Esa es la idea de Adam Tooze, profesor de historia en Columbia University: «El G-20 es la auténtica organización de la nueva era de la globalización». Ese es el grupo que se reúne el próximo viernes y sábado en Buenos Aires, herederos de una crisis financiera que estalló hace una década y a la que, […]
Esa es la idea de Adam Tooze, profesor de historia en Columbia University: «El G-20 es la auténtica organización de la nueva era de la globalización».
Ese es el grupo que se reúne el próximo viernes y sábado en Buenos Aires, herederos de una crisis financiera que estalló hace una década y a la que, desde entonces, se han sumado algunos de los mayores cambios del escenario internacional desde fines de la II Guerra Mundial.
Tooze lo ejemplifica de diversas maneras. Una de ellas está reflejada en el acelerado cambio en el peso de los diversos países en la economía mundial. Cuando los ministros de economía empezaron a reunirse, hace diez años, los países que conforman el llamado grupo de economías emergentes contribuían con 25% del crecimiento global, comparado con el 55% que aportaban Estados Unidos, Europa, Canadá, Australia y Japón. Hoy los dos grupos aportan 45% cada uno.
La primera cita del G-20, en Washington, fue convocada por la administración del segundo Bush. El mundo había sido remecido por una crisis financiera que, para Tooze, era lo más parecido a un «infarto financiero colectivo». Todos los gobiernos estaban preocupados en salvar sus instituciones financieras, para lo que decidieron poner a su disposición enormes cantidades de dinero.
Pero no era suficiente. Había que aplicar, además, nuevas medidas para regular las operaciones bancarias y renovar los mecanismos y procedimientos para una necesaria regulación y coordinación global.
El G-20 se transformó en el escenario de esos debates. En su segunda reunión, en abril del 2009, ya Barack Obama ocupaba la Casa Blanca. Ahí se acordó ampliar los recursos a disposición del Fondo Monetario Internacional (FMI) -una medida que se pretende renovar en la reunión de Buenos Aires- y promover las políticas de austeridad que, una década después, tienen en el gobierno de Mauricio Macri, en Argentina, un discípulo avanzado. Tanto Obama como la canciller alemana, Angela Merkel, lo exhibieron como ejemplo para el mundo, especialmente para América Latina, visitándolo apenas asumió el gobierno, hace dos años.
Políticas de austeridad que han sumido el mundo en tensiones renovadas y una acelerada polarización social, con la riqueza concentrada en cada vez menos manos. Y que ha tenido el efecto de hundir Argentina en la recesión, con dos trimestres consecutivos de caída del PIB, con un retroceso de 11,5% en el sector industrial y caídas similares en los sectores de comercio, construcción y consumo.
Un proceso que ha dado origen, como contrapartida, a un movimiento progresista y democrático al que han convocado Bernie Sanders, senador norteamericano, y Yanis Varoufakis, el ministro de Economía del gobierno griego que se opuso al programa de austeridad que le impuso la Comisión Europea, a quienes ahora se suma el excandidato presidencial brasileño, Fernando Haddad, derrotado por Jair Bolsonaro. Se trata de un proceso de resistencia a esta forma de globalización.
Grupo heterogéneo
Tooze habla de una «nueva era de la globalización», de la que el G-20 sería su encarnación. Un grupo que vendría a caracterizar el fin del período internacionalista de posguerra cuya principal expresión es la Asamblea General de Naciones Unidas, donde cada país tiene un voto.
Pero esa es una imagen engañosa, pues se trata de una Asamblea sin medios para hacer valer ese voto, como lo demuestra la votación prácticamente unánime de condena al bloqueo norteamericano a Cuba, que se repite desde hace más de 20 años, sin efecto alguno. El poder de decisión y el músculo para la acción militar está exclusivamente en el Consejo de Seguridad. Y, en el Consejo de Seguridad, en manos de sus cinco miembros permanentes -Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China- las cinco potencias nucleares en el momento de su creación. Una realidad que está hoy también superada.
Para adaptarse a esa nueva realidad, el G-20 se atribuyó la capacidad de autodesignar a sus integrantes. Se basaron en la población y en el Producto Interno Bruto de las naciones. Entraron Francia y Sudáfrica, pero quedaron fuera Nigeria y España, por ejemplo. Al final quedó un grupo dominado por el G-8, integrado por los países industrializados, y los Brics (China, Rusia, India, Brasil y Sudáfrica). A los que sumaron luego Arabia Saudita, Indonesia, Turquía y los latinoamericanos México y Argentina.
Lo que provocó la protesta de los excluidos. Tooze recuerda la del ministro de Relaciones Exteriores de Noruega que, en 2010, calificó la integración del G-20 como el «mayor retroceso» para la comunidad internacional desde la II Guerra Mundial. «Ya no estamos en el siglo XIX, cuando las mayores potencias se reunían y rediseñaban el mapa del mundo», agregó.
Lo cierto es que se especula que esta reunión del G-20 en Buenos Aires podría ser la última en este formato. Su integración ha ido variando. España logró ser invitada permanente. El país anfitrión, que ejerce la presidencia pro tempore del grupo, tiene siempre algunos invitados especiales. En este caso, serán Chille, los Países Bajos y Jamaica, en representación de la Comunidad del Caribe.
Ante esta realidad, se habla de un futuro G-30 o de otros formatos, más amplios aun. Pero Tooze termina su artículo con una pregunta: ¿Por qué una renaciente India, o China, con poblaciones de 1,4 mil millones de habitantes y un rápido crecimiento económico, estarían de acuerdo en ser tratadas de la misma manera que Irlanda, Uzbekistán o Panamá? El G-20, agrega, «establece distinciones jerárquicas y reconoce francamente las relaciones de poder en un mundo cada vez más multipolar».
Tensiones
La cumbre será escenario de un esperado encuentro entre los presidente de China, Xi Jinping, y el norteamericano Donald Trump, en un esfuerzo por enderezar una guerra comercial que tiene atemorizadas a las principales economías del mundo, que hasta hace poco compartían con Washington un proceso de apertura comercial.
«He acordado reunirme con Trump durante la próxima cumbre del G-20, donde las dos partes tendremos la oportunidad de intercambiar en profundidad puntos de vista en asuntos de interés común», dijo el presidente chino durante un encuentro que mantuvo en Beijing, la semana pasada, con el exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger.
China pretende que Estados Unidos se abstenga de volver a aumentar los aranceles a sus productos en enero, como ya anunció Trump.
El escenario, sin embargo, no es optimista, como lo reconocen las cancillerías europeas, sobre todo la francesa. Los esfuerzos, que tienen a Macri, el presidente francés, Emmanuel Macron y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau como principales actores, están concentrados en lograr una declaración final que pueda ser firmada por todos.
Algo que los antecedentes recientes tampoco hacen previsible, como ocurrió este año en la última cumbre del G-7, en Canadá; en la cumbre de la OMC, también en Buenos Aires o, la semana pasada, en la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), celebrada en Port Moresby, Papua New Guinea, donde, por primera vez, no se emitió un comunicado conjunto. Según un alto diplomático chino, citado por medios internacionales, pretextos basados en el proteccionismo y el unilateralismo lo impidieron.
Según el diario británico Financial Times, el borrador de declaración final que estaba circulando no hablaría de lucha contra el proteccionismo, en una inusual concesión a los Estados Unidos, pero, al parecer, se trata de una versión aun muy preliminar, entre las diversas que están circulando entre los participantes de la cumbre.
Alternativas
Junto con la cumbre del G-20 se celebrará en Buenos Aires un encuentro de académicos que analizará otros aspectos de la economía internacional no incluidos en la agenda oficial.
El argentino Adrián Falco, Secretario de la Red de Justicia Fiscal de América Latina y el Caribe, uno de los organizadores del evento, afirmó que «es imprescindible romper con el control que hoy ejerce el poder transnacional en la gobernanza global de la fiscalidad. Los espacios del G-20 y la OCDE no son representativos para los intereses de nuestra región».
En esta cita estarán, entre otros, Daniela Gabor, de la Universidad de West England, especialista en Shadow banking, la plataforma bancaria que viabiliza la fuga de capitales y el lavado de dinero. También estará Rodrigo Fernández, un hijo de exiliados chilenos radicado en Ámsterdam, parte de la plataforma holandesa Somo, un grupo de profesionales dedicados a monitorear los impactos que las multinacionales de su país, como Shell, afuera de sus fronteras.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.