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La muerte de civiles en combates contra los talibanes dispara la crítica de ONG y organizaciones de DD HH

Afganistán: la guerra que no existe

Fuentes: Diagonal

La llegada de los combates contra la insurgencia a las zonas con presencia de tropas españolas ha vuelto a señalar las dificultades que atraviesa una misión supuestamente humanitaria. FRONTERA CON PAKISTÁN. Una patrulla de soldados norteamericanos busca zulos talibanes en la provincia de Paktika. Tras la muerte de la soldado Idoia Rodríguez en Afganistán el […]

La llegada de los combates contra la insurgencia a las zonas con presencia de tropas españolas ha vuelto a señalar las dificultades que atraviesa una misión supuestamente humanitaria.
FRONTERA CON PAKISTÁN. Una patrulla de soldados norteamericanos busca zulos talibanes en la provincia de Paktika.

Tras la muerte de la soldado Idoia Rodríguez en Afganistán el pasado 21 de febrero, el ministro José Antonio Alonso aseguraba que la situación en el país «no era bélica», pero por mucho que se empeñe el titular de Defensa, pocas palabras pueden definirla con mayor precisión: tropas de 37 países en una fuerza liderada por la OTAN; bombardeos prácticamente diarios de los B-1 estadounidenses; ataques cada vez más frecuentes de talibanes e insurgentes, muchos de ellos con kamikazes; 2.739 muertos entre septiembre y febrero recogidos en el último informe de Naciones Unidas; 700 víctimas civiles en 2006, según Human Rights Watch. ¿Si esto no es una guerra…?

Después de cinco años de ocupación militar internacional, la situación empeora día a día. La insurgencia, predominantemente talibán, ha resurgido en el último año con armas más potentes; con más dinero gracias al contrabando de opio; con el apoyo tácito de Pakistán, a quien no le desagrada un Afganistán inestable y sobre todo importando del escenario iraquí una nueva estrategia, el recurso a los atentados suicidas: al menos 136 el pasado año.

Para contrarrestar la temida revitalización de la violencia en primavera, la Fuerza para la Asistencia a la Seguridad (ISAF) lanzó el pasado marzo la Operación Aquiles, la mayor ofensiva contra los talibanes desde 2001, en la que participan alrededor de 4.500 soldados extranjeros y 1.000 del Ejército afgano. Aunque la prensa española apenas se ocupa de ella y los informes de la ISAF hacen más hincapié en los regalos repartidos a los niños en los colegios, basta un simple vistazo a la página web del comando central estadounidense para seguir las operaciones de los bombarderos B-1B Lancer o de los F/A18 Hornet que lanzan bombas teledirigidas GBU-38 en el sur de Afganistán. Según Enrico Piovesana, periodista del diario italiano online Peacereporter, que acaba de regresar del país asiático «los bombardeos de aviones ingleses, americanos y franceses en las provincias meridionales de Kandahar y Helmand son desde hace un año cotidianos y cada uno de ellos es una matanza de civiles».

En cuanto a las tropas españolas, se repite el intento oficial de intentar pasar de puntillas por la verdadera situación. Aunque es cierto que los 700 soldados que constituyen la aportación española a la ISAF no toman parte en los combates más duros en el sur del país, sí participan junto a tropas italianas, americanas y afganas y bajo el Mando Regional Oeste, en una misión para la «impermeabilización» de la frontera entre las provincias occidentales de Farah, Herat y Ghor y la de Helmand, en la que está teniendo lugar la ofensiva más fuerte de la Operación Aquiles. Es decir, tienen que evitar que los talibanes intenten refugiarse en la zona oeste, fronteriza con Irán. Sin embargo «los talibanes ya han llegado al oeste» -afirma el periodista Enrico Piovesana- y además no se puede decir que las tropas italianas o españolas se dediquen sólo a patrullar. Son fuerzas especiales que han sido adiestradas para algo más».

Un favor a los talibanes
La población civil es, una vez más, la gran víctima de esta guerra silenciosa. La Comisión Afgana Independiente de Derechos Humanos (AIHRC) denunció en un informe del pasado mes de abril que en muchas ocasiones los civiles son los principales objetivos de los bombardeos, ataques suicidas y operaciones militares y que en todo caso hay una cantidad desproporcionada de víctimas civiles. Entre los muchos casos que recogen se encuentran por ejemplo los nueve civiles muertos cuando bombas de casi una tonelada destruyeron su casa en el distrito de Nijrab, al norte de Kabul o los diez muertos y 33 heridos provocados por los disparos indiscriminados de los marines estadounidenses tras un ataque suicida en Nangahar (hechos corroborados en una investigación del mayor general Francis H. Kearney, jefe del Mando Central de Operaciones Especiales).

Denuncian también las ejecuciones extrajudiciales, mutilaciones y secuestros contra trabajadores afganos que colaboran con las fuerzas internacionales La frustración de la población ante el número de víctimas civiles, la falta de comida y ayuda humanitaria, la corrupción gubernamental y el escasísimo avance en campos como la educación, salud o desarrollo económico es cada vez mayor. Enrico Piovesana subraya que «en el sur, ya desde hace más de un año la población ha entendido que las fuerzas internacionales están allí para destruir, que no han hecho nada por el país. Pero este mecanismo se está activando también en el oeste, donde hasta ahora no eran vistos con hostilidad. Cada bomba que cae es un talibán más. Se les está haciendo un bonito favor».

Mientras se sigue hablando de acción humanitaria son muchas las voces que advierten que en los próximos meses el conflicto será cada vez más violento. «Es una hipocresía evidente que no se merece muchos comentarios», subraya el periodista italiano. «Es una guerra abierta. Estados Unidos, que nunca se ha empleado a fondo dejando que la situación empeore, pretende que la OTAN sea su brazo armado. En estos momentos salir de Afganistán sería un desafío a la política norteamericana, un acto político muy fuerte que ningún Gobierno europeo tiene el coraje de cumplir».

ANTONIO RAINONE, MÉDICO Y MIEMBRO DE LA ONG ITALIANA EMERGENCY, PRESENTE EN AFGANISTÁN

«Esto no es una misión humanitaria»