De aspecto frágil, este ex militar de fuertes convicciones religiosos, no es la primera vez que se enfrenta a la acusación de un fraude electoral. Ya en junio del 2005 y a pesar del boicot de gran parte de los cuidadnos, Ahmadineyad se convertía en el presidente de la que fue llamada «una farsa electoral». […]
De aspecto frágil, este ex militar de fuertes convicciones religiosos, no es la primera vez que se enfrenta a la acusación de un fraude electoral. Ya en junio del 2005 y a pesar del boicot de gran parte de los cuidadnos, Ahmadineyad se convertía en el presidente de la que fue llamada «una farsa electoral». Así, a pesar de que las encuestas daban una victoria a Hashemí Rafsenyani, clérigo corrupto y aspirante al aperturismo, de las urnas salió Ahmadinezhad el ultimo en cuanto posibilidades reales, apoyado por Alí Jamenei, el líder de la teocracia, y el rival de Rafsenyani. Los guardianes islámicos habían llegado incluso a detener a los inspectores del ministerio de interior en los colegios electorales.
Ahamdineyad, que había sido jefe de los Guardianes islámicos en la región de kurdistán y había aplicado una durísima represión contra los kurdos -pubelo que al igual del resto de las minorías étnicas del país (cerca del 60% de la población) carecen del derecho de gestionar sus asuntos-, en 2003 se convirtió en el alcalde de Teherán, donde el futuro jefe del Ejecutivo puso a prueba su plan de «reislamización» del país: paralizó la construcción de centros culturales y deportivos para levantar más mezquitas; separó los ascensores del Ayuntamiento para hombres y mujeres, y obligó a ellos llevar la barba y a ellas enfundarse en el chador. Una vez presidente, cumplió su promesa de enterrar en los campus universitario el cuerpo de los caídos en la guerra contra Irak, a pesar de las protestas de estudiantes y también parte del clérigo, contrarios a confundir los centros académicos con cementerios.
Fiel seguidor del grupo apocalíptico de Hoyatíe – ilegalizado por Ayatolá Jomeini como secta peligrosa, que espera la aparición del Mahdi (el duodécimo Imán chiita, oculto desde 872) en el momento que el mundo se llene de caos-, Ahmadineyad llegó a afirmar haberle avistado en la sala de la ONU cuando pronunciaba su discurso.
Su forma de vida modesta y sus referencias a Edalat «justicia» confundieron, en un principio, a quienes no descifraban su lenguaje. No tenía la intención de invertir los beneficios del petróleo en puestos de trabajo, o dar la tierra a quien la trabajan, su justicia pertenecía solo a los más devotos. Hoy, quedando con los votos que no le pertenecen, «hace justicia» porque afirma que se lo merece. A demás, podrá recurrir a Taghiyya (disimulo) que permite ocultar la verdad a un chiita, para salir de una situación difícil.
Incapaz de paliar los problemas económicos, políticos y sociales, Ahmadineyad propuso a los cuidadnos comer pan y queso para no caer en una vida consumista, fuente de la corrupción y el desvío, a la vez que concedía la licencia de las grandes obras como la construcción del gaseoducto de Paz (entre Irán-Pakistán-India) a sus allegados, asignándose ingentes comisiones. Luego y en el marco de la economía neo liberal-islámica lanzó un nuevo ajuste estructural, privatizando cerca del 80 por ciento de las empresas estatalizadas (como los bancos, los astilleros, las líneas aéreas), generando una inflación de 34% y un desempleo que afecta a unos 12 millones de jóvenes, sin que reciban ninguna prestación. Según le ministro de Bienestar, cerca del 25% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, en uno de los países más ricos del planeta.
Hoy, acusado por el candidato Musavi de corrupción y de la desaparición de unos 160 mil millones de dólares, Ahmadineyad ha dejado de ser lo que era en imagen, y para vengarse ha lanzado a las calles a su principal base social, las milicias armadas -gente desclasada, arrancada del campo que sin conseguir trabajo en la industria, recibió armas, dinero y poder, para defender con sus balas la oligarquía teocrática islamista.