Desde los territorios negados, desde las voces silenciadas, desde la raíz popular que no se resigna proclamamos la verdad.
Por lo contrario, los dueños del poder económico y sus periodistas, son maestros de la mentira organizada. La posverdad no es una moda es un sistema y un modelo de control diseñado por las élites económicas y ejecutado por sus medios, sus expertos, sus influencers, sus falsos profetas. Son ellos los que, con discursos de desarrollo y modernidad, van tejiendo telarañas para atrapar la conciencia del pueblo.
Nos dirán, una y otra vez, la misma mentira con distintos rostros. Porque saben que una mentira repetida con suficiente fuerza, se incrusta como verdad en la mente colectiva. Pero en el centro de esa telaraña está el trofeo más valioso del poder, el ser humano convertido en objeto, el ciudadano transformado en espectador impotente, el pueblo desconectado de su dignidad y de su historia.
La posverdad destruye la esperanza, porque domestica la rabia, no estamos frente a un error. Lo que hoy estamos viviendo en el Ecuador es una estrategia deliberada la distorsión de la realidad, la manipulación de las emociones, la intoxicación de los sentidos comunes. Nos están educando para aceptar la injusticia como destino y el sufrimiento como castigo divino.
Los medios corporativos, las redes sociales amañadas y los operadores ideológicos disfrazados de analistas se han convertido en los sacerdotes modernos de una religión vacía. Nos predican resignación mientras monetizan la miseria. Nos ofrecen entretenimiento mientras nos arrebatan el derecho a pensar.
Pero los pueblos tienen memoria. Y cuando esa memoria se activa, la mentira tiembla. Porque la verdad como práctica política, la esperanza como proyecto colectivo, la mentira es hoy la columna vertebral de quienes gobiernan. Frente a eso, la verdad debe ser nuestro ejercicio político cotidiano. No la verdad de los técnicos ni de los burócratas, sino la verdad que nace de los barrios, de las comunas, de las montañas y los esteros, la verdad que sabe a salitre y cacao, a machete y tambor.
Necesitamos esperanza organizada, esperanza militante. No como consuelo, sino como estrategia. Porque el pueblo no se salva con ilusiones individuales, sino con proyectos colectivos capaces de soñar distinto y actuar juntos.
¿Cómo desmontamos la mentira y sembramos la verdad?
Aquí proponemos una hoja de ruta desde los territorios, pensada y orientada por los abuelos cimarrones, desde el andar con los pies y el avanzar con la cabeza, y no desde los escritorios donde se diseñan verdades sin pueblo. Porque la sabiduría no habita en los trajes ni en las pantallas, sino en la palabra contada junto al fogón, en la minga del río, en el tambor que guía la memoria. Desmontar la mentira es recuperar nuestra forma de mirar, de hablar y de vivir, con verdad en la boca, dignidad en el pecho y comunidad en el corazón.
Reconstruir la verdad desde abajo
Desde los barrios populares, desde las comunas y comunidades rurales, desde las voces que nunca salieron en televisión. Ver, oír, escribir, nombrar lo negado. Recuperar nuestra propia historia no solo como archivo, sino como práctica viva que transforma el presente. Hacer memoria como acto de justicia colectiva, con la marimba, el rondador y la guitarra marcando el pulso de la resistencia, fortaleciendo identidad, reanimando el orgullo, devolviendo sentido. La verdad del pueblo no se grita desde arriba, se canta desde el pie descalzo, se danza desde el vientre de la tierra, y se afirma con la voz de los que aún no han sido escuchados.
Crear medios, narrativas y lenguajes propios
Hay que recuperar la palabra, porque la palabra es vida, es historia y es poder. En ella vive la memoria de nuestros ancestros y la visión de un futuro distinto. No podemos permitir que la “libertad” esté determinada por el mercado, ni que el “progreso” signifique destrucción y extractivismo. Debemos descolonizar el lenguaje y crear nuevas formas de decir y sentir lo que somos. Fortalezcamos medios populares, radios comunitarias, periódicos comunitarios, grafitis, plataformas independientes, muralismo, arte insurgente, poesía de calle. Que la palabra vuelva a ser del pueblo, tejida desde su diversidad, desde su ritmo, desde su verdad, libre y colectiva como la marimba que une y convoca.
Organizar la esperanza
La esperanza necesita estructura, no limosna. No basta con soñar, hay que construir los caminos que hagan posible el sueño colectivo. Hay que levantar círculos de estudio, escuelas comunitarias, asambleas populares, procesos territoriales de poder, espacios de legislación comunitaria donde el pueblo defina lo que necesita y cómo quiere vivir. Gobernar no puede seguir siendo el premio para los amigos del alcalde, del prefecto o presidente, ni una negociación entre élites. Gobernar debe ser un ejercicio pedagógico y ético, donde el pueblo se forme mientras decide, donde la organización no sea una moda, sino una forma permanente de vida, con conciencia, con propósito y con raíz.
Educar políticamente para la verdad
La educación no puede seguir siendo domesticación ni repetición vacía. Debe convertirse en un proceso liberador que despierte conciencia. Necesitamos una pedagogía popular, sentipensante y descolonizadora, que nos enseñe a identificar las mentiras del poder, desmontar verdades impuestas y construir pensamiento propio. No hay transformación sin conciencia crítica, y eso implica gestar un modelo educativo nacido desde las raíces mismas de las culturas que constituyen el Ecuador, reconociendo la riqueza de lo afroecuatoriano, montubio, indígena y mestizo. Educar políticamente es devolverle al pueblo su voz, su historia y su derecho a decidir, no desde la obediencia, sino desde la reflexión y la acción colectiva.
Levantar una ética pública de la verdad
Un gobierno que miente no es solo corrupto: es ilegítimo, antidemocrático y peligroso. Quién miente para gobernar, nos está robando el derecho a decidir con conciencia, nos desinforma para dominarnos, nos infantiliza para manipularnos. La mentira sistemática no es una falla: es una estrategia de control. Por eso, la ética de la verdad debe convertirse en el pilar de toda convivencia democrática. No se puede hablar de participación sin información veraz, ni de libertad sin transparencia. Levantar una ética pública de la verdad es recuperar el valor de la palabra comprometida, y volver a hacer de la política un acto de responsabilidad ante el pueblo.
Un nuevo país fundado en la esperanza
Ecuador, como toda América negra, indígena y mestiza necesita reconstruir su alma colectiva, reencantarse consigo misma, reencontrarse con sus raíces. Eso no se logra con marketing electoral, ni con discursos vacíos repetidos desde los balcones del poder. Se construye desde abajo, desde la tierra sembrada por las manos de los abuelos y abuelas que resistieron, desde la minga profunda de la conciencia, desde la organización del pueblo, desde el palenke que nunca se entregó, sin dejar nuestra vida en las manos invisibles del capital ni del modelo que nos excluye.
El paraíso que soñamos no está en el cielo: está en la tierra que defendemos con dignidad, en la comunidad que levantamos con ternura y rebeldía, en la palabra verdadera que no callamos y en la esperanza colectiva que organizamos como proyecto de vida. Porque la esperanza no es espera, es lucha. Y este pueblo está vivo para volver a comenzar.
Este manifiesto es más que una denuncia: es un llamado a despertar, a organizarnos, a reconstruir la esperanza desde las raíces más profundas de nuestra identidad popular. No aceptamos más ser espectadores de nuestra propia historia ni prisioneros de mentiras fabricadas desde el poder.
Desde los esteros, los Palenkes, los barrios y las montañas, sabemos que la verdad no se decreta: se construye en comunidad. Sabemos también que la esperanza no es una promesa vacía, sino una estrategia colectiva para transformar lo que nos duele.
Por eso, cerramos este manifiesto levantando nuestras voces con convicción y con amor por el pueblo:
¡Basta de mentiras como forma de gobernar!
¡La verdad es del pueblo, no del poder!
¡Esperanza organizada, pueblo que no se rinde!
¡Con la verdad como bandera y la esperanza como horizonte, vamos tejiendo libertad!
La verdad nos hará libres por rebeldes y por rebeldes grandes
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