Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La recién legitimada administración iraní de los «mullahtariat» está cosechando ya lo que sembró. Hasta el triunvirato de la cruz de hierro -el Líder Supremo Ayatollah Ali Jamenei, el Presidente Mahmud Ahmadineyad y el Cuerpo de Guardias Revolucionarios (IRGC, por sus siglas en inglés)- está preocupado, la «revolución verde» orquestada desde el exterior (como el régimen la describe) ha sido aplastada. Pero hay otra luz de la variedad «verde» vislumbrándose ya por el (sombrío) horizonte.
Hasta los dirigentes de Teherán están preocupados, el guante de seda de la variedad Barack Obama sigue recibiéndose allí -al menos por el momento- de forma poco grata. Como Jamenei dejó claro una vez más a principios de semana: «Los dirigentes de países arrogantes, esos fisgones entrometidos en los asuntos de la república islámica, deben saber que no importa que el pueblo iraní tenga sus diferencias; cuando tus enemigos tratan de meterse en tus cosas, ese pueblo… echará un pulso firme contra ti».
Posteriormente, el alto comandante del IRGC, el teniente general Mohammad Ali Yafari, estableció la (nueva) ley de puño de hierro bajo el mullahtariat en términos inequívocos. El IRGC se ha adueñado literalmente de Irán y no sólo en lo que respecta a la seguridad. Esto significa «un resurgimiento de la revolución de 1979 y la clarificación de las posiciones fundamentales del establishment tanto dentro como fuera de casa». Lo que Irán y el mundo están viendo ahora es «una nueva fase de la revolución y de las luchas políticas, y todos nosotros debemos tratar de comprender sus dimensiones de forma global».
Diferencias tonales
Justo en medio de la «nueva etapa de la revolución», infamemente calificada por el locuaz Vicepresidente estadounidense Joe Biden, éste fue y dijo en ABC TV: «Israel puede determinar por sí misma -es una nación soberana- qué elementos son los que le favorecen y qué hacer en relación con Irán o con quien sea·. Y no importa si EEUU está de acuerdo o no». Biden tuvo buen cuidado en añadir: «No hay presiones por parte de ninguna nación que puedan alterar nuestra conducta o la forma en que pensamos proceder». Esta conducta -una referencia a la nueva política de «guante de seda» de Obama hacia Irán- va «en interés nacional de los Estados Unidos, lo cual, casualmente, creemos que va también en beneficio de Israel y del mundo entero».
Así pues, Biden dijo básicamente dos cosas. Una: La política de guante de seda de Obama sigue en vigor, a pesar de la naturaleza de puño de hierro del mullahtariat de Irán. Dos: si el Primer Ministro Benjamin «Bibi» Netanyahu quiete atacar las instalaciones nucleares de Irán, eso es cosas suya, no hay nada que Washington pueda hacer al respecto. La primera aserción (empapada en ilusiones) puede ser esencialmente real. La segunda es una estupidez. El hecho de que legiones de expertos estadounidenses se sientan obligados a alcanzar la cumbre de Sísifo para pregonar la «independencia de la toma de decisiones políticas de EEUU» con respecto a Israel, en lo que a Irán se refiere, habla por sí misma.
Sobre todo, Biden fue tan ambiguo como pudo ser. Dejó una «luz verde» parpadeando, negándose a «especular» acerca de si a Israel se le garantizarían o no derechos de sobrevuelo en Iraq -desde EEUU, y no desde el gobierno «soberano de Iraq»- para atacar Irán.
La realidad es que el gobierno de Bibi Netanyahu no necesita luz verde de Washington para atacar Irán- a pesar de que la Casa Blanca y la Oficina del Vicepresidente tengan que entrar en un frenético tira y afloja acerca de las «diferencias tonales» para acallar las especulaciones sobre la luz verde. Como el sistema de guante de seda sigue adelante, Israel e Irán parecen ahora estar encerrados en una jaula, sin que les importe la pretendida posición de árbitro de Obama.
Cualquier previsto o imprevisto movimiento Biden-Casa Blanca para presionar a Teherán amenazando con un inminente y total ataque israelí va a tener pocas consecuencias allí. El régimen es muy consciente de cómo el lobby israelí -en EEUU y en Occidente en general- ha ido desarrollando una campaña muy sofisticada durante estos últimos años para convertir el programa nuclear de Irán en una amenaza global y para hacer pasar a los dirigentes de Teherán por el nuevo rostro de nazismo.
En cualquier caso, el régimen sabe que puede contar con el apoyo tanto de Rusia como de China. Y también sabe que toda la doctrina estratégica de Israel se basa en el hecho de que es la única potencia nuclear (no declarada) en Oriente Medio y que está determinada a continuar siéndolo. Y ahí es donde la potencia nuclear va en búsqueda de la emigración. La emigración es el motor del proyecto sionista. Uno sólo necesita revisar la prensa israelí durante los últimos meses para encontrar al mismo establishment israelí afirmándolo muy claramente: el riesgo real de una supuesta bomba iraní no es la amenaza de destrucción sino el de reducir a cero la emigración judía hacia Israel.
La administración Obama parece haber comprendido que es imposible impedir por la fuerza que Teherán pueda adquirir capacidad nuclear. También parece haberse dado cuenta de que mantener la ilusión de una opción militar sobre la mesa no es más que una mentira descarada. Pero todo eso no tiene para nada en cuenta la consecuencia real suprema de Irán convirtiéndose en una potencia nuclear, al menos a los ojos de los dirigentes iraníes: sería el final de la amenaza estadounidense sobre el país. Aunque sometido a presiones y arrinconado, Teherán, con el IRGC controlando el programa nuclear, llegaría hasta las últimas consecuencias. Israel, en ese panorama amplio, es tan solo un detalle menor.
Hay dos hechos innegables que no pueden eludirse. Uno: el derecho inalienable de Irán a conseguir dominar totalmente el ciclo nuclear civil. Dos: la única posible hoja de ruta para una solución, que se apoya en que la administración Obama persista en seguir suavizando su guante, es tratar de normalizar relaciones con Irán e intentar participar en el desarrollo del país junto con Rusia, China y la India.
No hay pruebas de que Teherán esté dispuesto a aceptar la posibilidad, al menos no todavía. Pero no van a largarse, como acaban de demostrar, y EEUU y la UE deben necesariamente reunirse con ellos a negociar. Aunque no sea perfecta, y sin diferencias tonales, esta es la única luz verde posible al final del túnel.
Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalizaed World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge». Su Nuevo libro, que acaba de publicarse, es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected]
Enlace con texto original: