En un contexto de incremento de la competencia estratégica y de las tensiones globales como máximos exponentes de las consecuencias de la alteración de los equilibrios tradicionales y de la ansiedad hegemónica, China, a su gestación de nuevos acrónimos (OCS, BRICS, etc) ha sumado, poco a poco, un catálogo de propuestas para responder al momento de cambio que vive el orden global. Y suma adeptos y críticas por igual.
En general, en lo ideológico, Xi Jinping ha convertido el pensamiento clásico en una herramienta de alto voltaje para blindar la estabilidad política interna. La que llama “segunda combinación” invoca a la primera, la del marxismo con la realidad china, auspiciada por Mao, pero a diferencia de esta, muy enfocada en la gestión de la política interior, la del pensamiento clásico, firmemente denostado por Mao, ofrece también una vertiente exterior de gran calado.
Cuando el PCCh habla de las “soluciones chinas” para la gobernanza internacional en sentido amplio, trasciende el contorno de las fórmulas más tradicionales relacionadas con la defensa de la coexistencia pacífica, un tópico común durante la Guerra Fría. Sin desdecirse de ello, cuando Xi apela a la “sabiduría china” en el marco de las “soluciones chinas” para gestionar los problemas globales, se refiere a proyectar un capital cultural e histórico que legitime la idea de que China puede aportar al mundo ideas y principios distintos a los occidentales y más eficaces.
Así, la “sabiduría china” es el sustrato cultural y filosófico que permitiría aportar “otras soluciones” a los problemas del mundo. Es una mezcla de tradición, esencialmente confuciana aunque no solo, pragmatismo político y éxito del modelo de desarrollo chino, proyectada como catálogo de ideas frente a Occidente.
El enfoque nos remite a la larga tradición civilizatoria china (Confucio, Mencio, Laozi, Han Fei…), con valores como armonía, orden, equilibrio y moralidad en el desempeño del gobierno. Se contrapone implícitamente al pensamiento occidental asociado con la confrontación, la competencia y la lógica de suma cero. La idea central es: “China, como civilización milenaria, acumula una sabiduría específica que puede ayudar a resolver los problemas globales contemporáneos”.
En el discurso de Xi, la sabiduría china se traduce en tres premisas principales. Primero, soberanía y no injerencia como clave para la paz internacional. Segundo, desarrollo como derecho universal (la prioridad no es la democracia liberal, sino sacar a la gente de la miseria). Tercero, gobernanza pragmática: ensayar políticas graduales, experimentales, antes que imponer un modelo único, y “eficracia”.
Esa invocación a la sabiduría china sugiere una fuente de legitimidad moral para que China lidere, o al menos guíe, debates en foros globales. Se relaciona con expresiones como “construir una comunidad de destino compartido para la humanidad”, que es actualmente la gran consigna de Xi en política exterior. Y busca transmitir que China no solo tiene poder económico, científico y militar, sino también autoridad intelectual y cultural.
Soluciones chinas para la gobernanza global en el siglo XXI
En efecto, cuando Xi Jinping habla de las “soluciones chinas” a los problemas globales, se refiere a una narrativa político-estratégica que busca proyectar a China no solo como una gran potencia económica, sino como un actor normativo y de ideas en la gobernanza internacional.
En términos generales, pretende ofrecer alternativas al modelo occidental, es decir, frente a las recetas liberales impulsadas por EE. UU. y Europa, China se presenta como un país capaz de aportar otro camino de modernización, basado en la planificación estatal, la soberanía nacional, el respeto a las diferencias culturales y un fuerte énfasis en el desarrollo económico como motor de estabilidad política. Otra vez, el mensaje es: “no hay una única vía válida; China tiene la suya, y puede ser útil para otros”.
Hasta ahora, ha planteado cuatro ejes fundamentales de esas “soluciones”, atendiendo a algunas variables clave. En primer lugar, la seguridad: a través de la Iniciativa de Seguridad Global (ISG), propone resolver conflictos mediante el diálogo y rechazar “mentalidades de Guerra Fría”. Segundo, el desarrollo: con la Iniciativa para el Desarrollo Global (IDG), pone el acento en la Agenda 2030 de la ONU y en reducir la brecha Norte-Sur. Tercero, la diversidad: con la Iniciativa de Civilización Global (ICG), defiende el respeto a la pluralidad cultural y política, frente a la idea de universalizar los valores liberales. Cuarto: la gobernanza: la Iniciativa para la Gobernanza Global (IGG), para amortiguar las turbulencias en esta fase de tránsito hacia un nuevo orden global.
Esta última, presentada en la reciente cumbre de la OCS en Tianjin, se plantea como una vía para corregir los que considera tres déficits fundamentales de las instituciones internacionales: la grave subrepresentación del Sur Global, la erosión creciente de la autoridad de la ONU y la necesidad urgente de lograr una mayor efectividad. Formalmente, la receta china incluye igualdad soberana, anclaje en el derecho internacional sin dobles raseros, y multilateralismo.
Beijing vincula las “soluciones chinas” a un orden mundial más equilibrado, multipolar, donde los países en desarrollo tengan mayor voz. Busca así reforzar alianzas en el Sur Global, especialmente en África, América Latina y Asia, presentándose como socio y no como potencia colonialista. Es una respuesta que define como de alcance histórico que busca poner fin a siglos de dominación externa y afirmar la soberanía, su clave de bóveda de ese nuevo orden global.
Hacia dentro, estas propuestas refuerzan la idea de que el “modelo chino” es exitoso y pese a las diferencias culturales, con principios y experiencias que pueden ser tenidos en cuenta globalmente. Hacia fuera, buscan disputar el terreno normativo al liderazgo occidental y posicionar a China como garante de estabilidad en tiempos de crisis (cambio climático, desarrollo, seguridad), capaz no solo de criticar sino también de proponer alternativas que apuntan en otra dirección. Asimismo, enfatiza su catalogación como “bienes públicos globales” alejados de cualquier pretensión imperativa.
Estas propuestas, por tanto, sugieren el énfasis en una contribución propia de China al sistema internacional y son el reverso complementario de su transición interna; pero también representa una réplica a quienes arguyen, como obstáculo o rémora, la diversidad y heterogeneidad del magma alternativo que intenta construir en torno al Sur Global ofreciendo un discurso común que opere como cohesionador.
El eco internacional
La recepción internacional de la idea de las “soluciones chinas” y de la “sabiduría china” es desigual y depende mucho del tipo de país y del grado de relación con China. Indudablemente, en el Sur Global y los países en desarrollo en su conjunto, la recepción del discurso es, por lo general, positiva: muchos gobiernos ven atractivo que China se presente como un actor que no condiciona ayuda ni inversiones a reformas políticas. Dicha narrativa se interpreta como respeto a la soberanía y una alternativa a las recetas del FMI o al intervencionismo occidental. Sin embargo, también existe cierta cautela por la asimetría: se teme que “la solución china” pueda mutar en dependencia financiera o tecnológica.
En los países del Sudeste Asiático, culturalmente más próximos, la reacción es mixta y compleja: de una parte, ven con cierto interés elementos prácticos (infraestructuras, comercio, cooperación); sin embargo, por las disputas en el mar de China Meridional o incluso Taiwán, algunos reaccionan con desconfianza, argumentando el desfase entre la retórica de armonía y la práctica de presión geopolítica.
Por otra parte, Japón, Corea del Sur y Australia son muy críticos y alinean su discurso con EE. UU. Washington conceptúa el enfoque chino como parte de la competición estratégica, tachándolo de soft power con intenciones hegemónicas y de intento de reescribir las normas de la gobernanza internacional en clave autoritaria. El término “sabiduría china” se percibe más como propaganda que como alternativa real.
Por su parte, se podría decir que Europa es más bien escéptica o incluso crítica. En la UE suele verse como un intento de disputar el terreno normativo y diluir la universalidad de los valores democráticos y de derechos humanos. Pese a ello, algunos países (Hungría, Serbia, etc.) muestran una simpatía pragmática, sobre todo en lo económico. En las instituciones comunitarias, la narrativa de “sabiduría china” genera suspicacia porque se percibe como un desafío ideológico.
Por último, en las instituciones internacionales puede apreciarse que Naciones Unidas y otras agencias multilaterales han acogido de manera relativamente favorable términos como “Iniciativa de Desarrollo Global” o “Comunidad de destino compartido”, en parte porque China los inserta en el lenguaje del multilateralismo y en la agenda global. No obstante, varias capitales occidentales advierten del riesgo de que la “sabiduría china” se convierta en un reemplazo semántico que erosione estándares ya establecidos en derechos humanos, democracia y transparencia.
No debiéramos pasar por alto que una preocupación clave de estas iniciativas es que no deriven en retórica vacía sino que se concreten en acciones. Y ahí, China puede evidenciar todo un bagaje de nuevos instrumentos que no son sino laboratorios pedagógicos de sus compromisos, limando asperezas y contradicciones para que puedan desempeñarse como auténticas palancas estratégicas.
Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China