Podrán estar a la greña sobre sus costes o su futuro pero a la Alianza Atlántica, siempre le quedará Moscú. Es lo que unió a la Organización del Tratado del Atlántico Norte hace 70 años y lo que ayer salvó su deslavazado cumpleaños en Washington, una reunión de ministros de Exteriores en la que la […]
Podrán estar a la greña sobre sus costes o su futuro pero a la Alianza Atlántica, siempre le quedará Moscú. Es lo que unió a la Organización del Tratado del Atlántico Norte hace 70 años y lo que ayer salvó su deslavazado cumpleaños en Washington, una reunión de ministros de Exteriores en la que la Alianza trató de pasar de puntillas sobre sus diferencias y se centró en resaltar su unidad frente a las «agresivas acciones» de Rusia e identificar nuevas áreas en las que puede ser útil cooperar, como China, un tema que también se anuncia tormentoso.
Tras el fracaso de la campaña diplomática estadounidense en Europa para que sus gobiernos no contraten con Huawei el despliegue de la tecnología 5G, Washington está dispuesto a llevar la pelea a la OTAN y ayer amenazó con dejar de compartir información de sus servicios de inteligencia con países que hayan confiado en la compañía china, a la que no citó. «Sin duda, hay un riesgo de que no seamos capaces de compartir información» con países que trabajen con compañías tan «ligadas a sus gobiernos». «Cada país soberano tomará sus decisiones y EE.UU., las suyas», advirtió al término de la cumbre.
Pompeo reivindicó los éxitos pasados de la Alianza pero avisó de que, para que sea relevante en el futuro, debe transformarse y hacer frente a «nuevas amenazas emergentes», desde la amenaza tecnológica china a la ciberseguridad o «la gran competencia entre poderes como Rusia, China o Irán«, enfatizó Pompeo. «Vladimir Putin alberga oscuros sueños imperialistas, es evidente por su invasión de Georgia y Ucrania, su intervención en Siria y ahora en Venezuela. Quiere romper nuestra alianza», sentenció.
El final del tratado INF de control de misiles nucleares de rango intermedio firmado en 1987 por EE.UU. y Rusia vuelve a situar a Europa como espectadora y potencial terreno de juego de la rivalidad entre las potencias. El acuerdo expira en agosto y los aliados siguen animando a las dos partes a negociar pero, a la vez, se preparan para lo inevitable. «No vamos a imitar lo que Rusia está haciendo (…), no tenemos intención de desplegar misiles en Europa» afirmó categórico el secretario general de la alianza, Jens Stoltenberg, pero, «al mismo tiempo, mantendremos una defensa creíble».
Aunque los aliados europeos no eran partidarios de que EE.UU. rompiera el tratado, como hizo la Administración Trump en febrero acusando a Moscú de violarlo con el desarrollo del polémico cohete Novator 9M729, la OTAN se han adherido sin fisuras a su diagnóstico de que Moscú lo estaba violando dentro de una «conducta desestabilizadora» que consideran más amplia.
Tras la anexión de Crimea, el mar Negro se ha convertido en el último punto de fricción entre la OTAN y Rusia con la captura de tres barcos y 24 marineros ucranianos en noviembre por parte de Rusia cuando se dirigían mar de Azov. La Alianza reclamó ayer su liberación y acordó reforzar sus capacidades en la zona, en apoyo a Ucrania y Georgia con nuevos ejercicios militares conjuntos, ayuda a la formación de las fuerzas marítimas y guardacostas así como más vigilancia aérea, visitas a puertos y más intercambio de información sobre la actividad en el mar Negro, donde ya patrullan grupos navales de la OTAN.
Fue en el contexto de la discusión sobre Rusia cuando Pompeo puso sobre la mesa la crisis de Venezuela. «La posición americana ya la dejó clara Donald Trump («Rusia debe largarse»). Su colega español se mostró disgustado porque EE.UU. hubiera sacado el tema en este foro: «La OTAN no está en Venezuela y este no es un chat sobre los problemas de mundo», criticó el ministro de Exteriores, Josep Borrell en declaraciones a la prensa. Pompeo insistió: «Hacemos todo lo que podemos contra las amenazas rusas [en el mundo]. Y EE.UU. tiene sus respuestas preparadas», añadió.
«Está siendo una reunión muy aburrida, todos han dicho lo mismo», comentaban complacidas fuentes diplomáticas aliadas a mitad de mañana. Quedaban por delante sin embargo los debates más espinosos, empezando por la promesa que los aliados europeos hicieron en el 2014 en tiempos de la Administración Obama de aumentar en hasta el 2% de su PIB el gasto en defensa en el plazo de diez años.
La presión de Trump ha acelerado las inversiones pero no al ritmo suficiente para la Casa Blanca, que ha singularizado a Alemania en sus ataques después de que el Gobierno admitiera que no cumplirá el compromiso intermedio que se había marcado. Pompeo no ocultó su impaciencia por el recurrente argumento de los gobiernos europeos para no aumentar demasiado el gasto militar, el rechazo de la opinión pública. «Es necesario defender ante la ciudadanía porqué es importante», reclamó el secretario de Estado.
Stoltenberg trató de mediar: «No hicimos aquella promesa para complacer a EE.UU. La hicimos porque vivimos en un mundo más impredecible e incierto», recordó en defensa de Washington, al tiempo que insistía en tener en cuenta no sólo el porcentaje del PIB que se dedica a la defensa sino la participación de cada país en operaciones internacionales, como argumentan países como Alemania o España. El futuro de la misión en Afganistán y las negociaciones de paz también estaban en la agenda. Borrell no ocultó su descontento con las últimas decisiones de la Casa Blanca. «España desea una retirada ordenada que haga que todo el esfuerzo que se ha hecho y que todas las vidas que hemos perdido no sean inútiles», reclamó después de que Trump decidiera, sin consultar a sus aliados, retirar parte de sus tropas en el país.