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Afganistán, año duro

Fuentes: AIN

Lo dicen quienes remiten tropas a Afganistán desde hace ocho años y que, parece evidente, no saben cómo terminar con el conflicto creado en nombre de la guerra global contra el terrorismo. Se trata de que importantes dirigentes políticos y militares de las naciones coaligadas en la guerra contra la resistencia afgana, incluido el presidente […]

Lo dicen quienes remiten tropas a Afganistán desde hace ocho años y que, parece evidente, no saben cómo terminar con el conflicto creado en nombre de la guerra global contra el terrorismo.

Se trata de que importantes dirigentes políticos y militares de las naciones coaligadas en la guerra contra la resistencia afgana, incluido el presidente pro estadounidense Hamid Karzai, pronosticaron en conferencia recién realizada en Alemania, que los próximos meses serán sangrientos para los soldados invasores, porque se avecinan «batallas decisivas.»

La opinión pública de nuestras naciones, dijeron algunos de los presentes, debe saber lo que se aboca y su posible costo.

En ese sentido la pasada semana los altos mandos extranjeros anunciaron, sin mayor pudor, que se había desatado en el sur afgano la mayor ofensiva bélica en los ocho años de combate contra los «talibanes y Al Qaeda». Los primeros saldos ya registran decenas de muertos civiles.

Tal parecería, sino la «ofensiva final» sobre los oponentes, al menos el intento de presionarlos militarmente todo lo posible para lograr que dejen atrás la idea de que no habrá negociaciones de paz sin la retirada incondicional de los agresores externos.

En esa cuerda precisamente se mueven muchos de los razonamientos sobre los pasos de occidente en Afganistán, es decir, la combinación de golpes bélicos apoyados en la elevación del número de tropas agresoras, y el ofrecimiento reiterado de prebendas a los grupos rebeldes pretendidamente más moderados para que depongan las armas.

Sería la fórmula para aislar a los segmentos más radicales, a la vez que reducir el número de enemigos en efectivos y armas.

Al propio tiempo Washington no solo ha pedido tropas adicionales a sus amigos de aventura, muchos de ellos cansados y desencantados, por cierto. Ahora insiste en añadir no menos de cuatro mil instructores militares y policiales a la lista de exigencias, con el propósito, de «afganizar» la guerra mediante la preparación de tropas y agrupaciones armadas nacionales para los diferentes frentes de combate.

De todas formas nadie se llame a engaño. La mordida norteamericana en Afganistán tiene la intención de aferrarse, no importa si el ejército local lograra su pretendido nivel de organización y entrenamiento como para hacerse cargo solo de la guerra.

Ya lo dijo el propio Karzai: sería ilusorio considerar la salida inmediata de las tropas extranjeras. Su presencia se prolongaría por un buen tiempo aún lograda la paz. A buen entendedor…