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Ultima crónica de una estancia de seis años en Pekín

Adiós a China

Fuentes: Sin Permiso

Este último «Diario de Pekín» de Rafael Poch, resume una conferencia impartida en octubre en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. La experiencia china de Rafael Poch será publicada en febrero por Editorial Crítica, en un libro que lleva por título ‘La Actualidad de China. Un mundo en crisis, una sociedad en gestación’

Cuando llegue a China hace seis años y contemplé las circunstancias del país en el contexto de la crisis global, me vino a la mente la comparación de China con una mujer embarazada. Hoy, al marchar de este entrañable país, aquella metáfora se ha convertido en algo mucho más sólido y fundamentado, y por eso insisto en ella. El motivo es que hay un serio problema con la visión de China común en Occidente, donde todo suele girar alrededor del «crecimiento», que suscita admiración, y de la «amenaza» que puede suponer la consecuencia del resurgir chino. La admiración por el crecimiento suele ser un asunto de tipo empresarial. La preocupación por la supuesta «amenaza» es una «empresa mixta» que suele correr a cargo de halcones imperiales y defensores de los derechos humanos en ocasional coalición. Occidente puede instalarse en este tipo de caricaturas resultado del prejuicio y la desinformación, pero contemplar a China como mujer embarazada es mucho más adecuado al momento del mundo. Me parece que es la única manera realista y honesta de tratar críticamente a China. Se trata de lo siguiente: I) Antes de hablar de China es necesario aprender a mirarla. Con países tan grandes, en tamaño e importancia, como China, la antigua Unión Soviética o India, que no son naciones, sino partes del mundo, no hay más remedio que poner el zoom de nuestra observación en posición de gran angular. ¿Qué vemos cuando hacemos eso?. Vemos un mundo sin análogos.

Recientemente la «Geological Society» de Londres, una de las sociedades científicas más antiguas de Europa, bendijo el término «Antropoceno» para designar nuestro presente. El Antropoceno designa una época en la que el hombre se ha convertido en factor geológico. El cambio global, del que el calentamiento climático es sólo un aspecto, es resultado de la acción humana, lo que no tiene precedentes y ha obligado a inventar un nuevo concepto.

Los hielos del Ártico se fundieron en 2007 en una medida sin precedentes que dejó pasmados a los expertos. Ahora dicen que en 2008 el fenómeno va a superar los asombros del año anterior. En los estudios realizados, con sus escenarios optimistas y pesimistas, los pesimistas suelen quedarse cortos. Parece que todo esto va mucho más rápido de lo que se pensaba. Particularmente alarmante es la confluencia de tres fenómenos directamente interrelacionados; el calentamiento global, la crisis alimentaria y el «pico» (cenit) petrolero. En Asia, los glaciares del Himalaya son paradigma de esa interrelación. Se están fundiendo a un ritmo muy alarmante y alimentan a los grandes ríos del Continente. El Ganges, el Brahmaputra, el Irrawady, el Mekong, el Amarillo y el Yangtzé, entre otros, se sostienen, en la época seca, gracias al aporte de esos glaciares. El 70% del agua del Ganges procede de ahí en la época seca. Estos ríos sostienen a su vez la agricultura de los países más poblados del mundo. El 60% de la agricultura india y el 80% de la china se basan en la irrigación, así que una crisis de agua significa crisis de alimentos. China e India son los primeros productores de grano del mundo (el tercero es Estados Unidos). En India hay 170 millones de campesinos que riegan con agua bombeada de una capa freática sobreexplotada y menguante. En el norte de China, en la región de Pekín sin ir más lejos, ocurre lo mismo, con pozos cada vez más profundos.

El aumento de la temperatura modifica un medio agrícola de once mil años. En siete de los últimos ocho años ha habido escasez de grano en el mundo, y se ha echado mano de stocks. Lester Brown nos explicó en junio, durante su visita a Pekín, que esta escasez no es coyuntural, sino tendencial, que ha venido para quedarse. La duplicación y hasta triplicación de los precios, del trigo, del maíz, del arroz, nunca se había visto. Es verdad que en los años setenta, el mundo ya conoció escasez de grano, pero aquello se solucionó con la llamada «revolución verde», es decir metiendo más petróleo, mecanización y abonos, en la agricultura para aumentar los rendimientos. Hoy aquella «solución» forma parte del problema. Los expertos pronostican caídas de los rendimientos agrícolas del 20% al 30% para final de siglo en 29 países. Y todo esto va a ocurrir, está ocurriendo, en un mundo con más población, que pasará de los actuales más de seis mil millones de habitantes, a más de nueve mil millones a mediados de siglo, cuando se espera que alcancemos el «pico demográfico». Según el informe «UN Habitat», la población urbana que hoy vive en tugurios, más de mil millones, será de dos mil millones en veinte o treinta años. Esta población sobrante, sin trabajo ni perspectivas, esta humanidad redundante, es la crisis del capitalismo.

La solución histórica de los hombres a los problemas de población / recursos ha sido la guerra. Hoy observamos la misma inercia hacia esa solución de parte de las potencias dominantes. La banalización del uso del arma atómica en las doctrinas militares, el uso de armas nucleares tácticas en guerras preventivas convencionales, como pregona la doctrina militar de Estados Unidos, y la sucesión inalterable de guerras (Yugoslavia, Irak, Afganistán…) y de amenazas bélicas (contra Irán, Corea del Norte…), ilustran hasta qué punto está viva esa inercia. La socialización del arma atómica y de la destrucción masiva en general (hoy hasta países como Corea del Norte e Irán, pueden hacerse con la bomba, que antes requería grandes esfuerzos nacionales en un puñado de países tecnológicamente punteros) avisa de que esa «solución», una vez más, forma parte del problema. Se observa la misma vieja respuesta y la misma actitud a los problemas de un mundo nuevo, las soluciones de siempre para una crisis sin precedentes como es la del mundo del Antropoceno. ¿No es esa respuesta clásica e inercial a problemas nuevos, el síntoma más claro de crisis de civilización? Y si todo eso es así, ¿cómo debemos mirar a China en ese nuevo contexto?

II) Está claro que tanto la admiración por el «crecimiento» de China, como la preocupación por la supuesta «amenaza» de su resurgir, son actitudes de una mentalidad ya caduca, de una mentalidad pre-Antropoceno, podríamos decir. En cambio, si enfocamos a China como paradigma de la crisis global, obtendremos visiones y actitudes mucho más realistas, más modernas, más en consonancia con los tiempos, es decir: más actuales.

Si hablamos de «crecimiento», debemos constatar que todos los problemas de la crisis mundial están contenidos en China. El país tiene la peor relación mundial entre población y recursos. Con el 6% de la superficie cultivable del mundo alimenta al 22% de la población mundial. Su desigualdad es generalizada, afecta tanto a grupos sociales, como a la divisoria campo/ ciudad, y a amplias zonas geográficas (Este / Oeste). Su desarrollo está condenado a la esquizofrenia porque debe conjugar industrialización y desindustrialización. Su consumo de recursos agotables y su contaminación, son extraordinarios y conducen a callejones sin salida. Su posición en la economía global consiste, esencialmente, en la hábil gestión de una debilidad. China cambia varios millones de pares de zapatos por un sólo Boeing-747. En las listas de empresas globales que se publican periódicamente, no aparecen empresas chinas. La principal jugada del momento chino, su estrategia de urbanización, contiene un gran interrogante. En veinte años ha urbanizado a doscientos millones de campesinos y en los próximos veinte años podría hacer lo mismo con, quizá, otros cuatrocientos millones, pero cada chino urbano consume 3,5 veces más energía que su compatriota campesino, lo que plantea grandes cuestiones y dilemas. El actual sistema político, tan eficaz en la administración estable de la transformación, está, él mismo, pendiente de transformación. Algún día esa administración eficaz será impedimento a la modernización y factor de estancamiento, quizá hoy ya estemos en ello, lo que plantea nuevos problemas… ¿Podemos hablar del «éxito» chino, o más bien de un frágil «éxito en la crisis», abierto a todo tipo de incertidumbres?. Los dirigentes chinos más bien piensan en lo segundo, y advierten continuamente sobre el peligro de dormirse en los engañosos laureles del actual «progreso». Su consciencia de estar gobernando una crisis es mucho mas viva y despierta que la de sus complacidos y aleccionadores homólogos occidentales.

Si hablamos de «amenaza». Hay que comenzar diciendo que el resurgir de China no asusta en su entorno asiático de la ASEAN. A excepción de Japón, que a efectos de lo que aquí se expone no es un país asiático, el resurgir de China no está dando lugar al rearme de sus vecinos ni a coaliciones con potencias hegemónicas lejanas para contrarrestarlo. Aclarar este punto nos obliga a hacer una digresión comparativa entre el sistema de relaciones sinocéntrico de Asia Oriental, y el sistema europeo de los últimos quinientos años.

En el sistema europeo de relaciones, la emergencia de una nueva potencia venía seguida de la inmediata coalición o alianza de las otras para contrarrestarla. Eso le ocurrió a España, a Francia, Inglaterra, a Alemania y a todo aquel que levantaba cabeza en el continente. En Europa el poder era expansivo, imperial, agresivo y guerrero por definición. En los dos siglos que van desde 1615 hasta el fin de las guerras napoleónicas, los países europeos estuvieron en guerra una media de sesenta o setenta años por siglo, lo que significa una guerra prácticamente constante. En 1815 comenzó un siglo inusitado de paz, si nos abstraemos de enormidades como la guerra de Crimea, la expansión genocida anglosajona en los nuevos mundos europeos de América del Norte y Australia, y, sobre todo, si olvidamos lo que se incubó en aquel periodo: la industrialización de la guerra, que multiplicó la mortandad y crueldad bélicas en una escala sin precedentes, como demostraron las dos guerras mundiales europeas que arrancan en 1914 al concluir aquel pacifico interludio.

En el mismo periodo, en Asia Oriental en un contexto de valores confucionianos compartidos, hubo un sistema en el que la supremacía china fue más factor de paz que de guerra, con pocos conflictos entre naciones (dos guerras chino-japonesas iniciadas por Japón con motivo de Corea, breves guerras con participación china en Birmania y Vietnam, y poca cosa más), un sistema tributario chino que no perseguía la extracción de recursos de sus tributarios, y que no estaba muy interesada en el comercio de larga distancia que hizo imperialistas a los europeos, como demostró la célebre expedición del Almirante Zheng He. El propósito del sistema chino era organizar la tranquilidad de su entorno exterior a fin de preservar la estabilidad de su enorme y autosuficiente mercado interior. En ese periodo, China conoció, ciertamente, episodios muy violentos contra los pueblos de la estepa, en Mongolia y Asia Central en el siglo XVIII, cuando absorbió enormes territorios de su periferia, pero, una vez más, eso no tenía que ver con expansión imperial ni extracción de recursos, sino con conflictos fronterizos y con la pacificación de su entorno inmediato.

La China moderna ha mantenido ese mismo tono desde su revolución de 1949. Los conflictos del último medio siglo son todos fronterizos. Incluyen una intervención en Corea, en 1950, una breve guerra fronteriza de dos meses con India, en 1962, cuya responsabilidad achacan a India los estudios más convincentes, y una intervención, ésta sí ofensiva y punitiva, contra Vietnam, en 1979, que quiso ser represalia por la más que justificada intervención vietnamita en la Camboya de Pol Pot, y en la que el ejército chino se rompió los dientes.

Hoy China mantiene fronteras con catorce estados de la más diversa condición, entre ellos países en serias crisis como Afganistán, Paquistán, Corea del Norte o Birmania. El país tiene en Taiwán la herencia de una guerra civil inconclusa complicada por la guerra fría. Hacia todas esas realidades, China emite impulsos más apaciguadores y prudentes que agresivos y ofensivos. China está lejos de ser perfecta y «mejor que…». Su realidad interna contiene tremendas injusticias y opresiones internas de las que hemos ido dando cumplida cuenta estos años en nuestro informe desde Pekín, pero en el ámbito exterior no presenta impulsos agresivos. Tampoco se deducen de su citada historia, ni de su doctrina, ni de su apuesta militar, más allá de las fantasías de los guerra-adictos de Washington, siempre necesitados de «amenazas» y enemigos para justificar su peligrosa patología. El arsenal nuclear chino, el más pequeño de las cinco potencias nucleares «originales», se encuentra hoy en el mismo estadio que en los años ochenta y nunca ha sido puesto en estado de alerta. China no dispone de los instrumentos militares imperiales por excelencia: grupos aeronavales de larga distancia orientados a la intervención exterior, ni planea dotarse de ellos. Esa es la realidad que hay sobre la mesa, más allá de las fantasías y de los interesados cuentos de miedo, y, de cara a la integración política del nuevo mundo en el que vivimos, esa realidad tiene una importancia extraordinaria.

En contraposición a los mitos y espejismos de su «crecimiento/amenaza», veo tres aspectos de la civilización china y del sistema chino de gran actualidad en el contexto de la crisis global y con cierto potencial alternativo.

– En primer lugar la no responsabilidad china en el invento fallido de la civilización industrial / capitalista que nos ha llevado al Antropoceno.

– En segundo lugar el reconocimiento oficial de la profunda imperfección y necesidad de cambio y mejora, que el sistema chino pone en la misma base de su discurso. Casi toda la critica occidental al sistema chino, incluida la crítica en materia de derechos humanos, es reconocida por China. En el sistema chino, la centralización política es compatible con mecanismos de toma de decisiones bastante colectivos y asesorados, como saben quienes conocen este país. Ese reconocimiento de imperfección y esa asesorada, y relativamente colectiva, toma de decisiones, no tienen nada que ver con lo habitual en las dictaduras, ni tampoco con el discurso de tantas democracias occidentales que se consideran esencialmente perfectas, o, como se dice, los «sistemas menos malos posibles», una manera elegante de afirmar la misma perfección. El sistema chino, un despotismo benevolente es una dictadura, pero al mismo tiempo el reconocimiento oficial de su imperfección le confiere una perspectiva de sistema abierto sumamente interesante en el gran contexto actual.

-En tercer lugar está la longeva tradición política china de dos mil años, la más antigua del mundo. Es como si el Imperio Romano o el Egipto Ptolomeico se mantuvieran hoy en repúblicas herederas, cuyos dirigentes fueran eslabones de aquellas mismas milenarias cadenas. Eso caracteriza a los chinos como especialistas en sobrevivir, una cualidad de gran actualidad para nuestro mundo que nos obliga a observarlos y criticarlos con seriedad y liberados de los necios prejuicios que se desprenden del espejo europeo. Es así como llegamos a la metáfora de la mujer embarazada, casi una parábola de la que podemos extraer algún tipo de enseñanza moral.

III) Un país en desarrollo de las características de China y en un gran contexto como el actual, es como una mujer embarazada. El tránsito de lo rural a lo urbano, de la lógica patriarcal a otra más democrática, con tanta población y en condiciones tan críticas es un delicado proceso creador de gestación. Implica cambios hormonales en su organismo social, cambios de piel, de valores, de pautas. Tensiones, rupturas y síntesis entre lo tradicional y sagrado, y lo nuevo e ineludible. Implica un cambio de sistema político. Tanto para los dirigentes como para la sociedad, todo ello es como un viaje a lo desconocido. Algo parecido a lo que la maternidad supone para la madre primeriza.

A un país en desarrollo de esas características, como a una mujer embarazada, no se le pueden pedir determinados rendimientos, cargas y actitudes. La idea es que cuando nos encontremos en el autobús a un país así, nos levantemos para cederle el asiento.

Todo esto no debe, ni puede, confundirse con condescendencia o paternalismo, ni con discriminación (positiva) de género. Tampoco se trata de inmunidad ni de cheques en blanco a dictaduras. La circunstancia de la que estamos hablando no exime responsabilidades universales, de la misma forma en que el embarazo no sitúa a la mujer por encima del código penal. Por el contrario, esta reflexión viene fundamentada por las leyes de la biología, por valores universales, por la experiencia histórica y por la crisis global. La analogía de la mujer embarazada me parece la única manera realista y honesta de tratar críticamente a China.

En la actitud de no cederle el asiento a la mujer embarazada hay muchas cosas. Hay una incapacidad muy europea de ponerse en el lugar de quien es diferente, hay prejuicios culturales y estereotipos de guerra fría -ahora mezclados con rivalidades comerciales, hay ecos de una actitud colonial, pero, sobre todo, hay una cuestión de valores, de inconsciencia sobre el nuevo mundo en el que vivimos y de su profunda crisis. Esta es la actualidad de China que retengo al abandonar este país.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/adis-a-china