encargado de boicotear el armisticio que se estuvo a punto de acordar en marzo de 2022.
Cita en Vilna
La semana pasada la OTAN celebró una cumbre en la capital de Lituania, a sólo 300 kilómetros de Rusia. No tuvo mucho para exhibir y tampoco se pudieron disimular algunas discordancias. Zelensky esperaba, sólo imaginariamente, que admitieran a su país en el organismo. Estados Unidos y Alemania enfriaron ese entusiasmo, puesto que la incorporación activaría el artículo cinco del estatuto de la Organización y los obligaría a involucrarse directamente en la guerra.
Polonia y los Estados bálticos eran los más vehementes partidarios de recibir a Ucrania. Finalmente, la jefatura real de la OTAN planteó promesas de seguridad y también futuras consideraciones, sin fecha, sobre la inclusión de Ucrania pero sólo después de finalizada la contienda. Zelensky se mostró contrariado. El ministro de defensa del Reino Unido se lo reprochó: “Debería mostrar un poco de gratitud”, declaró. Y en referencia a los constantes pedidos de pertrechos, agregó: “No soy como Amazon”. Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, cuestionó asimismo la actitud del Presidente ucraniano.
Sin embargo, era necesario que la cumbre de Vilna difundiera alguna buena noticia. Estaba pendiente la integración de Suecia a la alianza militar solicitada hace un año. Los miembros deben aceptar por unanimidad a un nuevo socio. Turquía y Hungría lo impedían. Hungría era un escollo sencillo, su oposición era más bien retórica. Turquía, por el contrario, es un aliado difícil: el segundo ejército de la OTAN en número de tropas, basculando entre Europa y Medio Oriente, con relaciones comerciales con Rusia no interrumpidas por las sanciones occidentales a Moscú.
Turquía ofició de mediador en el conflicto con Ucrania el año pasado y tiene la llave del acceso al Mar Negro, pero atraviesa un momento económico difícil. Eso no facilita sus aspiraciones a integrar la Unión Europea (UE). Bruselas, además, mantiene reparos institucionales hacia el gobierno de Recep Erdogan, quien acaba de renovar su mandato. Esa es la razón formal del aplazamiento de la membresía a la UE, que Turquía viene solicitando desde fines de la década de 1980 mientras la mayoría de los países del Este europeo eran aceptados uno tras otro.
El motivo de fondo de la renuencia de Bruselas es la posibilidad de que millones de turcos obtengan plena libertad de movimiento en Europa y emigren con los papeles en regla. Entre otras cosas, eso excitaría a las derechas anti-inmigración cuyo ascenso rampante, en medio de una gran crisis de legitimidad política, los europeos no logra contener.
Erdogan exigió que, para aceptar a Suecia, este país debía dar un giro en su política de asilo a los refugiados de la minoría kurda que Ankara combate. Suecia se mostró dispuesta. Reforzó su legislación anti-terrorista y entregó refugiados a Turquía; llegó incluso a reformar su Constitución para satisfacerlo. ¿Se podía pedir algo más a cambio?
Sí. Erdogán detectó un clima de debilidad y dobló la apuesta: planteó el definitivo ingreso de Turquía a la Unión Europea. Difícilmente se lo concedan. Su plan B es que el congreso de Estados Unidos acepte vender a su país aviones de combate F-16. Pero comprometió su acuerdo para sumar a Suecia y el parlamento turco lo aprobará en semanas.
La OTAN ya puede anunciar que tendrá un nuevo miembro con el cual completa todos los casilleros escandinavos. El mar Báltico se convierte así en un lago bajo su control. La campaña de reclutamiento de socios parece cumplirse con éxito; en el campo de batalla las perspectivas son más inciertas.
Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/problemas-en-racimos/