En Amayuelas de Abajo, un pueblo pequeñísimo por fuera y grandioso por dentro, coincidí con el libro que tiene en sus manos. Él estaba tomando el sol en la plaza de la Iglesia. Me senté a su lado buscando también el calor. Ruborizado -no nos conocíamos de nada- abrió el diálogo mostrándome su piel, su […]
En Amayuelas de Abajo, un pueblo pequeñísimo por fuera y grandioso por dentro, coincidí con el libro que tiene en sus manos. Él estaba tomando el sol en la plaza de la Iglesia. Me senté a su lado buscando también el calor. Ruborizado -no nos conocíamos de nada- abrió el diálogo mostrándome su piel, su paisaje, las ilustraciones que le habían tatuado discriminadamente por su cuerpo. De tan sencillas, como la ruralidad, eran contundentes.
Más cómodos -yo con él y él conmigo- abrió sus contenidos de par en par. Con letras campesinas anudadas con cuerdas de esparto recogido del monte, cargaba a sus lomos algunas de las más bellas historias de pueblo que nunca había leído.
Leyendo Guijarros, descubres amor y verdad. Y tierra. Las claves indudables que los pequeños pueblos preservan para transformar el mundo.
Y, como dice la canción, Guijarros y yo hicimos amistad.
Gustavo Duch
Guijarros, de David Argüelles y José Chávez